Montessori: la metodología donde el niño es protagonista

Por: Educación 3.0

La automotivación o dejar que el estudiante gestione el tiempo en cada tarea son algunas de las características del método Montessori. Nos lo explica International Montessori Institute, un centro de formación especializado en esta pedagogía.

En las escuelas Montessori no hay un maestro que enseña, sino un adulto que ayuda a los estudiantes a aprender a partir de su experiencia, con materiales idóneos y en el entorno adecuado. Se ofrece libertad para desarrollarse y aprender al ritmo individual, en un espacio estimulante y estructurado.

Estos son algunos de los principios de la propuesta pedagógica de María Montessori (1870-1952), basada en la observación científica de niños y niñas. ¿El objetivo? Ayudar al desarrollo de su potencial a partir de sus intereses y posibilidades. 

¿Qué diferencia al método Montessori de la educación convencional?

Montessori

En la pedagogía Montessori se priorizan las necesidades e intereses de los estudiantes, que aprenden a través del descubrimiento y la repetición de ejercicios hasta perfeccionarlos. Además, María Montessori aseguraba que el educador debe «seguir al niño», reconociendo las características del momento del desarrollo en que se encuentra y las diferencias individuales. Estas son algunas de las principales diferencias entre este método educativo y el convencional.

Automotivación: esta metodología busca la automotivación, la cual se consigue diseñando actividades y proponiendo materiales que despierten la curiosidad en el niño y le permitan experimentar la satisfacción del logro.

Grupos de edad: un aula Montessori suele estar organizada por grupos que abarcan hasta 3 años de diferencia. De esta forma, los estudiantes conviven con niños de diferentes edades y ritmos de aprendizaje aprendiendo de manera indirecta.

Enfoque: también se fomenta la colaboración entre compañeros. En el currículo de la etapa infantil se incluyen aprendizajes relacionados con la vida cotidiana, como los cuidados de uno mismo y del entorno, mientras que los contenidos en Primaria se presentan en forma interrelacionada favoreciendo el inicio de la comprensión del mundo y la sociedad.

El tiempo, en manos del niño: mientras que en la escuela tradicional existe un horario fijo donde cada materia se debe llevar a cabo en un tiempo determinado, en el método Montessori se respetan los lapsos de tiempo en que los estudiantes se enfocan en una actividad hasta concluir un ciclo.

Montessori

Un entorno adaptado: los niños y niñas necesitan adaptarse a su entorno, por lo que Montessori veía como fundamental construir un ambiente favorable, tanto físico como psicológico, para que sean capaces de darle sentido al mundo que les rodea. Ese entorno idóneo para su desarrollo se conoce como Ambiente Preparado, un espacio creado para fomentar el desarrollo motor, cognitivo, emocional y social con elementos que se seleccionan por motivos específicos y de acuerdo al nivel educativo.

El maestro como guía: el maestro se denomina guía, representa el papel de facilitador y responde a las necesidades de los niños para que logren desplegar todo su potencial. El conocimiento de las características de desarrollo en cada una de las etapas, la habilidad para observar, así como el dominio de los materiales y un cuidado esmerado hacia al ambiente preparado son fundamentales para que el guía comprenda y responda a las manifestaciones y necesidades del niño.

Por eso, es importante realizar la formación en un centro especializado, como International Montessori Institute, una institución de referencia. Para ello, ofrece todas las herramientas para convertirse en guía Montessori e implantar la pedagogía en las aulas por completo o poco a poco si es en entornos educativos tradicionales. La próxima formación para guía y asistente comienza el 4 de mayo. ¡Inscríbete aquí!

Fuente e Imagen: https://www.educaciontrespuntocero.com/noticias/montessori-institute/

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El proceso de adaptación en la educación infantil

Por: Junta de Portavoces

Llega un día, en que cada uno sale al mundo y, aunque da un poco de miedo, se abren nuevas y maravillosas posibilidades. Crecer cuesta, pero merece la pena.

La “primera vez” que hacemos algo, que tenemos una nueva experiencia de cualquier tipo, se nos produce una cierta inquietud: cuando vamos de viaje a algún lugar desconocido; cuando quedamos por primera vez con personas desconocidas; un nuevo trabajo…

Esta inquietud es el resultado de las emociones que se nos producen internamente, al enfrentarnos a estas nuevas situaciones, que al ser desconocidas nos generan inseguridad, aprensión e incluso miedo.

Estamos en el momento de preparación del próximo curso, el momento de tomar decisiones sobre el futuro de nuestros niños, el cual puede conllevar la incorporación al ámbito escolar de numeroso pequeños, que se enfrentarán, igualmente, a esta nueva experiencia con los sentimientos asociados que conlleva. Cada vez salimos del regazo más temprano, en pequeños viajes de ida y vuelta.

Algunas familias optan por llevar a sus hijos a distintos centros de educación infantil, de primer o segundo ciclo. Existen distintas posibilidades, pero todas ellas tienen un denominador común: los niños y niñas han de superar una de estas experiencias vitales: “el periodo de adaptación”.

¿Qué entendemos por periodo de adaptación?

Entendemos por periodo de adaptación, el tiempo que los centros educativos organizan para la incorporación de los niños y niñas, por primera vez, al entorno escolar. Puede tener distintas características, en función de la tipología de centros, algunas de las cuales pueden ser: incorporación paulatina, horarios y grupos reducidos, aumento progresivo de la estancia en el centro, acompañamiento en el aula,… todas ellas valiosas herramientas que facilitarán la consecución del objetivo que nos interesa: la adecuada y correcta adaptación.

Sin embargo, todos estos aspectos mencionados, dependen de los adultos, es decir, son los adultos los que tomarán las decisiones pertinentes con respecto a la escolarización, horarios, calendarios, etc. Los niños serán sujetos pasivos de estas decisiones. Es por ello, que nosotras en la Asociación Junta de Portavoces de Educación Infantil 0-6, queremos establecer la diferencia entre periodo y proceso de adaptación.

¿Qué entendemos por proceso de adaptación?

Es el conjunto de situaciones, emociones y procesos psicoafectivos que se producen, en los niños y niñas, como conjunto de respuestas ante una nueva situación desconocida para ellos.

Al ser un proceso, ellos serán los protagonistas, puesto que tendrán que elaborar sus propias y peculiares estrategias de afrontamiento: elaborar el proceso de separación de sus figuras de apego, establecer nuevos vínculos afectivos con adultos y otros niños, emprender relaciones con el nuevo entorno y sus dinámicas, iniciarse en la expresión de sus emociones y necesidades,…

Este proceso comprende desde que los niños y niñas se incorporan al centro educativo, hasta que se consigue el equilibrio, la tranquilidad, la confianza y la formación de vínculos emocionales. No tiene una temporalización concreta, sino que depende de cada niño, por ser un proceso único y personal.

La incorporación a la escuela, un lugar desconocido, produce sentimientos de abandono y pérdida. Pérdida de su mundo de referencia, de sus personas de apego, en definitiva, su casa y su familia, donde se sienten seguros y queridos. De abandono, porque carecen de noción temporal desarrollada, por lo que no tienen capacidad para predecir cuando van a volver a buscarlos sus familiares. Expresar estos sentimientos es una reacción totalmente sana, no debemos intentar evitarla. Solo los protagonistas podrán superarla, convirtiéndose en su conquista personal.

Cada pequeño reacciona de una manera: pueden darse comportamientos de timidez, algunos se quedan pegados al adulto, otros se aíslan o inhiben, no quieren relacionarse con otros niños; pueden expresar tristeza, llantos, rabietas, rechazo al adulto, en los momentos de separación de la familia, en la entrada, durante el día o en la salida; incluso fuera del centro, pueden darse comportamientos atípicos como no querer separarse ni un instante de los familiares más directos, no comer o dormir bien, despertar bruscamente, tener pesadillas, regresión en el control de esfínteres; expresar sus conflictos a través del cuerpo (tener fiebre, vómitos,…).

Frente a este conflicto interno que están viviendo, les ayudará la serenidad de los adultos que les cuidan, proporcionándoles la seguridad y el apoyo que contribuirá a ir calmando sus temores. La familia y los centros de educación infantil compartimos la grata tarea de cuidar y educar a los niños y niñas.

Todos estos comportamientos irán desapareciendo paulatinamente, a medida que el pequeño vaya evolucionando en su proceso y vaya, por lo tanto, resolviendo su adaptación. En poco tiempo se sentirán seguros, confiados, tendrán nuevos amigos, volverán a comer con ganas, dormirán a pierna suelta, jugarán alegremente y comenzarán a mantener relaciones de afecto con sus educadores e iguales, formando parte su primer grupo social, aceptando el medio educativo voluntariamente, percibiendo que es un contexto en el que disfrutar.

Necesitan tiempo, contextos enriquecedores y apropiados en la escuela, el mantenimiento de las rutinas, que les ayuden a anticipar lo que va a ir ocurriendo a lo largo del día y en qué momento se dará el reencuentro con sus familias.

Este proceso, tan complejo para niños y niñas, también lo es para madres y padres. La decisión de escolarizar a los hijos puede provocar sentimientos ambivalentes: siendo conocedores de lo idóneo de llevar a los niños a un centro de educación infantil, puede producir tristeza, angustia, pérdida e incluso celos, provocados por un sentimiento de culpabilidad, derivado de no atenderles ellos en exclusiva, ya sea por decisión propia o por exigencias de la situación familiar.

Observar las dificultades de los hijos y las propias puede hacernos dudar de si merece la pena.

Es conveniente aceptar y tolerar estos sentimientos como naturales y humanos, no negarlos ni tratar de evitarlos, sino tratar de aliviarlos depositando nuestra confianza plena en el centro educativo y sus profesionales. Siempre queremos lo mejor para nuestros hijos: confiemos en nuestras propias decisiones, sobre todo si están basadas en el conocimiento de los criterios pedagógicos, la organización, la metodología, las posibilidades de comunicación, las instalaciones, … del centro elegido.

Por otra parte, los centros de educación infantil deben tratar de adaptarse a la individualidad de cada niño y niña, respetando su propio ritmo y tratando de acogerles con comprensión y cariño; estableciendo un clima de buena comunicación, en el que se sientan entendidos en la expresión de sus sentimientos y estando cerca de ellos para transmitirles seguridad.

No todos los centros son iguales. Desde la Asociación Junta de Portavoces de Educación Infantil 0-6 abogamos por la Escuela Pública, siendo profundamente conocedoras del excelente trabajo que se realiza en las Escuelas Infantiles y Casas de Niños de la Red Pública. En estos centros se tiene en consideración todos los aspectos mencionados anteriormente, para dar respuesta a las necesidades de todos los implicados en el proceso.

A modo de conclusión…

¿Qué supone este proceso para las familias, los niños y los centros educativos infantiles?

Es el tiempo que necesitan los niños y niñas para lograr sus propias conquistas, conocer y dominar otros espacios y descubrir nuevos amigos.

Es el tiempo que necesitan las familias para dejarlos confiados en manos de los profesionales.

Es el tiempo que necesitan los profesionales para conocer a los niños y adecuarse a sus características y necesidades, y también conocer a sus familias.

Fuente e Imagen: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/10/25/el-proceso-de-adaptacion-en-la-educacion-infantil/

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