Por: Arturo Zamora
El discurso de odio y las prácticas de violencia y discriminación racial, de género y religiosa proliferan con distintos matices en diversas latitudes del planeta. Tan es así que, António Guterres, secretario general de la ONU anunció una estrategia de acción sobre el discurso de odio, consciente de que en la historia de la humanidad esta retórica conlleva exterminios, una lección que no debemos olvidar.
Entre las explicaciones de estas tendencias contemporáneas, de las cuales México no está exento, se encuentra una de índole económico ante los cambios en la estructura del capitalismo global de las décadas recientes y el atraso de las políticas públicas para regular y modular sus efectos.
Esto explica el incremento en los índices de desigualdad social y en el ingreso, el desempleo generacional y la reducción en la movilidad social ascendente, así como la profundización de las brechas sociales por las diferencias en el nivel educativo de la fuerza laboral o en el acceso a las tecnologías digitales.
En el plano político, el impacto de estos cambios sociales y económicos se expresa en el surgimiento de movimientos y gobiernos populistas, de izquierda y de derecha, y el ascenso del nacionalismo autoritario. Rusia, Turquía, Polonia y Hungría expresan esta tendencia contemporánea, como también lo hace el Brexit y, desde luego, Estados Unidos y México.
En el ámbito social, un efecto de estas mutaciones es el rechazo a los agravios contra las mujeres de movimientos como el #MeToo en EU y, recientemente, en México (#YoSíTeCreo), contra la violencia y la discriminación de género.
El tema de fondo es que el discurso de odio y la discriminación están siendo acompañados por mayorías y medidas populistas que ponen en riesgo las libertades civiles y los derechos de las minorías, así como las instituciones de la democracia liberal como las cortes constitucionales, los órganos autónomos, la prensa libre y las organizaciones de la sociedad civil.
En otras palabras, el discurso de odio y la discriminación, en sus diversos matices raciales, clasistas, de género y religiosos, alimentan la implantación de regímenes populistas y autoritarios, y la opresión del pluralismo político y la diversidad social.
Todo lo anterior subraya la relevancia de reformas y políticas públicas que reviertan el impacto social de las tendencias económicas y tecnológicas contemporáneas, igual que la polarización política.
Elevar los índices educativos y de acceso digital, ampliar las opciones de reentrenamiento laboral, universalizar los servicios de salud de calidad, regular las plataformas digitales y multiplicar los espacios de encuentro social son algunas medidas que deberíamos discutir e instrumentar para eliminar las raíces del discurso de odio y la discriminación, así como preservar las libertades y derechos civiles.
A la vista de esta agenda, cabe evaluar la viabilidad y consistencia de reformas que en México buscan la masificación y gratuidad educativa, pero rehúyen a la calidad y el mérito individual; la supresión del Seguro Popular y de las estancias infantiles sin alternativas de calidad y acceso universal; y aprovechan la desregulación para intentar manipular las redes sociales y desarticular el diálogo social. Tampoco es con foros y audiencias a modo como se desactiva la ira social contra el discurso de odio y la violencia de género.
El riesgo autoritario que conllevan el odio, la discriminación y la violencia no puede soslayarse y las medidas para evitarlo deben estar a la altura de un problema que nos concierne a todos.
Fuente: https://www.excelsior.com.mx/opinion/arturo-zamora/el-riesgo-autoritario-del-discurso-de-odio/1332736