Saberes de los territorios: cómo es el trabajo de tejedoras e hilanderas de la Patagonia

Por: Lorena Bermejo

 

Desde la Línea Sur de Río Negro hasta Bariloche, 170 mujeres trabajan con sus manos y sus saberes, de forma individual y colectiva, en un oficio tan ancestral como fundamental para la actividad textil y la cultura. El trabajo cooperativo para el lavado de la lana, el hilado, la confección de prendas y la comercialización.

En cooperativas o en la individualidad del hogar, las tejedoras e hilanderas de la Patagonia se hacen lugar dentro de la compleja trama de la industria textil. Según un relevamiento que realizó la Mesa de Tejidos, un espacio interinstitucional creado para detectar los problemas del rubro y generar mejores condiciones de trabajo, son más de 170 las mujeres que se dedican a esta actividad en la ciudad de Bariloche y alrededores.

Sandra Martínez es presidenta de la Cooperativa Gente de Somuncurá, un colectivo de más de 100 mujeres tejedoras e hilanderas que habitan en distintos parajes y localidades de la Línea Sur de Río Negro. Criada en una familia numerosa en la localidad de Sierra Colorada, Sandra sabe hilar y lavar la lana desde los 12 años. “Aprendí de mis tías, viendo cómo lo hacían, y después viendo a otras compañeras. De chica me sumé al grupo Colin Mahuida; éramos veintidós mujeres del pueblo que trabajábamos la lana. Volvía de la escuela y me ponía a hilar, hilaba todo el día porque nunca quise tener patrón”, relata la mujer, que hoy trabaja en la coordinación de toda la cadena del tejido, desde las hilanderas que lavan y preparan la lana, hasta las tejedoras que hacen los productos.

Trabajar en cooperativa no es fácil, y mucho menos en la estepa, donde las distancias y los tiempos dificultan los procesos para la comercialización de los tejidos. Gente de Somuncurá fue fundada en 2003, cuando para este grupo de mujeres el tejido dejó de ser un servicio y se transformó en un trabajo.

Tejedoras e hilanderas de la Patagonia
Foto: Eugenia Neme

“Trabajar de forma colectiva requiere de mucho trabajo por el que no cobramos nada, y mientras tanto tenemos que seguir produciendo. Pero después entendemos que es necesario. Necesitamos conectarnos con las ciudades, para poder comercializar, y con las instituciones, para capacitarnos en cómo gestionar proyectos y organizarnos”, señaló Martínez.

Este mes, por ejemplo, tuvieron un excedente de lana y la mandaron al Mercado de la Estepa, ubicado en la localidad de Dina Huapi. Una de las demandas de las tejedoras de Bariloche es justamente la falta de conexión con el ámbito rural, lo que dificulta el acceso a la materia prima —la lana preparada para tejer— que producen las hilanderas. “El hilado se hace con una técnica antigua y cuesta encontrar gente que quiera hacer ese trabajo. La lana llega en crudo y se lava a mano, se seca, se peina y después recién se hace el hilado con la rueca, a mano o eléctrica”, detalla Martínez.

El acceso a los insumos es un problema en los sectores productivos de la región. La oferta es acotada y los costos son altos. Y, si bien hay algo de producción regional, es muy poca porque la mayor parte de la producción lanera de la provincia se vende afuera, explica Laura Ferman, responsable de la división de Trabajo Asociativo dentro de la Secretaría de Producción, Innovación y Empleo de Bariloche, que participa de la Mesa de Tejidos junto al Ministerio de Trabajo de la Nación, el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y referentes del tejido local.

Además del relevamiento, desde la Mesa de Tejidos impulsaron un espacio de exhibición y comercialización colectiva llamado Ovillo, que a principios de agosto tuvo su tercera edición en la que participaron 23 tejedoras. “La potencialidad está en lo colectivo, en resolver de esa manera. Este tipo de experiencias además de nuclear gente nos permite generar valor y profesionalización al oficio”, agrega Ferman.

Tejedoras e hilanderas de la Patagonia
Foto: Eugenia Neme

“Acá está la materia prima, acá está el frío y acá está la demanda. Sin embargo nos cuesta mucho conseguir por ejemplo fibra natural. No hay una conexión entre lo rural y las necesidades que tenemos las tejedoras de acceder a la materia prima”, advierte Graciela Barrientos, tejedora independiente de Bariloche. Ella empezó con su proyecto en Córdoba, donde vivía hace ocho años. Al principio, por necesidad, empezó a vender pashminas hechas en macramé y con los años se fue capacitando y adquiriendo otras técnicas.

“Un día mi mamá me dijo: ‘por qué no probás con la máquina de tu abuela, que es una máquina knittax de los ’70’. Y ahí seguí y con el tiempo decidí que iba a dedicarme a esto, y que si quería crecer, en Córdoba no tenía posibilidades, así que volví a Bariloche, que al final era mi lugar, donde me crié y donde mi abuela vendía sus tejidos en esa época”, relata Barrientos.

Si bien al principio tuvo que vender en locales, ahora que tiene una casa más grande (donde pudo instalar su taller) puede dedicarse a vender de forma independiente. “El trabajo del tejido es muy individual y al no saber cómo ponerle precio a las cosas que hacemos muchas veces nos cuesta valorarlo. Al conocernos entre nosotras de a poco empezamos a compartir cierta información, sobre proveedores por ejemplo, o secretitos que son típicos de este mundo, qué técnica usás, cómo hacés tal terminación, detalles que pueden alimentar nuestros trabajos”, señala la tejedora barilochense.

Tejedoras e hilanderas de la Patagonia
Foto: Eugenia Neme

Otra de las técnicas típicas de la región es el telar mapuche. En Sierra Colorada sólo quedan dos mujeres que aún tejen de esa forma ancestral. Dentro de la cooperativa que integra Sandra, las demás mujeres que saben hacer telares viven en el paraje Treneta, al pie de la meseta de Somuncurá, donde a pedido de ellas la cooperativa organizó un taller de capacitación en telar mapuche. “En siete meses aprendieron a hacerlo, y después seguimos con más cursos para perfeccionar. Ahora en el paraje hay seis tejedoras que saben la técnica y hacen ponchos, ruanas, caminos, alfombras y otros objetos de decoración”, explica Martínez.

Para Barrientos el tejido es tanto una forma de vida como un trabajo elegido: “Disfruto de conectarme con los materiales, de hacer cada tejido. No me da lo mismo tejer una cosa que otra, es algo completamente personal, aunque haga cientos de prendas sé qué me generó cada sweater, y si veo a alguien en la calle vestido con una prenda mía sé que yo lo hice, que eso estuvo en mis manos”.

Tejedoras e hilanderas de la Patagonia
Foto: Eugenia Neme

Fuente de la información e imagen: Agencia Tierra Viva

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