España / 25 de enero de 2018 / Autor: José María de Moya / Fuente: Magisnet
No he leído ninguno de los libros de Eva Bach (Adolescentes, qué maravilla, La belleza de sentir y ahora Educar para amar la vida, en Ed. Plataforma Actual) pero sí una suculenta entrevista que publica en el último número de la revista Actualidad Docente.
Sintonizo con el enfoque. Es de las pocas pedagogas que se atreven a bucear en el sentido profundo de la Educación, por debajo de la espuma de consideraciones metodológicas, aspectos académicos, cuestiones organizativas, etc. ¿Qué es educar? Esa es la cuestión que, a menudo, no nos atrevemos a abordar porque señala con el dedo acusador a cuestiones incómodas como el sentido de la vida, para qué estamos aquí, cómo ser feliz…
“A los niños debemos darles luz para la vida. Es difícil si la nuestra está medio apagada”. Estas palabras de Bach me recuerdan la explicación del viejo profesor que un buen día decidió colgar las botas. –Pero, ¿por qué dejas la enseñanza? –Porque estoy harto de entrar en el colegio cada mañana y asistir al espectáculo de docenas de adolescentes intentando desesperadamente educar cientos de adolescentes. Duras palabras pero aún hay más. “Hay una desconexión con la esencia de la Educación –continúa Bach–, con transmitir una alegría interna que sea compartida y contagiable. ¿Para qué educamos? Para dar lo mejor de nosotros al mundo. Y cuando lo estamos dando, esa propia alegría se incrementa y multiplica. No educamos para tener títulos en las paredes”. ¿Cómo vamos a ser guía de nuestros alumnos o de nuestros hijos si nosotros no sabemos dónde vamos?
Se educa por contagio, por contacto, y nadie da lo que no tiene. Siempre me ha sobrecogido la figura del adolescente perplejo. Hay buen cine independiente que lo retrata con crudeza. Ese joven que observa con asombro el comportamiento desnortado de quienes deberían ser sus referentes y termina siendo su paño de lágrimas. “Los hijos no pueden ser la única alegría de nuestra vida, aunque por supuesto nos hagan felices. Si lo son, sienten una exigencia tremenda porque entonces van a tener que contentarnos a nosotros, calmar nuestras frustraciones, curar nuestras heridas… Tendrán que llenar nuestra vida. Hemos de tener otras alegrías más allá de los hijos”. Para que ellos sean, primero hemos de ser nosotros.
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