¿Qué puede venir después del coronavirus?

Por: Leonardo Boff

Muchos lo han visto claramente: después del coronavirus, ya no va a ser posible continuar el proyecto del capitalismo como modo de producción, ni del neoliberalismo como su expresión política. El capitalismo sólo es bueno para los ricos; para el resto es un purgatorio o un infierno, y para la naturaleza, una guerra sin tregua.

Lo que nos está salvando no es la competencia –su principal motor–, sino la cooperación; ni el individualismo –su expresión cultural–, sino la interdependencia de todos con todos.

Pero vayamos al punto central: hemos descubierto que el valor supremo es la vida, no la acumulación de bienes materiales. El aparato bélico montado, capaz de destruir varias veces la vida en la Tierra, ha demostrado ser ridículo, frente a un enemigo microscópico invisible que amenaza a toda la humanidad. ¿Podría ser el Next Big One (NBO), el que los biólogos temen que va a llegar, “el gordo˝, “el próximo gran virus” que pueda destruir el futuro de la vida? No lo creemos. Esperamos que la Tierra siga teniendo compasión de nosotros y nos esté dando sólo una especie de ultimátum.

Dado que el virus amenazador proviene de la naturaleza, el aislamiento social nos ofrece la oportunidad de preguntarnos: ¿cuál fue y cómo debe ser nuestra relación con la naturaleza y, más en general, con la Tierra como Casa Común? La medicina y la técnica, aunque muy necesarias, no son suficientes. Su función es atacar al virus hasta exterminarlo. Pero si continuamos atacando a la Tierra viva, “nuestro hogar con una comunidad de vida única”, como dice la Carta de la Tierra (Preámbulo), ella contraatacará de nuevo con más pandemias letales, hasta una que nos exterminará.

Sucede que la mayor parte de la humanidad y de los jefes de estado no son conscientes de que estamos dentro de la sexta extinción masiva. Hasta ahora no nos sentíamos parte de la naturaleza ni tampoco como su parte consciente. Nuestra relación no es la relación que se tiene con un ser vivo, Gaia, que tiene valor en sí mismo y debe ser respetado, sino de mero uso según nuestra comodidad y enriquecimiento. Estamos explotando la Tierra violentamente, hasta el punto de que el 60% de los suelos han sido erosionados, en la misma proporción los bosques húmedos, y causamos una asombrosa devastación de especies, entre 70-100 mil al año. Esta es la realidad vigente del antropoceno y del necroceno. De seguir esta ruta vamos al encuentro de nuestra propia desaparición.

No tenemos otra alternativa que hacer, en palabras de la encíclica papal “sobre el cuidado de la Casa Común”, una conversión ecológica radical. En este sentido, el coronavirus no es una crisis como otras, sino la exigencia perentoria de una relación amistosa y cuidadosa con la naturaleza. ¿Cómo implementarla en un mundo que se dedica a la explotación de todos los ecosistemas? No hay respuestas listas. Todo el mundo está a la búsqueda. Lo peor que nos podría pasar sería, después de la pandemia, volver a lo de antes: las fábricas produciendo a todo vapor, aunque con cierto cuidado ecológico. Sabemos que las grandes corporaciones se están articulando para recuperar el tiempo perdido y las ganancias.

Pero hay que reconocer que esta conversión no puede ser repentina, sino gradual. Cuando el presidente francés Macron dijo que “la lección de la pandemia era que hay bienes y servicios que deben ser sacados del mercado”, provocó la carrera de decenas de grandes organizaciones ecologistas, como Oxfam, Attac y otras, pidiendo que los 750.000 millones de euros del Banco Central Europeo destinados a remediar las pérdidas de las empresas se destinaran a la reconversión social y ecológica del aparato productivo, en aras de un mayor cuidado de la naturaleza, así como de más justicia e igualdad sociales. Lógicamente, esto sólo se hará ampliando el debate, involucrando a todo tipo de grupos, desde la participación popular hasta el conocimiento científico, hasta que surjan una convicción y una responsabilidad colectivas.

Debemos ser plenamente conscientes de una cosa: al aumentar el calentamiento global y aumentar la población mundial devastando los hábitats naturales, acercando así los seres humanos a los animales, éstos transmitirán más virus a los que no seremos inmunes, que encontrarán en nosotros nuevos huéspedes. De ahí surgirán las pandemias devastadoras.

El punto esencial e irrenunciable es una nueva concepción de la Tierra, ya no como un mercado de negocios que nos coloca como sus señores (dominus), fuera y por encima de ella, sino como una superentidad viviente, un sistema autorregulado y autocreador, del que somos precisamente su parte consciente y responsable, junto con los demás seres como hermanos (fratres). El paso de dominus (dueño) a frater (hermano) requerirá una nueva mente y un nuevo corazón, es decir: ver a la Tierra de manera diferente, y sentir con el corazón nuestra pertenencia a ella y al Gran Todo. Unido a ello, el sentido de inter-retro-relación de todos con todos y una responsabilidad colectiva frente al futuro común. Sólo así llegaremos, como pronostica la Carta de la Tierra, a “un modo de vida sostenible”, y a una garantía para el futuro de la Vida y de la Madre Tierra.

La fase actual de recogimiento social, puede significar una especie de retiro reflexivo y humanista, para pensar en tales cosas y nuestra responsabilidad ante ellas. Es urgente, y el tiempo es corto, no podemos llegar demasiado tarde.    

Publicado originalmente en: http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=981

Fuente: https://acento.com.do/2020/opinion/pandemia-y-aprendizajes/8813037-que-puede-venir-despues-del-coronavirus/

Imagen: Marion en Pixabay

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Consideraciones acerca de la categoría Modo de Producción en la economía política marxista.

Por: Emilio José Silva Chapellín

Resumen

En general, cuando se abordan ciertas categorías de la economía política marxista, por diversas razones surgen interpretaciones erradas o descontextualizadas que limitan (e incluso cercenan) el potencial transformador del marxismo como arma de emancipación destinada a los sectores oprimidos por el capitalismo, y en particular para la materialización del socialismo del siglo XXI en Venezuela y en otros escenarios donde existe el riesgo de que la confusión y el extravío ideológicos frenen, anulen o desvíen la lucha revolucionaria por una sociedad sin clases y sin explotación. Una de esas categorías es la de modo de producción, que ameritan un debate a fondo en torno a las siguientes cuestiones: ¿Qué es un modo de producción? ¿En qué forma se articulan sus componentes? ¿Es una categoría de orden exclusivamente económico? ¿Se vincula o no con la cultura? ¿Es ajeno a factores jurídicos, políticos e ideológicos? ¿De qué manera se le asocian en caso contrario? ¿Cómo se puede clasificar? ¿Existen un modo de producción socialista y otro comunista? ¿Cómo se relacionan el socialismo y el comunismo según sea la respuesta a la interrogante anterior? Finalmente, se expondrán de manera sucinta los planteamientos resultantes de la investigación efectuada para intentar dilucidar las interrogantes anteriores.

Palabras Clave: Modo de producción, relaciones sociales de producción, formación económico-social, socialismo, comunismo.

La naturaleza y la actividad productiva del ser humano

Ante todo, y al igual que el resto de los seres vivientes, el ser humano es producto de la naturaleza por más que lo llegue a ignorar, y no se puede desligar de esta por más que así lo desee. Su pensamiento y conciencia son portados en su propia corporeidad, constituida de materia sometida al desgaste y a renovación constantes a lo largo de su vida, circunstancia que lo obliga a buscar de crear los medios que le permitan preservarla. Debido a esto, Carlos Marx y Federico Engels (1845: 19) aseveran que el ser humano se hace distinto de los animales “a partir del momento en que comienza a producir sus medios de vida, paso éste que se halla condicionado por su organización corporal. Al producir sus medios de vida, el hombre produce indirectamente su propia vida material”.

Esos medios de vida obtenidos o creados por el ser humano no tienen otro origen material originario e inmediato que la naturaleza, pudiéndose afirmar que si el ser humano es una de tantas expresiones orgánicas de esta, de forma análoga la naturaleza deviene en expresión inorgánica de la vida humana (Marx, 1844: 37). Entre otras cosas, esto quiere decir que el ser humano se vincula consigo mismo cuando se liga con la naturaleza, a la que metafóricamente se justifica llamarla “madre naturaleza” pues, aparte de provenir de allí el ser humano, esta es su fuente primaria de materia y energía al transformar todo lo que esta genera para producir los medios que sean susceptibles de servir a su existencia. Por un lado, todo lo que modifica de la naturaleza implica que este se modifica a sí mismo. Por otro lado, sin el uso coloquial que usualmente se emplea para el término trabajo, desde el punto de vista de la economía política marxista este representa un proceso metabólico entre el ser humano y la naturaleza (Marx, 1867-1890: 215, 216).

Relaciones Sociales de Producción y sus tipos generales o específicos

Ningún ser humano posee la sumatoria total de conocimientos, facultades, destrezas y capacidades necesarias y suficientes para sobrevivir, solo y por su propia voluntad, ante las fuerzas de la naturaleza y extraer de esta los insumos requeridos con el fin de asegurar su propia existencia material. Para lograr ese cometido, se ve obligado a establecer vínculos o relaciones con otros seres humanos durante las distintas épocas en que ha buscado de reproducir sus condiciones materiales de vida, Marx concluyó que:

En la producción social de su vida, los hombres entran en determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a un determinado grado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. Estas relaciones de producción en su conjunto constituyen la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se erige la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social.

El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, político y espiritual en general (1858-1859: 7).

En esta cita Marx se refiere al modo de producción de la vida material, sobre lo que es pertinente hacer dos precisiones. La primera tiene que ver con las relaciones de producción que conforman la estructura económica (Marta Harnecker, 1972: 84) de una sociedad, y que rigen a los individuos participantes en el proceso de creación de productos o bienes materiales (a quienes se les denomina agentes de producción según Harnecker, 1972: 38), las cuales se dividen en relaciones técnicas de producción (definidas como “formas de control o dominio que los agentes de la producción ejercen sobre los medios de trabajo en particular y sobre el proceso de trabajo en general” como indica Harnecker, 1972: 37) y relaciones sociales de producción (siendo las “que se establecen entre los propietarios de los medios de producción y los productores directos en un proceso de producción determinado, relación que depende del tipo de relación de propiedad, posesión, disposición o usufructo” que mantengan con los medios de producción tal como asevera Harnecker, 1972: 43). Dicho en términos sucintos, las relaciones técnicas de producción se dan entre personas y medios de producción, y las relaciones sociales de producción se dan entre unas y otras personas a través de los medios de producción.

Sin desestimar la importancia de las primeras, vale recalcar que las segundas caracterizan históricamente con mayor exactitud a la sociedad donde ambas se manifiestan, en el sentido que un mismo medio de trabajo (expresión del desarrollo científico-técnico alcanzado para el momento de su uso y asociado a relaciones técnicas de producción) puede tener un manejo condicionado según las diferentes relaciones sociales de producción existentes a lo largo del tiempo. Para Harnecker (1972: 43), cada una de estas relaciones específicas pertenece a uno de los dos tipos generales de relaciones, que pueden ser:

1) De explotación (explotador-explotado), existente cuando los propietarios de los medios de producción viven del trabajo de los productores directos. Las relaciones sociales de explotación pueden ser específicamente esclavistas (el amo es propietario tanto de los medios de producción como de la fuerza de trabajo del esclavo), serviles o de servidumbre (el señor es propietario de la tierra y el siervo depende de ese señor, debiendo trabajarle gratuitamente una cierta cantidad de días al año), y capitalistas (para poder vivir el obrero debe venderle su fuerza de trabajo al burgués, quien es el propietario de los medios de producción).

2) De colaboración recíproca, establecida cuando se ejerce la propiedad social sobre los medios de producción y ningún sector de la sociedad vive de la explotación de otro sector. Un ejemplo de relaciones sociales de cooperación mutua lo constituyen las que se establecieron entre los miembros de las comunidades primitivas, y que con base en la perspectiva de Marx se pueden denominar relaciones comunistas de producción.

No tener establecida la distinción entre relaciones técnicas y relaciones sociales de producción podría acarrear una postura cientificista sobre el avance de la historia y la economía (donde las ciencias son los únicos factores que motorizan a ambas), pues si bien es cierto que los adelantos técnicos obtenidos por el avance de las ciencias naturales y aplicadas permiten distinguir períodos históricos, sin embargo el empleo de esos avances en el impulso de las fuerzas productivas es determinado según las relaciones sociales de producción vigentes, pues estas determinan las relaciones técnicas de producción a las que les dan su carácter histórico específico mientras estas últimas sirven de soporte a las primeras (Harnecker, 1972: 39, 41).

Un ejemplo interesante de esa determinación lo constituye el referido por Alan Woods (sf: 65-67) sobre la civilización romano-helénica, signada por las relaciones esclavistas de producción. Durante su existencia se efectuaron grandes avances en todos los campos del conocimiento que, de habérsele dado un uso práctico para la época, pudieron incrementar las fuerzas productivas así como generar una revolución industrial y científico-técnica, pero esto no ocurrió pues era abundante la oferta de mano de obra esclava barata, por lo que la baja productividad individual de cada uno de los esclavos se compensaba con lo barata que era la fuerza laboral del resto de esa masa oprimida, siendo por tanto innecesaria la aplicación de tecnología que permitiera ahorrar trabajo humano, más concretamente mediante el uso de maquinaria costosa y delicada, no pudiendo los esclavos depender de su cuidado y mantenimiento. Además, como el mercado de productos refinados era exclusivo para una minoría rica, este hecho no estimulaba la producción en masa. Adicionalmente, el concepto de trabajo era visto como algo infame y degradante donde imperaba la esclavitud.

Quedará como ejercicio para la imaginación la posibilidad de que durante la época del imperio romano los esclavos manejaran tractores mientras recibían latigazos, en lugar de salarios, al culminar su jornada de trabajo, así como que al contrario cada uno de los obreros del grupo de Empresas Polar percibieran salarios, por colocarse un yugo en el cuello y dejarse arriar por otro obrero, para horadar la tierra y cultivar el maíz que los burgueses dueños de esa corporación le compran a los productores de esa planta alimenticia.

Las relaciones (técnicas y sociales) de producción no podrían manifestarse con la ausencia de las fuerzas productivas, cuya importancia no se desmerita pese al papel relevante de las primeras respecto a las segundas. De acuerdo a Jutta Schmitt (2008: 5), el elemento más dinámico de la producción lo constituyen las fuerzas productivas debido a que “la interacción entre el mejoramiento constante de los medios e instrumentos de producción por un lado y el aprendizaje y conocimiento humano por otro lado, lleva a un perfeccionamiento continuo de ambos y eleva la eficiencia, el crecimiento y la expansión o ampliación de la producción”.

Sobre la definición de Modo de Producción

Con el párrafo anterior culmina la primera precisión, acerca de las relaciones de producción, en la cita donde Marx menciona el modo de producción de la vida material. La segunda precisión es que la manera como el ser humano crea sus condiciones materiales de vida se confunde o se toma (por muchos autores según Harnecker, 1972: 137) como el único significado posible de la categoría modo de producción, interpretando su interacción con factores jurídicos, políticos e ideológicos bajo una relación causa-efecto del primero respecto a los segundos. Si esto es así, de acuerdo a M. Rosental y P. Iudin (2004: 322, 323), el modo de producción es un:

Modo, históricamente condicionado, de obtener los medios de subsistencia (alimento, vestido, vivienda, instrumentos de producción, etc.) indispensables para poder vivir y desarrollarse. El modo de producción constituye la base determinante del régimen social. Según sea el modo de producción, serán la sociedad misma, sus ideas dominantes, sus concepciones políticas, sus instituciones. Sobre la base del cambio del modo de producción se modifica también todo el régimen social (…) El modo de producción posee dos aspectos inseparables: las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Las fuerzas productivas son el factor determinante del modo de producción, constituyen el factor más revolucionario. El desarrollo de la producción social se inicia con un cambio en las fuerzas productivas; luego ocurren las correspondientes transformaciones también en la esfera de las relaciones de producción (Ley de la correspondencia entre las relaciones de producción y el carácter de las fuerzas productivas). Las relaciones de producción, que se desarrollan en dependencia de las fuerzas productivas, ejercen a su vez, sobre estas últimas, una activa influencia. Las relaciones de producción aceleran el avance de las fuerzas productivas, son el motor principal del desarrollo de estas últimas si les corresponden; por el contrario, retrasan y retienen el avance de las fuerzas productivas, se transforman en el principal freno de su desarrollo, cuando dejan de corresponderles. Semejante falta de correspondencia provoca un agudo conflicto y una contradicción entre las nuevas fuerzas productivas y las viejas relaciones de producción, lo cual conduce, inevitablemente, a la revolución social.

En medio de esta definición se expone que un modo de producción tiene un componente dado por las fuerzas productivas (compuestas a su vez por la fuerza de trabajo y los medios de producción o de trabajo tal como explica Harnecker, 1972: 57-59), y otro dado por las relaciones de producción, de las cuales ya se ha visto que son predominantes las relaciones sociales de producción. El carácter general o específico de estas últimas sirve para clasificar a los modos de producción. Por ejemplo, si las relaciones sociales de producción son de explotación (relaciones explotadoras de producción), entonces se tiene un modo explotador de producción, y si esas relaciones sociales de producción son de orden feudal (relaciones feudales de producción), se está en presencia de un modo de producción feudal.

Sin restar la validez que tienen los planteamientos dados en la anterior definición sobre modo de producción (como la influencia recíproca entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas), de la misma se puede desprender un reduccionismo economicista pues se toma la totalidad del modo de producción únicamente como el modo de producción de las condiciones materiales de vida, lo que en realidad representa solo el aspecto económico de esa categoría, expresado en las vertientes tanto técnica como social de las relaciones de producción.

En la definición citada de Rosental e Iudin están ausentes aspectos como el cultural, en el entendido de especificar como cultura el modo o manera como el ser humano organiza y emplea todo lo que permita satisfacer sus necesidades (y por ende garantizar su existencia), tal como se desprende de Ludovico Silva (1982: 29) cuando cita a Samir Amin. Efectivamente, el modo de producción del ser humano es expresión de su cultura, pero no es posible que sea creada por el ser humano si previamente este no llega a procurar las condiciones para su subsistencia, y así evitar su propia desaparición física. Según lo explican Marx y Engels (1845: 19, 20, 28), el modo como los seres humanos producen sus medios de vida no se reduce a la reproducción de su existencia física, dado que manifiesta un modo de vida del que son portadores. Esos seres humanos son tanto lo que producen como el modo como lo producen, siendo esto último el primer hecho histórico del que constantemente son protagonistas, y lo que estos son depende de las condiciones materiales de producción que les permita vivir, a través de la satisfacción de necesidades como alimentación, bebida, alojamiento, vestuario y otras más.

Todo modo de vida del ser humano contempla la cultura de la que es portador, entre otros aspectos diferentes al económico, siendo manifestación de aquella y sin el cual se hace insostenible la reproducción de su modo de vida. Se deduce así que, como sujeto social que hace y piensa, el ser humano no solo produce condiciones materiales de vida (resultado de su esfuerzo físico al cual se supedita su esfuerzo intelectual), sino igualmente cultura, leyes, política y, por supuesto, ideas (resultado de su esfuerzo intelectual al cual se supedita su esfuerzo físico), todo esto obra humana concretada sobre un sustento material (es decir, económico) que la hace posible. Para Marx y Engels, los seres humanos son seres reales y actuantes condicionados por el grado de desarrollo de sus fuerzas productivas y las relaciones que se mantienen entre estos (como factor que condiciona la distribución de los medios de producción y del producto material de su fuerza laboral), generando bajo esas premisas un trabajo intelectual cuyo producto es emanación de su comportamiento material, de donde igualmente brota la política, las leyes, la cultura, la filosofía, etc., de un pueblo (Marx y Engels, 1845: 25, 26).

Tener vida conlleva a producir las condiciones económicas y extraeconómicas de vida. El modo de vida engloba al modo de producción de las condiciones económicas y extraeconómicas de vida. Al tomarse literalmente la definición de modo de producción dada por Rosental e Iudin, se propicia la posibilidad de disociar metafísicamente, de toda influencia extraeconómica, a las fuerzas productivas y a las relaciones de producción, cuestión que no niega la incidencia de esos componentes del modo de producción sobre los factores extraeconómicos. No obstante, Engels (1894: 283, 284) puntualiza que:

Por relaciones económicas, en las que nosotros vemos la base determinante de la historia de la sociedad, entendemos el modo cómo los hombres de una determinada sociedad producen el sustento para su vida y cambian entre sí los productos (en la medida en que rige la división del trabajo). Por tanto, toda la técnica de la producción y del transporte va incluida aquí.

El desarrollo político, jurídico, filosófico, religioso, literario, artístico, etc., descansa en el desarrollo económico. Pero todos ellos repercuten también los unos sobre los otros y sobre su base económica. No es que la situación económica sea la causa, lo único activo, y todo lo demás, efectos puramente pasivos. Hay un juego de acciones y reacciones, sobre la base de la necesidad económica, que se impone siempre, en última instancia.

Otro elemento a resaltar, sobre la definición de modo de producción dada por Rosental e Iudin, es que una revolución social es ocasionada por las contradicciones entre los componentes del modo de producción, es decir, entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Sin embargo, las contradicciones económicas son condiciones necesarias, más no suficientes, para que ocurra una revolución en toda sociedad fragmentada en clases a causa de las relaciones sociales de explotación descritas por Harnecker. A nivel político e ideológico (no solo a nivel económico) existen contradicciones encarnadas por las clases en pugna, sobre todo porque “la fuerza material debe ser superada por la fuerza material; pero también la teoría llega a ser fuerza material apenas se enseñorea de las masas” (Marx, 1844: 11). Aquí resulta oportuno mencionar a Néstor Kohan (2005: 189), quien en la práctica complementa sustancialmente a Harnecker cuando define las relaciones sociales de producción como:

Vínculos sociales que se establecen entre los seres humanos para producir y reproducir su vida material y cultural. Los diversos tipos de relaciones de producción permiten diferenciar una época histórica de otra. En las sociedades de clases, toda relación de producción es al mismo tiempo una relación económica, una relación de poder y una relación de fuerzas entre las clases. Las relaciones de producción capitalista expresan la contradicción antagónica entre los propietarios de dinero y los de fuerza de trabajo. No hay conciliación posible entre ambos.

De esas relaciones, Kohan manifiesta que ayudan a periodizar la historia humana y se expresan en “su máxima pureza y en su concepto esencial” a través de un modo de producción específico (2005: 188). Es decir, no tiene sentido decir que el modo de producción basado en relaciones sociales de producción esclavista puede representar a la vez relaciones feudales o de servidumbre. De aquí se deduce que la estructura económica asociada a un modo de producción posee carácter homogéneo o simple.

La definición que hace Kohan sobre las relaciones sociales de producción cobra sentido cuando, partiendo de Harnecker (1972: 140-143), se concibe al modo de producción como un concepto teórico que engloba las estructuras económica, jurídico-política e ideológica propias de cierto período histórico de una sociedad, siendo que en última instancia la primera de estas estructuras (es decir, la estructura económica) es la que determina la condición dominante de cualquiera de las tres (incluso aquella) sobre las demás. Su condición dominante se caracteriza no solo por tener subordinada ante sí a las demás estructuras, sino que por demás resulta ser fundamental para reproducir o generar continuamente las condiciones (económicas, jurídico-políticas e ideológicas) de existencia del modo de producción en cuestión, implicando así la reproducción o generación tanto de bienes materiales como de los componentes de las estructuras mencionadas, incluyendo por supuesto las relaciones de producción (que explican la articulación de esas estructuras y determinan la condición dominante para una de estas), las relaciones de poder y la incidencia de ambas clases de relaciones en la sociedad. Los cambios en la estructura económica inciden en los elementos constituyentes de las demás estructuras, pero aquellos elementos poseen autonomía relativa y se rigen por leyes específicas (Harnecker, 1972: 93).

Se observa que el modo de producción no debe considerarse simplificada como una mera combinación automática de fuerzas productivas y relaciones de producción, desestimando el contexto espacio-temporal que enmarcan a ambos componentes.

La definición que se desprende de Harnecker sobre la categoría modo de producción implica que, para hacer triunfar una revolución social destinada a instaurar un nuevo modo de producción no basta sustituir, del modo de producción que se quiere superar, las relaciones sociales que son su parte constitutiva, si a la vez se mantienen las condiciones estructurales que lo generan pues estas pueden continuar existiendo frente a nuevas relaciones sociales de producción, pero recíprocamente no es posible cambiar esas condiciones si permanecen las relaciones sociales de producción que se aspiran a superar, y al contrario del reduccionismo economicista en que implícitamente parecieran incurrir Rosental e Iudin, es inviable pensar en materializar una revolución social si se cambian exclusivamente las condiciones económicas que posibilitan el modo de producción a ser suplantado, cuya crisis es ocasionada por las contradicciones entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción que las frenan.

Empero, esos componentes del modo de producción no son necesariamente los únicos susceptibles en llegar a sufrir contradicciones, tal como podría interpretarse en forma superficial y acrítica, sin tomar en cuenta las que puedan haber al interior de las estructuras ideológica y jurídico-política, más la que se presenten entre estas y las que cada una o ambas tuvieran con la estructura económica. Marx y Engels (1845: 25, 32, 33) advierten que los límites, premisas y condiciones materiales, que son independientes de la voluntad de los individuos, enmarcan el desarrollo de sus actividades tal como actúan y producen materialmente, siendo esta faceta parte de su proceso de vida con el que originan la organización social y el Estado, cuyas trabazones con la producción han de observarse verídica y empíricamente en cada caso concreto. Además, la división entre el trabajo físico y el intelectual ocasiona que los productos de este último se obtengan aisladamente del mundo real, en un estado de pretendida pureza que los hace caer en contradicciones con las relaciones sociales existentes, las que a su vez mantienen contradicciones con las fuerzas productivas. Estas contradicciones ocurren en razón de que, con la ya referida división del trabajo, las actividades físicas, el trabajo y la producción se asignan a unos individuos mientras que las actividades intelectuales, el disfrute y el consumo se destinan a otros individuos. Para que ocurran estas contradicciones debe abandonarse la división del trabajo.

El modo de producción, y por tanto las relaciones de producción que les son propias (pero que simultáneamente conforman la estructura económica de la sociedad), mantiene una interacción multidireccional y contradictoria con la superestructura jurídico-político-ideológica (formada por las estructuras ideológica y jurídico-política según Harnecker, 1972: 88).

Como consecuencia de las consideraciones hasta ahora expuestas, resulta un triple contrasentido referirse al modo de producción únicamente como el modo de producción de las condiciones materiales de vida (visión reduccionista o economicista) sobre el que no intervienen la política, la legislación y las mentalidades prevalecientes en la sociedad (visión metafísica o descontextualizada), bastando así asociar mecánicamente las fuerzas productivas y las relaciones de producción para caracterizar el modo de producción fuera de toda especificación extraeconómica (visión simplista o automatista).

El contrasentido que aquí se expone tiene una de sus principales causas en que, de acuerdo a Harnecker (1972: 137), la categoría modo de producción nunca fue definida explícitamente por Marx y Engels pese al uso frecuente que hacen de la misma, mas sin embargo dejaron suficientes elementos para justificar la definición deducida del análisis hecho por Harnecker. Con esto culmina la segunda precisión que se ha hecho sobre la cita de Marx acerca del modo de producción de la vida material, el cual ya se ha visto que es el aspecto económico de la categoría modo de producción.

Socialismo, Comunismo y Modo de Producción

Con anterioridad se indicó que un modo de producción es determinado por las relaciones sociales de producción que lo integra. En ese sentido, al existir relaciones explotadoras y solidarias en el ámbito económico como tipos generales de relaciones sociales de producción, a estas les corresponde los modos explotadores y solidarios de producción, respectivamente.

En torno a la clasificación que se puede hacer sobre los diferentes tipos específicos de modos de producción, aparte de tomar como tales al socialismo y el comunismo desde la postura de Schmitt (2008: 6, 7), según su criterio estos serían el comunista primitivo (al que también llama sociedad originaria), asiático, esclavista, feudal y capitalista, todos estos referidos por Rosental e Iudin (2004: 322) sin incluir el modo asiático. A excepción del modo de producción comunista primitivo, Marx (1858-1859: 8) denomina respectivamente a los cuatro últimos como “el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el burgués moderno”, y a los que antecedieron cronológicamente al capitalismo los agrupa como “formas que preceden a la producción capitalista” (1857-1858: 433-479). De esta clasificación es necesario exponer ciertas consideraciones acerca del socialismo y el comunismo, tomados por Schmitt como modos de producción.

A decir de Kohan (2005: 188), “en las sociedades empíricas y concretas, las relaciones sociales nunca se dan puras, están combinadas con relaciones de otros modos de producción (siempre hay uno que predomina sobre los demás)”. De aquí se puede plantear que, en teoría, la estructura económica de una sociedad puede ser homogénea (o simple) si está conformada por un solo tipo de relaciones sociales de producción, pero en la práctica la estructura económica correspondiente a casi todas (por no decir la totalidad de) las sociedades existentes hasta ahora, ha sido y es heterogénea (o compleja) al estar compuesta por varios tipos de relaciones de producción, caso este último que implica la coexistencia de varios modos de producción, y por tanto de una compleja superestructura jurídico-político-ideológica.

Ya se ha visto que históricamente las relaciones sociales de producción son de distinto tipo (que pueden ser de cooperación amistosa y ayuda mutua, o de explotación del hombre por el hombre o explotación económica), correspondiéndoles determinadas formas de propiedad, lo que explica sucintamente Schmitt (2008: 5, 6) de acuerdo a las siguientes consideraciones coincidentes con las hechas con anterioridad por Harnecker (1972: 43) al respecto:

El tipo de relaciones de producción en una determinada formación social depende de quién o quiénes son los propietarios de los medios de producción sociales. Se distinguen nada más que dos tipos fundamentales de propiedad, que son:

  1. a) la propiedad colectiva de los medios sociales de producción, que va de la mano con la cooperación y asociación libre de los productores en una sociedad sin clases.
  2. b) la propiedad privada de los medios sociales de producción, que va de la mano con la explotación de los productores por parte de la clase dominante en una sociedad de clases.

Por ende, las relaciones de producción no son otra cosa que relaciones de propiedad (siendo este término, como dice Marx, solo la expresión jurídica para el mismo término ‘relaciones de producción’).

Analizando lo que dice Schmitt, se desprende que el modo de producción comunista está basado en la cooperación amistosa y la ayuda mutua, compatible con la propiedad colectiva de los medios de producción, y por tanto en una sociedad comunista (sin clases sociales) no es factible la existencia de relaciones explotadoras de producción, asociadas a la propiedad privada sobre esos medios, y que a lo largo de la historia han sido de diversos tipos, siendo actualmente predominante las relaciones capitalistas de producción. En consecuencia, bajo el comunismo la sociedad tiene una estructura económica homogénea o simple, cuyo basamento lo constituyen las relaciones comunistas de producción. Sin embargo, desde la descomposición de las primitivas sociedades comunistas hasta ahora, por lo general la estructura económica de cada una de las sociedades posteriores ha sido heterogénea.

Marx (1857-1858: 27, 28) observó que “en todas las formas de sociedad existe una determinada producción que asigna a todas las otras su correspondiente rango [e] influencia, y cuyas relaciones por lo tanto asignan a todas las otras el rango y la influencia”. Esto significa que una determinada relación de producción (y su expresión jurídica como relación de propiedad) se hace dominante frente a las otras, quedando subordinadas ante esta. El tipo de mentalidad predominante de una sociedad interactúa dialécticamente con el tipo de propiedad predominante en los medios de producción, siendo asimismo su sostén psico-social pues:

las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época (…) La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone (…) de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan (…) las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente (1845: 50).

En consecuencia, puede ocurrir que en cierto período histórico de una sociedad coexistan diversos modos de producción, pero uno de estos condiciona al resto. Por demás, a cada una de estas relaciones sociales se le asocian dialécticamente rasgos específicos de las leyes e instituciones de la sociedad, e igual ocurre con las mentalidades o formas de conciencia que allí surjan, componentes todos estos que se acoplan bajo formas o maneras peculiares. Esto origina la complejidad de su estructura o base económica y su superestructura jurídico-política-ideológica con interdependencia entre ambas, resultando así que cada modo de producción es una totalidad social abstracta o concreto-pensada pues, según sea la realidad vista como totalidad social concreto-real existente en un ámbito espacio-temporal determinado, no siempre existe un solo o único modo de producción, ni está aislado de las relaciones sociales propias de otros modos de producción.

Sintetizando tanto a Harnecker (1972: 97, 98) y Milena Landáez (2014) como a Rosental e Iudin (2004: 192), esa sociedad o ámbito espacio-temporal donde esto ocurre a nivel de estructura y superestructura se denomina formación económico-social, categoría que sirve para describir a un país o a un grupo de países con características similares en diverso grado, y poseedores de una historia en común. En toda formación económico-social se hallan articulados los siguientes componentes que interactúan dialécticamente entre sí (por lo que resulta absurdo encasillar esa categoría bajo una perspectiva economicista):

1) Una estructura económica compleja, donde coexisten varias relaciones de producción. Una de estas relaciones es de tipo dominante, imponiendo sus leyes de funcionamiento a las otras relaciones subordinadas.

2) Una estructura jurídico-política compleja, funcional a la supremacía de la clase dominante, y por tanto creada para la conservación del orden social imperante, sobre todo de las relaciones sociales de producción que sean dominantes.

3) Una estructura ideológica compleja formada por varias tendencias ideológicas subordinadas y configuradas por la tendencia ideológica dominante, la que generalmente corresponde a la mentalidad de la clase dominante, es decir, a la tendencia ideológica propia del grupo explotador de la relación de producción dominante, tendencia que a veces es impuesta, pero siempre asumida, como referente del consenso social que sirve de justificación y legitimación de las relaciones sociales y de la estructura jurídico-política, así como de factor alienante o neutralizador de la conciencia de clase de los explotados.

El tipo específico de formación económico-social se corresponde al tipo específico de relaciones sociales de producción que sean dominantes en la estructura económica. Por ejemplo, la formación económico social capitalista posee una estructura económica heterogénea donde predominan las relaciones capitalistas de producción, y la formación económico-social comunista consta de una estructura económica homogénea al existir solamente relaciones comunistas de producción, y por tanto esa formación coincide totalmente con el modo de producción comunista.

En un país o grupo de países, y durante un período histórico, para conocer las leyes de nacimiento y evolución de su formación económico-social (cuyo alcance puede ser nacional o regional), es necesario estudiar cada una de sus tres estructuras en su autonomía relativa y en sus vínculos multilaterales respecto a las demás según sus características propias, lo que implica identificar los tipos de relaciones sociales de producción existentes, conocer la combinación de estas, precisar la relación de producción dominante, y las maneras como esta ejerce su influencia al resto de la sociedad.

La formación económico-social imperante en una sociedad se ve alterada al crearse contradicciones entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción “o bien, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad en el seno de las cuales se han desenvuelto hasta entonces (…) Y se abre así una época de revolución social” (Marx, 1858-1859, p. 8) al agudizarse la lucha de clases. La preponderancia de uno de los respectivos tipos de relaciones sociales de producción, conjuntamente con la hegemonía que tenga la respectiva mentalidad que sustente el correspondiente tipo de propiedad sobre los medios de producción, es lo que llevará a la perpetuación de la formación económico-social existente o al avance hacia la formación económico-social por existir. Esta premisa aplica particularmente a la contradicción entre el capitalismo y el comunismo, es decir, a la perpetuación de la formación económico-social capitalista o al avance de la formación económico-social comunista.

Luego del triunfo de la Revolución Rusa en 1917, bajo la conducción del partido bolchevique y de su líder Lenin, en función de los retos que esta enfrentaba para intentar construir el comunismo en el contexto de la época, este líder revolucionario subrayó que:

Teóricamente, no cabe duda de que entre el capitalismo y el comunismo existe cierto período de transición. Este período no puede dejar de reunir los rasgos o las propiedades de ambas formaciones de la economía social, no puede dejar de ser un período de lucha entre el capitalismo agonizante y el comunismo naciente; o en otras palabras: entre el capitalismo vencido, pero no aniquilado, y el comunismo ya nacido, pero muy débil aún (1919: 86).

Mucho antes que Lenin, ya Marx había advertido que desplazar al capitalismo no origina inmediatamente “una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino (…) de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que (…) presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual” los rasgos de la sociedad capitalista de donde procede (Marx, 1875: 11), o dicho en otros términos, de esta última surge otro tipo de sociedad que conserva parte de sus atributos, y por tanto aún no es comunista, pero entre ambas “media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado” (Marx: 1875: 19), llamada a erigirse en clase dominante de la nueva sociedad como primer paso de la revolución obrera para el futuro advenimiento de “una fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación (…) a la división del trabajo (…)cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas” (1875; 12). De estas tres citas de Marx se infiere que la sociedad comunista tendrá una fase inferior (que no es plenamente comunista) y otra superior (que sí podría serlo), siendo que a la primera se le ha dado la denominación de socialismo aunque aquí Marx no la haya usado para tal fin.

En el período de transición entre las formaciones económico-sociales capitalista y comunista, coexistirán propiedades de uno y otro, por lo que, dependiendo de la correlación de fuerzas entre la clase burguesa y la clase trabajadora, podrá ocurrir un retroceso hacia la primera o un avance hacia la segunda, dependiendo tal hecho de la dominación económica y la hegemonía política e intelectual que, sobre la sociedad, pueda obtener uno de los grupos sociales congregados alrededor de las dos clases en pugna, y que participan de las correspondientes luchas que estas libran en los ámbitos social, económico, político, intelectual e incluso militar, pudiendo involucrar a las clases dominantes de una o varias naciones en contra del grupo social, partidario de los ideales socialistas e intereses políticos de la clase trabajadora y/o de sus adherentes, del país donde van a intervenir de diversas maneras, cuestión que se puede apaciguar o neutralizar si para ese país la correlación (nacional e internacional) de fuerzas es favorable para que se facilite la actuación del grupo social en cuestión.

Precisamente, el socialismo científico de Marx y Engels (al que aquí se llama socialismo a secas) es tomado por muchos autores como una etapa intermedia y de transición entre el capitalismo y el comunismo. Para Lenin (1917: 115, 119) el comunismo es una fase superior del socialismo, y por ende el segundo es a su vez la primera fase de la sociedad comunista, tal como lo dice de acuerdo a Harnecker (1979: 8), quien sostiene que “son dos períodos de un mismo modo de, [sic] producción: el modo de producción comunista, caracterizado fundamentalmente por la propiedad social de los medios de producción”, pese a que Schmitt (2008: 7) incluya al socialismo como parte de los modos de producción, al que describe diciendo que se basa tanto en la propiedad colectiva de los medios sociales de producción, como en la “dictadura” de la mayoría (proletariado) sobre la minoría (clase capitalista destituida), y que conducirá a la superación de la división entre el trabajo físico-manual-industrial y el intelectual, y por tanto de la alienación. La sociedad socialista se regirá por la libre asociación, cooperación solidaria y ayuda mutua de los productores, así como por la planificación social de la producción, destinada a la satisfacción de las necesidades y no a la venta en el mercado, sentándose así las condiciones objetivas y subjetivas para la aparición del comunismo.

Quizás Marx no contempló la relación entre las categorías de socialismo y comunismo como fases donde el primero precede al segundo, aparte de que ambos términos “se usan con poca precisión entre los propios seguidores de Marx, y por eso estos conceptos tienden a confundirse” (Harnecker, 1979: 8). Al respecto, el socialismo científico de Marx viene siendo una utopía relativa, revolucionaria y concreta, según lo explica Silva (1982: 202, 203). En efecto, a diferencia de una utopía absoluta, lo que se denomina utopía relativa se caracteriza por ser realizable, y esto es así cuando se parte de una interpretación científica de la realidad existente con el fin de crear una utopía, que puede realizarse si los revolucionarios escudriñan a fondo las tendencias de la sociedad capitalista, encaminadas hacia su destrucción y extinción, contribuyendo a su exacerbación y agudización de modo comunista, es decir, convirtiendo el socialismo científico en realidad concreta tal como lo entiende Marx (1843-1844) cuando dice que el comunismo “es en sí mismo solo una realización especial y unilateral del principio socialista”. Por otra parte, la utopía revolucionaria niega el orden existente, haciendo lo opuesto de lo que hace la ideología traducida como falsa conciencia de la realidad. Finalmente, la utopía concreta se realiza con la vinculación entre la teoría y la práctica, pues niega la realidad existente y a su vez parte de esta para crear otra realidad.

Sin negar la manera como Marx concibe al socialismo (como teoría del comunismo) y al comunismo (como práctica del socialismo), aparte de continuar con la acepción marxista de ambas denominaciones, desde el punto de vista de la praxis revolucionaria y de la lucha de clases, para Silva (1982: 16, 17) “el socialismo es la idea, el modelo, el proyecto, la estrategia; el comunismo es la práctica, la táctica, la tarea inmediata”, o dicho de otra manera, “el socialismo es la teoría y el comunismo es la práctica. Es decir, el comunismo, entendido como combate y movimiento real, es el arma que conquistará la sociedad socialista”, lo que lleva a plantear la necesidad de definir al socialismo como modelo y utopía concreta que se orienta hacia la sustitución de la formación económico-social capitalista y la instauración del comunismo, el cual para Schmitt (2008: 7) está:

Concebido como una sociedad sin clases basada en la propiedad colectiva de los medios sociales de producción, como en la libre asociación de los productores bajo pleno desarrollo de las fuerzas productivas y abundancia de recursos. Esto, a la vez, son las precondiciones para el pleno desarrollo de las potencialidades humanas, su plena realización como verdadero ser humano en y mediante la humanización de la naturaleza y la naturalización del ser humano.

Al alegar que el socialismo es la teoría y el comunismo es la práctica, Silva justifica así su postura en negar que el comunismo sea una fase superior del socialismo como lo dice Lenin. No obstante, el término socialismo se ha empleado para designar al período durante el cual, con los trabajadores fungiendo como clase dominante en medio de las dificultades propias de la lucha de clases originada en el seno de la formación económico-social capitalista, esta última se sustituye por el comunismo a través de la materialización o concreción objetiva del socialismo científico propuesto desde el marxismo. Durante ese período coexistirán propiedades del capitalismo y el comunismo, incluso en los aspectos ideológico y económico.

Partiendo de las consideraciones anteriores, y dado que la categoría modo de producción contempla una estructura económica homogénea (siendo así una especie de categoría pura libre de mixturas), el socialismo no puede ser definido como un modo de producción sino que, al ser un modelo a concretarse durante el período intermedio entre el capitalismo y el comunismo, en ese contexto da origen a lo que sería una formación económico-social socialista, donde su estructura económica heterogénea incluye relaciones capitalistas y comunistas de producción, ya sea que antes de su instauración estas últimas no existan o estén relegadas por el predominio de las primeras. La formación económico-social socialista deberá propiciar, entre otras cosas (pues praxeológicamente no es una categoría economicista), el desarrollo y avance de las relaciones comunistas de producción hasta lograr su predominio como parte del modo de producción comunista a ser implementado, mientras simultáneamente se crean las condiciones objetivas y subjetivas para la desaparición de todo tipo de relaciones explotadoras de producción (incluyendo por supuesto a las que son relaciones sociales de producción capitalista) y demás elementos estructurales (jurídicos, políticos e ideológicos) a los que se encuentran asociados.

Consideraciones finales

El modo de producción es una categoría no circunscrita a la esfera económica y del trabajo físico del ser humano para crear sus condiciones materiales de vida, no de manera aislada sino en sociedad con otros individuos, transformando lo que pueden obtener de la naturaleza de donde provienen. De esa categoría forman parte las relaciones de producción, que incluyen las relaciones sociales de producción, manteniendo estas últimas vinculaciones de índole dialéctica con el trabajo intelectual del ser humano (como creador y portador de cultura) y con las esferas jurídica y política (donde se desenvuelve como objeto y sujeto de ambas). Según sea el tipo de relaciones sociales de producción que lo integran, así será el modo de producción en cuestión. Al coexistir en una sociedad tipos diferentes de modos de producción, se está en presencia de una formación económico-social signada por las relaciones sociales de producción que sean predominantes sobre las demás.

Aparte de denominar a la expresión teórica del comunismo según lo concibió Marx, el término socialismo se puede usar para adjetivar una formación económico-social que, a través de una revolución que convierta a los trabajadores en clase dominante, permita transitar de una formación económico-social capitalista a la formación económico-social (o modo de producción) comunista. La formación económico-social socialista podrá estimular las relaciones comunistas de producción en la esfera económica si simultáneamente procura transformaciones que les sean compatibles en las esferas jurídica, política e ideológica (y por ende cultural) de una sociedad fragmentada en clases por relaciones explotadoras de producción, para convertirla en una sociedad sin clases y libre de explotación.

REFERENCIAS

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*Fuente de la imagen: ideologiab.blogspot.com/2009/10/modos-de-produccion-marxista.html

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Críticas y convergencias con la Teoría de la Dependencia

Por Claudio Katz

Rebelión

En los años 70 Agustín Cueva fue el principal crítico marxista de las Teorías de la Dependencia. Objetó la tesis del desarrollo asociado, cuestionó la visión metrópoli-satélite y mantuvo intensas polémicas con Bambirra, Dos Santos y Marini. Pero a partir de confluencias políticas, en la década siguiente participó de un reencuentro teórico que modificó el abordaje del subdesarrollo.

FUNCIONALISMO SIN SUJETOS

Cueva sobresalió como un intelectual muy creativo. Se forjó en el ambiente localista de Ecuador, absorbió concepciones estructuralistas en Francia y maduró su novedosa mirada historiográfica en México. Compartió ciertas estrategias políticas con los partidos comunistas, pero cuestionó el dogmatismo imperante en la URSS (Prado, 1992).

Sus debates con la teoría de la dependencia comenzaron con tres objeciones al esquema de Cardoso-Faletto. Criticó, en primer término, el uso de criterios funcionalistas para explicar la historia de América Latina, señalando que el “desarrollo hacia adentro” o las “colonias de explotación” carecían de la consistencia explicativa. Retrataban peculiaridades de ciertas áreas o singularidades de los productos exportados, pero no aportaban criterios para la interpretación del subdesarrollo.

Cueva puntualizó que las ventajas o inconvenientes generados por los recursos de cada región no clarifican la lógica capitalista, ni esclarecen las aptitudes diferenciadas para la acumulación. Señaló que sólo los conceptos marxistas de fuerzas productivas, relaciones de producción y lucha de clases facilitan ese análisis (Cueva, 1976).

El pensador ecuatoriano estimó que Cardoso soslayaba los procesos histórico-sociales en todas sus caracterizaciones. Señaló que FHC ofrecía una descripción de las ventajas del control nacional sobre los recursos (México) frente a su administración foránea (pequeños países de Centroamérica). Destacó que también retrataba las conveniencias de ciertas alianzas políticas para incentivar la industrialización (Brasil en los años 60) u obstruirla (Argentina en el mismo periodo) (Cueva, 1973:102).

Pero el teórico andino puntualizó que en ese pantallazo, los desequilibrios de la acumulación capitalista eran tan omitidos como los conflictos entre los grupos dominantes.

Cueva objetó, en segundo lugar, el razonamiento “externalista” de Cardoso. Destacó que su enfoque sustituía el análisis de cada economía latinoamericana por una simple constatación de inserciones en el mercado mundial. Señaló que la contraposición entre situaciones de enclave y control nacional de los recursos nacionales registraba conexiones externas, sin indagar la dinámica endógena del desenvolvimiento de cada país.

Estimó que la omisión de la dimensión agraria ilustraba ese desconocimiento de los procesos internos. Destacó especialmente la ausencia de referencias a los conflictos entre campesinos y latifundistas, que determinaron los principales desenlaces progresivos (México) o regresivos (Perú, Colombia) de la historia regional. Observó que en muchas circunstancias esos procesos fueron más determinante del subdesarrollo que las exacciones externas.

En tercer lugar, Cueva advirtió la total ausencia de sujetos populares en la radiografía expuesta por Cardoso. Remarcó que presentaba al pueblo como un acompañante pasivo de las alianzas tejidas por las burocracias con las clases dominantes.

El teórico ecuatoriano señaló que FHC sólo reconocía cierta gravitación de la clase media, ignorando por completo a los obreros, campesinos o desposeídos. Estimó que ese desconocimiento obstruía cualquier análisis de lo acontecido en un continente convulsionado por rebeliones y resistencias populares (Cueva, 1976).

Con esta temprana percepción del funcionalismo, el externalismo y la omisión de las confrontaciones de clases, Cueva puso de relieve defectos en la obra de Cardoso, que los teóricos marxistas de la dependencia resaltaron con mayor tardanza (Katz, 2016).

EXOGENISMO MECÁNICO

Cueva objetó también la visión externalista del esquema metrópoli-satélite y la interpretación del subdesarrollo como un resultado exclusivo de la inserción subordinada en el mercado mundial (Cueva, 1979a: 7-11).

Cuestionó el énfasis unilateral de Frank en los desequilibrios exógenos, señalando que América Latina no era dependiente por su integración en el mercado mundial, sino por la obstrucción interna a su desarrollo. Observó que el predominio de rentas improductivas generadas por la primacía de las haciendas, plantaciones y latifundios bloqueó más la acumulación de capital, que las succiones coloniales o imperiales .

El pensador ecuatoriano atribuyó los errores de Frank a su asimilación acrítica de los enfoques de la CEPAL, exclusivamente centrados en el deterioro de los términos de intercambio. Señaló que esa mirada indujo a generalizaciones excesivas y a suponer que todas las sociedades latinoamericanas están cortadas por un mismo patrón.

Cueva destacó que el simplificado modelo de satélites y metrópolis omite las diferencias entre economías tan disimiles como Chile y Brasil. Cuestionó también la atención excluyente a l comercio en desmedro de la producción, como principal determinante del subdesarrollo (Cueva, 1986) . Varios autores de la época tipificaron ese defecto con el término de “circulacionismo”.

El crítico andino también cuestionó las conclusiones de su colega alemán. Estimó que la conocida fórmula para describir el retraso latinoamericano (“desarrollo del subdesarrollo”) sugería un erróneo escenario de estancamiento.

Cueva objetó la identificación de una situación dependiente con bloqueos a cualquier expansión y propuso indagar a Latinoamérica como un eslabón débil del desarrollo desigual del capitalismo. Resaltó que la competencia y la inversión son incompatibles con el estancamiento, en un sistema sujeto a espirales de contradicciones (Cueva, 1977: 98-113, 437-442).

El teórico ecuatoriano criticó, además, la desconsideración por los antagonismos entre opresores y oprimidos. Cuestionó la sustitución analítica de las luchas y las sublevaciones por meras clasificaciones de satélites.

Frank no respondió. Se limitó a registrar esos señalamientos como un indicio del impacto generado por su propia obra. Esta actitud fue congruente con el abandono de la Teoría de la Dependencia que consumó al poco tiempo de haberla formulado (Frank, 1970: 305-327).

Posteriormente retomó el tema afirmando que su enfoque nunca privilegió el comercio, ni desconoció las dimensiones endógenas. Pero no aportó argumentos para justificar esa opinión (Frank, 2005).

Las observaciones de Cueva sintonizaron con objeciones de otros analistas, que remarcaron “unilateralidades” del enfoque metrópoli-satélite (Vitale, 1981), su “exagerado dependentismo” (Martins, 2009) o su “pesimismo apocalíptico” (Boron, 2008).

PROBLEMAS DEL PAN-CAPITALISMO

La crítica de Cueva se extendió al diagnóstico del capitalismo comercial instaurado en América Latina desde el siglo XVI. Frank afirmaba que desde esa época predominó en la región un sistema de producción orientado por el mercado. Expuso esa tesis en polémica con las teorías del pasado feudal, señalando que nunca rigió una economía cerrada o meramente rural (Frank, 1970: 31-39, 167-168).

Cueva remontó también el origen del subdesarrollo a la colonia, pero no atribuyó ese problema al comercio. Recordó la devastación sufrida durante la “des-acumulación originaria” impuesta por la conquista y señaló que esa depredación no instauró modalidades capitalistas (Cueva, 1973: 65-78).

El pensador andino criticó la identificación del capitalismo con el intercambio comercial. Contrapuso la asociación de ese sistema con la economía monetaria (Adam Smith), a su presentación como un modo de producción basado en la explotación del trabajo asalariado (Marx). Subrayó que el capitalismo presupone procesos industriales de extracción de plusvalía, inexistentes en esa época no sólo en América Latina, sino también en Europa.

Cueva remarcó la preeminencia inicial en América Latina de regímenes pre-capitalistas estrechamente conectados con el naciente mercado mundial. Objetó el simplificado contrapunto entre los intérpretes de la colonización feudal y capitalista, destacando la imposibilidad de corroborar ambas caracterizaciones. Propuso incorporar la noción de formaciones económico-sociales para resolver ese problema (Cueva, 1988).

Señaló que las articulaciones de variados modos de producción rigieron desde la conquista hasta el siglo XIX (Cueva, 1979a: 60-68). D istinguió especialmente tres modalidades: la servidumbre en la hacienda, la esclavitud en las plantaciones y el trabajo asalariado en los latifundios. Entendió que esta atención por la forma de explotación imperante era más congruente con el marxismo, que la jerarquización analítica del comercio exterior. Rechazó el pan-capitalismo de Frank por reducir cuatro siglos de historia a la primacía de un modo de producción contemporáneo (Cueva, 1978).

El pensador ecuatoriano también destacó que el concepto de formaciones económico-sociales era indispensable para comprender el subdesarrollo desigual de América Latina. Estimó que lo ocurrido en cada proceso nacional se explicaba por la disolución de las bases pre-capitalistas, que precedieron al afianzamiento de los modelos oligárquicos predominantes desde el siglo XIX (Cueva, 1982).

El teórico andino ubicó el origen contemporáneo del subdesarrollo en la consolidación de la gran propiedad rural y describió cómo las repúblicas balcanizadas impidieron el surgimiento de los farmers. Situó la causa central del atraso latinoamericano en la carencia (Ecuador, Brasil) o insuficiencia de transformaciones agrarias (México, Bolivia).

Esta relevancia asignada a los determinantes internos del subdesarrollo sintonizó con otras miradas igualmente inspiradas en el enfoque althusseriano (Howard; King, 1989: 205-215). Todas rechazaban las contraposiciones tradicionales entre feudalismo y capitalismo, subrayando el predominio de mixturas condicionadas por la penetración desigual e insuficiente del capitalismo.

Estas visiones empalmaron con las objeciones dentro de la propia teoría marxista de la dependencia a la omisión de las estructuras internas y con la crítica a la falsa equiparación de situaciones coloniales y contemporáneas (Dos Santos, 1978: 303-304, 336-337; Marini, 1973:19). Estos cuestionamientos resaltaron el olvido de las raíces de la dependencia en el plano productivo (Chilcote, 1983) y convergieron con otros críticos de la tesis del capitalismo vigente en América Latina desde 1492 (Salama, 1976:13). 

Cueva también objetó el desconocimiento del protagonismo que tuvieron las clases populares en la historia latinoamericana . Señaló que Frank ignoró esa incidencia en las luchas por la I ndependencia y en las revoluciones agrarias, nacionales o antiimperialistas de la centuria posterior (Cueva, 1979a: 69-93).

El teórico ecuatoriano abordó el estudio del pasado desde una óptica de los oprimidos (“historia por abajo”), para subrayar cómo ese legado nutrió la cultura de la izquierda. Propició un enfoque que despuntaba también en teóricos marxistas de otras regiones. Los historiadores ingleses, por ejemplo, exploraban en esa época una nueva síntesis entre el papel de estructuras económicas y el rol definitorio de la lucha social (Kaye, 1989).

¿SINGULARIDAD METODOLÓGICA?

Cueva también criticó el status teórico del concepto dependencia. Objetó la enunciación de leyes específicas del capitalismo subordinado, señalando que esos principios sólo se corresponden con la universalidad de los modos de producción, sin aludir al centro o a la periferia. Precisó que las formaciones sociales específicas no están sujetas a ningún tipo de legalidad (Cueva, 1976).

El pensador ecuatoriano formuló estas observaciones en términos genéricos, pero reprochó la errónea búsqueda de leyes peculiares a “un autor tan riguroso” como Marini.

Cueva no cuestionó la existencia de una dinámica específica de la economía latinoamericana. Objetó su presentación como leyes, señalando que esas reglas explican el funcionamiento del feudalismo o el capitalismo, sin extenderse a los ámbitos peculiares de esos sistemas (Cueva, 1979b).

El pensador andino no profundizó en las consecuencias epistemológicas de su planteo. No pretendía iniciar una controversia filosófica, sino aportar argumentos al debate con los teóricos del singularismo regional. Por eso le cuestionó a Cardoso su búsqueda de originalidades latinoamericanas y rechazó la vehemencia identitaria de muchos auspiciantes de las ciencias sociales latinoamericanas.

Cueva tenía preocupaciones inversas a Marini. En vez de lamentar la ausencia de autores localizados en la región, resaltaba el exceso de provincialismo y la escasa absorción de ideas universalistas. Desechaba la existencia de “categorías nuestras” y confrontaba con las mitologías regionalistas (Cueva, 1979a: 83-93).  

En este debate Cueva prolongaba la batalla que había librado en Ecuador contra la ideología del mestizaje. Denunciaba el retrato imaginario de una armónica convivencia entre pueblos, que difundían los pensadores de las clases dominantes. Estimaba que ese idílico universo encubría la opresión ejercida por las elites adineradas y cuestionaba esa demagogia nacionalista desde una postura socialista (Tinajero, 2012: 9-35).

Esta oposición al nacionalismo populista explica la hostilidad de Cueva a la pretensión de elevar el status conceptual de la teoría de la dependencia. Rechazó esa aspiración afirmando que América Latina estaba regida por principios generales del capitalismo.

Para el teórico ecuatoriano las sociedades latinoamericanas era particulares, pero no originales y la indagación de sus dinámicas no implicaba descubrir leyes propias de la región.

Pero sus críticas sólo eran pertinentes para los pensadores que recurrían a explicaciones espiritualistas de la identidad latinoamericana o para los constructores de forzados de destinos nacionales. Ninguno de esos defectos se verificaba en los teóricos marxistas de la dependencia. Las acusaciones de nostalgia nacionalista contra varios integrantes de esa corriente carecían de justificación.

No sólo Dos Santos, Marini y Bambirra postulaban enfoques socialistas con miradas universalistas. Cardoso mantenía afinidades con el cosmopolitismo liberal y Gunder Frank con variantes libertarias de ese mismo ideario. El equívoco de Cueva estuvo muy influido por el tenso clima político de los años 70.

EL BALANCE DE LA UNIDAD POPULAR

Todos los participantes del debate de la dependencia estuvieron personalmente involucrados en la experiencia de la Unidad Popular chilena. Al igual que sus colegas, Cueva tuvo enormes expectativas en un desemboque socialista de ese proceso. Describió esa oportunidad en un país con excepcionales tradiciones de continuidad institucional. Señaló que ese legado facilitó el triunfo electoral de la izquierda, pero fue también utilizado por el pinochetismo para preparar el golpe .

Cueva estimó que la derecha demostró una voluntad de poder ausente en la UP. Esa coalición buscó acuerdos con la oposición y no supo utilizar el respaldo popular para desbaratar la asonada.

El pensador ecuatoriano retrató el papel arbitral de Allende y la confianza socialdemócrata en el legalismo. Pero también criticó la conducta “aventurera” del MIR por su promoción de acciones directas “utilizadas por la derecha” (Cueva, 1979a: 97-140).

Marini extrajo un balance totalmente opuesto. Identificó el triunfo de la UP con la apertura de un proceso revolucionario y responsabilizó al Partido Comunista por la frustración de ese curso. Criticó especialmente la hostilidad de esa organización a cualquier desborde del marco político burgués.

El economista brasileño estimó que Allende quedó entrampado en una tolerancia suicida del golpe. Señaló que el MIR nunca realizó acciones adversas a la UP. Al contrario colaboró con ese gobierno, promovió comités para sostenerlo, alentó la reforma agraria y la continuidad de la producción saboteada por los capitalistas (Marini, 1976a). Reivindicó al mismo tiempo el intento de gestar formas de poder alternativo para contener a Pinochet (Marini, 1976b).

Dos Santos coincidió con Marini. Integraba el Partido Socialista y proponía la unión de toda la izquierda para radicalizar el proceso abierto con el gobierno de Allende (Dos Santos, 2009:11-26).

En una mirada retrospectiva la balanza de la discusión se inclina a favor de Marini. El teórico de la dependencia captó la disyuntiva imperante en 1970-73 entre el debut del socialismo y el triunfo de la reacción. Cueva eludió ese dilema con enunciados contradictorios.

El escritor ecuatoriano objetó tanto la miopía institucionalista como la acción directa, sin aclarar cuál de los dos problemas fue determinante del trágico desenlace. Mientras que la izquierda de la UP fomentaba el poder popular, el sector conservador de ese frente buscaba una alianza con la Democracia Cristiana, para gestar una etapa de capitalismo nacional.

Cueva sugirió una tercera opción sin explicar cómo podría implementarse. Criticó la supresión de etapas intermedias y el desconocimiento de la correlación de fuerzas (Cueva, 1979a: 7-11). Pero Marini tomaba en cuenta ambos problemas al apoyar las iniciativas desde abajo en los cordones industriales y las comunas agrarias.

Tanto Cueva como Marini promovían la conversión de los triunfos electorales de la izquierda en dinámicas radicales de conquista del poder. Pero confrontaron duramente en la definición de las estrategias para alcanzar ese objetivo. Esta divergencia se proyectó a otros planos y generó drásticas críticas (Cueva, 1988) y virulentas defensas de la Teoría de la Dependencia (Marini, 1993; Dos Santos, 1978: 351, 359, 361; Bambirra, 1978: 40-73).

ENDOGENISMO TRADICIONAL Y TRANSFORMADO

Aunque Cueva compartió la estrategia de muchos partidos comunistas, no cuestionó la Teoría de la Dependencia desde ese alineamiento. Su enfoque contrastó con las objeciones formuladas por esa corriente.

Los exponentes del comunismo oficial criticaban el rechazo de Frank, Marini y Dos Santos a la política de alianzas con la burguesía nacional. Señalaban que con esa oposición se negaba la primacía de la lucha antiimperialista, se desconocía la necesidad de los frentes poli-clasistas, se desvalorizaba al campesinado y se omitía la centralidad de la lucha democrática (Fernández; Ocampo, 1974).

Pero en los hechos las alianzas con las “burguesías progresistas” conducían a esos desaciertos. Esos grupos dominantes adoptaban posturas regresivas de atropello a los trabajadores y de sostén de la represión. El oficialismo comunista no registraba, además, las potencialidades socialistas abiertas con la revolución cubana, que dos teóricos de la dependencia expusieron en un elaborado texto ( Dos Santos; Bambirra, 1980).

Cueva no participó en esas discusiones, ni repitió las acusaciones que recibía el dependentismo por su parentesco con la “ideología burguesa”. Ese cuestionamiento resaltaba el contenido filosófico “idealista” de esa concepción, subrayando su desatención por las problemáticas materialistas de la relación del capital con el trabajo (Angotti, 1981). También alertaba contra la existencia de una confusa variedad de conceptos de la dependencia, que eran aprovechados por los autores pro-imperialistas.

La inconsistencia de estas observaciones salta a la vista en cualquier lectura contemporánea. Pero los disparos verbales sin contenido eran muy frecuentes en una época de razonamientos orquestados en torno a fidelidades o herejías hacia el partido. Cueva se ubicó en un ámbito político próximo al comunismo sin compartir esos códigos. Nunca sustituyó la reflexión por la demolición de los disidentes.

Tampoco crucificó a los teóricos de la dependencia por su resistencia a endiosar a la Unión Soviética, ni estimó que le “hacían el juego al imperialismo” por soslayar panegíricos del “campo socialista”.

El pensador ecuatoriano desenvolvió, en cambio, los argumentos endogenistas sugeridos por varios críticos comunistas de la teoría de la dependencia. Transformó vagas observaciones en sólidos planteos, objetando especialmente la atención unilateral por los procesos de circulación comercial, en desmedro de la dinámica productiva del capitalismo.

Cueva resaltó también la importancia de priorizar el atraso agrario como explicación del subdesarrollo subrayando el peso del latifundio, la gravitación de la renta y la incidencia del campesinado. Postuló que la asfixia endógena generada por el estancamiento agrario era más gravitante que la exacción exógeno-imperial.

Pero a diferencia del endogenismo tradicional, Cueva nunca atribuyó el retraso de la región a la persistencia de resabios feudales, ni planteó la necesidad de una alianza con la burguesía para superar esa rémora.

El teórico andino desenvolvió la crítica al exogenismo de Frank sin compartir los preceptos del endogenismo tradicional. Rechazó el mecánico esquema de etapas históricas sucesivas y razonó con criterios de desarrollo desigual y combinado.

En su madurez Cueva ponderó la atención de la Teoría de la Dependencia al lugar internacional de América Latina, pero continuó señalando la carencia de nítidas conexiones analíticas con los parámetros locales. Resaltó la génesis nacional del capitalismo y subrayó los determinantes internos de la acumulación. Buscó por esa vía aportar fundamentos endógenos al dependentismo.

COINCIDENCIAS CONTRA EL POS-MARXISMO

Con el afianzamiento de las dictaduras la Teoría de la Dependencia perdió gravitación. En los años 80 algunos autores diagnosticaron la disolución de esa escuela, junto al declive de los proyectos emancipación (Blomstrom; Hettne, 1990: 105, 250-253).

Ese retroceso no obedeció a miradas erróneas de la realidad latinoamericana, sino a las derrotas sufridas por los movimientos revolucionarios. Los conceptos de la dependencia no sucumbieron. F ueron silenciados por la contra-reforma neoliberal (López Hernández, 2005). La teoría que dominó el escenario precedente quedó relegada por motivos políticos y perdió interés entre nuevas generaciones distanciadas de la radicalidad anticapitalista.

La derrota electoral del Sandinismo en 1989 inauguró un repliegue de los proyectos socialistas, que se profundizó con la implosión de la Unión Soviética. La Teoría de la Dependencia decayó como consecuencia de ese retroceso.

Cueva y Marini receptaron de inmediato el golpe e iniciaron un proceso de aproximación en numerosos terrenos, aunque disintieron en la caracterización de las dictaduras.

El pensador ecuatoriano definió a esas tiranías como regímenes fascistas, equiparables a la barbarie de entre-guerra (Cueva, 1979a: 7-11). El teórico brasileño resaltó, en cambio, las diferencias con lo ocurrido en el Viejo Continente. Destacó la debilidad de las burguesías latinoamericanas, que aceptaban el rol sustituto de los militares sin forjar bases propias de sustentación política (Marini, 1976b).

Más allá de estos matices, ambos pensadores convergieron de inmediato en la prioridad de la resistencia democrática. Cuando decayeron las tiranías denunciaron los pactos concertados por los partidos tradicionales con los militares para perpetuar la cirugía neoliberal.

Cueva desplegó una intensa polémica con los autores que justificaban esas negociaciones. Señaló que esos acuerdos socorrían a los gendarmes, consagraban su impunidad y garantizaban las transformaciones regresivas del neoliberalismo (Cueva, 2012). Marini expuso la misma denuncia, mediante categóricos rechazos de la tutela militar de las transiciones pos-dictatoriales.

Pero la principal batalla convergente de Cueva y Marini fue la crítica a los intelectuales pos-marxistas (Laclau). Estos autores abandonaron el análisis de clase, desecharon la centralidad de la opresión imperial y consideraron perimida la acción de la izquierda. También redescubrieron la socialdemocracia y se reencontraron con los viejos partidos dominantes (Chilcote, 1990).

En este escenario Cueva y Marini concentraron todos sus dardos en la defensa del antiimperialismo y el socialismo y polemizaron con la presentación mistificada del capitalismo como un régimen inmodificable.

El escritor ecuatoriano también modificó en ese período su valoración del populismo. En vez de resaltar la funcionalidad de esa vertiente para la ideología burguesa, subrayó el fermento que aportaba a las concepciones jacobinas, que en América Latina enlazaban al nacionalismo radical con el socialismo (Cueva, 2012: 183-192).

En el mismo período Marini retornó a Brasil después de 20 años de exilio y enfrentó la hostilidad de los ex dependentistas acomodados en el universo académico. Denunció ese amoldamiento y retomó sus debates con Cardoso ( Marini, 1991) . La confluencia con Cueva fue un resultado natural de esa batalla contra adversarios comunes.

REENCUENTRO CON LA DEPENDENCIA

Cueva y Marini encararon una discusión también convergente con los teóricos neo-gramscianos (Aricó, Portantiero). Esa corriente reformulaba el pensamiento del comunista italiano, para derivar de ese enfoque una visión laudatoria de la democracia. Ignoraba el perfil distintivo de ese sistema político en los diversos regímenes sociales y estimaba que el antiimperialismo y la dependencia eran conceptos obsoletos.

Cueva rechazó esa visión presentado nuevos datos de la subordinación económica y el sometimiento político de América Latina . Ilustró cómo la dependencia se había acentuado con el agravamiento del endeudamiento externo (Cueva, 1986).

El teórico ecuatoriano señaló que el subdesarrollo persistía junto a los procesos de modernización. Resaltó la combinación de pobreza y opulencia vigente en Brasil (“Belindia”) y demostró la inexistencia de una aproximación de la economía latinoamericana con los países centrales (Cueva, 1979a: 7-11).

Con esta exposición Cueva precisó sus caracterizaciones anteriores. Afirmó que en los años 70 había criticado a la Teoría de la Dependencia desde posturas de izquierda, antagónicas con los cuestionamientos derechistas que observaba veinte años después. Declaró su total oposición a estas miradas y revalorizó los aciertos de la concepción que había cuestionado.

Cueva ratificó su proximidad con la Teoría de la Dependencia, aclarando que nunca negó la sumisión latinoamericana al orden imperial. Ratificó su pertenencia al mismo ámbito antiimperialista de los autores que objetó en el pasado. Señaló que sólo pretendió completar el enfoque dependentista, para superar su desconsideración de los determinantes internos del subdesarrollo (Cueva: 1988).

El pensador ecuatoriano expuso esta reconsideración con elogios al trabajo de Marini (Cueva, 2007:139-158) y a las posturas adoptadas por Dos Santos durante su retorno a Brasil (Cueva, 1986). A su vez, Marini reivindicó las críticas de Cueva a los intelectuales pos-marxistas y ponderó sus diferencias con otros autores endogenistas (Marini, 1993).

EL CAMINO INVERSO

Cueva fue el último exponente del endogenismo marxista y el precursor de una síntesis con la Teoría de la Dependencia. Buscó soluciones en el marxismo latinoamericano a los cuestionamientos que afrontaba esa última concepción. Siguió un rumbo contrario a otros pensadores de su tradición, que optaron por el rechazo del esquema centro-periferia y adoptaron una teoría comparativa de los capitalismos nacionales.

En ese curso se embarcó, por ejemplo, el inspirador francés de la Teoría de la Regulación, Alain Lipietz. Este pensador no trabajó específicamente la problemática latinoamericana, pero asimiló en sus inicios el mismo marxismo althusseriano de Cueva.

Con ese fundamento conceptual estudió la dinámica de los modos de producción articulados buscando comprender la singularidad de los modelos nacionales. Desde esa óptica expuso también fuertes objeciones a la Teoría de la Dependencia por su desconsideración de las condiciones internas (Lipietz, 1992: 20, 34-39, 62).

Pero a medidos de los 80 declaró su “cansancio” con el antiimperialismo y las interpretaciones marxistas del subdesarrollo . Objetó el principio de la polarización mundial, señalando que no existe un lugar predeterminado para cada economía en la división internacional del trabajo. Subrayó la existencia de muchos sitios disponibles para situaciones de dependencia o autonomía (Lipietz, 1992: 12-14, 25-30, 38-41).

El teórico francés concluyó este razonamiento ponderando la existencia de una gran variedad de capitalismos nacionales, cuyo rumbo es definido por las elites gobernantes, en función de escenarios sociales e institucionales cambiantes.

Esta tesis nutrió la Teoría de la Regulación -que mixturaba marxismo con heterodoxia keynesiana- y derivó posteriormente en las concepciones social-desarrollistas, que promueven esquemas de capitalismo redistributivo.

En este enfoque se verifican dos problemas que Cueva logró evitar. Por un lado, el abandono del horizonte socialista condujo a Lipietz, a concebir márgenes ilimitados del capitalismo para lidiar con sus propios desequilibrios.

Esa mirada supone que el mercado puede ser mejorado perfeccionando las instituciones, que la rentabilidad puede ser acotada con regulaciones estatales, que la explotación puede neutralizarse y que las crisis son manejables con dispositivos macro-económicos.

Con esos presupuestos de capitalismo auto-correctivo se promueve el régimen de acumulación más conveniente, para un sistema que siempre encontraría soluciones a sus contradicciones. De la descripción inicial de formas variadas del capitalismo se pasa a un diagnóstico de auto-superación de ese sistema, mediante tránsitos de un régimen de acumulación a otro (Husson, 2001:171-182).

El segundo problema de esta modalidad de endogenismo burgués es la omisión de los condicionamientos objetivos que impone la mundialización. Se supone que el capitalismo vigente en cada país constituye una elección soberana de sus ciudadanos.

Al resaltar la determinación puramente interna del curso imperante en cada nación se olvida cómo el capitalismo mundializado modela esas dinámicas nacionales.

La hostilidad a la teoría de la dependencia termina resucitando creencias de libre elección e imaginarios de capitalismo electivo. Cueva sorteó esos desaciertos al intuir las nuevas modalidades de subdesarrollo que genera la mundialización.

LA SÍNTESIS TEÓRICA

El camino de convergencia con Marini seguido por Cueva abrió el rumbo para una síntesis teórica. Ese empalme quedó planteado por el alineamiento de Cueva en el campo del dependentismo, no sólo como reacción frente a las críticas derechistas. El escritor andino reconoció la validez general de la vertiente marxista de esa concepción y distinguió ese enfoque de las simplificaciones de Frank y las inconsistencias de Cardoso.

Esta reconsideración permitió entender que la interpretación endogenista no era incompatible con la caracterización dependentista del subdesarrollo latinoamericano. Convergían de la misma forma que sintonizaron los marxistas de posguerra en la evaluación de la relación centro-periferia. Las mismas afinidades que conectaron a Sweezy-Baran, Amin y Mandel aunaron a los teóricos sudamericanos.

El encuentro de Cueva con Marini permitió decantar la teoría de la dependencia, depurar sus conceptos e incorporar aportes de otros pensadores. Esa síntesis fue un proceso de maduración simultánea. Al mismo tiempo que Cueva revalorizó la obra de sus viejos contendientes, Marini, Dos Santos y Bambirra afianzaron su distanciamiento de Frank y Cardoso.

La aproximación de endogenistas y exogenistas no implicó unanimidad, ni coincidencia plena. Cueva reafirmó su desacuerdo con varios conceptos de Marini. Resaltó el interés de los diagnósticos del ciclo productivo dependiente, pero remarcó la supremacía de la dimensión financiera .

El pensador ecuatoriano tampoco consideró satisfactorio el concepto de superexplotación, que siguió observando como una variante de la pauperización absoluta. Pero defendió enfáticamente a Marini de las acusaciones de “estancacionismo”, recordando que ese defecto signó la obra de Furtado (Cueva, 2012: 199-200) .

En la síntesis de Marini con Cueva se encuentran los pilares de una caracterización integral del status de América Latina. Partiendo de la condición subordinada y retrasada de la zona, esa visión permite distinguir tres niveles de análisis.

En el plano económico la región es subdesarrollada en comparación a los países avanzados. En la división internacional del trabajo Latinoamérica ocupa un lugar periférico, contrapuesto a la inserción privilegiada que detentan las potencias centrales. En el aspecto político padece dependencia, es decir márgenes de autonomía estrechos y contrapuestos al rol dominante que ejercen los imperios.

Subdesarrollo, periferia y dependencia constituyen, por lo tanto, conceptos conectados a una misma condición. Estas tres nociones no aparecen claramente diferenciadas en Cueva y en Marini, pero han sido precisadas por autores posteriores (Domingues, 2012) .

El marxista ecuatoriano y sus pares brasileños sugirieron una nítida interrelación entre los tres conceptos. Señalaron que la subordinación periférica al mercado mundial define distintos niveles de subdesarrollo, que son acentuados por la dependencia política.

Cueva y Marini resaltaron los márgenes reducidos que tiene América Latina -bajo el capitalismo- para modificar su status. Esta óptica difiere del camino abierto al desarrollo que imaginó Cardoso a partir de los años 80. También discrepa del sendero complemente cerrado a cualquier alteración que supuso Frank en la década del 70.

Los teóricos marxistas realizaron, además, exploraciones muy originales de las diferencias existentes al interior de la región. Cueva presentó un esquema de subdesarrollo desigual determinado por el grado de penetración capitalista vigente en cada país. Bambirra expuso una detallada clasificación de esas variedades y Marini investigó las singularidades de la economía más industrializada de la región.

En este abordaje cada autor jerarquizó distintas localizaciones. Cueva centró su atención en los países con resabios pre-capitalistas y Marini en las estructuras de mayor desenvolvimiento fabril.

Por esa razón el primer autor utilizó criterios endógenos aptos para el estudio del subdesarrollo agrario. El segundo privilegió en cambio parámetros de conexión con el mercado mundial, que son más útiles para comprender los desequilibrios de las economías semiindustrializadas.

CONVERGENCIA METODOLÓGICA

Una síntesis de Cueva con Marini permite superar la contraposición entre primacía del abordaje interno o externo en la interpretación del subdesarrollo.

Cueva criticó el externalismo simplificador, indagando cómo rigió en América Latina una articulación variable de los modos de producción, como consecuencia del insuficiente desarrollo capitalista. Analizó la cadena de determinaciones recíprocas que se estableció entre elementos internos retrasados y componentes externos avanzados . Por su parte Marini indagó de qué forma el capitalismo internacional condiciona todas las relaciones internas de la región .

La maduración de ambas miradas contribuyó a dejar atrás posiciones binarias igualmente reduccionistas. El énfasis en la subordinación externa o en la carencia del desarrollo interno -como causa del retraso- debe modificarse según la etapa histórica analizada o la zona específicamente estudiada.

Es evidente que la devastación externa fue el dato central en las primeras décadas de la conquista de América, mientras que la regresión interna prevaleció durante la fase posterior de consolidación del latifundio. A su vez la depredación externo-colonial padecida por los enclaves mineros difirió del estancamiento endógeno-agrario, generado por el afianzamiento de las haciendas.

La Teoría de la Dependencia provee un acertado esquema de explicación de la subordinación sufrida por América Latina. Pero necesita el complemento analítico del endogenismo, para analizar el bloqueo interno generado por la prolongada preeminencia de modalidades pre-capitalistas.

Osorio remarca cómo esa integración combina un abordaje totalizador del capitalismo dependiente, con un estudio peculiar de las formaciones históricas de la región. Destaca que estas modalidades sólo pueden ser esclarecidas evaluando su inserción en el mercado mundial. La teoría marxista de la dependencia define un marco analítico enriquecido por el endogenismo (Osorio, 2009: 94-98) .

La profundización de esta síntesis exige dejar atrás tres equívocos. En primer lugar la visión sin historicidad del esquema metrópoli-satélite, que confunde la situación colonial con la dependencia posterior, suponiendo que una misma contradicción se repite a lo largo del tiempo en estructuras invariables (Osorio, 2009: 86-89) .

En segundo término, corresponde abandonar el diálogo de sordos que se entabló entre las tesis de la colonización feudal y capitalista, desconociendo que la inserción de América Latina en el mercado mundial exigió recurrir a formas pre-capitalistas de producción (Osorio, 2009: 44-47) .

En tercer lugar hay que superar la falsa disyuntiva entre exogenistas puros, que ignoran cómo el capitalismo dependiente internaliza los condicionamientos externos y endogenistas puros, que desconocen la forma en que América Latina quedó inscripta en el mercado internacional (Osorio, 2009: 82-85) .

El empalme de Cueva con Marini, Dos Santos y Bambirra resuelve esos escollos a partir de un abordaje integrado, que asigna alta significación a la lucha de clases en el devenir de la historia. En los cuatro autores lo interno y lo externo no alude exclusivamente a desarrollos económicos, conquistas militares o hegemonías políticas. Se refiere a incidencias y desenlaces de la confrontación clasista.

Estos enfoques se alejan del funcionalismo de Cardoso y del distanciamiento de la acción política de Frank. Razonan en una tradición de atención simultánea al desenvolvimiento de las fuerzas productivas y a los resultados de la batalla social.

La convergencia de endogenistas y exogenistas contribuye a esclarecer también el controvertido status metodológico de la teoría marxista de la dependencia. Al principio Cueva planteó la inexistencia de leyes del capitalismo dependiente, estimando que esas normas sólo rigen para los modos de producción (capitalismo) y no para las modalidades específicas de esos sistemas (dependencia). Marini y Dos Santos definieron, en cambio, leyes de funcionamiento particulares de las regiones subdesarrolladas.

Al exigir una categorización tan restrictiva del objeto estudiado, la visión inicial de Cueva cerraba el camino para estudiar el funcionamiento específico de la periferia. Varios autores propusieron resolver esa encerrona, liberando la concepción de las fuertes exigencias que supone una teoría.

Sugirieron estudiar la dependencia como un paradigma, es decir un modelo aceptado por la comunidad de las ciencias sociales, a partir de las innovaciones radicales en las miradas prevalecientes (Blomstrom; Hettne, 1990) . En la misma línea de pensamiento otros autores postularon caracterizar a la dependencia como una perspectiva, un enfoque o un punto de vista ( Johnson, 1981).

En todas esas visiones se observa a la dependencia con un programa de investigación positivo. Su estudio permite esclarecer las relaciones centro-periferia, más allá del status epistemológico de esa indagación (Henfrey, 1981).

El paradigma de la dependencia y del subdesarrollo estudia, por lo tanto, la dinámica de la acumulación que distingue a la periferia e indaga las modalidades de funcionamiento específico del capitalismo dependiente.

En este abordaje tienen cabida las distintas variedades históricas de modos de producción y formaciones económico-sociales que rigieron en América Latina. Este enfoque incorpora, además, nuevos conceptos como el patrón de reproducción, para estudiar los modelos peculiares del capitalismo dependiente, en los períodos contemporáneos (Osorio, 2012:37-86) . Las investigaciones iniciadas por Marini y Cueva inspiraron este fructífero desarrollo reciente .

BALANCES Y DECLIVES

La importancia de la convergencia de Cueva con Marini fue percibida por varios analistas. Registraron cómo las divergencias entre ambos autores se redujeron al compás de sus coincidencias políticas. Ese empalme esclareció las desinteligencias precedentes y permitió superarlas a fines de los 80. Los dos teóricos se reencontraron en el escenario neoliberal, desenvolviendo una batalla común en defensa del socialismo ( Gandásegui, 2009.

En esta convergencia definieron un abordaje similar para caracterizar la lógica del subdesarrollo y para desentrañar las causas de las brechas que separan a las economías avanzadas y retrasadas (Chilcote, 1981). En el nuevo marco político se decantaron las viejas posiciones ( Moreano, 2007) y se verificó que expresaban variantes de una misma matriz conceptual (Bugarelli, 2011).

Este empalme puede ser visto como otro ejemplo de la revisión más general de las interpretaciones que contraponían las lecturas “productivista” y “circulacionista” de Marx (Munck, 1981). La síntesis consumada ilustró la maduración del pensamiento social latinoamericano, que comparte ópticas antiimperialistas para el estudio de la región.

El contrapunto entre dependentismo y endogenismo perdió sentido a fin del siglo XX. Pero la maduración de Cueva también expresó el declive de un enfoque afectado por la definitiva extinción de los estadios pre-capitalistas.

El endogenismo ilustró la dinámica latinoamericana de la época colonial y clarificó la gravitación del atraso agrario en la era del imperialismo clásico. Pero tuvo escasa gravitación para indagar lo ocurrido durante de posguerra y no tiene relevancia para comprender el actual período de dominio pleno del capitalismo.

En esta etapa se han disuelto todos los resabios de los modos de producción articulados en formaciones económicas diferenciadas. En el siglo XXI sólo pueden distinguirse modelos, variedades o patrones de acumulación del capitalismo vigente en cada país. Ninguno de esos esquemas mantiene resabios pre-capitalistas.

El endogenismo se debilitó con la extinción de esas rémoras en el sector agrario. E l caso mexicano -tan observado por esa corriente -ilustra la reorganización radical de la vida rural bajo el patrón del agro-business, el fin de la auto-suficiencia, la sustitución de la vieja alimentación por las importaciones y la especialización en nuevos productos rentables.

Lo mismo se verifica en todas las economías andinas. El tipo de conflictos que genera esta transformación -desigualdad, éxodo rural, desposesión, lumpenización, narco-tráfico, informalidad laboral- es típico del capitalismo contemporáneo.

La propia definición endogenista del crecimiento como expansión del capitalismo explica su pérdida de significación. La consolidación de ese sistema quita utilidad a todas las observaciones precedentes sobre el desenvolvimiento insuficiente de ese modo de producción.

El declive endogenista también obedece a la pérdida de centralidad de las economías nacionales como consecuencia de la mundialización. Esa expansión recorta drásticamente todas las explicaciones del subdesarrollo en clave nacional (Chinchilla; Dietz, 1981).

Esa referencia era primordial para explicar cómo se articulaban varios modos de producción en cierto espacio regional bajo la custodia del estado. Pero la gravitación de la economía global redujo primero y anuló después la autonomía de esos procesos (Barkin, 1981). El avance de la internacionalización acrecienta drásticamente la primacía de los factores exógenos y explica la pérdida de interés en el endogenismo.

Pero ese declive colocó todos los interrogantes en el polo opuesto. ¿Qué ocurrió con los enfoques que enfatizan el condicionamiento externo como causa del atraso latinoamericano? ¿Cómo se relacionó la escuela del Sistema Mundial con la Teoría de la Dependencia? Abordaremos este tema en nuestro próximo artículo.

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Claudio Katz. Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz

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