España: CGT exige un reparto más justo de la riqueza que permita ganarse la vida a todas las personas

La Confederación General del Trabajo (CGT), participó este año en los actos por el 1º de Mayo que se celebraron en la ciudad autónoma de Ceuta.  En esta ocasión estuvieron presentes los secretarios generales de la CGT a nivel estatal, J. Manuel M. Póliz, a nivel territorial, Miguel Montenegro, y de la federación local de Ceuta, Reduan Mohamed, quienes al término de la manifestación convocada por la mañana por las calles de la ciudad, participaron en la lectura de un manifiesto unitario en conmemoración de este Día Internacional del Trabajo.


  • CGT participa en Ceuta en los actos organizados por el 1º de Mayo teniendo presente el impacto de la pandemia en aquellas personas y territorios más pobres y vulnerables.
  •  José Manuel M. Póliz“La presencia de CGT en Ceuta es una realidad pero hoy dejamos claro que vamos a ser más activos y combativos que nunca contra las desigualdades sociales”.

La Confederación General del Trabajo (CGT), participó este año en los actos por el 1º de Mayo que se celebraron en la ciudad autónoma de Ceuta.  En esta ocasión estuvieron presentes los secretarios generales de la CGT a nivel estatal, J. Manuel M. Póliz, a nivel territorial, Miguel Montenegro, y de la federación local de Ceuta, Reduan Mohamed, quienes al término de la manifestación convocada por la mañana por las calles de la ciudad, participaron en la lectura de un manifiesto unitario en conmemoración de este Día Internacional del Trabajo.

CGT exigió un reparto más justo del trabajo, para que todas las personas pueden ganarse dignamente la vida. Para la CGT, un reparto igualitario del trabajo conlleva también a una distribución de la riqueza entre quienes peor lo están pasando en estos momentos de crisis, derivada y agudizada tras la aparición del Covid en nuestra sociedad. No obstante, desde la CGT recalcaron que si bien es cierto que en los últimos meses la situación de las clases populares se ha agravado con la pandemia, también lo es que la realidad de la clase trabajadora viene siendo dramática desde hace muchos años, donde se ha vivido un retroceso muy importante en cuanto a derechos y libertades.

Los anarcosindicalistas plantean que la única salida para revertir el actual estado de la clase trabajadora pasa por movilizaciones contundentes contra los recortes, contra el desempleo, la precariedad, las leyes represivas, contra las Reformas Laborales, etc. que reviertan la desmotivación instalada tras largos meses de pandemia. Es por ello, que en la rueda de prensa previa a la salida de la manifestación, el secretario general de la CGT, José Manuel Muñoz Póliz, explicó que era necesario estar en este 1º de Mayo en las calles de Ceuta, porque desde la organización anarcosindicalista se entiende que existe una gran represión hacia los trabajadores y las trabajadoras, y una importante diferencia en los índices del paro con respecto a los de la península. Además, el secretario general de los anarcosindicalistas indicó que el paro juvenil es muy preocupante, estando en Ceuta en el 70%, igual que las enormes diferencias existentes en cuanto a la renta per cápita entre el barrio más rico y el más pobre de la ciudad.

Manifiesto CGT 1 de Mayo de 2021

Hay que exigir que se reparta el trabajo y la riqueza

El 1º de Mayo siempre ha de ser un día reivindicativo y de lucha como garantía de los derechosal trabajo digno; a una jornada laboral que posibilite conciliar el trabajo con la vida; a un salario y prestaciones sociales suficientes, bien cuando se tiene empleo y también cuando no se tiene, mediante una Renta Básica de las Iguales; a pensiones adecuadas para vivir con dignidad, para luchar contra las reformas laborales, los desahucios o las leyes mordaza.

El empobrecimiento material de millones de trabajadores y trabajadoras, a través de mecanismos como el recorte masivo de las rentas salariales, está generando una de las sociedades más desiguales del mundo. Según datos del Banco de España,  el 25% de la población del estado español vivía ya en riesgo de pobreza o exclusión social antes de la pandemia. La situación cuando esta termine puede ser catastrófica. Esto supone que 4,5 millones de hogares no pueden hacer frente a necesidades tan básicas como pagar un alquiler o una hipoteca, mantener calientes sus casas o sencillamente comer todos los días.

Cuatro millones de personas en paro, a las que el estado les niega su derecho más esencial como clase trabajadora: el derecho a “ganarse la vida”. Tampoco les reconoce el estado el derecho a unas prestaciones sociales o a una Renta Básica de las Iguales suficiente para vivir dignamente.

Frente a ello, el año pasado se realizaron casi 25 millones de horas extraordinarias, de las que no se pagaron más de 11 millones. Y resulta especialmente demoledor el dato que en el caso de las mujeres más de la mitad de las horas extraordinarias no fueran retribuidas.

La pandemia, además, ha evidenciado otras vergüenzas del sistema. Se ha puesto el interés económico por encima de la vida de las personas; se han protegido intereses particulares por encima de las necesidades de la inmensa mayoría; algunas administraciones han mirado hacia otro lado cuando se incumplían sistemáticamente distintos preceptos legales; manga ancha con unos y ley del embudo para otras. El sistema sanitario, herido de muerte tras las continuas privatizaciones, se ha colapsado y, a tenor de los hechos -que son tozudos-, la sanidad privada ha demostrado su enorme incapacidad.

Vienen tiempos difíciles, tiempos convulsos, tiempos donde los intereses de las élites tratarán de imponerse nuevamente a la clase trabajadora. Sin embargo, no podemos permitir que la crisis la paguen, una vez más, los y las de siempre. Porque sería intolerable que permitiéramos, como sociedad, un nuevo rescate a las entidades financieras y mientras las condiciones de vida de la clase obrera se siguen degradando a velocidad de vértigo.

Este 1º de Mayo, tiene que seguir siendo el día en que millones y millones de trabajadores y trabajadoras, digamos basta y llenemos nuestras vidas cotidianas, no de sufrimiento ni desesperación, sino de Libertad, imponiendo a gobiernos, empresarios y poderosos, otro Orden Social, otro sistema, donde el reparto del trabajo y de la riqueza, haga que una vida digna para todas las personas sea posible aquí y ahora.

¡VIVA EL 1 DE MAYO!

¡VIVA LA LUCHA DE LA CLASE TRABAJADORA!

Fuente e imagen: tercerainformacion

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Orígenes e implicaciones del discurso moralista

Por: Leonardo Díaz

 

En el primer caso, se abordan los efectos y no los factores causales. Por ejemplo, si se forma parte de una sociedad hipercorrupta, estructurada económica, social y políticamente con base en la corrupción, se intenta remediar la situación corrigiendo unas prácticas corruptas puntuales.

Los orígenes del discurso moralista no se encuentran, como podría pensarse, en los sectores comprometidos con una transformación estructural de la sociedad. Como han señalado Marcelo Moriconi, en su escrito: “Desmitificar la corrupción”; https://nuso.org/articulo/desmitificar-la-corrupcion/ y Elvin Calcaño Ortiz, en su artículo: “La trampa de los discursos anticorrupción”, https://www.alainet.org/es/articulo/207881 la arenga anti-corrupción hunde sus raíces en sectores comprometidos con el statu quo y con una concepción maniquea del mundo.

En otras palabras, el impulso de la mirada moralista es que la preservación del orden social establecido es incuestionable. Lo cuestionable son determinados ciudadanos que, en función de un conjunto de prácticas reñidas con la moral convencional, distorsionan la naturaleza ideal del statu quo.

Una deficiencia de la mirada moralista es que observa el fenómeno de la corrupción sólo como una anomalía en el desarrollo de la sociedad y nunca se centra en la dimensión estructural de la corrupción. De ahí su tendencia a focalizar el análisis en individuos, nunca en instituciones; en acontecimientos circunstanciales, no en procesos sociales e históricos. Dos problemas se derivan de esta perspectiva:

No se impulsan seriamente las transformaciones requeribles para la construccion de una sociedad decente.

Como los fundamentos del orden social son incuestionables, la manera de evaluar los valores morales depende de si se ajustan o no a preservar ese orden, no la validez de los mismos.

En el primer caso, se abordan los efectos y no los factores causales. Por ejemplo, si se forma parte de una sociedad hipercorrupta, estructurada económica, social y políticamente con base en la corrupción, se intenta remediar la situación corrigiendo unas prácticas corruptas puntuales. Mientras tanto, se obvia abordar el problema de las condiciones, los presupuestos y los mecanismos que estructuran a la sociedad para que funcione de tal modo que convierta a la corrupción en la norma, no en la excepción.

El segundo caso, el de asumir los valores morales en función de su adecuación al orden social preponderante, lleva con frecuencia a evaluar de modo asimétrico las prácticas en función de si reproducen o no dicho orden. Así, una misma práctica puede ser juzgada de modo distinto dentro de un mismo ordenamiento jurídico dependiendo de quien sea el infractor de la norma, su estatus económico, su influencia social, sus relaciones políticas, o sus filiaciones partidarias.

No es de extrañar que terminemos, como ha escrito Moriconi, asumiendo que: “para la corrupción funciona el mismo principio con el que Friedrich Nietzsche define el bien y el mal: la diferencia entre los corruptos y no corruptos es que los no corruptos somos siempre nosotros o (quienes están con nosotros)”

Fuente: https://acento.com.do/opinion/origenes-e-implicaciones-del-discurso-moralista-8854032.html

 

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Doble empate catastrófico en Venezuela

Por: Jorge Forero

Antonio Gramsci caracterizó como empate catastrófico a la situación de confrontación de bloques históricos en Alemania e Italia entre 1917 y 1922, cuya pugna por el poder político, concentró determinados intereses políticos-económicos, y expresó profundas diferencias ideológicas y programáticas.

El signo catastrófico de tales conflictos, viene dado porque esa pugna no resuelta entre bloques -entendida como crisis de hegemonía-, la cual tiende a prolongarse en el tiempo y deviene en prácticas destructivas de los propios cimientos del orden social: el poder estatal, el marco normativo, el proyecto de Estado, el tejido de la sociedad civil, e incluso el propio pacto social.

Este tipo de fenómenos suceden, porque los bloques en disputa se asumen como la negación de su rival y se concibe inadmisible su coexistencia, así como por la imposibilidad de resolución de los mismos, ya que las relaciones de fuerza no derivan en la imposición absoluta de alguno de los bloques sobre su oponente.

Venezuela en la actualidad enfrenta una situación de empate catastrófico, cuyas determinaciones histórico-sociales de rango estructural están relacionadas con una crisis orgánica no superada (en próximas entregas se profundizará al respecto), acentuada en esta coyuntura ante el déficit de liderazgo sobrevenido en crisis de hegemonía exacerbada, que se desencadenó ante el fallecimiento de Hugo Chávez en 2013.

Las disputas producidas en el marco del empate catastrófico venezolano, han erosionado las dimensiones esenciales del Estado, y con ello, además de precipitar una crisis política e institucional de amplio espectro y gran escala (con alcances geopolíticos), ha sido un factor clave de la grave y severa depresión económica que enfrenta el país, en la medida en que no existe sinergia entre el poder estatal -que incluye el Estado profundo-, y el conjunto de la sociedad civil.

Por el contrario, las estrategias -maximalistas- de lo dos bloques históricos en pugna, se han centrado en la aniquilación de su contrario, para lo cual no han escatimado esfuerzos, y mucho menos han prevenido ante las repercusiones.

Tal circunstancia ha derivado en un conflicto de poderes públicos y en la fractura del tejido institucional, los cuales han alcanzado cotas insostenibles durante los últimos años. Violencia política, desconocimiento de poderes públicos, autoproclamación de un gobierno paralelo bajo la égida de intereses transnacionales, y presencia de tres (03) poderes legislativos (todos impugnados por la población); son los indicadores más escandalosos de la racionalidad política que rige las acciones estratégicas de los bloques en pugna.

Por supuesto, este empate catastrófico es objeto de un gran desgaste en la población venezolana. De acuerdo con diversos estudios de opinión, tanto el partido de gobierno como los factores fundamentalistas del antichavismo venezolano han perdido gran terreno en las preferencias políticas de la ciudadanía. Dichos estudios, registran que la mayor proporción de la población no se identifica con ninguno de estos bloques, de hecho, gran parte de los militantes y los cuadros medios de esos bloques, no comulga con las tendencias fundamentalistas.

Este desgaste ha redundado en la fractura de los bloques. En el caso de la alianza en torno al antichavismo, han surgido profundas divisiones estratégicas y programáticas, vinculadas especialmente al método de lucha por el poder, y al tipo de relación que se debe establecer con intereses exógenos. Mientras que en el chavismo, un conjunto de partidos políticos y movimientos sociales se han deslindado del gobierno de Nicolás Maduro y se postulan como una alternativa política y electoral desde el espectro de la izquierda revolucionaria.

La ruptura de la polarización en torno a nomenclaturas burocráticas y corporativas es un signo positivo para la democracia venezolana, porque representa una oportunidad para superar la intransigencia política y para tejer canales de diálogo en la búsqueda por una salida política a la crisis.

No obstante, no es una tarea sencilla desbordar y superar el escenario de polarización política construido en Venezuela durante las últimas décadas. Los bloques en pugna, además de dominar el poder político y económico en el país, se han alineado con intereses geopolíticos de potencias extranjeras.

Esta particularidad del conflicto venezolano, condiciona de manera drástica las posibilidades de su superación. En el campo estratégico, la disputa no es entre las sectas que se disputan el control y usufructo del poder estatal de Venezuela, ya que la transnacionalización del conflicto ha derivado en que las mismas funcionen como peones de los intereses geopolíticos (por una parte de los Estados Unidos, y por otra de la alianza China-Rusia).

Cabe subrayar, que esto sucede en un contexto de profundas turbulencias en el sistema-mundo (con una crisis de hegemonía global incluida), mediadas por disputas geopolíticas de amplio espectro (sin desenlace previsto en el corto plazo), dados precisamente entre los factores geopolíticos que intervienen de manera explícita en el conflicto venezolano.

Por tanto, Venezuela está expuesta a un doble empate catastrófico. El primero, propiciado por los factores políticos que han pugnado por el poder durante las últimas décadas, el cual experimenta un gran desgaste, pero tiende a ser exacerbado por el segundo.

Entonces las determinaciones del conflicto venezolano tienen una escala geopolítica. Y la realidad muestra que Washington y el eje Pekín- Moscú no están muy interesados en que la crisis venezolana encuentre una salida.

Es el pueblo venezolano entonces el que debe desbordar los empates catastróficos. En primer lugar, para evitar un derramamiento de sangre, especialmente trágico porque el mismo favorecería los intereses sectarios de los bloques dominantes. En segundo lugar, para defender la república, el Estado de Derecho y el tejido institucional, y con ello la seguridad de los derechos de la población. En tercer lugar, para que sobre la base de un acuerdo político nacional, sea factible la mayor sinergia en torno a la necesidad de detener y superar la devastación económica que ha sufrido el país en los últimos años.

La izquierda revolucionaria tiene el deber histórico de actuar con sentido estratégico, sobre la base de las premisas esbozadas para desbordar los empates catastróficos que azotan al país, para constituirse como una opción para el pueblo venezolano, para que este punto de bifurcación (inherente a todo empate catastrófico según el ex- vicepresidente de Bolivia Álvaro García Linera) permita el rescate de las banderas originarias de la revolución bolivariana: la democracia participativa y la justicia social.

Fuente: https://www.aporrea.org/actualidad/a294294.html

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Retornar a la actualidad(-19): novedad y malestar

Retornar a la actualidad(-19): novedad y malestar

Una reflexión pedagógica sobre la presencia del COVID-19

Por: Cristo I. Mahugo

Resulta cómodo (a priori) ensimismarse en las retóricas informativas que sacuden, desde hace algunas semanas, nuestra actualidad: la presencia del COVID-19. Así, encontramos un soberano bombardeo de datos e informaciones horneados en las redes sociales y los mass media. Con tal colapso sensorial de información (?), parece difícil encontrar ese tiempo que nos permita indagar (más que leer como acto fisiológico) y contrastar (más que adaptarse a las informaciones por comodidad o ideología) toda esa vorágine expositiva. Curiosamente, debemos recordar el estricto significado del término «confinamiento» (de confín, confināre): «desterrar a alguien, señalándole una residencia obligatoria» (DRAE, 2014). Es este destierro el que está generando una parálisis social (económica, laboral) a la par que una inquietud personal (preocupación, nerviosismo); sobre esta ecuación (parálisis e inquietud) parece estar configurándose una novedad: una situación global no experimentada anteriormente.

Como hemos mencionado, con tal vorágine expositiva parece fácil conceptualizar pensamientos de un presente no-deseado (es decir, un deseo por retornar a un pasado, a «una supuesta normalidad»). El conflicto intrínseco que subyace en esta formulación estriba en esperar volver a un futuro retornando al pasado; dicho de otra forma, pensar que después del COVID-19 todo volverá a ser como antes (peligroso pensamiento que nos hace olvidar que la novedad de nuestro presente no pueda provocar otra novedad futura). Vamos a entender por «novedad» (del latín novĭtas, -ātis) aquella situación (conjunto de circunstancias) caracterizada por «[…] un estímulo que se presenta por primera vez, o que no se ha presentado en mucho tiempo» (Doron & Parot, 2008: 398); también como «cambio producido en algo», «suceso reciente» o, más en desuso, «extrañeza» (DRAE, 2014).

La intención relevante aquí es procurar hablar sobre esta novedad (el COVID-19 y sus consecuencias) desde un plano distinto —o esa es nuestra intención— y complementario a los planos que observamos últimamente: el sanitario, el político o el económico, entre otros. Para ello, las premisas desde las cuales iniciamos nuestro análisis parten de elucubrar «la novedad como ruptura», por una parte, y «la novedad como aprendizaje», por otra. Así, nuestra actualidad (los actos del tiempo presente centrados en el COVID-19) requieren ser observados e intervenidos desde nuestra temporalidad; también —aquí nuestro propósito— hacerlo desde nuestra «extemporaneidad»: provocar un acto intelectual (un pensar) más centrado en analizar elementos no tan protagónicos de nuestra actualidad pero que tiene como objetivo «retornar» a dicha actualidad para invitar a nuevas cuestiones, planteamientos o concepciones.

La novedad como ruptura (del latín ruptūra) implica la aceptación de unas vivencias (sociales, individuales) no vivenciadas anteriormente: un contagio vírico cuya «brusca presencia» sobre el escenario ha provocado su súbito protagonismo. Una presencia que está provocando nuestra «virginidad sociopolítica» por desbordamiento y descontrol (he aquí su ruptura). Un desbordamiento propio de nuestras formas habituales y racionales (?) de entender el funcionamiento ‘ordenado’ de las cosas (sociedad, estado, economía) y nuestra «temporal incapacidad» para abordarlo; y un descontrol que no viene solamente producido por ese desbordamiento, sino por un lejano sentimiento del individuo que nos evoca fragilidad (un virus que nos recuerda nuestra inconsistencia) y futilidad (un virus que no solamente nos puede matar, sino que consagra lo perecedero de la vida: la ansiedad del morir [Tomás-Sábado, 2016]).

La novedad como aprendizaje implica —en concordancia con la ruptura— un proceso más largo y complejo. Entre las características intrínsecas del aprendizaje destacan la adquisición, la vivencia del cambio, la interacción y, no olvidemos, la memoria. La agresiva presencia del COVID-19 en escena parece «haber interrumpido» el «normalizador» proceso de funcionamiento; he aquí donde encontramos una doble identidad del deseo: desear que llegue el ‘futuro normalizado’ (el que vivíamos anteriormente a la aparición del COVID-19) y desear que termine el ‘presente anormalizado’ (cabe destacar dos cosas: una, parece que es poco probable esperar un futuro —después del COVID-19— similar al pasado (Pisarello, 09 abril 2020); dos, cabría —dentro de tanto análisis— cuestionar el supuesto ‘pasado normalizador’). Visto así, el principal aprendizaje sería el deseo de olvidar este presente cuanto antes. La cuestión es, ¿es esto, en sí mismo, un aprendizaje?

Por eso mismo, nos parece relevante una mirada extemporánea de nuestra actualidad con la finalidad de aportar contenido pedagógico a la misma. Es indispensable, desde esta mirada, entender el «carácter traumático» (del gr. τραῦμα) de nuestro presente; esa herida que se ha abierto en nuestra cotidianidad social y que debe contemplarse (ésta es nuestra propuesta pedagógica) desde un doble eje argumentativo:

a) La herida no debe ser olvidada (el papel de la memoria): La herida que está ocasionando el virus puede etiquetarse como desgarradora; basta con mirar los datos, el elemento cuantitativo habla por sí solo: en el mundo el número de personas contagiadas ronda 1.614.951 (Ministerio de Sanidad, 12 abril 2020) y de personas fallecidas en España 16.972 (idem). Se observa que el elemento cuantitativo es contundente. Lo destacable en este punto es que el anhelo de pisar un futuro (recordemos, deseablemente normalizador) puede generar —debido al deseo de normalizar(nos)— un olvido paulatino de nuestro presente virilizado. Si en un futuro no se realizan distintos esfuerzos políticos, ciudadanos y educativos por extraer aspectos que nos permitan repensar «lo sucedido» (la parálisis social y global, las inquietudes laborales, el nerviosismo financiero, la congestión económica, la solidaridad ciudadana), es muy probable que el olvido vaya pausadamente asentándose y cristalizando un recuerdo que se recordará como anecdotario. El peso del aprendizaje recae en la latente memoria de la voraz letalidad a la que las personas (unas más que otras) estamos expuestas, en las amplias acciones realizadas para sobrellevarlo y superarlo y, finalmente, en cuestionar con seriedad y rigor el supuesto orden social establecido (donde la discusión directa con el sistema capitalista y la doctrina neoliberalista es obligatoria).

b) La herida debería provocar una nueva experiencia (o unas experiencias) en el aceptado panorama mundial (el papel de la vivencia del cambio): Entre los aspectos más expuestos durante las últimas semanas cabe reseñar uno: la gran fragilidad del ser humano —ante fenómenos no conocidos ni controlados, en este caso— se acompaña de la igualmente fragilidad del sistema capitalista (Duch, 26 feb. 2020) para mantenerse y responder con solvencia a los intempestivos riesgos acontecidos (entendemos que no ubicaremos nuestra atención sobre este aspecto pero resulta imprescindible mencionar el carácter desigualitario y agresivo que tiene el capitalismo [Lessenich, 2019]). Nuestra estructura socioeconómica, vendida como racional y sólida, debe ser seriamente cuestionada. Y este no es solamente un cuestionamiento de un grupo de personas afines ideológicamente que critican el capitalismo y pronostican la caída del mismo (tarea nada sencilla), sino también averiguar qué existe de capitalista en uno mismo; en esa «subjetividad capitalizada» que condiciona nuestra forma de ver el mundo (Illouz, 2019). La vivencia del cambio implica postularse en defensa de nuevas texturas del mundo, en exigir(se) una reflexión compartida y, sobre todo, en llevar la radicalidad del pensamiento hacia el malestar (es decir, hacia aquellas personas —cercanas o no— que conviven con la pobreza diaria, la hambruna o la muerte como compañeras, entre otras cosas). Es en este giro conceptual hacia el malestar donde encontramos la humanización del pensamiento, y no solamente la personalización del mismo. La vivencia del cambio permanece como aprendizaje (eso defendemos) cuando se acerca a los «modos de estar» más desfavorecidos (consecuencia mayormente debida, a nuestro juicio, de la estructura global); y, aunque resulte incómodo aceptarlo, dichos modos ya estaban antes de la presencia del COVID-19 y, desgraciadamente, es muy probable que sigan estando después del mismo (o, incluso, empeoren).

Nuestra reflexión pedagógica enraiza su análisis sobre tres entidades conceptuales: la novedad (lo presente), el malestar (lo pasado y lo presente) y el porvenir (lo futuro). La novedad como un presente no vivido anteriormente bajo la formulación virilizada que está congestionando nuestra actualidad; el malestar porque, en la búsqueda de un tiempo futuro más justo y sostenible, la centralidad de una «vivencia del cambio» debe nacer desde la marginalización de unos modos de vivir impuestos mayormente por la mano del capitalismo; y el porvenir por no olvidar las heridas que la presencia del COVID-19 ha traído: alto número de personas fallecidas (gran parte han sido personas mayores), las fragilidades (que algunos grupos pagarán más que otros) de un aparente sistema socioeconómico racional y único o el desmenuzamiento de la imagen íntegra de la política europea (García Ballesteros, 09 abril 2020).

Quizá, el epicentro de nuestro aprendizaje empiece por aceptar, como decía Freire (1996: 108), que al «[…] negar la historia como juego de destinos seguros, como dato dado, […] se reconoce la importancia de la decisión como acto que implica ruptura, […] de la intervención crítica de los seres humanos en la reconstrucción del mundo», y termine por asimilar —desde los modos de (mal)vivir presentes— diferentes modos de pensar política y pedagógicamente el mundo.

Referencias
Anders, V. et al. (2001 – 2020). Etimologías. Recuperado de http://etimologias.dechile.net [consultado en marzo 2020].

Diccionario de la lengua española [DRAE] (23ª edición, 2014). Recuperado de https://dle.rae.es.

Doron, R. & Parot, F. (2008). Diccionario AKAL de Psicología [Juliette Fabregoul, B. & Arbesú Castañón, A., trad.]. Madrid: Ediciones AKAL (616 págs.).

Duch, G. (26 febrero 2020). El virus del libre mercado. Que un diminuto coronavirus haya acorralado al capitalismo globalizado tiene un punto poético. Revista Ctxt [rescatado de https://ctxt.es/es/20200203/Politica/31105/Gustavo-Duch-coronavirus-COVID-19-capitalismo-China-peste-porcina-africana.htm].

Freire, P. (1996). Política y educación. México: Siglo XXI (132 págs.).

García Ballesteros, J. (09 abril 2020). ¿Tiene futuro la actual UE? Rebelión [recuperado de https://rebelion.org/tiene-futuro-la-actual-ue/].

Illouz, E. (2019). Capitalismo, consumo y autenticidad. Las emociones como mercancía. Madrid: Katz Editores (293 págs.).

Ministerio de Sanidad (consultado 12 abril 2020). Situación de COVID-19 en España [en https://www.mscbs.gob.es/profesionales/saludPublica/ccayes/alertasActual/nCov-China/situacionActual.htm | https://covid19.isciii.es/].

Lessenich, S. (2019). La sociedad de la externalización (Alberto Ciria, trad.). Barcelona: Editorial Herder (232 págs.).

Pisarello, G. (09 abril 2020). El mundo que resultará de todo esto. Nueve retos para un tiempo de pandemias. Revista Ctxt [recuperado de https://ctxt.es/es/20200401/Firmas/31866/coronavirus-crisis-retos-pandemia-mundo-consecuencias-capitalismo-gerardo-pisarello.htm .

Tomás-Sábado, J. (2016). Miedo y ansiedad ante la muerte: Aproximación conceptual, factores relacionados e instrumentos de evaluación. Barcelona: Herder Editorial (200 págs.).

 

Autor: Cristo I. Mahugo

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