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Simón Rodríguez, maestro de la Patria Grande

Miguel Ángel Barrios

A partir de una conferencia que dictara en el doctorado de Ciencias Educativas del Núcleo de Educación Avanzada de la Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez en Caracas en mayo de 2015, he venido reflexionando sobre el hecho de que es tiempo de materializar a nivel continental el ideario pedagógico y filosófico de ese extraordinario personaje llamado Simón Rodríguez o Samuel Robinson.

En un momento de nuevos reordenamientos geopolíticos en el sistema mundial que conducen “a un orden multipolar”, la cultura se reafirma más que nunca como la dimensión última y más profunda de la soberanía de los pueblos.

La cultura entendida más allá de lo estético, como el conjunto de elementos materiales y espirituales de un pueblo o de una nación. Y desde esta perspectiva la pedagogía o el sistema educativo es el formador de ese sujeto cultural, o sea, la educación es plural pero no neutral.

Desde esta concepción podemos considerar a Simón Rodríguez no sólo como el maestro del libertador, sino como nuestro primer pedagogo y maestro de la Patria Grande.

En un momento de relativa debilidad de nuestra América volver a Don Simón Rodríguez se torna una exigencia ineludible.

Breve referencia biográfica

Simón Rodríguez también es conocido como el maestro y consejero del Libertador Simón Bolívar, conocedor de la sociedad hispanoamericana, fue pedagogo, pensador filosófico, escritor de obras de contenido histórico y sociológico. Uno de sus más sobresalientes biógrafos y estudiosos de sus obras ([1]) afirma  que nace en Caracas el 28 de octubre del año 1771, el padre se llamó Alejandro Carreño y la madre Rosalía Rodríguez quienes lo  abandonaron quedando bajo la tutela del tío, el presbítero José Rafael Rodríguez, sacerdote muy respetado y de gran saber, quien se encargó de su  educación, y de  su hermano menor Cayetano, quien adoptó el apellido del padre y el niño Simón el apellido materno; de carácter altivo, duro e independiente; con ideas y costumbres verdaderamente singulares”, esos rasgos constitutivos de una personalidad muy nítidamente definida  perdurarán hasta el final de su vida en el año 1854 en Amotape, Perú. Es importante destacar que Simón Rodríguez vivió en Caracas hasta los veintiséis años de edad y no regresó a ella nunca.

Educación

La formación autodidacta emprendida por Simón Rodríguez desde muy joven tiene sus primeros frutos al punto que en 1791 obtiene el beneplácito del Cabildo de Caracas para ejercer como maestro de escuela de primeras letras de escuela pública de esa ciudad, dando rienda suelta así a su carrera de educador. En esa escuela tuvo entre sus alumnos a Simón Bolívar futuro Libertador de América. Para Simón Rodríguez, la escuela es el medio para enseñar a la gente a mejorar sus condiciones de vida; a valerse por sí mismo y a ser útiles a otros, para realizarse ellos y realizar el país, superando la segregación esclavitud. Fue un viajero incansable, un cosmopolita en el sentido literal del término, con poco sentido del arraigo al vínculo familiar, cultural o territorial, fue lo que hoy pudiéramos llamar un verdadero ciudadano del mundo; cuando sale de  Caracas viaja a Kingston, donde  aprende inglés. Su siguiente destino fue Baltimore donde trabajo por tres años en una imprenta, luego viajó a Bayona, en Francia, donde se registró bajo el nombre de Samuel Robinson. Más tarde, en la ciudad de París, se empadronaría en el registro de españoles de la manera siguiente: «Samuel Robinson, hombre de letras, nacido en Filadelfia, de treinta y un años»; y esta identidad la mantendría los siguientes veinte años de su vida en Europa. ([2])

Su vínculo con el Libertador Simón Bolívar

En París hacía 1803 se reencuentra con Bolívar y su compartir durante ese tiempo consolidaron su amistad y el pensamiento libertario de Bolívar.  En 1805 emprendieron viaje hasta Italia, como cosa curiosa cruzando a pie los Alpes.  Visitaron  varias ciudades y en Roma su estadía se  hace  célebre  porque allí fue donde subieron al Monte Sacro y se produjo el famoso juramento de Bolívar de libertar América: «Juro delante de usted (así describe Rodríguez el juramento de Bolívar), juro por el Dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor, y juro por la patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español».  Emprendió viaje de regreso en 1823 y se encuentra con Bolívar. Luego de su estadía en Bogotá se dirigió hacia Guayaquil donde presentó al gobierno un plan de colonización para el oriente de Ecuador. Finalmente, se encontró con Bolívar en Lima y lo incorporó a su equipo de colaboradores dirigiendo la implantación de su proyecto pedagógico en las escuelas que el Libertador ya trataba de fundar. ([3])

Práctica educativa

En esas latitudes fue uno de los primeros en aplicar los novedosos métodos educativos que empezaban a utilizarse a comienzos del siglo XIX en Europa y por todos los medios trató de imponer en las atrasadas provincias de Bolivia y Colombia las novedosas y revolucionarias teorías sobre la educación de la infancia. En 1825 inició, junto con Bolívar, un recorrido por Perú y Bolivia. En Arequipa organizó una casa de estudios; después fue al Cuzco, donde fundó colegios para varones, otro para niñas, un hospicio y una casa de refugio para los desvalidos. En Chuquisaca, en noviembre de ese año, Bolívar lo nombró director de Enseñanza Pública, Ciencias Físicas, Matemáticas y Artes, y director general de Minas, Agricultura y Caminos Públicos de la República Boliviana.  Sus principales textos son: El Libertador del Mediodía de América y sus compañeros de armas, defendidos por un amigo de la causa social (1830), Luces y virtudes sociales (1834) y Sociedades americanas en 1828; cómo son y cómo deberían ser en los siglos venideros (1828, última edición en 1842).  Decepcionado por cuanto no le habían dejado hacer por la libertad de América, y arruinado y endeudado, se marchó a Arequipa, Perú donde  montó una fábrica de velas, de la cual esperaba obtener fondos para su manutención; las velas representaban también una muestra sarcástica de aquello que en su opinión había significado el «siglo de las luces» para América. Finalmente, en 1853 se trasladó a Amotate, ciudad peruana en la que falleció el 28 de febrero de 1854, a los 83 años de edad. ([4])

Impacto de su obra en la construcción de la Patria Grande

Para ello, es necesario dar a conocer cuáles son esas ideas educativas emancipadoras e impregnadas de libertad, inclusión e igualdad entre los pueblos que le generó suspicacia y desacuerdos en su tiempo, pero que hoy tienen más pertinencia que nunca cuando miramos la consolidación de la segunda independencia y la construcción de un ciudadano para la Patria Grande. Simón Rodríguez a pesar de que  no concebía la existencia de fronteras entre lo social, lo político y lo educativo; donde la educación debe ser la ocupación del colectivo humano, en la que el maestro tiene una responsabilidad particular, igual la familia y en consecuencia la sociedad. Es así como se destaca su proyecto Chuquisaca, donde se materializa   su idea del modelo educativo “escuela taller”, orientado en la educación hacia el trabajo teórico-práctico en ambientes educativos bien dotados y acondicionados.  Esta experiencia educativa hoy día está vigente. Igualmente, su planteamiento de que el gobierno debe ser el responsable del sistema de enseñanza y dirigir la educación de su pueblo. Asimismo, tiene que garantizar igual educación para todos y la enseñanza simultánea “moral e industrial que perfeccione el alma y el cuerpo y dé alimento al espíritu y al estómago”. Se destaca igualmente, su visión de la ciudadanía la cual está relacionada con las personas y la vida política, asociada por dimensiones sociales que impactan las transformaciones en la educación, y su efecto sobre el trabajo.  Todo cual generan vínculos sociales que modifican significativamente las relaciones entre las personas y en esa medida condicionan específicamente los vínculos políticos. Finalmente, uno de sus ideales fue contar  con una república basada en la igualdad, tolerancia y libertad; una sociedad sin castas ni clases dominantes, donde todos sus pobladores puedan disfrutar por igual de comunidades y bienestar, pues los hombres están en sociedad para consultarse sobre los medios de satisfacer sus deseos. Propuso, además de una “revolución política”, una “revolución de carácter socio-económico” con lo cual criticó duramente el naciente sistema capitalista en su fase industrial cuyos beneficios y logros se alcanzaron con el trabajo y esfuerzo bajo las inhumanas condiciones de trabajo de la clase trabajadora: “la menos o nada beneficiada”. ([5])

Su legado máximo: “o inventamos o erramos” es la única posibilidad de ser originales y lograr la soberanía cultural para que nuestros bicentenarios de la independencia más que un recuerdo nostálgico sea la convicción que nos lleve a la independencia definitiva.

Simón Rodríguez. Foto: venezuelatuya.com


[1] Rumazo González, A. (2006). Simón Rodríguez Maestro de América.  Breve Biografía. Coordinación de Archivo y Publicaciones del Despacho del Presidente, Publicación digital. Ministerio de Comunicación e Información. Caracas, Venezuela.

[2] GARCIA BACCA, J. D. (1978). Simón Rodríguez, Pensador para América. En Bibliografía, Fundación Juan David García Bacca. [online].Disponible: http://www.garciabacca.com/libros/simonrodriguez.html  [Consulta: 2016, abril 19].

[3] Rumazo González, A. (2006). Ob. cit.

[4] Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez. Simón Rodríguez (2000). Vida y Obra.

[5] Rumazo González, A. (1980). Ideario de Simón Rodríguez. Ediciones Centauro. Caracas, Venezuela.

 Fuente: http://www.alainet.org/es/articulo/176956#sthash.UR6OszE8.dpuf
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Simón Rodríguez como posibilidad espiritual (Apuntes para un conversatorio)

simon

Por Julio C Valdez/ Venezuela
Siempre he creído substancial y reconfortante volver la mirada hacia seres humanos extraordinarios. Seres que en su tránsito por esta vida han logrado dejarnos una obra que subvierte nuestro modo de ver el mundo y de vernos a nosotros y nosotras; que nos abren posibilidades de ir más allá de nuestras cotidianas fronteras, de superarnos y participar cada vez más en un estadio vital superior…

Es el caso del maestro Simón Rodríguez. Siguiendo a personas como él podemos dar nuevos sentidos a nuestras vidas, asumir horizontes de pensamiento y acción más amplios y fecundos; asomarnos –desde nuestras limitaciones- a montañas más elevadas, y crear miradas más complejas a la historia que construimos y nos construye.

Así, el propósito de esta conversación es mirar a Simón Rodríguez como un gran creador de significados, de proyectos sociales, de sentidos históricos. Crecer visualizando a un ser que puede ayudarnos a avanzar en caminos de mayor plenitud, de superior vínculo con otros humanos y con la naturaleza…En pocas palabras, como la posibilidad de un mayor desarrollo espiritual.

Pero, ¿no estamos exagerando? ¿Cómo podemos referirnos al desarrollo espiritual al hablar de una persona más bien solitaria, precursora del pensamiento materialista, de alguien que se enfrentó a la iglesia, de alguien que enaltecía el trabajo manual?…

Recordemos que Simón Rodríguez es una persona autopoiética. Es alguien que –dicho en términos modernos- se hizo a sí mismo, mediante un descomunal esfuerzo de disciplina personal. Inició su periplo en Caracas, pasando de ser un niño expósito a un joven maestro reconocido y respetado en diversas clases sociales, con ideas claras para reformar de la educación colonial. Luego, en un viaje iniciático, largo y sostenido, de al menos 20 años, por Estados Unidos, Europa, Rusia, entre otros territorios, aprendió, ensayó posibilidades científicas y educativas, observando, meditando, escribiendo, incubando ideas y propuestas de largo alcance y eventualmente factibles. Y luego en América, bajo el amparo del Libertador Simón Bolívar, intentando realizar su magna obra de educación para la libertad, para el trabajo digno, para la justicia y la inclusión social.

Así, el maestro Rodríguez asumió sus propios hábitos de creador, de pensador profundamente original, de actor consciente y protagónico en la historia de su tiempo, y aún en la historia venidera. Era un hombre de época y de síntesis. Sus escritos nos muestran un mundo que languidece (la Europa monárquica, el pueblo-objeto, obediente) y un mundo con posibilidades emergentes (la América que había librado la Guerra de Independencia)…

Si el poeta alemán Goethe decía que un genio es aquél capaz de encarnar el mundo, Simón Rodríguez vivió en el viejo mundo, lo estudió a fondo, lo sufrió, mientras su voluntad, su extraordinaria visión, sus habilidades se enfocaban hacia posibilidades de crear nuevas alboradas, nuevas sociedades, nuevos espacios vitales para los seres humanos. ¿No hablamos aquí de un sentido profundamente profético?

Si bien fue precursor de la filosofía materialista, en el sentido de que todo proyecto de transformación social debía partir de los seres humanos concretos, de sus necesidades, de sus posibilidades de insertarse en la historia y transformarla, el sentido de su proyecto trasciende el materialismo como tal. Habla del bien común como principio rector para los seres humanos. Habla de sociabilidad, de hermandad, de solidaridad (“piense cada uno en todos para que todos piensen en él”), en un mundo que se iría edificando mediante el trabajo honesto y colaborativo de todas y todos, mediante la producción y distribución compartidas, mediante la creación progresiva de sociedades económicas, hechos que apuntan a un vivir mejor y con mayor satisfacción social.

Así, tenemos a un maestro que curiosamente habla de asuntos materiales pero apuntando a un estado de espiritualidad creciente. Nos referimos a una persona que si bien se enfrentó a sacerdotes amigos de los poderosos, en su obra escrita florecen regularmente las imágenes de “resurrección”, “milagro”, e incluso “reencarnación”, pero no en su sentido literal, sino referidas a estados de ánimo posibles para provocar cambios en los hábitos humanos (costumbres, en sus palabras). De alguien que, en la medida que iba siendo cercado, desacreditado, por las fuerzas de poder de la época, se mantenía en el desarrollo de ensayos sociales y de la escritura que “pinta ideas” para soltar semillas de palabras al viento, buscando terrenos fértiles para florecer…

Búsqueda espiritual, no solitaria, sino en compañía de todos y todas, generando una hermandad creciente… ¿No es esto un auténtico camino espiritual, lejos de dogmas añejos y rutinas languidecientes?

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