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México: Experiencias de mujeres violentadas en San Cristóbal de las Casas: una problemática social de grandes dimensiones

Yessica Morales*/Chiapas Paralelo

En Chiapas, nacer mujer marca una diferencia en trato. Desde edades tempranas las mujeres son violentadas por sus padres y madres en sus hogares, algunas por sus abuelos. Insultos o regaños, golpes con cinturones, palos o cueros, son algunas violencias que viven desde la infancia, desde donde se les “prepara” para la obediencia y servidumbre de los varones.

Así lo demostró “El género en las experiencias de violencia de mujeres de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas”, un trabajo realizado por la investigadora de la Universidad Autónoma de Chiapas (Unach), Mariana Ruíz Gómez, y el investigador de El Colegio de la Frontera Sur (Ecosur), Juan Iván Martínez Ortega, en el que destacan la importancia de estudiar la violencia contra las mujeres desde su propia mirada, analizar cómo la viven a partir de su sentir y pensamiento.

Para la investigación se realizaron entrevistas a 14 mujeres de diferentes perfiles sociodemográficos. Los resultados indicaron que las experiencias de violencia de las mujeres se presentan por la situación vital y por la condición de género.

Las entrevistadas experimentaron en diferentes momentos de su vida, lo que significa ser mujer. En cada una de esas etapas, aprendieron por medios violentos lo que se espera de ellas, cómo ser una niña, joven decente, buena madre y esposa, y cómo es que no deben ejercer su sexualidad, puntualizaron Ruíz Gómez y Martínez Ortega.

“Al momento de las entrevistas, cuatro de las mujeres tenían entre los 16 y 25 años, cinco de 26 a 39, y cinco de 40 en adelante, la mayor fue de 80 años”, mencionan los autores.

Respecto a su estado civil, tres eran solteras, 3 vivían en unión libre, cuatro casadas, dos divorciadas y 2 viudas, en cuanto a los hijos e hijas, tres dijeron no tener, cuatro tenían 1, una 2, tres 3 y tres 4.

Sobre la procedencia de las entrevistadas, son de San Cristóbal de Las Casas, Comitán de Domínguez, Chanal, Bachajón y de la ciudad de Veracruz.

Con relación al máximo grado de estudios, los autores mencionaron que tres no cuentan con instrucción escolar, cuatro cursaron hasta la primaria, una la preparatoria, cinco tienen estudios de licenciatura y una tiene doctorado.

A todas las entrevistadas les aseguraron confidencialidad y el anonimato de sus respuestas, por lo que sus nombres verdaderos fueron cambiados por otros.

La y el autor de la investigación expusieron que de acuerdo con los testimonios, todas las mujeres comenzaron a experimentar algún tipo de violencia desde edades tempranas, recibían golpes, insultos o regaños, además el maltrato ocurría con objetos como cinturones, palos, cueros o utensilios.

El espacio de mayor ocurrencia del maltrato era la casa, sólo una de ellas indicó que también en la escuela.

Respecto a las personas que ejercían violencia sobre ellas, eran padres y madres, pero también los abuelos, indicando que son las personas responsables del cuidado de las hijas quienes las maltratan, precisa la investigación.

Los autores resaltaron que el maltrato físico también da lugar al maltrato psicológico, por ello, las entrevistadas en sus experiencias de violencia sugieren emociones negativas, como coraje, miedo, frustración y tristeza.

“¡Uy!, pues nada más llorar y llorar, siempre andaba yo triste pues. ¡Ay!, es que no sé qué decir, porque no nos quería por ser niñas (su padre), pues no nos quería porque éramos niñas y pues quería un hijo varón y pues qué se podía hacer”, dijo Ernestina respecto a cuando les pegaban.

Ernestina

En el caso de Ernestina y sus dos hermanas, comenzaron a experimentar menos valor por ser mujeres, ya que su padre quería un hijo, dando pie a que, la experiencia de género que comienzan es aquella en el que las mujeres valen menos que los hombres.

Asociado a lo anterior, desde la infancia, comienzan los mandatos sociales que les corresponden por ser niñas y niños, hay expectativas y deberes sociales sobre ellas y que son distintos al de ellos, se traduce en un trato distinto y desigual.

“Mi mamá nos enseña bien todo, a tortear, a lavar, a moler el maíz, hacer comida desde chicas, por eso ya sé bien pues”, compartió Macaria, empleada del hogar.

Macaria

La y el investigador, añadieron que, en algunos casos, la experiencia de género se construye cuando les dicen lo que tienen que hacer, pero en otros casos también les indican para qué deben hacer eso.

 “Pues desde chicas hay que saber hacer los oficios de la casa para cuando tengamos marido ya sabemos hacer algo”, mencionó Ernestina, empleada del hogar.

Ernestina

De acuerdo con la investigación, desde la infancia, la experiencia de género se conformó a partir de lo que hacen como mujeres, es decir, se les enseña y se les exige hacer ciertas cosas porque la expectativa que recae sobre ellas es la de casarse, tener hijos e hijas, y atender al esposo.

Asimismo, Ruíz Gómez y Martínez Ortega compartieron que un testimonio representativo, sobre el primer periodo menstrual como una experiencia de género, es el de una de las informantes a quien su abuela le dijo:

“No hija, cuando estás así vas a ser mujer, ahorita estás como hombre, ya después ya viene tu menstruación, a los 12 o 13 dice, pero yo no, yo a los 10 años”, dijo Macaria.

Macaraia

Además, en la juventud fue cuando experimentaron sus primeros acercamientos amorosos con el sexo opuesto, las edades estaban entre los 15 y 20 años, en esta etapa no dejaron de experimentar violencia, al contrario, se acentuó.

“No cambió mucho porque conforme íbamos creciendo pues nos cuidaban más, de que no jugáramos con los niños porque era peligroso, porque nos podía pasar algo o nos podían faltar el respeto y pues no podíamos andar solas a altas horas de la noche, y si salíamos pues ya con nuestros papás, pero sí, a esa edad ya nos cuidaban un poco más, bueno en mi caso pues siempre me cuidaron hasta que me casé”.

Carmen, ama de casa

Otro de los testimonios, obtenidos por los investigadores narra que el cuidado que recae sobre las mujeres cuando inician la juventud, es distinto al infantil.

“Ya me cuidaban más ya, ya no como niña otra vez, porque ya si salía yo en la calle ya decían que iba yo a encontrar novio o me iba yo a ir por ahí”, dijo Elvira, ama de casa.

Elvira, ama de casa

También refleja una preocupación constante por lo que pueden hacer las mujeres con los hombres.

“(su papá) no nos permitía ni salir, ni nada, porque si no… nos dice que ya estamos buscando hombres”, mencionó Ernestina.

La y el autor explicaron que lo anterior es una intención de privar el ejercicio de la sexualidad por la posibilidad de que queden embarazadas fuera de la norma social, religiosa y civil, es decir, la preocupación es que “deshonren a la familia”, esto produce miedo en las mujeres, lo que minoriza su autonomía y autoestima.

Cuando lo anterior ocurre, el temor se convierte en realidad, porque las expone a la posibilidad de experimentar violencia.

“Lo que sí, era el miedo de decirle a mi papá de que estaba yo embarazada, y de hecho yo busqué un lugar así público para decirle”, mencionó Manuela, ama de casa.

Manuela

Cabe recordar que la antropóloga y feminista, Marcela Lagarde, ha señalado que ser madre y esposa es construido en torno a dos definiciones esenciales: su sexualidad procreadora, y su relación de dependencia vital de los otros por medio de la maternidad y la conyugalidad.

Con base en lo anterior, los investigadores mencionan que resaltan estos elementos: la relación con sus hijos y la relación con su esposo.

Respecto a cómo experimentan la violencia en ambas relaciones, en la primera son ellas quienes perpetran la violencia, y en la segunda son ellas las violentadas.

En cuanto a cómo se llevan con sus esposos, Ruíz Gómez y Martínez Ortega compartieron que varias manifestaron que desde pequeñas les enseñaron cómo debían relacionarse con ellos.

“Por eso decía pue’ mi mamá que tenemos que hacer el trabajito porque cuando se casa uno, no va a venir atrás nuestra mamá, y para que no se enoje el marido tenemos que saber ya solas cómo mantener pue’ el esposo”, comentó Jovita.

Jovita

Incluso en esas enseñanzas, les hacían énfasis en que si había golpes, estos podrían ser justificados por el incumplimiento de sus deberes.

“Mi mamá decía que yo me portara bien, que yo le obedeciera todo mi marido y, que para que no hubiera ningún problema, que yo lo atendiera bien y todo eso, para que no se enojara y no me fuera a pegar porque si eso pasaba era porque algo estaba mal hecho y si me pegaba pues era con justa razón”, mencionó Elvira.

Elvira

Cuando a las entrevistadas les cuestionaron sobre cuáles eran los motivos por los que había conflictos con sus parejas, independiente de si derivan en violencia o no, las respuestas más recurrentes fueron: porque el esposo consume bebidas alcohólicas, lo desobedecían, por falta de confianza, infidelidades del cónyuge, por problemas con los hijos o hijas, falta de comunicación y problemas económicos.

“Bueno, no lo hace seguido, pero así de que él sí puede llegar a veces ya medio tomado y a altas horas de la noche, yo no lo podría hacer, porque no sé, siento que… como ya tengo una niña, siento que ya no tengo esa libertad de poder llegar a esas horas ¿con quién la dejó y todo eso? Y porque además él es hombre”, mencionó Manuela.

Manuela

Por último, la mayoría de las entrevistadas resaltaron que procuran tener con sus hijos o hijas relaciones de confianza, apoyo, comunicación, libertad sana y responsable, sin embargo, manifestaron que a veces es conveniente recurrir a regaños y golpes leves, solo una dijo que era importante educar con mano dura.

Cabe mencionar que, San Cristóbal de Las Casas es el cuarto municipio más poblado de la entidad chiapaneca, cifras oficiales del Instituto Nacional de Estadística y Geografía indican que, en 2015 la población ascendió a 209 mil 591 personas, de las cuales 111 mil 383 son mujeres.

“Se estima para ese año que 30.9 por ciento de los hogares del municipio cuentan con jefatura femenina, lo cual lo coloca en el noveno lugar de los municipios chiapanecos en ese rubro. La población de 3 años y más que habla alguna lengua indígena asciende a 63 mil 454 personas, de las cuales 34 mil 305 son mujeres”, compartieron Ruíz Gómez y Martínez Ortega.

Agregaron que en un sondeo realizado en el año 2004 por el Colectivo Feminista Mercedes Olivera y Bustamante A. C. (Cofemo), encuestaron a 380 mujeres de 15 a 45 años, de las cuales 148 reportaron alguna forma de violencia. Indicaron que el número de mujeres agredidas se triplicó en el periodo 2000-2004.

“De ellas, 57.6 por ciento tenían entre 15 y 25 años y 21.4 por ciento entre 25 y 35 años. De las 380 mujeres encuestadas 9 fueron violadas y 11 experimentaron intento de violación, además, 70 por ciento sufrió agresiones como hostigamiento verbal, manoseo y persecución”, datos de Cofemo, compartido por la y el investigador.

Otro estudio compartido por éstos cuenta los altos índices de violencia contra las mujeres en los Barrios de María Auxiliadora y Santa Lucía, considerados de mayor importancia en el municipio.

Documentaron que en 2008, 70.1 por ciento de las mujeres encuestadas padecieron algún tipo de violencia al menos una vez en su vida y 63.2 por ciento en el año previo a la encuesta.

Sobre este último dato, 54.7 por ciento de ellas manifestó haber experimentado violencia psicológica, 29.9 por ciento física, 26.5 por ciento sexual y 36.8 por ciento económica.

“Los datos y estudios indican que la violencia contra las mujeres en este municipio representa una problemática social de grandes dimensiones. Los estudios citados dan cuenta del panorama en su conjunto, pero pasan por alto las especificidades de las experiencias de cada una de las mujeres que son incluidas en la generalidad de un dato”, finalizan los investigadores.

Fuente e imagen: Chiapas Paralelo

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La violencia sexual contra las mujeres indígenas: más que indisciplina

El trabajo de la brasileña Rita Segato y las dominicanas Ochy Curiel y Yuderkys Espinosa, introduce la palabra colonialismo para pensar lo específico de la relación entre el “Estado”, y las comunidades indígenas y afro que habitan territorios propios.

En mi columna anterior llamé la atención sobre la importancia de pensar la situación de la violencia sexual contra las mujeres indígenas y afro en nuestro país a la luz del lente de lo interseccional. Sugerí que si seguimos pensando que la violencia sexual siempre es la misma, la expropiación de la subjetividad de las mujeres, no vamos a avanzar mucho en comprender por qué se despliega de manera distinta entre distintos actores en distintos lugares ni vamos a poder reflexionar sobre las mejores maneras de prevenirla y repararla.

No es solamente darnos cuenta que la violencia sexual contra mujeres indígenas y afro tiene características de crueldad y sevicia, de desprecio, que generalmente no están presentes en la violencia sexual contra otras mujeres. Es darnos cuenta que los cuerpos de distintas mujeres están marcados por distintos significados y, por tanto, que “tomarlos” quiere decir cosas diferentes.

Me ha costado mucho trabajo empezar a entender el punto de vista de las mujeres indígenas y afro. Cuando intenté trabajar con algunos grupos indígenas en la pregunta por las mujeres y mandé como mensajera a una de las estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes, la respuesta que recibí es que “ellos no quieren pasar otra vez por esa línea de preguntas. Les basta decir que su mundo está estructurado por dos polos complementarios y que en esa complementariedad hay igualdad”.

Por mucho tiempo no encontré lecturas relacionadas con el feminismo indígena que no replicaran esta frase de cajón. En la torre de marfil que es la Universidad de los Andes, he tenido pocas oportunidades de aprender de mujeres afro. Encontré algunas en mis estudios en el exterior. En mis cursos de los últimos años, y haciendo homenaje al reclamo de que las voces de mujeres diversas entren en los salones de clase, he asignado lecturas que me sugieren mis estudiantes y hemos visto juntos vídeos en los que se expone el proyecto del feminismo negro.

La reciente aparición de los eventos de violencia sexual contra mujeres indígenas por parte de militares y policías es por esta razón sorprendente y muy importante. Esos datos, que hace rato están en manos de las organizaciones de mujeres y funcionarios públicos, han dormido en los cajones y archivadores por más de diez años sin diferenciación y sin relevancia en el mar de impunidad que es la “violencia sexual del conflicto armado”.

En un trabajo que hicimos para el Ministerio de Justicia en 2016, mostrábamos ya que la violencia sexual contra mujeres indígenas y afro es distintiva; no solamente porque la ejercen con más frecuencia las fuerzas “regulares”, sino porque cuando la realizan grupos armados irregulares es parte de un conjunto de agresiones que generalmente termina en la muerte. Sugerimos, como lo han dicho muchos en este debate, trabajar en la reforma de las fuerzas militares.

Pero ya en ese momento estábamos convencidas de que se necesitaba algo más que las capacitaciones éticas y de género. Esta reforma estructural es parte de las transiciones y supone depuración y profesionalización de los ejércitos para darles herramientas y prestigio que les conduzca a un respeto de la normatividad que están destinados a proteger.

También sugerimos un trabajo con las jurisdicciones indígenas para fortalecer su capacidad de investigación y sanción de los daños que sufren las mujeres de la comunidad. Pensamos en ese momento, en línea con lo que han sugerido otras autoras en América Latina, que por difícil que sea la lucha interna por los derechos, la discriminación en la rama judicial es de tal magnitud que es difícil hablar de justicia: no hay traductores oficiales, no hay abogados con entrenamiento específico, se reproducen los estereotipos raciales y culturales, se prolonga indefinidamente la solución del asunto. No pudimos participar en los proyectos que siguieron a este, pero parecería que en cuatro años poco ha pasado en estos dos frentes.

El trabajo de la brasileña Rita Segato y las dominicanas Ochy Curiel y Yuderkys Espinosa, introduce la palabra colonialismo para pensar lo específico de la relación entre el “Estado”, representado como fuerzas militares, y las comunidades indígenas y afro que habitan territorios propios. En los casos que han aparecido recientemente en la prensa, ha sido difícil encontrar un enfoque que nos explique, en línea con lo que sugieren estas autoras, cómo y por qué están los militares viviendo tan cerca de los territorios indígenas. Si los territorios indígenas son los remansos de paz que nos han dibujado cuando los declaran reservas naturales, con los indígenas cuidando sabiamente a la madre tierra, ¿por qué necesitan la vigilancia de militares en las calidades y cantidades que finalmente propician estos ataques a las comunidades? Sería difícil creer que no hay intereses económicos de gran envergadura que subyacen a la movilización de esas tropas. No estoy en contra de esta estrategia en abstracto, pero es difícil no sospechar cuando se supone que el conflicto ya terminó (para unos en 2005 y para otros en 2016). ¿Será que ahora el Estado va a proteger a quienes infringen normas?

Por otra parte, ¿por qué sale todo el mundo a decir que lo que pasa es que a las comunidades indígenas no les importa la violencia sexual y que por eso a los militares hay que condenarlos con las penas más altas posibles de prisión ante la justicia ordinaria? En particular, la Corte Suprema de Justicia (según lo reporta El Espectador) ha anunciado que estos casos no pueden “salir” de la justicia ordinaria, así se cumpla el criterio de que el delito haya ocurrido en el territorio indígena, porque en la justicia indígena las víctimas carecen del acompañamiento psicológico y las garantías procesales que les ofrecen los jueces ordinarios. Por ser sujetos de especial protección, solamente pueden ser “cuidados” por los jueces “blancos”.

Raro que el proceso profundamente espiritual que han propiciado las comunidades como forma de sanación para sus víctimas, ahora resulte menos bueno que un tratamiento psicológico sometido a las lógicas del financiamiento estatal de la salud: tres citas de 15 minutos para que se cure del todo. Tampoco hay que descartar que en muchos casos las autoridades indígenas carezcan de los recursos para proteger a sus propios miembros y que castigar a personas ajenas a su cultura puede terminar en sanciones como el encarcelamiento.

El balance que habría que hacer es por cómo construimos un mundo en el que empecemos restituir el equilibrio destruido, para las mujeres y para las comunidades. Definitivamente creer que las comunidades ancestrales carecen de sistemas normativos suficientemente fuertes como para proteger a sus miembros agrega el desprecio cultural a la explotación económica que parece estar cada vez más presente en la relación entre el “Estado” y estos pueblos.

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México: Las mujeres indígenas tienen menos acceso a educación superior, reconoce Añorve

América del norte/12 Marzo 2020/https://news.culturacolectiva.com/

El senador Manuel Añorve reiteró su compromiso legislativo por mejorar las condiciones de vida de las mujeres, principalmente las indígenas que tienen menos acceso a la educación

En México, las mujeres representan poco más de la mitad de la población total en el país, sin embargo, son también el grupo más discriminado de la estructura social.

En ese contexto, el grupo de mujeres más desfavorecido dentro de la sociedad mexicana es el de las mujeres indígenas, sólo el 12% alcanza al menos un grado de educación superior, de acuerdo con datos de la Encuesta Nacional sobre Discriminación (Enadis).

Lee también: Añorve propone reducir el IVA a la mitad en Guerrero para fomentar el turismo

El reporte señala que la diferencia entre el acceso a la educación de las jóvenes indígenas es menor frente a las mujeres no indígenas, cuyo porcentaje escala hasta el 30%; en tanto, frente a los hombres indígenas la diferencia es de 14 puntos porcentuales.

Por lo anterior, el senador Manuel Añorve Baños manifestó su compromiso por seguir trabajando en la creación de leyes que ayuden a mejorar las condiciones de vida de las mujeres, principalmente las indígenas, quienes se enfrentan a la falta de empleo y de recursos para cubrir sus necesidades básicas.

Así viven la discriminación las mujeres en México

Según datos de un estudio realizado por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), la existencia de altos indices de desigualdad de género y violencia contra mujeres se desprenden principalmente de los estereotipos sociales, su normalización y su reproducción.

Las mujeres presentan mayores índices de pobreza, jornadas laborales más largas, menores niveles de contribución social, ingresos más bajos y menos representatividad en los puestos directivos y cargan con más del 90% de las actividades domésticas y de cuidados aun las mujeres que trabajan fuera de casa.

Fuente: https://news.culturacolectiva.com/mexico/mujeres-indigenas-tienen-menos-acceso-educacion-superior-reconoce-manuel-anorve/

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Mujeres de América Latina se adiestran en paneles solares en India

Asia/India/19 Septiembre 2019/Prensa latina

Un grupo de mujeres indígenas, de sitios recónditos de Ecuador, México, Guatemala y Colombia, recibieron adiestramiento en la India para montar paneles solares en sus comunidades rurales.
Entre estas decididas mujeres que cursaron prácticas aquí por medio de la llamada cooperación Sur-Sur las hay provenientes de la etnia Chachi, un grupo indígena que habita en la zona selvática del noroeste de la provincia Esmeraldas, sobre la costa norte en el océano Pacífico de Ecuador.

Los Chachi hablan el idioma cha’palaa o cha’palaachi y junto con los tsáchilas y los éperas son los tres únicos grupos amerindios prehispánicos que sobrevivieron en el área costera ecuatoriana, aunque los épera son originarios de Colombia y llegaron a Ecuador en épocas recientes.

Entre estas valientes muchachas, que dejaron por un momento los avatares diarios de sus vidas junto a sus familias para llegar a un sitio para ellas desconocido como es la India, está Lucía Quintero, quien solo piensa en el bien de su comunidad una vez que ya concluyó su curso sobre paneles fotovoltaicos.

‘Durante seis meses aquí en la India aprendí sobre esos sistemas y ahora me marcho a mi país a apoyar con mis conocimientos a quienes no tienen electricidad’, explicó a Prensa Latina esta dispuesta mujer chachi.

De Altos de Chiapas, uno de los municipios más marginados de México, mujeres de Mitontic, que hablan la lengua Tzotzil, atravesaron miles de kilómetros por primera vez en sus vidas para llegar a la India en aras de adentrarse en el uso de estas técnicas de las energías renovables.

Blanca Fabiola Ordóñez Martínez dijo a Prensa Latina que este aprendizaje fue algo totalmente nuevo ‘y resulta muy bonito para ella saber que de no conocer nada acerca de resistencias y lo que es un capacitor, ahora todas estas mujeres conocen para qué son, y están aptas para armar un circuito eléctrico para un controlador de carga o para una lámpara LED de una instalación del hogar’.

Mi municipio es uno de los más pobres de México, agregó, y por eso fue seleccionado para enviar a una persona a capacitarse aquí en estos temas.

La colombiana Laddie Vernaza Vidal quiere cambiarle la vida a Tumaco, un municipio colombiano ubicado en el departamento de Nariño, en el suroccidente de Colombia, cerca de la frontera con Ecuador.

‘Con los conocimientos adquiridos aquí quiero aportar mi granito de arena. Vamos a crear fuentes de ingreso para las mujeres y aprovechar las energías alternativas para cambiarle la calidad de vida a ellas y sus familias’, aseveró.

La cooperación para el desarrollo ocupa un lugar primordial en la política exterior de la India, que incrementó la asistencia a los países del tercer mundo, incluyendo líneas de crédito, donaciones, consultoría técnica, socorro en casos de desastre, ayuda humanitaria, becas educacionales y programas de fomento de la capacidad mediante cursos cortos de formación.

Fuente e imagen: https://www.prensa-latina.cu/index.php?o=rn&id=306456&SEO=mujeres-de-america-latina-se-adiestran-en-paneles-solares-en-india
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Chile: Día internacional de la mujer indígena en Chile, lo que el gobierno regional de Los Lagos y el alcalde de Ancud avalan

Equipo Comunicaciones Mapuche
Rebelion

 

El gobierno regional de Los Lagos a través del Gobernación Provincial y el Alcalde de Ancud (Chiloé), Carlos Gómez Miranda, avalaron la represión y violencia contra mujeres mapuches williches de Ancud, según declaraciones públicas. Posiciones impresentables ante evidentes violaciones a los derechos humanos.

 

El gobierno regional de Los Lagos y el Alcalde de Ancud cerraron toda posibilidad de diálogo y consultas de buena fe ante las comunidades opositoras a la intervención de un espacio territorial ancestral que está siendo evaluado para la instalación de un relleno sanitario en el sector San Antonio de Huelden, fundo Los Millanes, en un lugar donde nacen los ríos: Manao, Pichihuelden, Negro de Linao, Quebrada Honda, Huenque, Huicha de Lecam y el más importante el río Huicha que dotan de agua a muchas comunidades, incluso a algunas alejadas de San Antonio de Huelden.

También mencionar que este lugar se encuentra beneficiado por al menos 11 humedales los que se ven amenazados por este proyecto en evaluación. Durante la tarde del domingo 1 y mañana del 2 de septiembre, comunidades mapuches williches de Ancud, del sector San Antonio de Huelden, en el marco de una reivindicación territorial en los terrenos “Fundo Fiscal Los Millanes” donde la Municipalidad con el gobierno regional pretenden imponer un relleno sanitario, fueron violentamente reprimidas por Fuerzas Especiales, arrojando personas detenidas y lesionadas, todas mujeres mapuches williche.

Recursos fiscales

El gobierno regional de Los Lagos junto al Alcalde de Ancud, están haciendo uso de recursos fiscales, con millones de pesos de todos y todas las contribuyentes del País, en:

– Intervenir caminos de vialidad, puentes y diferentes accesos para el tránsito de camiones y maquinaria pesada para supuestos estudios de factibilidad para un relleno sanitario.

– Pago a empresas para realizar las obras y estudios de factibilidad.

– Uso y abuso de los tiempos y recursos de funcionarios públicos en campañas publicitarias en medios de comunicación para estigmatizar, discriminar y criminalizar a quienes se oponen a este nivel de intervención y exigen el cumplimiento de los derechos que estipulan las normas internacionales de derechos indígenas.

– El gobierno regional de Los Lagos y en particular, el Alcalde de la Municipalidad de Ancud, Carlos Gómez, pretenden llevar a un escenario de criminalización la protesta y manifestaciones de comunidades que se oponen legítimamente, legalmente y por derecho a la instalación de un relleno sanitario y a la afectación de una parte del territorio ancestral mapuche williche, que va más allá de la propiedad particular, sino del cuidado de lo que allí hay y su importancia para la vida y bienestar colectivo.

La ilegalidad de las acciones

La crisis y conflicto generado por el gobierno regional y el alcalde de Ancud como consecuencia de acciones erráticas para solucionar los problemas de la basura, por muy tocho que parezca, abre a una tremenda oportunidad para que un tema que ya se ha instalado a nivel País e incluso está causando atención internacional, sea un ejemplo de resolución de conflictos a pesar de los recientes desenlaces de violación a los derechos humanos, más aún, considerando que este caso, con las diversas aristas que tiene, fue ingresado al Comité de eliminación de la discriminación Racial de las naciones Unidas, donde el estado de Chile deberá se examinado en noviembre de este año, con respecto a las diversas recomendaciones en el marco del cumplimiento de la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial, incluyendo las normas de derechos indígenas, incluyendo el cómo debería ser considerado temas de consulta indígena, temas de tierras antiguas o ancestrales, temas de espacios sagrado, integridad cultural e importancia tradicional, temas de naturaleza (recursos naturales) y proyectos de inversión público o privado.

Independiente de las acciones judiciales y administrativas de las comunidades para proteger los espacios que están amenazados por la acción del gobierno regional de Los Lagos y el alcalde de la Municipalidad de Ancud, queda de manifiesto la decisión arbitraria y de mala fe por parte de algunos agentes funcionarios estatales, que han demostrado incapacidad absoluta para el diálogo, para el respeto a la libertad de expresión y las legítimas reivindicaciones de defensores y defensoras de derechos humanos, reconocidas en el Sistema Interamericano de Derechos Humanos y en los mecanismos y procedimientos especiales de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Cabe consignar, que el objetivo del Convenio 169 de la OIT es superar las prácticas discriminatorias que afectan a los Pueblos Originarios y hacer posible que participen en la adopción de decisiones que afectan a sus vidas, por lo que los principios fundamentales de consulta previa y participación constituyen su piedra angular, lo que se potencia con lo establecido por la Declaración de la ONU sobre Los Derechos de los Pueblos Indígenas de la Onu y la OEA..

A nivel local, estos temas, aún no son atendidos por las comisiones de fiscalización de la Cámara de Diputados/as pertinentes ni la Contraloría General de la República.

Fuente de la información: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=260282&titular=d%EDa-internacional-de-la-mujer-ind%EDgena-en-chile-lo-que-el-gobierno-regional-de-los-

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Voces que irrumpen en el silencio. La lucha por los de derechos de las mujeres indígenas

Por: Alicia Moncada

Comprender que –históricamente- las indígenas han generado sus propias ideas y formas de resistencia ante la subordinación evita la infantilización que impregna la producción teórica feminista noreurocéntrica.

Sabemos que el movimiento y la resistencia indígena han develado al poder neocolonial racista, pero son las mujeres indígenas organizadas quienes revelan su fondo patriarcal. Ellas han podido “separar que cosas que sufren exclusivamente como mujeres y que específicamente como indígenas” (Aura Cumes, 2012, p. 2). Allí radica una de sus grandes contribuciones: nos muestran la imbricación de múltiples y simultáneas discriminaciones (etnia, sexualidad, clase y raza) en el fenómeno de la opresión patriarcal. Sus experiencias como oprimidas exponen los “lados perversos del poder desde su posición en los márgenes” (Ibídem, p. 3). Afirman, desde la resiliencia, que “si no fuera por el sufrimiento, tal vez no lucharíamos” (Comandante Esther citada por Guiomar Rovira, versión digital), teniendo que vencer la invisibilización y la disolución de sus reivindicaciones étnicas y de género en las premisas de un feminismo hegemónico blanco, liberal y burgués.

Además, este feminismo hegemónico aúpa un paradigma y la visión liberal de los Derechos Humanos que se caracteriza por desconocer las violaciones de Derechos que vivencian las indígenas como productos de la intersección de su situación de vulnerabilidad individual y colectiva. Cuando se presentan estas situaciones no sólo se violan los derechos de las indígenas como individualidades, sino como parte de un pueblo, por lo mismo “el avance de los derechos humanos de las mujeres indígenas está intrínsecamente vinculado a la lucha para proteger, respetar y ejercer, tanto los derechos colectivos de nuestros pueblos como nuestros derechos como mujeres” (Foro Internacional de Mujeres Indígenas, versión digital)

Ahora, para poder entender la opresión patriarcal que denuncian las mujeres indígenas debemos revisar la universalización de la noción de patriarcado, tomando en cuenta “la compleja sumatoria de causales de vulnerabilidad” (Karina Bidaseca, versión digital) que vivencian las originarias. Todas las sociedades han desarrollado sistemas sexuales, pero es preciso distinguir la manera en que se “han organizado los mundos sexuales y los modos empíricamente opresivos en que se han organizado los mundos sexuales” (Gayle Rubin, 1975, p. 8) En el caso del patriarcado se habla de un sistema sexual en donde el poder masculino, elaborando ideología sexista, se ha posicionado sobre el cuerpo de las mujeres. Pero es sólo “una forma específica de dominación masculina” (Idem). Los pactos patriarcales se efectúan dependiendo de la cultura y a través de coaliciones estratégicas, por lo que el análisis del patriarcado no puede basarse en categorías universalistas y antihistóricas. Asumir que la noción de patriarcado ha fungido como un localismo globalizado1, nos ayuda a entender los grandes impedimentos y severas limitaciones “para conocer y cuestionar la vida de las mujeres cuyos deseos, afectos y voluntad han sido modelados por tradiciones no liberales” (Aida Hernández y Liliana Suárez, 2008: 39).

Empero, el patriarcado occidental ha contribuido al sostenimiento del orden colonial moderno, pues aunque “siempre hubo jerarquía y relaciones de género como relaciones de poder y prestigio desigual (…) con la intervención colonial estatal y el ingreso al orden de la colonial modernidad esa distancia opresiva se agrava y magnifica” (Idem). Si las mujeres no indígenas fueron atadas, por adjudicación patriarcal, a un estado de pasión e instinto, las originarias poseen grilletes más poderosos que las condenan un estado inhumano. Nos dice Todorov que son indios al cuadrado, pues su atadura a un estado de naturaleza indomeñable es doble.

De la misma forma, dentro de las organizaciones de mujeres indígenas y su potencial emancipador, se han generado propuestas que surgen de la crítica a una idea de mujer genérica, universal –producto de la hegemonía del pensamiento feminista blanco, burgués y liberal- desde la que, generalmente, se construyen propuestas estatales, privadas y de la sociedad civil, basadas en una emancipación y empoderamiento neoliberal y asistencialista. Ante esta situación, las propuestas de las organizaciones de mujeres indígenas son acciones políticas que buscan “descolonizar al sujeto y develar la manera en que las representaciones textuales de aquellos sujetos sociales -construidos como “los otros”- (…) se convierten en una forma de colonialismo discursivo que no sólo da cuenta de una realidad sino que la construye” (Rita Segato, 2010, p. 25).

La construcción de categorías monolíticas de “mujer”, “mujeres” y “mujeres del tercer mundo” obvian “la relaciones complejas y dinámicas entre su materialidad histórica en el nivel de opresiones específicas y decisiones políticas, por un lado, y sus representaciones discursivas generales, por el otro” (Chandra Mohanty, 1984/2008, p. 16). La articulación del discurso de la “mujer indígena” refiere a una visión con la impronta “legitimadora del discurso humanista de Occidente” (Ibídem: 3) que convierte a las mujeres del “tercer mundo” e/o indígenas en objetos de análisis, sin ánimos de vislumbrar sus métodos de resistencia -ancestrales y actuales-antes las condiciones de la opresión patriarcal. De esta manera los feminismos eurocéntricos se “apropian y colonizan la complejidad constitutiva que caracteriza la vida de las mujeres” (Idem) con diversas procedencias étnicas. Esta situación es una trampa colonial que ve, en las mujeres indígenas, simples víctimas que no han encontrado salidas a su situación y que precisan de la tutela de los mecanismos de protección articulados desde una visión feminista que pregona una igualdad y equidad basada en una mujer genérica criolla y urbana.

Aunque algunas indígenas no cuestionen la dominación, muchas se han unido para desmantelar la opresión de sus culturas y la del mundo criollo-mestizo. Podría decirse que la subordinación patriarcal en los pueblos indígenas es “diferente a la del género occidental y que podría ser descripta como un patriarcado de baja intensidad” (Segato, 2010: 3). Pero independientemente de las diferencias entre un patriarcado y otro lo que sí podemos asegurar es las acciones de las indígenas organizadas socavan los privilegios masculinos dentro de sus comunidades y están en constante pugna con el patriarcado colonial moderno. Estas agrupaciones y sus acciones también surgen por la indiferencia de los hombres indígenas a introducir las reivindicaciones de las mujeres en la agenda de la lucha étnica. Estos varones que también padecen la discriminación étnica y el racismo, hacen doble uso de los privilegios patriarcales sobre las indígenas. Aprovechan las prebendas, fundamentadas en la cosmovisión y la tradición, que les brindan algunas de las culturas indígenas, mientras que emplean las prerrogativas del patriarcado colonialista para aislar a las mujeres en el ámbito de lo privado, la reproducción y el cuidado de los otros.

Millaray Painemal, investigadora Mapuche, señala las múltiples dificultades que tiene el trabajo político de las mujeres en las organizaciones mixtas lideradas por varones, dando la impresión de que los hombres, tal como afirma María Lugones “no se identifican con las mujeres” (Lugones, versión digital) ni sus problemas, aunque esto no implique una traición sino “una complicidad forzada” (Idem) por el mantenimiento del poder que ejercen sobre las mujeres. Las indígenas al agruparse por sus demandas de género desmantelan ese apartamiento hacia el ámbito de lo privado que obstaculiza el fortalecimiento de sus voces reivindicativas.

Comprender que –históricamente- las indígenas han generado sus propias ideas y formas de resistencia ante la subordinación evita la infantilización que impregna la producción teórica feminista noreurocéntrica. Las mujeres indígenas organizadas, desmontan pues la misión civilizatoria de un feminismo blanco/criollo/mestizo, nacionalista, nor-eurocentrado y burgués que andan en búsqueda de sujetas a quienes salvar del primitivismo y el sub-desarrollo. Un ejemplo es la construcción de la Ley revolucionaria de las mujeres del EZLN, esfuerzo generado por las indígenas combatientes, quienes se dedicaron a generar cambios en favor de la igualdad. Dice la mayor Ana María, del pueblo tzotzil, que “nosotras protestamos porque no había una ley de mujeres. Así nació, la hicimos y presentamos en la asamblea donde estamos todos, hombres y mujeres, representantes de los pueblos” (Citado por Rovira, 1997, p. 115). La configuración de la Ley fue un arduo trabajo comunitario de movilización y discusión, donde los hombres no participaron activamente. Dicen las zapatistas que “para redactarla iban las compañeras a las comunidades a platicar con las compañeras y a preguntarles cuál es su opinión y qué es lo quieren o necesitan que aparezca en una ley. Se fueron juntando las opiniones de las mujeres de cada pueblo y entonces las que sabemos escribir lo escribimos” (Idem). Esta acción hasta despertó el asombro del Sub-comandante Marcos quien describió inicialmente este levantamiento como “un verdadera revolución” (Idem)

Las mujeres indígenas organizadas instan al mundo a reconocer que “esa imagen de la india sumisa, callada y que ‘aguanta todo’ es una visión estereotipada y discriminatoria que demuestra una incapacidad para reconocer que nosotras, sin la ‘iluminación’ del feminismo criollo, podemos distinguir las desigualdades de género” (Organización de Mujeres Indígenas Amazónicas Wanaaleru, versión digital). Con sus planes, sueños y proyectos de cambio, ellas trazan el camino para que otras “despierten más y más y que tengamos la palabra todas las mujeres” (Comandante Susana citada por Rovira, 1997, p. 210). Aunque estas mujeres que siguen tejiendo cambios, pugnando por la erradicación de las discriminaciones que padecen y trabajando por un verdadero buen vivir, saben que todavía faltan muchísimos nudos que desatar. Mientras tanto, esas voces originarias en resistencia que irrumpen en el silencio de la discriminación, el dolor y la invisibilización seguirán exigiendo Derechos, promulgando exhortaciones y exclamando: somos y existimos.

Referencias bibliográficas

Bidaseca, Karina (2014) Cuerpos racializados, opresiones múltiples. Ser mujer, indígena y migrante ante la justicia. Versión digital [http://www.trabajosocial.unlp.edu.ar/uploads/docs/gt17__cuerpos_racializados__opresiones_multiples__ser_mujer__indigena_y_migrante_ante_la_justicia_.pdf]

Cumes, Aura Estela (2012) “Mujeres indígenas, patriarcado y colonialismo: un desafío a la segregación comprensiva de las formas de dominio” en: Anuario Hojas de Warmi, n° 17. Versión digital.

Foro Internacional de Mujeres Indígenas (2005) Declaración del FIMI de Beijing +10. Versión digital

Hernández, Aida y Suárez, Liliana (Editoras) (2008) Descolonizando el feminismo: teorías y prácticas desde los Márgenes. Madrid. Editorial Cátedra.

Lugones, Maria (2008) Colonialidad y Género. Versión digital [http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=39600906]

Mohanty, Chandra (1984/2008) “Bajo los ojos de occidente. Academia feminista y discurso colonial” en: Descolonizando el feminismo: teorías y práctica desde los márgenes. Madrid, Editorial Cátedra.

Organización de Mujeres Indígenas Amazónicas Wanaaleru (2014) Ideas estereotipadas comunes, racistas, colonialistas y eurocéntricas sobre las mujeres indígenas. Versión digital [https://wanaaleru.wordpress.com/2014/11/27/ideas-estereotipadas-comunes-racistas-colonialistas-y-eurocentricas-sobre-las-mujeres-indigenas/]

Rovira, Guiomar (2001) “Entrevista a la Comandante Esther” en Enlace Zapatista. Versión digital [http://enlacezapatista.ezln.org.mx/2001/02/22/comandanta-esther-entrevista-con-guiomar-rovira/]

_____________ (1997) Mujeres de maíz. México. Ediciones Era

Rubin, Gayle (1975) (1996) “El tráfico de mujeres: Notas sobre la «economía política» del sexo.” En: Lamas Marta (Comp) El género: la construcción cultural de la diferencia sexual. México. PUEG.

Segato, Rita (2010) “Género y colonialidad: en busca de claves de lectura y de un vocabulario estratégico descolonial” en: Quijano, Anibal y Navarrete, Julio (Eds) La cuestión Descolonial. Lima. Universidad Ricardo Palma – Cátedra América Latina y la Colonialidad del poder.

Fuente: http://insurgenciamagisterial.com/voces-que-irrumpen-en-el-silencio-la-lucha-por-los-derechos-de-las-mujeres-indigenas/

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Trata de mujeres indígenas: la continuidad de la conquista sexual de América

La voz arrebatada a las mujeres que deviene de una larga historia de “sexuación de la razón” (Fraisse, 1991) nos ha adjudicado el status de objetos de estudio o de musas inspiradoras, pero jamás de constructoras de conocimiento.  Esta negación de la razón y el derecho a gestar sabiduría es un tema que se complejiza cuando consideramos la existencia de un vampirismo epistémico que se enuncia como feminista y que se ha trazado la colonización de la voz de la diversidad.

Es así como, además de los monopolios ongistas que nos tenía acostumbrados a interesarse desde la postal y sin compromisos en el botín de la “otredad”, un sector del feminismo avanza sin dudar hacia la colonización de la otra racializada frente al creciente interés de donantes y agencias de cooperación internacional en performativizar la reducción de la pobreza.

Las buscadoras del botín de la diferencia ya están conscientes de que la categoría monolítica de mujer no existe y con una batería de referencias bibliográficas se lanzan a la conquista de un continente de nuevos commodities temáticos, todo siempre desde la lástima producida por una realidad tan ajena de la que se deslindan una vez que la investigación o el proyecto ha concluido.

Parece bastarles solo con realizar proyectos de investigación que nunca llegan a las manos de sus “objetos” de estudio y artículos construidos desde la opinión o la teorización, sin la labor que implica vivir junto a la otra –hombro a hombro con todo y las dificultades que ello acarrea- la opresión que se denuncia.

No obstante, lo más vil de esta avanzada es la contribución que realizan a mantener la caracterización de las racializadas como víctimas pasivas entrampadas en la rueda de la pobreza, que no pueden representarte a sí misma por lo que deben ser representadas.

Estas representaciones, bastante abonadas por el sector ongista y su “pornografía humanitaria” (Negrin, 2011), son funcionales para aquellas -que usando las mismas estrategias de las empresas extractivas- buscan construirse una remunerativa experticia en la otra racializada como commodity temático.

Aunque no es una novedad el saqueo del botín de la otredad, ya que tiene mucho tiempo siendo usufructuado por las ciencias sociales que inauguraron los primeros especialistas en los “otros”, el crecimiento de este sector del feminismo que ha aprendido a matizar el discurso mesiánico de occidente es abrumador.

Una de sus estrategias para potabilizar sus acciones es dirigir el discurso de la culpa del rapto de la voz de las mujeres solo hacia a los hombres y cuando toca mirar dentro del feminismo lo diluyen. Chandra Mohanty en Bajo los ojos de Occidente (1986) ya había vislumbrado cómo un feminismo liberal, occidental y burgués coloniza “la complejidad constitutiva que caracteriza la vida de las mujeres en el tercer mundo” (Mohanty, 2008: 11).

Mohanty dio ejemplos claros de los primeros pasos de la capitalización de las mujeres que arrastran múltiples y pesadas mochilas de discriminación. Ahora ese feminismo no se posiciona como blanco y burgués, sino que se camufla como decolonial reduciendo la participación de las subalternas a la categoría de activistas (Pineda, 2018).

Lamentablemente, no pululan las mujeres racializadas que tratan de vencer los muros de la subalternidad ni en la academia o en las organizaciones no gubernamentales, pues mucho nos cuesta incluso llegar a posicionar nuestras voces en los espacios comunitarios.

Quienes hemos luchado para responder si puede hablar el subalterno, tal como nos interrogó Gayatri Spivak hace unas décadas, sabemos que aprender a sortear las barreras y estrategias de quienes pretenden robarnos la voz es una tarea cotidiana y que atraviesa incluso los espacios que se suponen despatriarcalizados.

El solo aprender a hablar resulta un largo y tedioso camino marcado por una historia de despojo territorial y la operatividad de mecanismos sociales que reproducen relaciones de desventaja. Asimismo, la desigualdad formativa que acarrea un escaso acceso a la educación de calidad y con pertinencia cultural, aunada a la vergüenza étnica, deja el umbral abierto a cualquiera con intenciones de convertirse estratégicamente en vocera de las “sin voz”.

La educación formal no es la única barrera, se suma el lobby de clase social y la discriminación en los espacios académicos, e incluso ongistas, que aún no logran concebir que sus objetos de estudios y rebaño de subalternas pueden hablar por sí mismas.

Por lo mismo, creo en las sororidades que reivindican a la otra con respeto a su labor e historia de contribuciones previas. Que sirven de puentes y no de interlocutoras, pues son capaces de reconocer que los privilegios sociales que detentan son potenciales herramientas para el saqueo.  Al atreverse a desnudar sus propias agendas y partiendo de unas sinceras ganas de aportar a las causas de aquellas que no miran las manifestaciones de la patriarcal colonialidad desde la lejanía es que podrán estar en condiciones de responsablemente vincularse a la experiencia viva.

Bibliografía

Fraisse, G. (1991) Musa de la razón. La democracia excluyente y la diferencia de los sexos. Barcelona, España: Ediciones Cátedra.

Nerín, G. (2011) Blanco bueno busca negro pobre. Barcelona, España: Roca Editorial de Libros.

Mohanty, C. (1984/2008) “Bajo los ojos de Occidente. Academia feminista y discurso colonial” En: Liliana Suárez y Aida Hernández (Editoras) (2008) Descolonizando al feminismo. Teoría y práctica desde los márgenes. Madrid, España: Ediciones Cátedra.

Pineda, E. (2019) Recolonización, clasismo y racismo: CLACSO y los estudios “Afrolatinoamericanos”. Recuperado de https://iberoamericasocial.com/recolonizacion-clasismo-y-racismo-clacso-y-los-estudios-afrolatinoamericanos/

Fuente: https://iberoamericasocial.com/la-colonizacion-de-la-otra-reflexiones-sobre-el-uso-de-las-mujeres-racializadas-como-objetos-de-estudio/

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