Por: Pedro Pineda
El uso de los rankings puede ocultar profundos problemas educativos en desmedro de las oportunidades de mejoramiento de los procesos formativos para la construcción de paz desde las universidades.
¿Cómo crear condiciones para la construcción de paz desde las universidades? La reflexión alrededor de la violencia simbólica en una de las universidades más prestigiosas del país ? al mismo tiempo que se firma un nuevo acuerdo de paz ? es muy pertinente para responder a esta pregunta. La situación permite recapacitar sobre cómo desde las universidades se promueven comportamientos que hacen de Colombia uno de los países con mayor violencia simbólica y física del mundo, si seguimos el indicador de homicidios que ubica a Colombia en puesto 207 de 218.
Es imperiosa una discusión sobre los cambios que se necesitan para una sociedad que entrará al posconflicto y que necesita universidades representativas de valores democráticos que prevengan la violencia. Quisiera compartir dos reflexiones que surgen a partir de la que es considerada por muchos la mejor universidad del país: una a nivel de formación universitaria y otra a nivel de política pública.
La situación de matoneo entre diferentes miembros de una universidad de prestigio lleva a reflexionar sobre las condiciones institucionales que pueden propiciar la promoción de la violencia. En su visita a la Universidad de Antioquia, la filósofa estadounidense Martha Nussbaum, le recordó al país la importancia de la educación humanista que forme seres humanos éticos y socialmente sensibles. Esta fórmula no es nueva, sino que ha hecho parte de la universidad desde su surgimiento en la edad media.
Desde este punto de vista, la violencia dentro de una comunidad educativa se resuelve si se brinda una experiencia formativa que le permita al estudiante la capacidad de formar opiniones a partir de la evidencia, además de cualidades morales como amabilidad, el autocontrol y la empatía. Este es el verdadero currículo para la paz, y no una clase independiente con este nombre. El problema de violencia simbólica en las universidades es un problema educativo y no un problema administrativo.
Así, las situaciones que involucran la agresión entre profesores y estudiantes no son casos aislados, sino que parecen tener una conexión directa con un entorno educativo y académico más amplio de una comunidad que podría carecer de suficiente reflexión académica.
Si las universidades colombianas quisieran evitar este tipo de situaciones podrían empezar por cambiar muchas de las tendencias que han surgido los últimos años. Por ejemplo, podrían detener el crecimiento de su número de estudiantes y concentrarse en fortalecer su vida académica mediante actividades culturales, de extensión universitaria y servicio social. Por otro lado, se podría ampliar la extensión de sus programas, delimitada por la estandarización del modelo de carreras cortas estadounidense, para volver a introducir los cursos electivos que permiten una mirada más amplia de la sociedad y las relaciones humanas.
La reciente propuesta de la Universidad de los Andes de reducir el currículo universitario a tres años y medio por medio de trimestres va precisamente en la dirección contraria a la que requiere el país en materia de formación universitaria. De paso, se podría reintroducir la escritura de las tesis de pregrado, escrita de manera individual y no en grupos grandes para permitir la reflexión y estructuración del pensamiento. Este paso, indispensable en la educación universitaria, fue abolido para facilitar un ingreso más rápido al mundo laboral.
El tamaño de los cursos también es un aspecto importante, pues clases con 80 estudiantes no permiten que se desarrolle un debate académico, fundamental en el desarrollo del pensamiento crítico ni el mejor seguimiento de las relaciones humanas y los procesos formativos.
Por último, las universidades están en la obligación histórica de detener el aumento de las modalidades virtuales de formación, las cuales entran en evidente contradicción con una formación humanística y crítica que la sociedad colombiana necesita en sus profesionales y ciudadanos. Un ser humano no puede aprender a convivir e interactuar empáticamente con otras personas sentado frente a un computador.
A nivel de política, la situación permite cuestionar el uso que le da la cartera educativa a los rankings como medida de promoción de la calidad en las universidades. El comportamiento de un grupo de estudiantes y profesores que hacen apología a la violencia en un país que necesita crear una cultura de paz no coincide con las expectativas que tiene la sociedad frente a una universidad catalogada por varios rankings como la mejor del país. Este desfase permite llegar a la conclusión de que este tipo de clasificaciones no permiten medir los resultados educativos en los estudiantes. Se podría argumentar que las situaciones en cuestión son anecdóticas y no representativas, pero también es cierto que las mismas aparentemente no ocurren con la misma frecuencia en otros centros educativos.
El público en general y muchos políticos ignoran que publicitados rankings como el THE o el QS simplemente retoman variables que se pueden medir, pero que no representan los aspectos más relevantes de la vida universitaria. El seguimiento de estos indicadores pueden ser útiles a lo largo del tiempo; sin embargo, existe un amplio consenso entre expertos en educación frente a los efectos perjudiciales de su uso como objetivo nacional e institucional. Su uso puede distorsionar la dinámica de las universidades, pues deja de lado aspectos fundamentales como la educación humanista que no se mide cuantitativamente, pero cuyas falencias pueden conducir a situaciones de matoneo entre profesores y estudiantes que más tarde se trasladarán a la vida profesional y ciudadana. El uso de los rankings puede ocultar profundos problemas educativos en desmedro de las oportunidades de mejoramiento de los procesos formativos para la construcción de paz desde las universidades.
De lo anterior se sigue que la política de fortalecimiento de la educación superior en Colombia puede estar yendo en dirección contraria a la que requeriría una sociedad en posconflicto. La aplicación de normas de mercado por parte del gobierno para la expansión de la educación superior, donde por un lado emula la metodología de rankings educativos llamados “Mide” y por el otro, financia por medio de la demanda a las instituciones donde los estudiantes quieran estudiar por medio del programa de becas “Ser Pilo Paga” puede generar el fortalecimiento de instituciones que tienen un gran prestigio social pero cuyo proceso educativo puede no estar acorde con las necesidades de una sociedad como la colombiana.
Un joven puede elegir estudiar en la universidad con mayor publicidad y cuyos egresados tengan los ingresos más altos, pero esta posición dominante puede no estar necesariamente relacionada con las posibilidades de desarrollo humano que ofrece.
Este tipo de discusiones sobre la educación universitaria merecen el desarrollo de argumentos educativos y no sólo tecnocráticos. Como decía Robert Mitchell, ex rector jesuita del Boston College: “en un mundo que demanda más entrenamiento profesional necesitamos de universidades con ingenieros que hayan leído a Shakespeare, e ingenieros de sistemas que entiendan la historia y las raíces de la civilización”. Este tipo de profesionales expandirán su mente y sus espíritus de tal manera que no estarían propensos a participar en el ciclo de violencia histórica de la sociedad colombiana. No importa que este tipo de educación no quede registrada en los rankings.
*Doctor en educación de la Universidad Humboldt de Berlín.
Fuente: http://www.semana.com/on-line/articulo/ranking-de-universidades-en-colombia/508306