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El discurso del “trabajo sexual” es el triunfo del patriarcado más neoliberal

Por: Raquel Rosario Sánchez

Las niñas invulnerables del “trabajo sexual”

Imaginemos una niña. Puede tener 8 años como puede tener 17. La niña vive en pobreza extrema. Es probable que su padre y su madre hayan fallecido en medio de un conflicto de guerra. Por lo tanto, la niña tiene que valerse por sí misma para encontrar el pan de cada día. Muchos días solo puede cenar y dice que el hambre le da dolor de cabeza, lo que le dificulta concentrarse en la escuela. La niña no está sola; hay muchas más como ella. Aparte de las adversidades descritas anteriormente las niñas comparten algo más… Primero, un ferviente deseo de ir a la escuela y superarse a través de su educación. Segundo, que diariamente los hombres (quizás uno 1, quizás 4) en su pueblo le pagan menos de un dólar para que se acuesten con ellos.

¡Ah! …y tercero: que según Al Jazeera English esto no es ni explotación sexual comercial de menores, ni prostitución “forzada” ni su genérico “prostitución” sin más ni más. No, según Al Jazeera English estas niñas son trabajadoras sexuales. Trabajadoras sexuales en quienes recae el famoso “poder de agencia”, de decidir sus opresiones. ¿Vomitaron ya o necesitan más contexto?

El día 28 de septiembre, Al Jazeera English público un fotoreportaje titulado “Educando a las niñas de Sudán del Sur”, escrito por la documentalista y fotógrafa Sara Hylton. El proyecto fotográfico fue elaborado en colaboración con la Fundación Internacional de Mujeres en los Medios. Es una serie de fotografías que reflejan las vidas de las niñas y adolescentes del estado de Unidad en Sudán del Sur. Conflictos sectarios dentro de su pueblo, caminar horas para poder ir y venir de la escuela más cercana, matrimonios forzados… y pobreza; la pobreza extrema implacable son alguno de los desafíos con los que viven las niñas.

“Las niñas de Sudan del Sur son doblemente vulnerables, muchas son obligadas a contraer matrimonios forzados, sufren abusos sexuales y explotación. Es tres veces más probable que una niña adolescente del Sur de Sudán muera dando a luz, a que complete su educación primaria,” escribe Hylton. Pero a pesar de todo, son niñas fuertes con sueños y deseos inquebrantables de superación “que pelean por sus futuros en uno de los países más volátiles del mundo.”

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Es una historia inspiradora y llena de esperanza. Una de las niñas comenta que en su casa nadie la puede ayudar con su tarea porque nadie en su familia ha ido a la escuela pero que, aún así, ella sueña con convertirse en Ministra de Educación en su país. La valentía y determinación de las niñas y adolescentes me hicieron llorar… Por lo que me quedé helada cuando leí la siguiente descripción en una de las fotografías. “Jessica, de 14 años tiene desorden de personalidad múltiple. Vive en una casa de acogida junto con otras 50 niñas vulnerables donde recibe cuidados y educación… Según la fundadora de la casa de acogida, el trabajo sexual está normalizado entre las niñas, que ganan menos de un dólar por “cliente”. La meta de la fundadora es enseñarles a las niñas que “su cuerpo es lo que se queda” y enseñarle maneras alternativas de generar dinero.”

¿Qué? ¿Cómo saltamos de la pobreza extrema y el deseo de las niñas a empoderarse a través de la educación a que las niñas son trabajadoras sexuales con “clientes”? Me llevó un segundo entender el salto gigantesco que expresaban estas palabras en el contexto del artículo. Cuando pude analizarlo me di cuenta de que lo que tenía ante mí era una prueba de cómo la retórica del trabajo sexual es incompatible con las realidades materiales que expresan las niñas. El discurso del “trabajo sexual” no admite ni víctimas ni vulnerabilidades ni opresiones estructurales. Toda mujer y niña se convierte en un ser que encuentra poder “para decidir” acceder, curiosamente, a todo lo que el patriarcado de por sí quiere. No hay situación lo suficientemente precaria, no hay niña lo suficientemente vulnerable para ser interpretada como una “trabajadora sexual”.

No son argumentos aislados. Consciente o inconscientemente, Hylton se unía a una línea de pensamiento que insidiosamente se ha adentrado en el feminismo y el lenguaje coloquial. Mucha gente, tanto conservadora como progresista, piensan que utilizar el término “trabajo sexual” le pone un poco de dignidad y respeto al asunto. Funciona como un manto para higienizar la industria y así no tener que pensar en las realidades materiales de que hombres adultos (que curiosamente son los grandes ausentes del fotorreportaje de Al Jazeera) le están pagando menos de un dólar a niñas pobres (¿50 centavos, 75 centavos? ¿menos aún?), muchas huérfanas, para penetrarlas.

La universalización del discurso del “trabajo sexual” para hablar de prostitución es el triunfo del patriarcado más neoliberal

La universalización del discurso del “trabajo sexual” para hablar de prostitución es el triunfo del patriarcado más neoliberal. A los conservadores no les digo mucho porque nunca se han preocupado demasiado por los derechos de mujeres y niñas, pero sí quisiera recordarles a los y las progresistas que en la concepción (capitalista) del trabajo hay derechos laborales, pero también deberes. Si las niñas y adolescentes son trabajadoras sexuales, ¿puede uno de esos hombres reclamar que no le hicieron la felación como ellos querían o que no se sienten conforme con cualquier otro de los actos sexuales por los que pagaron? ¿Y pueden entonces demandar o que le devuelvan su dinero o que lo hagan otra vez? Preguntas que demuestran la trampa absurda en la que caen todos quienes asumen el discurso sin pensarlo bien.

¿Por qué tanta insistencia en que lo cubramos todo bajo el manto del “trabajo sexual”? ¿Por qué tanta insistencia en llamar “trabajadoras sexuales” a niñas que viven en la mayor de las precariedades? ¿Por qué negarnos a decir las palabras duras: explotación sexual, víctimas, sobrevivientes, violación?

Como nos explica Kajsa Ekis Ekman en su trabajo referencial ‘Being and Being Bought’ (Ser y Ser Comprada), el discurso del trabajo sexual se construye como una antítesis de la opresión de las mujeres bajo un sistema patriarcal. La trabajadora sexual es una mujer activa que encuentra empoderamiento personal dentro de un sistema opresor, dice el discurso. La trabajadora sexual comprende que nada puede cambiar el comportamiento de los hombres ni la sociedad que cosifica la sexualidad de la mujer, entonces, en vez de resistir o protestarlo, la trabajadora sexual es presentada como una sabia emprendedora que utiliza “su poder sobre los hombres” para aventajarlos en su propio juego. Bajo esta concepción, “la trabajadora sexual es interpretada como la mejor feminista”, explica Ekis Ekman. Es por eso que cuando alguien intenta hablar de los daños que causa la prostitución, la respuesta siempre es “las trabajadoras sexuales son fuertes y sujetos activos” a quienes el lenguaje de opresión y agravios minimiza. Entonces en el discurso del trabajo sexual no hay espacios para ningún tipo de víctima ni victimización.

Desmoronemos el argumento:

1.La literatura feminista que critica la prostitución como sistema opresor casi nunca habla de víctimas. Cuando me encuentro con la palabra “víctimas” en mis investigaciones sobre el tema, siempre es en el contexto de académicas en favor de prostitución que acusan a quienes están en contra de estigmatizar como “víctimas” a las mujeres en la prostitución. Estas acusaciones de las académicas que defienden el derecho de los hombres a acceso sexual e ilimitadamente al cuerpo de mujeres y niñas, nunca cita textualmente ningún ejemplo del crimen retórico que cometen quienes no apoyan la prostitución, pero siempre viene acompañado de acusaciones e improperios contra “las feministas moralistas que odian la libertad, son reprimidas, retrogradas y anti-sexo.” Poniendo de lado las connotaciones sexistas que tienen cada una de esas acusaciones, yo hago otra pregunta ¿y qué si el feminismo decidiera hablar de víctimas?

La palabra “víctima” no es una característica personal, en una descripción de una relación de poder. Si hay víctimas, se infiere que hay perpetradores. Si bajo está concepción de las relaciones de poder no podemos hablar de víctimas, entonces ¿dónde quedan los perpetradores? Si nos enfocamos sólo en resaltar lo fuertes y empoderadas que somos todas las mujeres todo el tiempo y no hablamos de las opresiones de las que somos víctimas bajo el patriarcado, entonces ¿en qué contexto hablaremos del daño que nos causa?

Ser víctima de una opresión habla mal del opresor. La víctima de x opresión puede ser una joven estudiosa, una tía cariñosa, una cocinera mediocre, una trabajadora medio vaga, una amiga ambivalente, entre otras cosas. ¿Por qué asumimos que ser víctimas de un sistema al que le encanta victimizarnos, cancela todas nuestras otras identidades? En vez de negar que el daño que nos causa el patriarcado es real y que el patriarcado es el genocidio más largo de la historia, tratando de esconder sus opresiones bajo lenguaje (y solo lenguaje) empoderador, deberíamos utilizar esa energía para decirle a los perpetradores “No, no. La víctima pude haber sido yo, ¡pero el abusador eres tú!”

2. Esa idea de que “el trabajo sexual” no es ninguna opresión contra las mujeres y niñas, sino El Gran Empoderador porque nos permite ejercer “nuestro poder” sobre los hombres, es en el fondo enteramente misógino. Una vez una amiga que baila en la barra para pagar su tratamiento de cáncer me racionalizó que el verdadero poder lo tenía ella porque a los hombres se les salía la baba cuando la veían bailar y por tanto ella tenía total control de ellos durante el tiempo que ella tenía su atención y excitación sexual.

Sí, ¿pero, cuando se les baja la erección? Cuando se les pasa, son los hombres quienes siguen teniendo el poder político, económico, cultural y estructural de toda nuestra sociedad. El dinero que nos pagan por bailarles viene de un sistema financiero que ellos controlan. Las políticas que controlan nuestro cuerpo (desde nuestros derechos reproductivos hasta el impuesto que pagarán los tampones que nos ponemos) son dominadas por hombres. Y tristemente, son los hombres quienes tienen el poder histórico de decidir que esta noche sea la pelirroja ucraniana no la morena salvadoreña quien le “trabaje” sexualmente.

Las políticas que controlan nuestro cuerpo (desde nuestros derechos reproductivos hasta el impuesto que pagarán los tampones que nos ponemos) son dominadas por hombres.

Argumentar que encontremos “poder” dentro de nuestro rol subordinado es la manera más sutil del patriarcado (como buen abusador al fin) de decirnos “Ay, ya no te quejes tanto. ¡Alégrate de que siquiera te presto atencion!”

“¿Por qué tanto miedo de llamar a alguien víctima?” pregunta Ekis Ekman. “¿Por qué es tan importante decir que gente prostituida no puede nunca, bajo ninguna circunstancia, ser víctima?”, porque, según explica, “convertir la palabra víctima en un tabú es un paso para legitimar divisiones de clase y las desigualdades de género”. Solo tras abolir el concepto de víctima, podemos crear a la persona invulnerable.

Solo tras abolir el concepto de víctima, podemos crear a la persona invulnerable.

Para llegar ahí necesitamos 2 pasos:

1. Nos creemos el cuento de que la palabra víctima no es una relación de poder sino una característica o identidad personal. Entonces nos creemos el cuento de que “víctima” significa pasividad, debilidad y apatía. Hacemos de la palabra víctima (y de cualquier persona a quien se le asocie) una caricatura patética. Nadie entonces querrá que se le llame víctima ni tildar ninguna otra opresión como victimizante. La caricatura que hemos construido es tan patéticamente inactiva que cualquier cosa, desde mirar al otro lado mientras te viola un prostituidor hasta fumarnos un cigarrillo después de un acoso, representa un acto de resistencia. Esto sabemos que son estrategias de supervivencia y que no cancelan ni las opresiones anteriores ni el daño que conllevan. Pero como ya hemos determinado que víctima=pasividad absoluta y sujeto activo=literalmente cualquier actividad, entonces asumimos que en realidad las víctimas no existen.

2. Como lógicamente nadie (excepto quizás las personas que se encuentran en un coma) es “tan pasivo” como la caricatura que hemos inventado de la víctima, decidimos que el concepto de víctima deber ser remplazado porque es una falacia. “¿Cómo puede ninguna de esas niñas ser víctimas de nada si ellas aceptan el dinero que les pagan los hombres? ¿Aceptar dinero es un acto que te convierte en sujeto activo, verdad?” Esos análisis me recuerdan mucho a los argumentos que hace la gente que no entiende ni un ápice de cómo funciona la violencia. El argumento va en la misma línea de aquel otro que asume que a menos que te estén poniendo una pistola en la nuca y te estén amenazando con tirar del gatillo EN ESE PRECISO MOMENTO, entonces nada es obligado y todo tu lo haces por voluntad. Una línea que ignora completamente que el abuso y la opresión es muchísimo más multifacética y más insidiosa que eso. Una línea de pensamiento que nunca se ha enterado que la violencia psicológica es invisible, la manipulación emocional también y que la pobreza es tanto material como estructural y conlleva un poder de coerción latente.

Como no hay víctimas que satisfagan la nueva caricatura de pasividad en que hemos convertido la palabra, no hay perpetradores. Y como la víctima es “revelada” como un sujeto activo que toma las riendas de su vida, no hay entonces porque estar hablando de opresiones ni de abusos ni hacer análisis sistemáticos de la violencia. Son unas piruetas retoricas e ideológicas complicadas pero que sirven finalmente para revelar a la persona invulnerable.

“La persona invulnerable es la versión neoliberal del mito antiguo del esclavo fuerte, la mujer pobre extremadamente trabajadora, la “supermujer” negra, la mujer colonizada que no siente los latigazos ni los golpes. La historia está llena de ejemplos de cómo las condiciones de vida son reinterpretadas como características personales.” Durante la esclavitud colonial en los Estados Unidos era común que se exaltara las cualidades “sobrehumanas” de las esclavas y los esclavos.

La supuesta fuerza y las cualidades supra humanas que se le asignan a la persona invulnerable son en el fondo una excusa para no tener que analizar las condiciones que la hacen necesitar dicha fuerza o aguantar tantas miserias. Es una táctica deshumanizadora.

La escritora Michele Wallace describe en su libro ‘Black Macho and the Myth of the Superwoman’ (El Macho Negro y el Mito de la Supermujer) cómo la mujer negra que tenía que sobrevivir dentro de varios sistemas opresores, fue convertida en una caricatura que la exaltaba, pero solo con el fin de negar las opresiones en sí. La mujer negra del imaginario “es una mujer de fuerza extraordinaria, con una habilidad inusual para tolerar el trabajo pesado y la miseria. Esta mujer no tiene los mismos miedos e inseguridades que tienen las otras mujeres, pero ella misma cree que es incluso más fuerte emocionalmente que la mayoría de los hombres.”

La supuesta fuerza y las cualidades supra humanas que se le asignan a la persona invulnerable son en el fondo una excusa para no tener que analizar las condiciones que la hacen necesitar dicha fuerza o aguantar tantas miserias. Es una táctica deshumanizadora.

Asignar a las adolescentes y niñas de Sudan del Sur la denominación de “trabajadoras sexuales” sonara muy bonito los círculos feministas más neoliberales, pero la realidad es que nos blinda de tener que hacer muchas preguntas. Preguntas verdaderamente incómodas: ¿Qué repercusiones físicas, emocionales y psicológicas desarrollarán las niñas y adolescentes al saber que los hombres de su comunidad ven sus cuerpos como objetos por los que pueden pagar menos de un dólar? ¿Por qué los hombres están explotando sexualmente de niñas que viven en tanta precariedad? ¿Habrá un contexto social que se lo permite? ¿Qué contexto geopolítico estará causando tantos conflictos internos en Sudán del Sur? ¿Tendrán algo que ver los intereses occidentales en este conflicto y será posible que de manera directa o indirecta estarán nuestros países exacerbando las condiciones que subyugan las niñas y adolescentes de este fotorreportaje?

¿Cómo hemos podido las feministas permitir que nuestro movimiento, un movimiento que centra la lucha de las niñas y mujeres, sea secuestrado por estas ideas que priorizan los intereses tanto del mercado como del mismo patriarcado?

¿Cuánto daño causará a largo plazo que esa rama del feminismo occidental tan nociva que insiste en hacer piruetas con el lenguaje y las teorías sin alterar las realidades materiales sea exportada y extrapolada a la máxima potencia en todas las esquinas y rincones de opresión imaginables? ¿en qué momento vemos niñas hablar del dolor de cabeza que les produce el hambre cuando lo que quieren es estudiar, y en vez de sentir empatía por su lucha, justificamos el sistema opresor que las considera “trabajadoras” serviles del patriarcado?

El feminismo es un movimiento que busca acabar con la violencia contra las niñas y mujeres y desmantelar el patriarcado. ¿Cómo hemos podido las feministas permitir que nuestro movimiento, un movimiento que centra la lucha de las niñas y mujeres, sea secuestrado por estas ideas que priorizan los intereses tanto del mercado como del mismo patriarcado?

Dice una de las adolescentes “Lo que encuentro más horrible es escuchar cómo todas las niñas han sido violadas. No hay nada difícil que una niña no pueda hacer… Sé que, si yo me levanto, todas las niñas también se podrán levantar…. (pero) las niñas son las que han sufrido más.”

Me parece que esta adolescente tiene muy claro su análisis feminista al priorizar en su recuento la importancia de nombrar la violencia por su nombre. ¿Le permitiremos que nos enseñe?

Fuente: http://tribunafeminista.org/2016/10/el-discurso-del-trabajo-sexual-es-el-triunfo-del-patriarcado-mas-neoliberal/

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La universidad española, una institución franquista

Por: Movimiento por la Unidad del Pueblo Canario

Este injusto sistema será erradicado, como la lacra que es, de las futuras universidades Canarias, una vez consigamos librarnos del yugo del colonialismo y procedamos con la descolonización e independencia de nuestra patria.

Lamentablemente las universidades españolas siguen siendo instrumentos del régimen franquista, heredado por la monarquía  borbónica que, mediante prebendas, mantiene cautivas las citadas instituciones para que contribuyan a apuntalar el caduco  régimen monárquico y colonial español.

Prebenda número uno:  el salario del profesorado al servicio de la franquista institución es de los mejores remunerados dentro del funcionariado, aunque no produzcan absolutamente nada como, desgraciadamente, es el caso en la mayoría de las ocasiones, limitándose a impartir sus clases más o menos magistrales. Además, los jugosos presupuestos de las universidades, financiadas fundamentalmente con los impuestos detraídos a la clase trabajadora, cuyos hijos siguen mayoritariamente sin acceder a los estudios universitarios, incluyen suculentas partidas destinadas a viajes del profesorado que, en el mejor de los casos, justifican con su asistencia a un congreso en los más recónditos lugares del planeta y cuyas ponencias, si las hubiera o hubiese, en contadísimas ocasiones finalizan en publicación alguna reconocida por los estándares internacionales para valorar el factor de impacto de las mismas.

Como ejemplo basta echar un vistazo al  shangairanking, en el cual, figurando en primer lugar la universidad de Harvard con una puntuación de 100, la primera universidad española que aparece es la de Barcelona, en el puesto 175, muy alejada de la universidad de Utah en el puesto número 100 y con una puntuación de 25.4. Las universidades franquistas españolas en Canarias (La Laguna y Las Palmas), ni siquiera se asoman al listado de las 500 primeras universidades, lo que dio lugar a que el actual rector de La Laguna,  Antonio Martinón (el mismo que reprimiera violentamente manifestaciones estudiantiles cuando era delegado del gobierno en la colonia) hiciera públicas declaraciones, sin ponerse colorado ni nada, en las que abogaba porque esa institución avanzará cien puesto en el shangairanking, a sabiendas de que ese avance se conseguía aumentando su índice aproximadamente un O.1 por ciento ¡pues ni por esas!

El mismo rector ha lamentado recientemente la disminución del número de estudiantes universitarios, después de haberlos apaleado hasta la extenuación, que masivamente han optado por dar la espalda a la represiva institución.

Prebendas número dos: mientras los hijos de los trabajadores siguen viendo vetadas sus aspiraciones universitarias, los hijos de los profesores siguen disfrutando de enseñanza gratuita al reconocerles la administración “el derecho” a matrícula gratuita, que el final se traduce en que serán los que ocuparán los puestos universitarios, aunque aún se desconoce el motivo (asunto científico de primera magnitud) por el cual los retoños del personal se transforman en auténticos genios nada más pisar la franquista institución, génesis de la crónica endogamia de la universidad española.

Prebenda número tres: prebendas varias. Dijimos anteriormente que el régimen monárquico y colonial agasaja a sus acólitos para, manteniéndolos cautivos, utilizarlos a sí servicio, ese es el motivo por el que las universidades franquistas mantienen, entre otros servicios, las asesorías jurídicas, cuya función es asesorar a los órganos de gobierno de las universidades, asesoramiento del que, en consecuencia, quedan excluidos los estudiantes universitarios, lo que no ocurriría si se tratase  de un sistema democrático.

Los damnificados. Los auténticos damnificados de estas represivas instituciones son los alumnos y alumnas, que siguen sufriendo los desmanes de un sistema que tiene la sartén por el mango y también la propia sartén: las clases se siguen impartiendo como siempre, sin que la metodología haya variado ni un ápice, profesores y profesores con sus amarillos apuntes, ahora pasados a incomprensibles power points, evaluados a base de los clásicos exámenes, como siempre, con el agravante de que los mismos se han extendido inclusive a las prácticas en las asignaturas experimentales.

Los damnificados y desesperados estudiantes, impotentes para rebelarse debido a  la alienación producida por el obsoleto sistema, se encuentran totalmente desamparados, incluso para revisar ese tristísimo instrumento de evaluación que utiliza el profesorado, el examen, que incluso se niegan a revisar y si alguno osa reclamar no le facilitan ni una simple fotocopia del mismo que ayude a argumentar su reclamación, en cuyo caso sugerimos recurrir a la sentencia número 918/2002 del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (Recurso contencioso-administrativo número 1405/1998), que por primera vez dio la razón a una alumna que solicitaba fotocopia de su examen para argumentar su reclamación sentencia ejemplar en la que el Tribunal anuló la denegación que había hecho el rector de la universidad del Barcelona. Sugerimos asimismo bregar duramente hasta erradicar este sofocante sistema.

Los maltratados estudiantes recurrieron masivamente a ficticios salvadores, como fue el caso de Podemos en la elecciones del 20 de diciembre de 2015, organización a la que también han optado por dar la espalda ante la constatación de que los podemitas eran una parte integrante de la misma casta que tratan de combatir

Este injusto sistema será erradicado, como la lacra que es, de las futuras universidades Canarias, una vez consigamos librarnos del yugo del colonialismo y procedamos con la descolonización e independencia  de nuestra patria.

Fuente: http://kaosenlared.net/la-universidad-espanola-una-institucion-franquista/

 

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El pueblo mexicano está tomando conciencia que el crimen de Ayotzinapa no fue un error policial sino una política de Estado» Entrevista a Guillermo Almeyra, columnista internacional de La Jornada (México)

América del Norte/México/8 Octubre 2016/Autor: Mario Hernández/Fuente: Rebelión

M.H.: Uno de los temas que vamos a abordar hoy es la Masacre de Iguala. El pasado lunes 26 tuve la oportunidad de ir a una conferencia de prensa y compartir con Cristina Bautista, madre de Benjamín Asencio Bautista, uno de los 43, quien se encuentra en Buenos Aires desarrollando una serie de actividades. Ese día a la tarde se hizo una movilización desde el Obelisco hasta la Cancillería y hoy (28/9) a las 19:00 en Morón 2453 habrá una charla sobre la no disposición a obedecer, qué pasa hoy en México, con Raquel Gutiérrez Aguilar. La presencia de Cristina Bautista ha permitido desarrollar e instalar una gran actividad reclamando que el gobierno argentino exija el esclarecimiento de estos hechos, de los cuales se han cumplido dos años. ¿Qué comentario nos podría hacer al respecto Guillermo?

G.A.: Primero la total impunidad en México. Pasaron dos años y no hubo la menor investigación real. Es más, hubo intenciones que fueron rechazadas sucesivamente presentadas por forenses argentinos, por la Comisión de DD HH y siguieron inventando con tal de no destapar la realidad que fue que los tuvieron detenidos en un cuartel del ejército y éste fue cómplice de esa desaparición, de la masacre y de todo lo sucedido, incluso encontraron a uno de ellos desollado, es decir, de las peores atrocidades.

El gobierno mexicano está dispuesto a hacer las peores atrocidades y el gobierno argentino está muy contento con Peña Nieto porque es un modelo neoliberal de acatamiento a lo que dice EE. UU. igual que el gobierno de Macri. Entonces, si depende del gobierno argentino, este no va a hacer nada. Tampoco hizo demasiado el gobierno anterior, porque no hubo una protesta ni ninguna de las cosas que se podrían haber hecho pero, por lo menos, no hubo complicidad abierta y saludos a Peña Nieto.

Es el pueblo argentino el que tiene que asumir una visión mundial y apoyar a los de Ayotzinapa porque lo que le pasa a un compañero mexicano, como lo que le pasa a los maestros en México, va a pasar también en Argentina.

M.H.: Ya hay algo de eso en el intento de implementar para el próximo 18/19 de octubre un operativo nacional de evaluación a estudiantes denominado “Aprender”.

Quiero referirme a otro hecho que se dio en México hace diez años, en 2006, cuando más de 20 mujeres fueron detenidas y torturadas sexualmente por policías en un operativo en San Salvador Atenco en el Estado de México, que era gobernado por Enrique Peña Nieto, actual Presidente de México, que fue quien ordenó el operativo para reprimir a un grupo de manifestantes, contra la instalación de un nuevo aeropuerto, pero que de alguna manera se había convertido en un catalizador de otras luchas. Ha habido una resolución de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que tras una investigación de años, dictaminó que el gobierno mexicano no solamente fue incapaz de otorgar justicia a esas mujeres, sino que además ese mismo sistema de justicia persigue a sus propias víctimas. En su dictamen, la CIDH también exhortó a realizar una investigación completa para determinar a todos los responsables y un posible encubrimiento de los hechos. ¿Qué expectativa se puede tener respecto de esta resolución de la CIDH y la reacción del gobierno mexicano que está encabezado por la misma persona que era Gobernador cuando los hechos sucedieron?

G.A.: Y que felicitó a la policía por la violación de esas mujeres, entre ellas varias extranjeras, y de hombres también. Además causaron muertes y graves heridas a muchos. Condenaron al dirigente del movimiento que simplemente defendió sus tierras a 116 años de cárcel. Después lo tuvieron que soltar. Hay una violación permanente. Peña Nieto con esa represión brutal y espantosa consiguió un pergamino por el cual fue elegido Presidente. Fue elegido precisamente por eso y para que volviera a repetirlo en otra escala mayor.

Al gobierno las resoluciones de la ONU y de las Comisiones por los DD HH se las pasa por el “arco del triunfo”, le importan un rábano. No las va a acatar, no va a investigar nada porque el propio Peña Nieto, que es el responsable en la cadena de mando, tendría que ir a la cárcel, incluso por homicidio. Eso no lo van a hacer. Sin embargo, el pueblo mexicano está tomando conciencia cada vez más, con las movilizaciones, de que no fue un error policial sino una política de Estado dentro de una política internacional.

Elecciones para todos los gustos: EE. UU., País Vasco, Galicia, Rusia, Berlín

M.H.: En otro orden de cosas, ¿pudo ver el debate Clinton-Trump?

G.A.: No. Los dos son realmente intragables, el pueblo norteamericano se ve obligado a elegir entre el sida y el cáncer. Según los comentaristas, Clinton consiguió algunos puntos más, lo cual no cuesta mucho frente a un tipo como Trump que aparte de fascista es directamente imbécil.

En el momento de la decisión EE. UU. no se guía por los debates ni por la racionalidad, la fuerza de Trump está justamente en la irracionalidad y hay muchos que lo van a votar precisamente porque coinciden con las monstruosidades que dice que son totalmente irracionales.

M.H.: Hoy lo estamos viendo en el accionar de la policía que asesina impunemente afroamericanos.

G.A.: Asesina impunemente a niños, a gente desarmada y no pasa nada, con un Presidente negro que lo único que hace es lamentar, pero no toma ni una medida en contra. Es una cosa atroz. El sindicato de policías llama a votar por Trump. A mi juicio va a ganar, porque se potencia con que hay gente que piensa como él y porque hay muchísimos que no van a votar, va a haber una abstención importante y eso favorece a Trump.

M.H.: Ya que estamos en el tema electoral, en el último contacto hablamos de la situación de España y usted había mencionado que la elección en el País Vasco y Galicia, que fueron el domingo pasado, podían variar en algo el panorama de la conformación del gobierno en ese país. ¿Qué ha sucedido?

G.A.: En Galicia volvió a ganar la mayoría un hombre del Partido Popular, más hábil que Rajoy sin dudas y menos comprometido con la corrupción. Pero la novedad es que en Galicia aumentaron los nacionalistas y que Podemos unido a una serie de grupos de izquierda gallega en Marea sacó más votos que el Partido Socialista Español, que tenía históricamente grandes líderes gallegos como Prieto, entre otros. Eso es un cambio porque debilita al Partido Socialista a escala nacional. En Galicia el Partido Popular ganó porque recuperó los votos de otro sector de la derecha, Ciudadanos, que prácticamente desapareció.

En el país Vasco ganó el conservadurismo del Partido Nacionalista Vasco que es mayoría desde antes de la guerra civil, pero nuevamente Podemos superó al Partido socialista Español y junto a otras formaciones nacionalistas tiene un total de 28 bancas que es una fuerza importante para pesar en el Parlamento regional.

Las elecciones ahí no impidieron el proceso de deterioro del gobierno nacional que no alcanza a formarse nunca porque depende en realidad de una abstención del Partido Socialista o de su apoyo. Pero éste salió debilitado y ahora hay toda una campaña para echar a su Secretario general porque lo acusan de haberle dado muchos votos a Podemos y depende de lo que haga frente al gobierno de Rajoy, si lo apoya o si se mantiene en contra, con lo cual se iría a nuevas elecciones.

M.H.: También hubo elecciones en Rusia, donde ganó claramente el Presidente Vladimir Putin superando el 76% de los votos y obteniendo 346 escaños sobre 450 en el Parlamento ruso.

G.A.: Son las carreras cuadreras donde corre el caballo del comisario. Estaba el partido de Putin, el Partido Comunista Ruso que es aliado de Putin, que no solo es estalinista sino también nacionalista gran ruso como Putin y otro partido también de derecha. Los demás no contaban porque no eran verdaderas elecciones, no hay discusión, no hay libertad de decisión. Hay un proceso formal de elecciones donde ganó el que ya estaba en el gobierno.

M.H.: ¿Qué me puede comentar sobre la derrota de Angela Merkel en Berlín?

G.A.: Como en toda Europa la derecha xenófoba sigue creciendo. Angela Merkel actúa en nombre del capitalismo y de sus intereses pero a los imbéciles seminazis o xenófobos no les importan esos problemas generales del sistema, de la marcha de la economía, simplemente actúan por odios viscerales y por una visión absolutamente falsa, según la cual los inmigrantes le sacarían el trabajo a los alemanes, que no es así porque lo que hacen los inmigrantes es suplir la mano de obra en las tareas menos calificadas donde no hay alemanes que las hagan. Es lo mismo que sucede en Francia con los inmigrantes. En Alemania hay mayor proporción de inmigrantes que en Francia y eso causa problemas. En los dos países los inmigrantes son los encargados de esas tareas, basta mirar quiénes son los barrenderos en las calles de Francia, por ejemplo, es un negro no un francés. O en las obras en construcción, trabajan árabes no franceses, en todo caso el francés es el capataz o el ingeniero. En Alemania pasa lo mismo, no le quitan trabajo a ningún alemán, por el contrario, realizan trabajos mal pagados, de mano de obra y además transitorios.

India: la mayor huelga general en la historia

M.H.: Se ha producido y no ha tenido mucha difusión, la que tal vez haya sido la mayor huelga general en la historia. Esto sucedió en la India el 2 de septiembre cuando fueron a la huelga, según qué medio lo mencione, entre 150 y 180 millones de trabajadores. ¿Usted tuvo oportunidad de analizar este hecho?

G.A.: Sí, escribí incluso, que un pueblo madurará cuando vea que 150 millones de personas en huelga contra el capitalismo son parte de su propia lucha y al menos sientan la necesidad de un paro solidario, cosa que no ha sucedido en ninguna parte, no ha habido saludos sindicales, no ha habido coordinación, cuando en realidad es histórico que en un país de mil millones de habitantes, casi el 20% vaya a una huelga general. No tuvo repercusión en ningún lado, los sindicatos chinos no dijeron nada porque son del gobierno, los rusos tampoco, y los otros, que no son de los gobiernos, pero que coinciden con ellos, tampoco se dignaron a mirar hacia la India. Porque la India no existe en la visión eurocéntrica que comparten los latinoamericanos también, así como no existe Pakistán, ni otros lugares.

Ha habido una tremenda demostración de ceguera por parte de los hermanos de clase, de los directamente interesados. Cuando mataron a Sacco y Vanzetti en EE. UU. hubo un movimiento internacional, paros por todos lados, solidaridad, etc. Cuando en España mataron a otro anarquista, educador y científico, también hubo paros en España y en escala internacional. Pero no hay ningún paro, ni siquiera se discute en los movimientos sociales lo de la India como una demostración de que es posible hacer huelgas generales.

En Argentina depende de que cuatro señores millonarios que según ellos representan a los gremios, decidan no hacer paro para que todavía no haya una huelga general. Cuando en realidad esa gente tendría que ser echada a patadas de sus sindicatos que deberían ser democratizados y los trabajadores mismos deberían organizar paros por sus reivindicaciones.

Es todavía muy limitado. La derrota ha sido muy importante a nivel mundial y esto se refleja en el caso de la India. Lo que sí me alegra es el paro de los estatales y docentes argentinos de ayer (27/9).

M.H.: Sí, lamentablemente mientras los docentes marchaban al Palacio Pizzurno, los estatales lo hacían desde 9 de julio y Av. de Mayo hacia el Congreso y, por otro lado, desde el día anterior había un acampe de organizaciones sociales en Plaza de Mayo, si todo esto se hubiera juntado la expresión hubiera sido multitudinaria. Eran dos marchas muy masivas, me sorprendió la cantidad de docentes del interior del país que participaron y la cantidad de estatales, eran miles y miles de personas.

G.A.: Eso es muy importante.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=217535&titular=%22el-pueblo-mexicano-est%E1-tomando-conciencia-que-el-crimen-de-ayotzinapa-no-fue-un-error-

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La Iglesia y el Laicismo

Por: Pedro Echeverria V.

Iglesia por sus fueros, la libertad religiosa, el laicismo y el racionalismo

1. Los rectores de las cuatro universidades más importantes de México: Enrique Graue, de la Nacional Autónoma de México (UNAM); Tonatiuh Bravo, de la de Guadalajara (UdeG); Salvador Vega, de la Autónoma Metropolitana (UAM); y Rogelio Garza, de la Autónoma de Nuevo León (UANL), se pronunciaron de manera conjunta en favor de un Estado laico y de los derechos humanos. Dijeron: «El Estado laico constituye una condición necesaria de las sociedades modernas, en la medida en que garantiza la pluralidad de las ideas y hace posible el respeto a la diversidad étnica, religiosa, moral, ideológica y filosófica, a partir de una ética que se sustenta en los derechos humanos». ¿Y los demás rectores y la ANUIES?

2. La laicidad no es una ideología antirreligiosa y anticatólica, publica hoy el especialista Bernardo Barranco diciendo que con ello se pretende caricaturizarla. “Nada más alejado de la realidad en el siglo XXI; por el contrario, la laicidad es un conjunto normativo. Son reglas jurídicas que han permitido en nuestra historia moderna la convivencia pacífica entre diferentes confesiones, entre mayorías y minorías, entre creyentes y no creyentes. El Estado laico garantiza la libertad de los que creen y de los que no creen bajo una normativa de equidad; es decir, el Estado laico tiene la obligación de proteger las minorías. Así, la laicidad ha sido una herramienta que fortalece la paz y la democracia”.

3. Cuando se analizó el artículo 3º relativo a educación en 1917, globalmente se registraron tres posiciones: a) la de los diputados carrancistas que defendía las posiciones de la iglesia “reformada”; b) la posición de los partidarios del laicismo encabezada por el obregonista Francisco Múgica, así como apareció una muy radical, la racionalista, originaria de la “Escuela Moderna” del español Ferrer Guardia, fue encabezaba por José de la Luz Mena. La primera encabezada por Rojas, Cravioto, Palavicini, dejaba las cosas como en la Constitución de 1857; la de Mújica, Colunga, Monzón, Recio, introducía un laicismo apoyado en la ciencia; confrontaba a la iglesia, pero daba pie al avance y consolidación del capitalismo, como llegó a ser el protestantismo.

4. La tercera posición (la “Racionalista” de Ferrer Guardia) frente al individualismo predominante impulsó la solidaridad, el ideal colectivista, la vida en común, la socialización del esfuerzo infantil, la cooperación; fomentó la coeducación y frente al laicismo opuso la extirpación de los prejuicios teológicos. Era algo así como una educación anarquista “sin dios ni amo”. Decían: “La misión de la escuela consiste en hacer que los niños y niñas lleguen a ser unas personas instruidas, verídicas, justas y libres de todo prejuicio. Se sustituirá el estudio dogmático por el razonado de las ciencias naturales siguiendo este camino, la inteligencia de los alumnos continuará como enemiga de los prejuicios”.

5. Me pareció importante esa declaración de los cuatro rectores en este momento en que la Iglesia Católica regresa por sus fueros; ha movilizado a sus fieles en toda la nación con el fin de demostrar su fuerza y poder buscando que el gobierno liberal de pasos atrás en su apoyo al matrimonio libre. Los cuatro rectores ponen ejemplo de lo que deben hacer las más altas autoridades que, al parecer, por miedo a la iglesia, prefieren el silencio por aquello de los votos electorales a mediados de 2018. La iglesia y el PAN han sido siempre “uña y mugre”; no podrá olvidarse nunca que la iglesia, el sinarquismo (1937), el PAN (1939), el anti cardenismo, así como el nazi/fascismo, negociaron mucho en el México de entonces.

6. ¿Por qué a pesar de todo, la religión, particularmente la católica, sigue muy fuerte en México? Porque los seguidores de cada una de ellas –llenos de profunda creencia, de fe y esperanza- no dejan pasar un día sin hacer sus tareas de propaganda y reclutamiento. Se encuentran haciendo día tras día, ceremonias y reuniones en sus iglesias o llenando de propaganda domiciliaria las colonias, barrios y campos de diferentes estados. Siempre están informados los militantes de cada religión (sea en la iglesia a través del púlpito o con propaganda en su domicilio) acerca de los hechos trascendentes de cada semana. Además no faltan los seminarios, retiros, doctrinas, encuentros y muchas publicaciones.

7. Además hay una larga tradición de alrededor de 2000 años de dominación y obediencia, un poder mundial que encabeza el papado con sus enormes recursos y una cómoda conciencia de despreocupación por lo que suceda en la tierra porque la felicidad total sólo se encontraría en el cielo. Quizá ese poder religioso no desaparezca porque ha sabido acomodarse a todas las circunstancias. En tanto en los sectores laicos, científicos, progresistas, de izquierda, nos dedicamos a investigar, analizar, reflexionar y hacer interpretaciones acerca del mundo y la realidad, la religión crea su “verdad indiscutible”, una sola, la hace sencilla y creíble, para expandir entre sus seguidores. (21/IX/16)

Fuente: https://pedroecheverriav.wordpress.com/2016/09/21/las-iglesia-y-el-laicismo/

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Los países no se demoran en las encrucijadas (I)

Por: Boaventura de Sousa Santos

El golpe parlamentario-judicial producido en Brasil tendrá repercusiones en la vida social y política del país difíciles de prever, a pesar de que, según la versión oficial y la de Estados Unidos, todo se ha desarrollado dentro de la normalidad democrática.

Aunque también son de prever repercusiones internacionales, no solo porque Brasil es la séptima economía mundial y ha asumido en los últimos años una política internacional relativamente autónoma, tanto en el plano regional como en el mundial, a través de la participación en la construcción del bloque de los BRICS, sino también porque el modelo de desarrollo adoptado en los últimos trece años parecía indicar que son posibles alternativas parciales al neoliberalismo puro y duro, siempre que no se toque su vanguardia avanzada, el capital financiero global (es cierto que los BRICS pretendían tocarlo con el tiempo –banco de desarrollo, transacciones con divisas propias–, por lo que se volvió urgente neutralizarlos).

 Para reflexionar de manera informada sobre las posibles repercusiones, es necesario determinar la naturaleza política y constitucional del régimen político posterior al golpe. Hubo golpe porque no fue aprobado el crimen de responsabilidad que la oposición le atribuye a Dilma Rousseff, el único hecho que en un régimen presidencial puede justificar la destitución. Siendo así, es fácil concluir que hubo una interrupción constitucional, pero su naturaleza es difícil de tipificar. No hubo declaración de guerra, no fue declarado el estado de sitio o estado de emergencia. Fue una interrupción anómala que resultó del hinchamiento excesivo de uno de los órganos de soberanía, el poder legislativo, con el consentimiento e incluso la cooperación activa del único órgano de soberanía que podía impedir la interrupción constitucional, el poder judicial.

Visto a la luz de los influyentes debates de los años veinte del siglo pasado, lo que ha ocurrido en Brasil ha sido el triunfo de Carl Schmitt (primacía del soberano) sobre Hans Kelsen (control judicial de la Constitución). Y lo curioso es que esta victoria estuvo asegurada por el Supremo Tribunal Federal (STF) al consentir, por acción u omisión, las anomalías constitucionales y las extravagantes interpretaciones que se han acumulado a lo largo del proceso. Hubo, por tanto, rendición de uno de los órganos de soberanía al poder soberano. Por eso, en sentido estricto, el golpe fue parlamentario-judicial y no sólo parlamentario. ¿Cuál fue en este caso el poder soberano? Ciertamente, no fue el pueblo brasileño, pues poco antes había expresado su voluntad en las urnas y elegido a la presidenta Dilma. Fue un soberano de varias cabezas constituido por la mayoría parlamentaria, los grandes medios de comunicación, el capital financiero, las élites capitalistas vinculadas a él y Estados Unidos, cuya participación por ahora está poco documentada, aunque se manifestó de diversas formas, de las cuales las más evidentes fueron, por un lado, la visita de John Kerry a Brasil y la declaración a la prensa junto a José Serra (que entonces ni siquiera era un ministro con plenos poderes, pues el proceso de destitución, si bien en marcha, todavía no había alcanzado su fase final) para destacar las buenas condiciones que se abrían para el fortalecimiento de las relaciones entre los dos países.

El siguiente fragmento con algunas de las declaraciones de la reunión de John Kerry mantenida el pasado 5 de agosto con José Serra resulta sorprendentemente esclarecedor: “Me parece honesto decir que en el transcurso de los últimos años las discusiones políticas en Brasil no habían permitido el pleno florecimiento del potencial de nuestra relación” (http://www.state.gov/secretary/remarks/2016/08/260893.htm).

Por otro lado, igualmente esclarecedora es la visita a Washington del senador Aloysio Nunes, el día después de la aprobación del proceso de destitución en la Cámara de Diputados, para mantener conversaciones con el número tres del Departamento de Estado y exembajador en Brasil, Thomas Shannon, la figura más influyente en la definición de la política estadounidense para el continente.

  En este contexto es importante responder a tres preguntas. ¿Cuál es la naturaleza del régimen político de Brasil tras el golpe parlamentario-judicial? ¿Cuál es el significado del acto de rendición judicial? ¿Cuáles son los desafíos para las fuerzas democráticas? En este texto respondo a las dos primeras. Naturaleza del régimen político. Es un régimen que se define más fácilmente de manera negativa que positiva. No es una dictadura como la que existió hasta 1985; tampoco es una democracia como la que existía hasta el golpe; no es una dictablanda o una democradura, designaciones en boga para caracterizar los regímenes de transición de la dictadura a la democracia. Se trata de un régimen anómalo nítidamente transicional sin dirección definida hacia la cual transitar. En los términos de la teoría de sistemas, es un sistema político altamente desequilibrado, en una situación de bifurcación: la alteración más pequeña puede provocar grandes cambios sin que su sentido sea predecible.

  Puede resultar en más democracia o en menos, pero en cualquier caso es de prever que ocurra con alguna turbulencia social y política. El desequilibrio resultó de la ruptura institucional forzada por el sector mayoritario de las élites económicas y políticas, que sintió amenazado su régimen de acumulación capitalista, y de la lógica social del señor/esclavo (en Brasil, la lógica de separación entre la casa grande y la senzala [1]), que legitima muchas de las jerarquías sociales de las sociedades capitalistas con fuerte componente oligárquico de raíz colonial. Fue una ruptura que no tenía como objetivo alterar el sistema político (este, de hecho, se reveló muy funcional), sino tan solo alterar un resultado electoral y restaurar el estado de cosas vigente antes de la intrusión del Partido de los Trabajadores (PT).

  Las élites ahora en el gobierno harán todo lo que esté a su alcance para reparar esta ruptura lo más rápidamente posible. No pueden hacerlo a través del gobierno y con medidas que agraden a las mayorías, dado que la restauración capitalista-oligárquica exige medidas antipopulares. Además, es de prever que la destrucción de las políticas sociales e instituciones del período anterior se lleve a cabo de forma rápida y sin disfraces de reconciliación social. Es de prever otra versión de la doctrina del shock similar a la austeridad impuesta por el FMI y la UE a los países del sur de Europa o a la que está aplicando el presidente Macri en Argentina, con la salvedad de que Macri ganó las elecciones. Remendar la ruptura por vía electoral tampoco es viable porque no es seguro que ganen las elecciones. Les resta, por tanto, usar de nuevo el poder judicial, ahora para reponer cuanto antes la idea de la normalidad institucional. Esto será posible a través de algunas decisiones judiciales compensatorias que creen la idea, tal vez ilusoria, pero creíble, de que las instituciones no perdieron por completo la capacidad de limitar la arbitrariedad del poder político y la arrogancia del poder social y económico. La probabilidad de que esto ocurra depende de las fracturas que puedan surgir dentro del poder judicial, como sucedió en tiempos recientes. Y si ocurriera, ¿sería esto suficiente para reconstruir la normalidad institucional sin la cual la gobernabilidad será muy difícil? Nadie puede predecirlo.

Además, el contexto del golpe parlamentario-judicial hace que este no haya podido concluir con la destitución de la presidenta Dilma Rousseff. Debe continuar hasta que las élites tengan la certeza de que la democracia no supone ningún riesgo para ellas. Y para que el golpe continúe todavía seguirá siendo necesaria mucha intervención del poder judicial.

  El sistema judicial: dos pesos, dos medidas. El papel central del sistema judicial en los equilibrios y desequilibrios del periodo posterior a 1985 debe ser analizado en detalle, ya que esto puede ayudarnos a comprender comportamientos futuros. La operación Lava Jato [2] presenta grandes ambivalencias. Si, por un lado, hizo que grandes empresarios, políticos y contratistas fueran procesados penalmente, rompiendo, de algún modo, con la sensación de impunidad; por otro, su gran base de apoyo es la involucración de personajes de la izquierda brasileña, sobre todo del PT. Es decir, el gran apoyo social y mediático que la operación Lava Jato recibe es por perseguir a la izquierda. Esto resulta evidente cuando comparamos la operación Lava Jato con la operación Satyagraha, que investigó casos de corrupción y blanqueo de capitales que involucraban, principalmente, al banquero Daniel Dantas con las privatizaciones del gobierno de Fernando Henrique Cardoso. Esta última fue dirigida por el juez federal Fausto de Sanctis y por el delegado de la Policía Federal Protógenes Queiroz. La reacción por parte del SFT a esta operación fue grande y muy diferente a la actual: el delegado Protógenes Queiroz fue condenado penalmente y expulsado de la Policía Federal; el juez federal Fausto de Sanctis sufrió la persecución del entonces presidente del SFT, Gilmar Mendes, que ofició el Consejo Nacional de Justicia (del que también era presidente) para determinar la conducta del juez. Fue un gran envite de la Justicia Federal de primera instancia contra el SFT. Por su parte, el arresto del banquero Daniel Dantas, que llegó a ser esposado, fue, en el fondo, el origen real de la Súmula [3] Vinculante 11 del SFT, que establece: “Solo es lícito el uso de esposas en casos de resistencia y de riesgo fundado de fuga o peligro para la integridad física propia o ajena, por parte del preso o de terceros, justificada la excepcionalidad por escrito, bajo pena de responsabilidad disciplinar, civil y penal del agente o de la autoridad y de la nulidad de la prisión o del acto procesal al que se refiere, sin perjuicio de la responsabilidad civil del Estado”.

  Tal vez esto baste para concluir que en Brasil (y ciertamente el caso no es único) el éxito de la justicia criminal contra ricos y poderosos parece estar fuertemente relacionado con la orientación político-partidaria de los investigados. Pero hay más. La nominación del expresidente Lula como ministro llevó al juez Sérgio Moro a cometer uno de los actos más flagrantemente ilegales de la justicia brasileña contemporánea: permitir la divulgación del audio entre la presidenta Dilma y el expresidente Lula cuando ya sabía que él no era competente para el procesamiento. El ministro del STF, Teori Zavascki, escribió en su despacho: “Fue también precoz y, al menos parcialmente, equivocada la decisión que anticipó juicio de validez de las interceptaciones, obtenidas, en parte importante, sin abrigo judicial, cuando ya había determinación de interrumpir las escuchas”. Esa divulgación dio un nuevo impulso al movimiento a favor del impeachment de la presidenta Dilma. A propósito, el hecho de que la presidenta Dilma haya nominado a Lula da Silva como ministro, incluso si la motivación exclusiva fuese la alteración del foro competente para el juzgamiento, no constituye por sí sola una obstrucción de la justicia. En efecto, en la época en que era presidente, Fernando Henrique Cardoso (FHC) atribuyó el estatus de ministro al entonces Abogado General de la Unión (AGU), Gilmar Mendes, con un objetivo semejante.

De hecho, a fines de la década de los noventa del siglo pasado e inicio del siglo XX, por cuenta de las privatizaciones y el aumento de la carga tributaria, varios jueces federales comenzaron a pronunciar decisiones preventivas (que interrumpen acciones en curso) y a intervenir en el programa económico neoliberal del gobierno de FHC. El ministro Gilmar Mendes era entonces Abogado General de la Unión y criticaba fuertemente la postura de los jueces federales. Hubo varias acciones de improbidad y acciones populares en contra del gobierno de FHC y del propio Mendes. Ante el peligro de que Gilmar Mendes tenga que responder a procesos en primera instancia (sobre todo acciones de improbidad administrativa), fue decretada la Medida Provisoria N° 2.049-22, de 28 de agosto de 2000, que le garantizó un fuero de privilegio y lo preservó. En su artículo 13 parágrafo único, dispuso: “Son ministros de Estado los titulares de los ministerios, el jefe de la Casa Civil, el jefe del Gabinete de Seguridad Institucional, el jefe de la Secretaría General y el jefe de la Secretaría de Comunicación de Gobierno de la Presidencia de la República, y el Abogado General de la Unión”. En ese momento no hubo ningún tipo de cuestionamiento, ninguna alegación de inconstitucionalidad o “criminalización” del presidente Henrique Cardoso por obstrucción de justicia.

La idea de que en la justicia brasileña hay dos pesos y dos medidas parece confirmada y es altamente probable que pronto surjan más pruebas en ese sentido. A título de ejemplo merecerá la pena observar la discrepancia entre el ritmo de la operación Lava Jato centrada en Curitiba y el ritmo de la misma operación centrada en Río de Janeiro –la que investiga a los empresarios ligados más a la derecha, al Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), al exgobernador Sergio Cabral y al Partido de la Social Democracia Brasileña (PSBD).   Pese a todo, es necesario no perder de vista dos hechos importantes. Por un lado, el sistema judicial continúa teniendo un papel central en la institucionalidad democrática brasileña, sobre todo mientras prevalezca el actual sistema político. Por otro lado, como vimos, hubo fracturas al interior del sistema judicial y, dependiendo de las circunstancias, estas pueden ser una contribución importante para renovar la credibilidad de la democracia brasileña. En el momento en que el sistema judicial parece apostado en criminalizar a todo coste una personalidad de la talla nacional e internacional del expresidente Lula, talvez sea bueno recordar a los jueces que en la época de gobierno de FHC fueron objeto de vigilancia y persecución cuando intervenían con medidas preventivas contra la política económica neoliberal adoptada por el gobierno. La política económica que viene de ahí no será menos dura y llega poseída por un fuerte impulso revanchista. También la derecha tiene su “¡Nunca Más!”. La mayor incógnita es saber si las condiciones, que en el pasado construyeron la credibilidad del STF y dieron alguna verosimilitud a la idea de un sistema judicial relativamente independiente del poder político de turno, desaparecerán para siempre después de esta lamentable trama político-judicial. El letargo del Consejo Nacional de Justicia (CNJ) y del Consejo Nacional del Ministerio Público (CNMP) es verdaderamente preocupante.

  Luchas institucionales y extrainstitucionales. En vista de lo que ha sido dicho, lo más probable es que el acto de ruptura institucional provocado de arriba hacia abajo (de las elites contra las clases populares), tendrá que confrontarse en el futuro con actos de ruptura institucional de abajo hacia arriba, esto es, de las clases populares contra las elites. En ese caso, el sistema político funcionará durante algún tiempo con una mezcla inestable de acciones políticas institucionales y extrainstitucionales, dividido entre luchas partidarias y decisiones del Congreso o de los tribunales, por un lado, y acción política directa, protestas en las calles o acciones ilegales contra la propiedad privada o pública, por otro. Estas últimas serán combatidas con elevados niveles de represión y su eficacia es una cuestión abierta.

  Con el golpe parlamentario-judicial, el régimen político brasileño ha pasado de ser una democracia de baja intensidad (eran bien conocidos los límites del sistema político y del sistema electoral, en particular, para expresar la voluntad de las mayorías sin manipulación por parte de los medios de comunicación y del financiamiento de las campañas electorales) a una democracia de bajísima intensidad (mayor distancia entre el sistema político y los ciudadanos, mayor agresividad de los poderes fácticos, menos confianza en la intervención moderadora de los tribunales). Siendo este el régimen político, ¿cuál será la mejor estrategia por parte de las fuerzas democráticas para llevar a cabo las luchas políticas que frenen la deriva autoritaria y refuercen la democracia? De las fuerzas democráticas de derecha no es posible esperar una acción vigorosa. Las diferentes fuerzas de derecha se unen más entre sí cuando están en el gobierno de lo que lo hacen las fuerzas de izquierda. La razón es esta: cuando las fuerzas de derecha están en el gobierno, tienen el control del gobierno y el control reforzado del poder económico que siempre ejercen en las sociedades capitalistas; cuando las fuerzas de izquierda están en el gobierno, en cambio, tienen el control del gobierno, pero no tienen el control del poder económico. Las fuerzas democráticas de derecha son importantes, pero tenderán a ser relativamente pasivas en la defensa de la democracia todavía existente. Por ello, guste o no, es en las fuerzas democráticas de izquierda donde reside la defensa activa de la democracia y la lucha por su refuerzo. Las fuerzas de izquierda en la encrucijada. Las fuerzas de izquierda de Brasil están en un dilema que se puede definir así: todo lo que tienen que hacer a medio y largo plazo para fortalecer la democracia está en contradicción con lo que tienen que hacer a corto plazo para disputar el poder. Como sabemos, este no es un dilema específico de la izquierda brasileña, pero asume aquí y ahora una intensidad muy especial. Si la política fuese una rama de la lógica, este dilema no tendría solución, pero como no lo es, todo es posible. Analizaré sus posibilidades en un próximo artículo.

  Notas:

[1] Casa-Grande e Senzala (1933), traducido al castellano como Los maestros y los esclavos, es una obra del antropólogo Gilberto Freyre que trata sobre la formación de la moderna sociedad brasileña bajo el régimen del monocultivo colonial de la caña de azúcar. La Casa Grande alude al lugar donde vivían los señores explotadores de esclavos que cultivaban el azúcar y la senzala se refiere a las habitaciones de los esclavos negros [N. de los T.].

[2] Operación que investiga una red de corrupción en torno a la petrolera estatal Petrobras. [N. de los T.]. [3] En el derecho brasileño, resumen o sumario de las decisiones judiciales que determinan la comprensión de un mismo tema. [N. de los T.].

Fuente: http://www.alainet.org/pt/node/180518

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Una «Universidad Facebook» porque las de siempre no enseñan lo que se necesita saber

Europa/Reino Unido/17 Septiembre 2016/Autor: Carlos Otto/Fuente: La Vanguardia

En el mundo laboral hay un mantra que se repite con cierta frecuencia: «las universidades no están enseñando lo que las empresas necesitan».

La frase puede ser más o menos cierta en función de lo que podamos esperar de la enseñanza universitaria, pero describe una situación meridianamente real: a menudo, sobre todo en cuestiones tecnológicas, las universidades imparten unos conocimientos que pueden servir como base, como punto de partida, pero a la hora de la verdad el mercado laboral precisa de unas aptitudes y conocimientos que rara vez se enseñan en la educación reglada.

El mantra se repite: las universidades no están enseñando lo que las empresas necesitan. ¿Deberían adaptar sus modelos educativos al mercado laboral o proporcionar conocimientos de punto de partida?”

Esto nos lleva a un debate sin fin: ¿deben adecuarse los estudios universitarios a “lo que las empresas necesitan”? Si el mercado laboral tecnológico va cambiando y evolucionando a una velocidad endiablada, ¿deben ir adaptando las universidades sus modelos educativos a igual velocidad? ¿O, por el contrario, deben proporcionar a los alumnos unos conocimientos neutrales y objetivos que sirvan como punto de partida para, más tarde, adaptarse ellos mismos a lo que el mercado laboral les acabará exigiendo en realidad?

825.000 empleos digitales… sin cubrir

Como muestra del problema basta un ejemplo: según la Grand Coalition for Digital Jobs, impulsada por la Unión Europea, en 2020 habrá cerca de 825.000 empleos digitales… que desgraciadamente no serán cubiertos.

Universidad de Boston
Universidad de Boston

Es decir, que, pese a las altas cifras de paro en todo el continente, Europa se encontrará dentro de cuatro años con que, aunque las empresas podrían demandar hasta 825.000 profesionales, en realidad no serán capaces de cubrir esas vacantes porque no encontrarán perfiles profesionales que tengan una cualificación adaptada al puesto de trabajo en cuestión.

La UE prevé que 825.000 empleos digitales no serán cubiertos… por falta de cualificación”

No es el único estudio en este sentido. De hecho, otros son aún más desilusionantes. Es el caso del último informe de empleo digital elaborado por Randstad, que eleva las cifras de manera muy peligrosa: según la consultora, en 2020, sólo España ya tendrá 1,9 millones de vacantes profesionales que quizá no puedan ser cubiertas por la falta de cualificación de quienes pretendan optar al puesto.

Todo ello pese a que, como muestra el gráfico de abajo, nuestro país cada vez cuenta con más especialistas TIC. Aunque, a la vista de las previsiones, las cifras de especialización seguirían siendo claramente insuficientes.

Google: “El expediente académico no sirve para nada”

La situación ha acabado desembocando en una realidad que parece describir un problema de facto: cada vez son más las grandes empresas tecnológicas que ‘pasan’ de las universidades y enseñanzas tradicionales.

Y es que, si los centros educativos al uso no ofrecen la formación que te será imprescindible para trabajar en empresas como Google, Facebook o Apple, no parece ilógico que, en determinadas situaciones, este tipo de compañías no contraten a sus empleados basándose (sólo) en el expediente académico, sino en la experiencia profesional propia o incluso en los conocimientos que el potencial empleado haya adquirido de manera autodidacta.

Lo dice nada menos que el jefe de Recursos Humanos de Google, Laszlo Bock, que hace poco se mostraba tajante: “El número de empleados de Google que no tiene título universitario cada vez es mayor, hay grupos en los que el 14% de la gente nunca ha pisado la universidad”.

Universidad de la Singularidad, en el Centro de Investigación Ames de la NASA, en Silicon Valley, patrocinada por Google; está destinada a complementar estudios universitarios para formar grupos limitados de dirigentes en la aplicación de las tecnologías a la resolución de los problemas de la humanidad
Universidad de la Singularidad, en el Centro de Investigación Ames de la NASA, en Silicon Valley, patrocinada por Google; está destinada a complementar estudios universitarios para formar grupos limitados de dirigentes en la aplicación de las tecnologías a la resolución de «los problemas de la humanidad»
En Google cada vez tenemos más empleados que nunca han pisado la universidad”
LASZLO BOCK

Director de Recursos humanos de Google

¿Conclusión? “El expediente académico no sirve para nada, no te ayuda a predecir nada”, asegura. “Muchas de las tareas que tienen que hacer en Google no tienen nada que ver con que el empleado haya tenido mejor o peor expediente académico”.

Evidentemente, Laszlo Bock no sólo se refiere a los conocimientos en sí, sino también a las aptitudes o destrezas necesarias en un empleado, perodibuja un escenario pesimista: a la hora de la verdad, las universidades no están introduciendo en sus alumnos ni los conocimientos ni las herramientas que el mercado laboral seguramente les acabe pidiendo.

La propuesta de Reino Unido: ¿una ‘universidad de Facebook’?

Mientras tanto, hay países que están intentando trabajar para poner solución a este problema cuanto antes. Uno de los más destacados es Reino Unido, que está empezando a proponer un profundo cambio en el sistema educativo para que las empresas tecnológicas puedan ‘insertarse’ en el enseñanza medianamente reglada.

La propuesta fue elaborada el pasado mes de mayo y está estructurada en Success as a Knowledge Economy , un documento en el que Reino Unido lanza la posibilidad de que empresas tecnológicas como Google, Facebook o Apple, que siempre se han quejado de esa falta de conexión entre el mundo educativo y el empresarial, puedan impulsar sus propios centros formativos, en los que impartirían los conocimientos que realmente acabarán necesitando.

De hecho, en Estados Unidos ya existen programas formativos impulsados por las propias tecnológicas, como la Escuela de negocios, la de Desarrollo y la de Analítica de la Universidad de Facebook .

Reino Unido lanza la propuesta de que las tecnológicas como Google, Apple o Facebook puedan impulsar sus propios centros creativos”

Esta propuesta no integraría a estas compañías directamente en los niveles de las enseñanzas universitarias, pero sí en un punto intermedio entre la formación de Bachillerato y la de los tradicionales grados superiores. En cualquier caso, supondría un punto de partida para que las mayores compañías tecnológicas del mundo tuvieran una puerta de entrada a la enseñanza oficial y reglada.

Desde la institución que impulsa la propuesta, integrada por diversos estamentos públicos, no aclaran si han recibido propuestas concretas de ciertas compañías para establecerse como centros formativos. Sin embargo, sí dejan claro que su interés es evidente y deslizan la posibilidad de que ya haya habido ciertos contactos con ellas y que estos estén avanzando de manera positiva en dicha dirección.

Las empresas ‘pasan’ de la universidad

En principio la propuesta de Reino Unido puede parecer llamativa o incluso arriesgada, pero lo cierto es que, como mínimo, pretende poner solución a un problema real: la desconexión cada vez mayor entre las universidades y las empresas privadas.

La Universidad de la Hamburguesa, una d ela sprimeras universidades creativas
La Universidad de la Hamburguesa, una de las primeras universidades creativas (McDonald’s)

Es aquí donde surge el concepto de las ‘universidades corporativas’, que no son otra cosa que los propios centros de formación que cientos de compañías de todo el mundo establecen para transmitir a sus empleados todos aquellos conocimientos y herramientas que necesitarán para su nuevo trabajo y que, por desgracia, no aprendieron en la universidad.

845 empresas cuentan ya con ‘universidades corporativas’; en España hay 55”

Según el informe que presentó la consultora Top Employers en 2014, 845 empresas de todo el mundo cuentan con sus propias ‘universidades corporativas’. En España, esta cifra alcanza a nada menos que 55 compañías. Ni que decir tiene que la mayoría de estas grandes empresas trabajan, eminentemente, en el ámbito tecnológico.

En realidad esta situación tiene muchos matices. Por mucho que las compañías llamen ‘universidad corporativa’ a sus propios estamentos, en muchas ocasiones estos centros no van más allá de meros cursos de iniciación en los que los empleados son instruidos en materias que no aprendieron en la universidad, es cierto, pero quizá porque eran medianamente marginales o, al menos, no eran lo suficientemente relevantes como para que la enseñanza pública tenga que decidir introducirlas en sus programas académicos reglados.

Del oscurantismo a la enseñanza reglada

Sin embargo, sería hipócrita asegurar que todas las situaciones se corresponden con el anterior dibujo. P uede que una empresa sólo esté usando su ‘universidad corporativa’ para impartir conocimientos que sólo valdrán en su empresa, pero lo cierto es que cada vez son más las empresas tecnológicas que, en realidad, están trasladando aptitudes y herramientas que serían válidas en prácticamente cualquier compañía de su sector.

Puede que algunas empresas impartan en sus universidades corporativas conocimientos solo válidos en su compañía, pero son más las empresas que están trasladando aptitudes y herramientas válidas en prácticamente cualquier empresa de su sector”

Por ello, la posibilidad de que dichos conocimientos pasen a la enseñanza reglada puede resultar más que interesante, ya que, hasta ahora, sólo son trasladados a los empleados que ya han sido contratados.

Imagen promocional de la Universidad de Facebook

La propuesta británica invertiría el orden tradicional de los factores para que los estudiantes pudieran realmente formarse en dichas competencias para, a continuación, poder optar a un número de posibles empleos que, sin duda, sería significativamente mayor.

Habrá que ver cómo evoluciona esta iniciativa y si otros países caminan también en esta dirección. Sea como fuere, lo cierto es que si la desconexión entre el mundo universitario y el empresarial es tan real como lo pintan, tenemos un problema. Y, quién sabe, quizá en el futuro el título de tus sueños no te lo entregue la universidad de toda la vida, sino la universidad de Google, Apple o Facebook.

Quizá en un futuro no lejano, el título de tus sueños no te lo entregue la universidad de toda la vida, sino la de Google, Apple o Facebook”
Fuente: http://www.lavanguardia.com/tecnologia/20160703/402899689142/universidad-facebook-no-ensenan-trabajo.html
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The New, Old Authoritarianism of Donald Trump

Por: Henry A. Giroux

The following is an excerpt from the new book America at War with Itself by Henry A. Giroux (City Lights, 2016): 

In the current historical moment in the United States, the assault on social tolerance is nourished by the assault on the civic imagination. One of the most egregious examples of these attacks can be found in the political rise of Donald Trump. Trump’s popular appeal speaks not just to the boldness of what he says and the shock his inflamed rhetoric provokes, but the increasingly large numbers of Americans who respond to his aggressive bigotry with the eagerness of an angry lynch mob. Marie Luise Knott is right in noting, “We live our lives with the help of the concepts we form of the world. They enable an author to make the transition from shock to observation to finally creating space for action—for writing and speaking. Just as laws guarantee a public space for political action, conceptual thought ensures the existence of the four walls within which judgment operates.” The concepts that now guide our understanding of American society are produced by a corporate-influenced model that brings ruin to language, community, and democracy itself.

Missing from most of the commentaries by mainstream media regarding the current rise of Trumpism is any historical context that would offer a critical account of the ideological and political disorders plaguing U.S. society. A resurrection of historical memory in this moment could provide important lessons regarding the present crisis, particularly the long tradition of white racial hegemony, exceptionalism, and the extended wars on youth, women, immigrants, people of color, and the economically disadvantaged. As Chip Berlet points out, what is missing from most media accounts are traces of history that would make clear that Trump’s presence on the American political landscape is the latest expression of a long tradition of “populist radical right ideology—nativism, authoritarianism, and populism . . . not unrelated to mainstream ideologies and mass attitudes. In fact, they are best seen as a radicalization of mainstream values.” Berlet goes even further, arguing that “Trump is not an example of creeping totalitarianism; he is the injured and grieving white man growing hoarse with bigoted canards while riding at the forefront of a new nativist movement.” For Adele M. Stan, like Berlet, the real question that needs to be asked is: “What is wrong with America that this racist, misogynist, money-cheating clown should be the frontrunner for the presidential nomination of one of its two major parties?” Berlet is on target when he suggests that understanding Trump in terms of fascism is not enough. But Berlet is wrong in suggesting that all that the Trump “clown wagon” represents is a more recent expression of the merger of right-wing populism and racist intolerance. History does not stand still, and as important as these demagogic elements are, they have taken on a new meaning within a different historical conjuncture and have been intensified through the registers of a creeping totalitarianism wedded to a new and virulent form of savage capitalism. Racism, bigotry, and xenophobia are certainly on Trump’s side, but what is new in this mix of toxic populism is the emergence of a predatory neoliberalism that has decimated the welfare state, expanded the punishing state, generated massive inequities in wealth and power, and put into place an ethos in which everybody has to provide for themselves. America has become a society of permanent uncertainty, intense anxiety, human misery, and immense racial and economic injustice. Trump offers more than what might be called a mix of The Jerry Springer Show and white supremacist ideology; he also offers up domestic and foreign policies that point to a unique style of neo-fascism, one that has deep roots in American history and society. What is necessary in the current political moment is an analysis in which the emergence of a new form of totalitarianism is made visible in Trump’s rallies, behavior, speeches, and proposals.

One example can be found in Steve Weissman’s commentary in which he draws a relationship between Trump’s casual racism and the rapidly emerging neo-fascist movements across Europe that “are growing strong by hating others for their skin color, religious origin, or immigrant status.” Weissman’s willingness to situate Trump in the company of European radical right movements such as Jean-Marie Le Pen’s populist National Front, Greece’s Golden Dawn political party, or Vladimir Zhirinovsky’s Liberal Democratic Party of Russia provides a glimpse of what Trump has in common with the new authoritarianism and its deeply racist, anti-immigration, and neo-Nazi tendencies.

Unfortunately, it was not until late in Trump’s presidential primary campaign that journalists began to acknowledge the presence of white militias and white hate groups at Trump’s rallies, and almost none have acknowledged the chanting of “white power” at some of his political gatherings, which would surely signal Trump’s connections not only to historical forms of white intolerance and racial hegemony but also to the formative Nazi culture that gave rise to genocide. When Trump was told that he had the support of the Ku Klux Klan—a terrorist organization—Trump hesitated in disavowing such support. Trump appears to have no issues with attracting members of white hate groups to his ranks. Nor does Trump seem to have issues with channeling the legitimate anger and outrage of his followers into expressions of hate and bigotry that have all the earmarks of a neo-fascist movement. Trump has also refused to condemn the increasing racism at many of his rallies, such as the chants of angry white men yelling, “If you’re an African first, go back to Africa.” Another example of Trump’s embrace of totalitarian politics can be found in Glenn Greenwald’s analysis of the mainstream media’s treatment of Trump’s attack on Jorge Ramos, an influential anchor of Univision. When Ramos stood up to question Trump’s views on immigration, Trump not only refused to call on him, but insulted him by telling him to go back to Univision. Instead of focusing on this particular lack of civility, Greenwald takes up the way many journalists scolded Ramos because he had a point of view and was committed to a political narrative. Greenwald saw this not just as a disingenuous act on the part of establishment journalists, but as a failure on the part of the press to speak out against a counterfeit notion of objectivity that represents a flight from responsibility, if not political and civic courage. Greenwald goes further, arguing that the mainstream media and institutions at the start of Trump’s campaign were too willing, in the name of objectivity and balance, to ignore Trump’s toxic rhetoric and the endorsements and expressions of violence. He writes:

«Actually, many people are alarmed, but it is difficult to know that by observing media coverage, where little journalistic alarm over Trump is expressed. That’s because the rules of large media outlets—venerating faux objectivity over truth along with every other civic value—prohibit the sounding of any alarms. Under this framework of corporate journalism, to denounce Trump, or even to sound alarms about the dark forces he’s exploiting and unleashing, would not constitute journalism. To the contrary, such behavior is regarded as a violation of journalism. Such denunciations are scorned as opinion, activism, and bias: all the values that large media-owning corporations have posited as the antithesis of journalism in order to defang and neuter it as an adversarial force.»

Timothy Egan argues that it would be wrong to claim that Trump’s followers are simply ignorant, or to suggest that they are only driven by economic issues. Though he underplays the diversity of Trump’s supporters and the legitimacy of some of their complaints, I think he is right in suggesting that many of them know exactly what Trump represents, and in doing so embody the darkest side of Republican Party politics, which have a long history of nurturing hate, racism, and bigotry. Egan writes:

«Donald Trump’s supporters know exactly what he stands for: hatred of immigrants, racial superiority, a sneering disregard of the basic civility that binds a society. Educated and poorly educated alike, men and women—they know what they’re getting from him. . . . But ignorance is not the problem with Trump’s people. They’re sick and tired of tolerance. In Super Tuesday exit polls, Trump dominated among those who want someone to ‘tell it like it is.’ And that translates to an explicit ‘play to our worst fears,’ as Meg Whitman, the prominent Republican business leader, said. ‘He’s saying how the people really feel,’ one Trump supporter from Massachusetts, Janet Aguilar, told The Times. ‘We’re all afraid to say it.'»

Robert Reich draws a number of parallels between early twentieth-century fascism and Trump’s ideology, practices, and policies. He argues that the fascist script is repeated in Trump’s use of fear to scare and intimidate people, his “repeated attacks on Mexican immigrants and Muslims,” his appeal as the patriotic strongman who can personally remedy economic ills, his vaunting of “national power and greatness,” his willingness to condone or appear to legitimate violence against protesters at his rallies, and his preying on the economic distress, misery, and collective anxiety of millions of people “to scapegoat others and create a cult of personality.”

Mike Lofgren echoes a number of Reich’s criticisms but goes further and argues that Trump represents the decision on the part of the American public to choose fascism over what he calls a “managed democracy.” According to Lofgren, a managed democracy has been produced in the United States by a culture of war and fear, especially since the massacre of thousands of Americans on 9/11. The effects of such a war psychosis were evident in the lies made by the Bush administration regarding nonexistent weapons of mass destruction, lies that were repeated ad nauseam to dupe Americans into an unjustified war against Iraq. It is also evident in the rise of the national insecurity surveillance state and its declared notion that everyone is a potential suspect, a notion that helps to further the internalization of the Terror Wars. Another boost to America’s culture of fear, insecurity, and war was the economic crash of 2008, which furthered anxiety to levels not seen since the Great Depression. Amidst this decade-long culture of fear and war, Lofgren argues that the United States may very well become a fascist political system by 2017.

Predictions about America’s descent into fascism are not new and should surprise no one who is historically literate. Rick Perlstein is correct in arguing that Trump provides a service in making clear how conservative ideology works at its deepest levels, and that he exposes the hypocrisy of dressing reactionary politics in a discourse of liberation. Journalists such as Wall Street Journal columnist Peggy Noonan predictably downplay the racist and fascist undertones of Trump’s candidacy, arguing that Trump is simply a symptom of massive disillusionment among Americans who are exhibiting a profound disdain, if not hatred, for the political and economic mainstream elites. Disappointingly, however, this argument is often bolstered by progressives who claim that criticism of Trump’s bigotry and racism cannot fully account for his political appeal. For instance, Thomas Frank observes that Trump actually embraces a number of left-leaning positions that make him popular with less educated working-class whites. He cites Trump’s criticism of free trade agreements, his call for competitive bidding with the drug industry, his critique of the military-industrial-complex and its wasteful spending, and his condemnation of companies that displace U.S. workers by closing factories in the United States and opening them in much less developed countries such as Mexico in order to save on labor costs.

In this view, the working class becomes a noble representative of a legitimate populist backlash against neoliberalism, and whether or not it embraces an American form of proto-fascism seems irrelevant. Frank, however, has a long history of ignoring cultural issues, ideologies, and values that do not simply mimic the economic system. As Ellen Willis pointed out in a brilliant critique of Frank’s work, he makes the mistake of imagining popular and media culture as simply “a pure reflection of the corporate class that produces it.” Hence, racism, ultra-nationalism, bigotry, religious fundamentalism, and other anti-democratic factors get downplayed in Frank’s analysis of Trump’s rise to power. This view is reductionist and ignores research indicating that a large body of Trump supporters, who back explicit authoritarian polices, rarely complain about the predatory economic policies pushed by the Republican and Democratic parties. If anything, such economic pressures intensify these deep-seated authoritarian attitudes. What Trump’s followers have in common is support for a number of authoritarian policies mobilized around “an outsize fear of threats, physical and social, and, more than that, a desire to meet those threats with severe government action—with policies that are authoritarian not just in style but in actuality.” Such policies include:

Using military force over diplomacy against countries that threaten the United States; changing the Constitution to bar citizenship for children of illegal immigrants; imposing extra airport checks on passengers who appear to be of Middle Eastern descent in order to curb terrorism; requiring all citizens to carry a national ID card at all times to show to a police officer on request, to curb terrorism; allowing the federal government to scan all phone calls for calls to any number linked to terrorism.

John Judis extends this progressive line of argument by comparing Trump with Bernie Sanders, claiming that they are both populists and outsiders while suggesting that Trump occupies a legitimate outsider status and raises a number criticisms regarding domestic policies for which he should be taken seriously by the American people and not simply dismissed as a racist, clown, or pompous showman. Judis writes:

«Sanders and Trump differ dramatically on many issues—from immigration to climate change—but both are critical of how wealthy donors and lobbyists dominate the political process, and both favor some form of campaign finance reform. Both decry corporations moving overseas for cheap wages and to avoid American taxes. Both reject trade treaties that favor multinational corporations over workers. And both want government more, rather than less, involved in the economy. Sanders is a left-wing populist. He wants to defend the “collapsing middle class” against the “billionaire class” that controls the economy and politics. He is not a liberal who wants to reconcile Wall Street and Main Street, or a socialist who wants the working class to abolish capitalism. Trump is a right-wing populist who wants to defend the American people from rapacious CEOs and from Hispanic illegal immigrants. He is not a conventional business conservative who thinks government is the problem and who blames America’s ills on unions and Social Security. Both men are foes of what they describe as their party’s establishment. And both campaigns are also fundamentally about rejecting the way economic policy has been talked about in American presidential politics for decades.»

Some liberals, such as Arthur Goldhammer, go so far as to suggest that Trump’s appeal is largely an extension of the “cult of celebrity,” his management of “a very rational and reasonable set of business practices,” and his attention to the anger of a disregarded element of the working class. He asserts without irony that Trump “is not an authoritarian but a celebrity,” as if one cancels out the other. While celebrity culture confers authority in a society utterly devoted to consumerism, it also represents less a mode of false identification than a manufactured spectacle that cheapens serious and thoughtful discourse and puts into play a focus on the commercial world of fashion, style, and appearances. This has given rise to mainstream media that devalue politics, treat politicians as celebrities, refuse to give them a serious hearing, and are unwilling to raise tough questions. Precisely because it is assumed that celebrities are too dumb to answer such questions and that the public is more concerned about their personal lives than anything else, they are too often exempt from being held accountable for what they say, especially if it doesn’t square comfortably with the spectacle of banality. Celebrity culture is not simply a mode of entertainment, it is a form of public pedagogy central to creating a formative culture that views thinking as a nuisance at best, or at worst, as dangerous. Treated seriously, celebrity culture provides the architectural framing for an authoritarian culture by celebrating a deadening form of self-interest, narcissism, and civic illiteracy. As Fritz Stern, the renowned historian of Germany, has argued, the dark side of celebrity culture can be understood by the fact that it gave rise to Trump and represents the merger of financial power and a culture of thoughtlessness.

Roger Berkowitz, the director of the Hannah Arendt Center, takes Goldhammer’s argument further and claims that Trump is a celebrity who knows how to work the “art of the deal” (a reference to the title of Trump’s well-known neoliberal manifesto). That is, Trump is a celebrity with real business acumen and substance. In particular, he argues, Trump’s appeal is due in part to his image as a smart and successful businessman who gets things done. Berkowitz goes into overdrive in his claim that Trump is not a Hitler, as if that means he is not a demagogue unique to the American context. Without irony, Berkowitz goes so far as to write, “It is important to recognize that Trump’s focus on illegal immigrants, protectionism, the wall on the Mexican border, and the terrorist danger posed by Muslims transcends race.” I am assuming he means that Trump’s racist ideology, policies, and rhetoric can be removed from the poisonous climate of hate that he promotes, the policies for which he argues (such as torture, which is a war crime), and the violence he breeds at his rallies. Indeed, Berkowitz implies that these policies and practices derive not from a fundamental orientation of white intolerance but from a sound understanding of free-market economics and business.

The sound business practice that Berkowitz finds admirable has a name; it is called neoliberal capitalism and it has spread an untold degree of human misery, political corruption, and inequality throughout the world. It has given us a social and political formation that promotes militarization, attacks the welfare state, aligns itself slavishly with corporate power, corrupts politics, and aggressively demeans women, Blacks, Latinos, Muslims, protesters, and immigrants.

Trump and his followers may not yet be a fascist party in the strict sense of the word, but they certainly display elements of a new style of American authoritarianism that comes close to constituting a proto-fascist movement. Trump’s call to raise the nation to greatness, the blaming of Mexican immigrants and Muslims for America’s troubles, the vitriolic disdain for protesters, the groups of thugs that seem to delight in cheering at Trump’s references to violence and gladly administer it to protesters, especially members of the Black Lives Matter movement, all echo historical elements that have shaped totalitarian regimes that have plagued the West from the Nazis of Europe to the dictators of Latin America.

As American society moves from a culture of questioning to a culture of shouting, it restages politics and power in ways that are truly unproductive, frightening, and anti-democratic. Writing about Arendt’s notion of totalitarianism, Jerome Kohn provides a commentary that contains a message for the present age, one that points to the possibility of hope triumphing over despair—a lesson that needs to be embraced at the present moment. He writes that for Arendt, “what matters is not to give oneself over to the despair of the past or the utopian hope of the future, but ‘to remain wholly in the present.’ Totalitarianism is the crisis of our times insofar as its demise becomes a turning point for the present world, providing us with an entirely new opportunity to realize a common world, a world that Arendt called a ‘human artifice,’ a place fit for habitation by all human beings.” If Trump is the manifestation of an emerging self-destructive totalitarianism, the movement for solidarity and change developing among a diverse range of national networks including the Black Lives Matter movement, fast food workers, environmentalists, and a range of other social justice groups, points to an alternative, diversified, and sustainable future.

Trump signifies the marshaling of self-destructive white anxiety, bigotry, and intolerance to the service of an exclusionary grid of economic, military, surveillance, police, and corporate self-interest. Rather than view Trump as an eccentric clown, perhaps it is time to portray him in a historical context connected with the West’s totalitarian past, a story that needs to be publicly retold and remembered. By making such connections and telling such stories, we strengthen ourselves and spread the insurgent call to prevent contemporary manifestations from gaining further ground.

The great writer James Baldwin once said we are living in dangerous times, that the society in which we are living is “menaced from within,” and that young people have to “go for broke.” And while he acknowledged that “going for broke” would mean meeting the “most determined resistance,” he argued that it was necessary for young people to rise up and use their energy to reclaim their right to live with dignity, justice, equity, and a sense of possibility. Baldwin got it right, and so do the young people who are now taking up this challenge and, in doing so, are imagining a future free of the menace of totalitarianism that now hangs like a punishing sandstorm over our current political moment.

Henry A. Giroux’s most recent books include The Violence of Organized Forgetting and America’s Addiction to Terrorism. A prolific writer and political commentator, he has appeared in a wide range of media, including The New York Times and Bill Moyers.

Fuente: http://www.alternet.org/books/new-old-authoritarianism-donald-trump

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