Líbano: Trabajadoras domésticas migrantes: la ruta de la deuda

Trabajadoras domésticas migrantes: la ruta de la deuda

En Líbano el trabajo doméstico está ocupado mayoritariamente por mujeres, principalmente las originarias de Asia y África, que generalmente han tenido que endeudarse en su país de origen para migrar. Una vez en Líbano, hacen frente a restricciones y violencia en el trato, además de las dificultades financieras que encuentran para sobrevivir a diario. La crisis económica que actualmente abruma a Líbano aumenta las necesidades financieras de estas mujeres que a veces no tienen otra opción que endeudarse de nuevo para irse, a menudo a sus países de origen. Por lo tanto, el de estas mujeres en lucha es un viaje migratorio marcado por el yugo de la deuda.

Una migración doméstica no árabe y femenina en Líbano

Después de la guerra civil libanesa que duró de 1975 a 1990, Líbano se inscribe en el movimiento de globalización económica que fomenta las desigualdades y la mundialización de los movimientos migratorios[1]. Hoy en día, además de los 4,3 millones de personas residentes libanesas, la presencia estimada de más de 1,2 millones de personas sirias y 200.000 palestinas, han llegado al Líbano un gran número de trabajadoras domésticas provenientes especialmente de Sri Lanka, Filipinas, Etiopía, Madagascar y otros países africanos y asiáticos, ocupando principalmente puestos de trabajo en el sector de servicios (comercio, restauración, hostelería y especialmente limpieza). Actualmente, se estima entre 250.000 y 300.000 las trabajadoras domésticas extranjeras en el Líbano; es decir, alrededor del 15 % de su población activa .

Si el trabajo doméstico era ocupado principalmente por mujeres libanesas o sirias provenientes del campo, a partir de la década de 1980 las mujeres de países asiáticos y africanos fueron viniendo gradualmente a participar en el mercado laboral doméstico[2] Esta desarabización se aceleró después de la década de 1990, cuando las mujeres libanesas, que tenían mayor tasa de escolaridad, se integraron en sectores más cualificados. Finalmente, desde la guerra de 2006, este sector ha estado ocupado principalmente por mujeres migrantes no árabes. Sin protección social, estas mujeres migrantes están altamente concentradas en los sectores no valorados, correspondientes al llamado trabajo de reproducción social[3]. Esta sobrerrepresentación de las mujeres minoritarias y racializadas está en el corazón de un sistema capitalista, racial y patriarcal que se basa en el trabajo de las «sirvientas de la mundialización»[4]. Así pues, las trabajadoras domésticas sufren tres formas de dominación: como migrantes, como mujeres y como trabajadoras. En Líbano, esta división sexual, social e internacional del trabajo produce relaciones de dominación mantenidas por el sistema que organiza esta migración, la kafala.

La kafala, una práctica en las fronteras de la legalidad

La kafala o sistema de patrocinio es un dispositivo migratorio a través del cual muchas mujeres africanas y asiáticas vienen a establecerse como trabajadoras domésticas en el Líbano quedando su derecho de residencia vinculado a la persona empleadora-patrocinadora. Por lo tanto, la relación de servicio entre estas mujeres y una persona kafil (tutor o tutora) está eminentemente marcada por el yugo de la dominación[5].

Tal como se practica en Líbano, la kafala es una práctica al límite de la legalidad, ya que el sector del empleo doméstico está explícitamente excluido del derecho laboral. La kafala se basa en decretos administrativos y restricciones paralegales impuestas por las agencias de contratación y las empleadoras y empleadores. Desde 2009 hay redactado un contrato de trabajo unificado con la intervención del Ministerio de Trabajo y las  embajadas, sin que las autoridades competentes prevean ningún control de su cumplimiento. Además, este contrato establece la obligación de residir en la residencia de las personas empleadoras, ignora la confiscación de pasaportes, la prohibición de salida de la empleada de la vivienda, el pago de salarios o un salario mínimo. Otras tantas violencias coercitivas vistas las cuales estas relaciones laborales no libres pueden describirse como esclavitud moderna, como hacen algunas organizaciones internacionales y locales y algunas de estas propias mujeres[6].

Estas situaciones de explotación se basan en un racismo institucionalizado que estructura el mercado laboral interno en el Líbano. Por ejemplo, emplear a una trabajadora filipina es más caro porque se la considera mejor educada, con conocimientos de inglés, más limpia, que cuida bien a los niños. Las mujeres de Sri Lanka o las mujeres etíopes parecen sufrir más por el color de su piel porque son consideradas por las y los libaneses como mujeres obstinadas, sin educación. El trabajo de estas mujeres migrantes y su viaje migratorio están también marcados por procesos históricos coloniales y racistas, así como por sus condiciones de vida iniciales. El proyecto migratorio de estas mujeres a menudo responde, pero no se limita, a factores macrosociales y también a la voluntad de las mujeres de salir de una situación de pobreza e intentar el ascenso social a través de la movilidad migratoria.

Endeudamiento para migrar y servidumbre por deudas

A menudo, la partida de estas mujeres se debe a la huída de una situación económica que se ha vuelto difícil en el país de origen por los planes de ajuste estructural del FMI y las políticas de austeridad impuestas para pagar el servicio de la deuda pública de los países. La partida de estas mujeres responde a situaciones sociales premigratorias relativamente diferentes, pero en las que el factor económico les es común[7]. Para facilitar el movimiento de estas mujeres que trabajan como empleadas domésticas, las autoridades confían en una red de agencias de contratación que trabajan en el país de origen y que, para registrar una solicitud, ofrecen tarifas variables para estas mujeres[8]. Incapaces de pagar esta cantidad antes de partir, generalmente las mujeres cubren sus costos de contratación con préstamos a tasas de interés usurarias. También se puede retener dinero de los primeros salarios por parte de las agencias asociadas libanesas, lo que coloca ya a las mujeres migrantes en una situación de endeudamiento y, por tanto, dependencia y vulnerabilidad.

Los gastos comprometidos y pagados a las agencias de contratación someten a las trabajadoras a la llamada servidumbre por deudas[9], lo que reduce significativamente el poder de negociación de las trabajadoras respecto a sus condiciones de trabajo y de vida. La servidumbre por deudas está definida como una forma de trabajo forzoso. La parte endeudada está obligada a prestar servicios como garantía del pago de la deuda, pero estos servicios no se valoran racionalmente, o no se define su naturaleza ni el período de su prestación[10]. Una vez en el Líbano, estas mujeres pueden verse obligadas a contratar otras deudas para pagar los gastos de transporte al lugar de trabajo, gastos de subsistencia diarios o gastos de emergencia, como gastos médicos. Así, eventualmente, la deuda vincula a la trabajadora con la o el empleador por un período indefinido, ya que debe continuar trabajando para pagar la deuda que ha acumulado debido a los altos costos de la migración, pero también para asegurarse los medios de vida diarios. El recurso económico, inicialmente modesto, que representa el salario de estas mujeres se reduce aún más en una ciudad como Beirut, donde el costo de la vida diaria es alto. Estos factores comprometen el enriquecimiento y el ahorro esperados, sin embargo recursos esenciales en el contexto de la movilidad económica y la precariedad.

En el corazón de la crisis económica y sanitaria: ¿endeudarse para volver a irse?

Hoy, cuando asistimos a la salida de miles de libaneses y libanesas, las condiciones de vida y de trabajo de las trabajadoras domésticas migrantes varadas en Líbano han empeorado aún más con la crisis económica que ha golpeado al país desde 2019. La desigualdad de ingresos sigue aumentando con fuerza[11], el índice de pobreza ha aumentado por encima del 50% de la población[12] y alrededor de un tercio de la población vive con menos de 4 dólares al día. Esto pone en cuestión las políticas económicas ultraliberales aplicadas desde el final de la guerra civil en 1990 que fortalecieron el sector financiero, convertido en la principal locomotora de una economía de renta. Hoy en día los bancos poseen conjuntamente casi el 80% de la deuda pública de esenciales en el contexto de la movilidad económica y la precariedad.

En el corazón de la crisis económica y sanitaria: ¿endeudarse para volver a irse?

Hoy, cuando asistimos a la salida de miles de libaneses y libanesas, las condiciones de vida y de trabajo de las trabajadoras domésticas migrantes varadas en Líbano han empeorado aún más con la crisis económica que ha golpeado al país desde 2019. La desigualdad de ingresos sigue aumentando con fuerza[11], el índice de pobreza ha aumentado por encima del 50% de la población[12] y alrededor de un tercio de la población vive con menos de 4 dólares al día. Esto pone en cuestión las políticas económicas ultraliberales aplicadas desde el final de la guerra civil en 1990 que fortalecieron el sector financiero, convertido en la principal locomotora de una economía de renta. Hoy en día los bancos poseen conjuntamente casi el 80% de la deuda pública de Líbano, lo que representa el 170% del PIB del país a principios de 2019. A principios de marzo de 2020, ante la devaluación desenfrenada de la libra libanesa, Líbano anunció el primer impago en su historia de una parte de su deuda externa pública (1.200 millones de un total de 90.000 millones de dólares)[13].

Con la difícil situación sanitaria ligada a la gestión de la pandemia de la Covid-19[14] a la que las trabajadoras domésticas son particularmente vulnerables[15], y la doble explosión del puerto de Beirut el 4 de agosto de 2020, muchas y muchos empleadores se han visto obligados a abandonar a sus trabajadoras domésticas, sin dinero ni papeles. Hoy en día, muchas de ellas quieren regresar a su país de origen, pero pocas tienen los medios o documentos necesarios. Entonces, la única salida es pagar multas astronómicas y salir después de obtener un salvoconducto. A esto hay que añadir el precio del billete de avión al país de origen, a veces lejano. Por estas razones, generalmente tienen que volver a endeudarse para regresar a sus países de origen.

Mientras tanto, estas mujeres se están organizando, resistiendo y luchando contra esta violencia sistémica. Durante el verano de 2020 se multiplicaron las manifestaciones de estas mujeres frente a los consulados demandando a su país que las repatrien. Pero en términos más generales, estas mujeres están luchando para asegurar que sus trayectorias ya no estén restringidas, sino que se construyan fundamentalmente dentro de un marco de libertad de movimientos. Que no estén basadas violencia coercitiva, sino desplegadas en un espacio de autonomía de su proyecto migratorio. Por lo tanto, es fundamentalmente el sistema de opresión inherente al sistema capitalista, racista y patriarcal, del que la división sexual del trabajo es uno de sus engranajes, lo que cuestiona la situación de estas mujeres, y sus luchas.

Fuente de la Información: https://vientosur.info/trabajadoras-domesticas-migrantes-la-ruta-de-la-deuda/

 

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