Muere Adolfo Gilly, académico, militante y activista en México

Por: Redacción Desinformémonos

 

Este martes falleció a los 95 años de edad Adolfo Gilly, historiador, militante, activista, acompañante de los movimientos sociales y un referente del pensamiento de la izquierda en México.

Nacido en Argentina en 1928 y naturalizado mexicano desde 1982, Gilly fue profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México y autor de libros como La revolución interrumpida, su obra más conocida, e Historias clandestinas. Como militante, acompañó la lucha del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), junto a académicos como Luis Villoro y Pablo González Casanova. Su labor lo llevó a ser preso político entre 1966 y 1972 en la cárcel de Lecumberri.

Recompartimos el borrador de Historias de las revueltas, texto que en 2010 Gilly compartió a Desinformémonos para su publicación, como un homenaje al historiador de Pancho Villa, Friedrich Katz.

Historias de las revueltas

(Borrador)

Compañeros de “Desinformémonos”:

Este escrito, homenaje inmediato a Friedrich Katz, el gran historiador de Pancho Villa que murió en la madrugada del 16 de octubre de 2010, es simplemente un borrador, un adelanto para no esperar, un esbozo aún no terminado, aunque tal vez falten sólo unos pocos retoques. Les pido que como tal lo publiquen, visto que ya llega el centenario del cual vanamente pretenden también despojarnos. AG.

El historiador no va a buscar una imagen de futuro en la idealización o en la deprecación del pasado que investiga o imagina.

Va a buscar las huellas verdaderas, la región donde se engendró el presente y, sobre todo, la región y el proceso donde se engendran los fantasmas del futuro, las imaginaciones del porvenir propio, los mitos prácticos que organizan las voluntades.

Las revoluciones, las revueltas, las irrupciones crean el subsuelo, el piso y el humus desde donde un pueblo imagina cuando de imaginar se trata, y no sólo de obedecer o de repetir la rutina de cada día. No imagina un desorden perpetuo, sino un equilibrio, un orden nuevo de justicia y libertad.

Imagina, pues, cuando la hora de crear adviene. Este crear es a partir de las condiciones y realidades presentes de sus vidas, no de una repetición del pasado o de un imposible regreso a él. Pero realidades son también experiencia cultura material, herencias ambas de aquel pasado.

Lo que permite y nutre esa imaginación es la experiencia, incomparablemente más real, material (porque en la vida) y duradera que los planes y los programas de las clases dirigentes para ordenar y regimentar las vidas dentro de su dominación.

Explorar, investigar, sacar a luz ese humus requiere intencionalidad en la búsqueda; y en la búsqueda histórica son posibles diversas intencionalidades, no una mejor que la otra o más científica, sino diferentes (y, como suele a menudo suceder si el trabajo es bueno, esas indagaciones se cruzan y se nutren y se plantean entre si nuevas cuestiones e interrogantes).

Es imposible educar esa mirada si se considera a la División del Norte como una anomalía y no como una creación; si se la considera como un error, y no como una forma de la verdad de la vida; si se la ve como una interrupción del bien o una irrupción del mal: y no como una irrupción del bien (otro) y una interrupción del mal (otro).

Es imposible pensar la historia como la sola historia del orden (de las instituciones, de los museos, de los gobiernos, de la ciencia, del arte…) sin pensarla también como la historia de la humillación, del desorden, del sufrimiento impuesto por el orden dado en cada época y lugar.

[I, desgraciadamente, / el dolor crece en el mundo a cada rato / crece a treinta minutos por segundo, paso a paso – César Vallejo].

Es preciso estudiar como unidad los momentos de revelación y los momentos de rutina llena de vida: los sembradíos, las calles de las ciudades, los talleres, las plazas, las escuelas y sus aprendizajes, las cantinas, los cines y las fondas…

[Todo acto o voz genial viene del pueblo / y va hacia él, de frente o trasmitido / por incesantes briznas, por el humo rosado / de amargas contraseñas sin fortuna – César Vallejo].

En todos esos momentos vive y crea aquella parte inmensa de la especie humana que no está en los registros sino como estadística o como trabajo pasado cristalizado en obras, esa que con intermitencia irrumpe y se revela. Pero no es que despierta, sino nomás que aparece y se presenta.

Miradas: mirar allí y desde allí es una elección. Pero para hacerla y afirmarla en la vida y en la obra, no es requerido ni necesario ignorar o deprecar a quienes miran desde otros lados cuando lo hacen con rigor y con justicia. También éstos son necesarios para aquéllos.

Publicado el 01 de Noviembre de 2010

Fuente de la información e imagen: https://desinformemonos.org

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Tras la saga de Garín

Por: Luis Hernández Navarro

Alfabetizador, fundador de escuelas, periodista, organizador obrero y de jornaleros agrícolas, orador brillante, propagandista, el andaluz Abelardo Saavedra Toro utilizó el seudónimo de Garín para firmar sus artículos. A lo largo de los años, se ganó la vida ejerciendo múltiples oficios: zapatero, boticario, tranviario, impresor, sastre, albañil, fotógrafo, lector en una tabaquería y fabricante de aparatos ortopédicos. Fue uno de los más destacados militantes ácratas de finales del siglo XIX y las primeras tres décadas y media del XX.

Según el investigador José Luis Gutiérrez, el recorrido vital de Saavedra es el del anarquismo histórico español y caribeño. El que va desde la creación de la Primera Internacional en 1864 hasta la Revolución española de 1936. Su trayecto es el del prototipo del anarquista ibérico que aunaba las prácticas estrictamente ácratas a las societarias primero y sindicalistas después.

Este apasionante camino está amena y rigurosamente narrado en un libro de reciente aparición: Saavedra: un anarquismo, escrito por Aurelio Fernández, economista, director de La Jornada de Oriente y bisnieto de Garín. En la obra se cruzan y funden, con buen ritmo, diversas historias: la del biografiado (1860-1938); la de las luchas obreras y campesinas en España y Cuba; la de la difusión del anarquismo a través de sus periódicos y de su proyecto organizativo, y la de la elaboración del libro.

Saavedra es un personaje que parece sacado de una audaz novela social. Uno más de una generación extraordinaria de revolucionarios sin fronteras, internacionalistas de corazón, formados en el mundo del trabajo, que hacen de la revolución social, la solidaridad y la ayuda mutua el centro de su existencia. De militantes que se oponen a la profesionalización de la política, sufren cárcel y persecución sin claudicar en sus convicciones y gestan una contracultura, que piensan y practican en todos los ámbitos de la vida privada y pública.

Felipe Fernández Rodríguez, su yerno, decía: Los anarquistas no tenemos patria, nuestra patria es el mundo y allí donde haya explotación estaremos luchando. Fiel a esta divisa, Garín, además de batallar en el campo andaluz, en el mundo obrero madrileño y catalán, en la Cuba dominada por Estados Unidos y en Portugal hasta que fue deportado, combatió la dictadura de Porfirio Díaz en México.

El lance maya de Saavedra lo llevó a la cárcel en Cuba, adonde llegó después de pasar una temporada en prisión, con 42 procesos legales, como una espada de Damocles sobre su cabeza. Allí, los magonistas mexicanos lo convencieron de escribir contra Porfirio Díaz en el periódico ¡Tierra! En noviembre de 1907 aparecieron las dos entregas de su artículo La inquisición en México, en el que denuncia la oprobiosa situación que se vivía en el país. El diario entró a la Península de Yucatán a través del puerto de Progreso. La represión del dictador no se hizo esperar. En Mérida detuvieron a sus distribuidores, catalanes anarquistas, y los deportaron. El presidente Porfirio Díaz solicitó al interventor estadunidense en la isla, Charles Magoon, actuar contra la publicación y contra Garín. El juicio en su contra duró seis meses. Años después, en 1915, fue nuevamente detenido y expulsado de Cuba.

Profundamente anticapitalistas, dotados de una enorme mística, los anarquistas hispanos de aquellos años –cuenta Aurelio Fernández– crearon grupos de afinidad, primera forma de reunir a los simpatizantes, a partir de las proximidades en barrios, gremios y familias. En ellos se comentaba la actualidad, se pensaba un mundo alternativo, y se leía la prensa y la literatura ácrata en voz alta. Al que no sabía leer, se le alfabetizaba. Con la consigna de ni dios ni amo, fundaron sus propias escuelas y Centros de Estudios Sociológicos, en los se abrazaron los postulados de la ciencia y la cultura universales.

Los comunistas libertarios extendieron su influencia y construyeron sus redes a través de giras de propaganda, en las que hacían mítines y daban conferencias en las poblaciones de trabajadores. Estas excursiones estaban a cargo de formidables y entusiastas oradores, como Saavedra.

Su actualidad es sorprendente. Hace más de un siglo, rechazaban el matrimonio y exaltaban la unión y el amor libres. Fomentaban el control natal. Llamaban a sus hijos con nombres ajenos al santoral católico, como Fraternidad, Violeta o África. Los educaban en sus propios sistemas escolares, auspiciados por las organizaciones de trabajadores, con base en la laicidad y la ciencia. Promovían el cariño y respeto a la naturaleza, practicaban el nudismo, el vegetarianismo y el excursionismo popular. Fomentaban la igualdad de los sexos.

Saavedra fue enterrado, por decisión propia, en una fosa común. Solidaridad Obrera lo describió como suma de bondades, inteligencia clara y corazón exuberante. Fue, además, un hombre fecundo en toda la acepción de la palabra: en hijos, en ideas, en trabajo, en bondad, resumió la publicación.

En un mundo dominado por el presentismo y el posibilismo, en el que el futuro ya no es lo que era pero en el que urge poner a debate la sociedad que queremos, Saavedra: un anarquismo, de Aurelio Fernández, permite asomarnos no sólo a la saga de un personaje excepcional como Garín, sino a las prácticas y valores que hacen un otro mundo posible.

Twitter: @lhan55

Fuente: https://www.jornada.com.mx/2021/07/20/opinion/013a1pol

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