Por: Cristina Bazán
«¿Hasta dónde podría llegar la violencia política de género?», se preguntó una noche la exdiputada y excandidata a la Vicepresidencia de Brasil Manuela D’Ávila tras un debate para las elecciones de 2020 en el que los ataques personales por parte de otros políticos lograron que sienta «vergüenza, miedo e ira» y la llevaron «al límite».
«Apenas reconocí en mí a la mujer fuerte que había disputado siete elecciones, obtenido votaciones extraordinarias y enfrentado el machismo desde el comienzo, especialmente en los últimos años tras el ascenso de la extrema derecha en el país», recuerda D’Ávila en «Siempre fue sobre nosotras», un libro sobre violencia política de género que decidió escribir esa misma noche.
«El dolor que sentía debía convertirse en un debate para que más mujeres no vivieran, en el futuro, lo que yo estaba viviendo», pensó, por lo que decidió convocar a otras mujeres con las mismas experiencias.
Así nació «Siempre fue sobre nosotras» (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 2022), un conjunto de relatos en el que 14 mujeres de Brasil, como la expresidenta, Dilma Rousseff; las diputadas Isa Penna y Tabata Amaral o la primera presidenta de la Unión Brasileña de Mujeres, Jô Moraes, narran los episodios de violencia que han sufrido durante su paso por la política.
Agresiones psicológicas, verbales y hasta sexuales que fueron escalando con el pasar de los años y cuya expresión de violencia más extrema llegó en 2018 con el asesinato de la concejala de Río de Janeiro Marielle Franco.
«El asesinato de Marielle y Anderson expuso al mundo las grietas estructurales presentes en la frágil democracia de Brasil. Esta violencia brutal evidenció la importancia de identificar la violencia política de género como un problema con raíces estructurales en la sociedad brasileña», afirma en el prólogo del libro su hermana Anielle Franco.
La violencia política en Brasil
La ONG Justiça Global asegura en un informe sobre violencia política en Brasil que lejos de ser situaciones episódicas o aisladas, «el contexto de polarización política brasileña y la realidad de los conflictos de interés a nivel federal, estatal y municipal han hecho que la violencia sea un hecho relativamente regular».
«El control del poder por parte de actores masculinos pertenecientes al grupo cultural, étnico, religioso y económico dominante implica que la violencia es parte fundamental para lograr que el poder político no sea ejercido por grupos e individuos no hegemónicos (mujeres, personas de identidad LGBTQIA+, indígenas, afrodescendientes, quilombolas, pueblos tradicionales, trabajadores, especialmente los más pobres, etc.)», asegura la organización.
Según cifras recopiladas en ese informe, entre 2016 y 2020 del total de ofensas emitidas en el contexto político, el 76 % fueron dirigidas a mujeres. Ellas también recibieron el 31 % de las amenazas.
«Los actos ofensivos y discriminatorios mapeados se basan principalmente en temas relacionados con la misoginia, el racismo, la intolerancia religiosa y la fobia LGBTQIA+», reza el informe. Y recomienda poner atención a los ataques hacia las mujeres negras.
Eso lo saben bien la exgobernadora de Río de Janeiro y diputada federal Benedita Da Silva, la primera legisladora transexual electa en Belo Horizonte, Duda Salabert, o la primera indígena en postularse a una candidatura presidencial en Brasil, Sônia Guajajara, quienes han sido blanco de odio ajeno por su trabajo en defensa de las personas pobres, indígenas y la comunidad LGBTI.
Esta violencia de género también se ha exacerbado con el auge de las redes sociales y las «fake news», especialmente durante el período presidencial de Jair Bolsonaro, quien este 30 de octubre disputó la Presidencia frente al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, denuncian las políticas. Sin embargo, los ataques digitales iniciaron años atrás.
La ambientalista Marina Silva asegura que durante las elecciones de 2014 el aumento de las noticias falsas sobre ella fue «exponencial».
«Estuvieron acompañadas por una producción industrial de memes, montajes fotográficos y todo tipo de efectos visuales», cuenta.
La diputada Jandira Feghali también relata que fue víctima de la desinformación cuando en la campaña electoral por el Senado en 2006 se difundieron una serie de noticias falsas y la acusaron de ser «asesina de niños inocentes» por su apoyo a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres.
Una violencia normalizada
La diputada Áurea Carolina relata que nunca había reflexionado en profundidad sobre la violencia que ha sufrido hasta que llegó a cargos políticos. Ahí se dio cuenta que las agresiones sexuales, que en este caso se utilizaban para silenciar a las políticas, estaban normalizadas y legitimadas.
«Estaba sentada en el fondo de la sala durante la sesión plenaria de un comité cuando un colega se sentó a mi lado, me sacó charla y, de la nada, puso la mano en mi muslo. Siguió hablando como si no pasara nada, con esa repugnante mano sobre mi cuerpo. Me quedé paralizada por unos segundos, incrédula, reaccioné y aparté su mano», afirma.
«Solo logré decir que él no podía hacer eso. «¿Qué cosa?», fingió. Me molesté, lo dije en voz alta y respondió que yo no entendía, que estaba loca, que él no había hecho nada. Volví a prestar atención a la reunión, nerviosa, y quedó ahí», agrega.
Durante mucho tiempo soportó bromas machistas y racistas, comentarios sobre su físico e incluso insinuaciones que le hicieron dudar «si valía la pena resistir».
Los ataques misóginos también llegaron por parte de los medios, asegura la expresidenta Dilma Rousseff. «Hubo una fuerte producción de notas, reportajes, titulares, fotos y portadas descaradamente misóginas con el fin de imponer las cadenas del patriarcado a la primera mujer presidenta de Brasil», denuncia.
Rousseff, a quien destituyeron del cargo en un juicio político en 2016, afirma que la misoginia en la sociedad, en las instituciones y en los medios «se volvió una poderosa arma de control y disuasión de la actividad política de las mujeres».
La diputada Maria do Rosario cree que la violencia está «en el corazón de la política» en Brasil. «La violencia política funciona como una especie de aval cultural a la autoridad, lo que permite reforzar jerarquías que nunca debieron ser instituidas y que deben considerarse inaceptables, como la de género».
En el caso de las mujeres, dice, la violencia marca sus vidas a través de mecanismos que se han vuelto tan comunes que, muchas veces, pasan desapercibidos. Sin embargo, dice, hay que enfrentar esa violencia y entender que por más difícil que sea hay que «ejercer la resistencia y la transformación política y cultural con apoyo mutuo como mujeres».
Fuente de la información e imagen: https://efeminista.com