Por: Luis Bonilla-Molina
Durante más de cincuenta semanas, todos los sábados, miles de ciudadanos franceses con chalecos amarillos han salido a expresar su descontento contra el sistema. Una angustia los asedia cíclicamente cuando se agotan los días del calendario, haciendo del fin de mes una tortura ante la creciente precarización laboral, la pérdida de poder adquisitivo del salario real, los nuevos impuestos que convierte al salario en sal y agua.
Es un movimiento sui generis que no parte de los sindicatos ni de las izquierdas partidarias. Tampoco es exclusivo de la clase trabajadora, incluye a pequeños propietarios, trabajadores independientes, estudiantes. La represión del gobierno de Macron ha sido inclemente e incesante. Más de diez manifestantes han perdido un ojo, una mano o sufrido heridas severas.
Insisto en afirmar que son las primeras huelgas instintivas contra la invasión de lo tecnológico, la tercera revolución industrial y su impacto en el mundo del trabajo, así como los anuncios de millones de desempleos que traerá la cuarta revolución industrial. Las manifestaciones de finales de 2018 destruyeron prácticamente todos los “sensores de velocidad” que imponían multas a los conductores con exceso de velocidad, en unas ciudades en las cuales el acceso al tiempo fuera del trabajo es cada vez más escaso. A una velocidad mayor a la que eran repuestos estos sensores por el gobierno, los chalecos amarillos los destruían. La rabia es creciente por los elevados precios del combustible que apuntan a los dos dólares por litro.
Ya no hay casi sensores de velocidad y la rabia comienza a dirigirse a los centros comerciales urbanos, a las tiendas de lujo. Son esas vitrinas donde se muestra un ideal de consumo feliz inaccesible a la clase trabajadora y los pequeños propietarios. No es todavía un movimiento con conciencia de clase en los términos ortodoxos del marxismo, pero si se va politizando día a día.
Los militantes de izquierdas son una minoría en el movimiento, pero ya comienzan a mostrarse convocando a reuniones de coordinación los días miércoles. En algunos lugares ese proceso ya venía ocurriendo de manera autónoma por parte de los chalecos amarillos.
La derecha de Le Pen intento acercarse y coaptar el movimiento pero rápidamente debió emprender la retirada al comprobar el creciente sentimiento anti sistema del movimiento y la composición importante de inmigrantes que lo conforman. Las izquierdas intentan acompañar para aprender. Quizá lo que tendrían que hacer los marxistas franceses es dejar de pensar en clave de la segunda revolución industrial y comenzar a empalmar con las nuevas tácticas que demanda el proyecto revolucionario en el siglo XXI. Mientras tanto el grito rebelde sigue resonando, fin de mes, fin de mundo.
Imagen tomada de: https://luisbonillamolina.files.wordpress.com/2019/04/par.jpg
Fuente: https://luisbonillamolina.wordpress.com/2019/04/05/fin-de-mes-fin-de-mundo/