¿Quién no ha escuchado en Cuba “Romance de la niña mala” del pedagogo Raúl Ferrer (1915-1993)? ¿Quién no conoce a un alumno o alumna que alguna vez ha tenido sobre sí el peso del cartelito de la “mala conducta”? En el centenario del natalicio de este autor una obra de teatro interpretada por niñas y niños recrea el contexto escolar de hoy y otra vez la propuesta singular de Ferrer les habla a las maestras y maestros sobre su rol en la formación integral de las mujeres y los hombres del mañana.
Un taller de la compañía teatral La Colmenita en el municipio habanero de Diez de Octubre concibió esta puesta en escena. Como preámbulo la invitación a disfrutar de la obra y desde ella pensar en prácticas educativas cotidianas. Sentada en la primera fila me dejé llevar por la energía de aquellos niños y niñas. Traía como casi siempre mi libreta de notas, pero la olvidé, no quise perderme los gestos, el vestuario para caracterizar cada situación o época, las frases, las coreografías, la sutileza de las luces y sobre todo las lecciones que esta propuesta tan pedagógica como su inspirador, nos dejaría de regalo a quienes asumimos procesos formativos formales o no.
Muchas de las situaciones actuadas parten de vivencias de este mismo grupo infantil en sus escuelas. El teatro es un pretexto para la reflexión que convida a transformar esas realidades. No es la primera vez que se exhibe esta versión teatral de “Romance de la niña mala”, sin embargo, la presentación del pasado 31 de marzo fue muy especial. Se hizo en el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, en Marianao. Estaban convocados profesores y estudiantes, estos últimos maestros es formación. También participaron educadoras y educadores populares de La Habana que asumieron la iniciativa como una oportunidad para incidir con la propuesta de la Educación Popular en este colectivo pedagógico.
Una abuela y su nieta
Ellas son el hilo conductor de la obra. La abuela trata de descifrar por qué su nieta no quiere ir a la escuela. Los comentarios de la niña sobre sus amigas y amigos del aula, los procesos evaluativos, el receso entre clases, los chistes o etiquetas que se dicen, remiten a la abuela a momentos de su propia infancia en el central Narcisa, en Yaguajay. Aquí está “aquella niña mala” convertida en abuela, que no olvida cómo su maestro encontraba maneras de incluir a todas y todos en sus clases, de motivar a las niñas y niños de entonces para que no faltaran nunca a la escuela, y defendieran junto a sus familias el derecho a aprender y a crecer con dignidad, sin “etiquetas” que excluyen y marginan.
Los tiempos han cambiado y con él las situaciones que los educadores de hoy enfrentan ante un aula, pero hay aspectos esenciales para la formación integral de mejores ciudadanos, de personas a las que nada humano les sea ajeno, que no han perdido su vigencia. A esos valores apunta la obra.
El diálogo entre la niña y su abuela recuerda el lugar que ocupa la familia en la educación de los pequeños, en la apropiación de patrones éticos que guíen su actuación desde las primeras edades. En particular, las abuelas acompañan de manera muy cercana el desarrollo de sus nietas y nietos en la sociedad cubana. Suelen dedicarles tiempo, escuchar sus inquietudes y contarles historias. Por eso desde las sillas de espectadores a muchas personas las escenas de las protagonistas, les recordaban vínculos familiares o sencillamente, la complicidad con alguna abuela, tan especial como esta.
Símbolos
La obra que rinde homenaje a Raúl Ferrer está llena de símbolos. Son imágenes, frases, situaciones que te marcan en el momento de la puesta en escena y que se refugian dentro de uno porque conectan con concepciones, vivencias y apropiaciones que poseemos sobre ese universo simbólico. Solo mencionaré tres de esos símbolos.
La bandera cubana y su izado cotidiano, una práctica que se realiza en las escuelas y en muchos centros laborales. El premio que podría representar llevarla sobre el pecho, evitar que caiga al piso, hacerla ondear libre y soberana, perdió en muchos sitios esa carga simbólica de la solemnidad. ¿Acaso el patriotismo ya no está de moda?
En uno de los zoom a la escuela actual, los zapatos se muestran como símbolo evidente del estatus, de las desigualdades económicas que ahora son más evidentes en la sociedad cubana y que inevitablemente se reflejan en espacios de socialización como el aula. ¿Quién luce mejores atributos junto a su uniforme escolar? ¿Por qué alguien necesita cultivar más “el afuera”? Ese es un dato de la realidad que los educadores y las educadoras no pueden obviar y han de tener recursos pedagógicos para no acentuar las diferencias económicas que llegan al aula.
Ya es un derecho ganado en Cuba el acceso de todas y todos a la educación, pero es fundamental que las oportunidades de aprender por igual, de desarrollar talentos o vocaciones (por el arte, los deportes, un oficio o profesión) no se empañen ante las mejores posibilidades económicas de unas familias sobre otras, de costearse repasadores, vestuarios, implementos deportivos, accesorios tecnológicos, meriendas y hasta la disponibilidad de un medio de transporte.
En la atención a las diferencias individuales le tocaría al maestro o maestra identificar y potenciar las capacidades de cada alumno o alumna y apoyar con mayor intencionalidad a aquellos que más necesitan su ayuda y la del colectivo, porque como dijera el educador brasileño Paulo Freire nadie se educa solo.
Por último me detengo en una escena donde la abuela rememora su relación casi idílica con un compañero de clases que enferma y muere. Pareciera una cuestión de personas adultas la atención a un amigo o amiga que enferma. Lo que quizás sí les corresponda a los mayores es cultivar desde temprana edad lazos fuertes de compañerismo y solidaridad, que dé paso a la preocupación por el bienestar de nuestros condiscípulos, de familiares, de vecinos… Esa sensibilidad puede ponerse a prueba ante situaciones no deseadas como la experiencia que contó la abuela.
Una obra educativa para crecer
Luego de los aplausos que reconocieron la entrega de los niños y niñas y de sus profesoras de teatro, Aniet Venereo, educadora popular de la compañía teatral La Colmenita, abrió el debate, primero como breve intercambio con las actrices y los actores, después como ejercicio de profundización en grupos para rescatar momentos que más nos impactaron, a qué práctica educativa nos remitió la obra y qué podemos transformar o hacer distinto?
“¿Hasta dónde hemos colaborado en que esas situaciones que relata la obra sean así?”, se preguntaba una de las maestras participantes en el debate. “Lo primero que debemos hacer es transformarnos a nosotros y a esas prácticas educativas inadecuadas.”
“A los niños hay que escucharlos, tomarlos en cuenta de verdad, estimularlos, desarrollar su creatividad, motivarlos y eso se logra con mucho amor y también no seleccionando siempre a los mismos niños para las actividades”, apuntaron otras.
Cary, educadora popular de Playa y maestra de formación, destacó el papel de la educación en la gestación de ciudadanía, de seres humanos mejores para el futuro del país. Desafíos que no se logran con personas acostumbradas a callar, a tolerar lo mal hecho, a simular y a no implicarse en la búsqueda de soluciones a las dificultades que surjan. Por eso hay que concebir procesos educativos participativos, generadores de un pensamiento crítico como oportunidad para la transformación y el desarrollo; que dé cabida al diálogo, a la construcción colectiva del conocimiento, que atienda las experiencias de vida y los sentimientos como fuentes vitales del crecimiento humano.
Otra persona apuntó que hay que mirar el mundo desde la perspectiva de los niños y las niñas, tener la capacidad de colocarse en su lugar, para desde ahí acompañarles en su propio descubrimiento del mundo, en sus búsquedas personales. Cada vivencia puede ser una vía para inculcar valores, para corregir lo mal hecho, porque en definitiva no hay niñas o niños malos,” somos las personas adultas quienes acuñamos esos calificativos, difíciles de sacudir.
Tanto la obra como el ejercicio de reflexión organizado a partir de ella en el Instituto Superior Pedagógico, se basaron en la concepción y metodología de la Educación Popular que “es una fuente a beber para la educación formal cubana”, dijo Aniet como cierre del intercambio. Y sí que la chispa prendió. A mi lado una joven maestra en formación me preguntó: ¿qué es eso que dice ella de la “educación popular”?
Si la obra problematizó a quienes participaron en esta presentación, si las lecciones compartidas y las posibilidades de cambiar prácticas educativas, comienzan a dar frutos en un aula o en una escuela; si una maestra como la que estaba a mi lado, no se contenta con escuchar lo que le conté sobre Paulo Freire, la Educación Popular y una Red que en Cuba multiplica esta propuesta, y se decide a indagar, a leer y a cambiar, ella y su entorno; donde quiera que estén Raúl Ferrer y Paulo Freire estarán aplaudiendo en ovación la obra educativa que nos legaron.