El fin del trabajo: el tiempo de los gurúes

Por: Michel Husson

La crisis actual genera un clima degradado, por la desorientación y la desesperanza: «El viejo mundo se muere, el nuevo mundo tarda en aparecer y en ese claroscuro surgen los monstruos» (Gramsci). Es también el tiempo de los gurúes.

La lista de los candidatos es larga pero aquí nos interesa Bernard Stiegler que prometió un proyecto de transformación social basado en las transformaciones tecnológicas. Siegler es un «filósofo francés que centra su reflexión sobre los desafíos de los cambios actuales, sociales, políticos, económicos, sicológicos, provocados por el desarrollo tecnológico y especialmente las tecnologías digitales. Fundador y presidente del grupo de reflexión filosófica Ars industrialis creado en 2005, así mismo, desde 2006 dirige el Instituto de Investigación e Innovación (IRI) que creó en el centro Georges Pompidou.

Así es la presentación que da Wikipedia/1 de Siegler. Pero también es un teórico del «fin del empleo» y de lo que hablaremos aquí a partir de un libro entrevista/2 más accesible que sus otras obras.

Profetismo

El punto de partida es la postura del gran iniciado, que tiene la clarividencia y valentía de anunciar lo que debe suceder: «Afirmar que el empleo está condenado a extinguirse, no es la mejor manera de ser popular. Hoy en día existe una obsesión por el empleo; en realidad, es la negación de un proceso completamente opuesto, y el choque político que se prepara en esta contradicción entre el discurso y la realidad es terrible. Está mal visto decir que la redistribución por el mundo industrial del poder adquisitivo bajo forma de salarios, maltratada desde el final de la década de 1970, está en fase de desaparecer a causa de la automatización».

Es el fin del asalariado, no inmediatamente, sino a largo o breve plazo: «con el paso del tiempo, las y los asalariados se convertirán una especie residual de una época pasada. Por supuesto, aún habrá empleos porque en ciertos sectores, se seguirá necesitando mano de obra humana proletarizada pero esto será excepcional». Se van a crear considerables ganancias por la «automatización integral y generalizada» y no podrán ser redistribuidas mediante el salario, puesto que el salario está llamado a desaparecer.

Frente a una «verdadera conjura de los necios» que se empeña en ocultar el futuro, es urgente, según Stiegler, «crear un nuevo modelo, a falta del cual, la «defensa del empleo» es una batalla perdida en breve plazo». Todo este razonamiento es un bluf, como hemos intentado demostrar en una contribución anterior/3. Pero hay que examinar con mayor detalle el «nuevo modelo» que propone Stiegler.

Un sueldo desconectado del empleo

Stiegler no tiene miedo a las afirmaciones rotundas; por ejemplo: «un forma muy buena de suprimir el paro es suprimir el empleo. Si no hay más empleo no hay más paro. El paro es un estado de carencia determinado por el derecho al trabajo, él mismo concebido sobre el modelo de empleo. El paro se define en relación al empleo».

Así pues, lo que propone Stiegler es una desconexión total entre el empleo (llamado a desaparecer) y lo que llama las «prestaciones de recursos». El sueldo debe ser distribuido de otra manera. Debe cumplir una primera condición, ser «favorable a la solvencia del nuevo sistema basado en la automatización» y permitir «la existencia de mercados a los cuales vender las mercancías producidas tanto por robots como por puestos de producción temporalmente (sic) asalariados». En fin, no se cuestiona el beneficio: «no se trata de prohibirlo; al contrario, sin él no habría inversión». Basta con «considerarlo» de otra manera: por una parte, en la perspectiva que no se reduce al mercado -lo que es bueno para la sociedad, es un beneficio- y por otra parte, en la perspectiva del benéfico del mercado, pero de forma duradera, exige una recalificación de lo es «rentable».

El valor también se transformaría: «sería un valor de una nueva clase, más allá de los valores de uso y de cambio», un valor «negantrópico» que Stiegler bautiza como «valor práctico». Este valor que «no se usa, no se desecha», es el «saber» un valor «omnitemporal» (en el sentido de Husserl, precisa Stiegler). Este valor «es justamente el que producen las discontinuidades, en cuanto que elevan el nivel de la inteligencia colectiva por el contenido fundamentalmente cualitativo de las capacidades que cultivan».

Un salario contributivo

La solución se llama «salario contributivo». Este salario «se asigna de acuerdo a los derechos específicos del régimen de las discontinuidades». Stiegler insiste de entrada, que se trata de algo distinto al salario universal especialmente preconizado por los teóricos del «capitalismo cognitivo» de quienes, por otra parte, se reclama Stiegler. Por supuesto, el postulado base es el mismo: es necesario dar un salario a los individuos privados de empleo por los robots. Pero, puesto que ya no hay ni empleo ni paro, «será un salario contributivo (…) asignado a todo el mundo sobre la base de que permita vivir dignamente». A priori, parece que el salario «contributivo» no se diferencia de otros proyectos de renta universal.

Sin embargo, existe una diferencia esencial: el salario contributivo no es incondicional. Contrariamente a la afirmación de que este salario sería «asignado a todo el mundo», habría personas simplemente incapaces de acceder a ese famoso salario porque no podrían «entrar en los procesos sociales tal como los preconizamos». A estas «personalidades frágiles» (sin duda, desprovistas de las «capacidades» según Amartya Sen), sería necesario «en todos los casos, garantizarles un salario existencial en condiciones de supervivencia elemental».

El modelo de Stiegler es dualista. El proyecto no abarca al conjunto de la población en régimen de discontinuidad sino solamente a quienes su actividad convierte en susceptibles de producir este «valor negantrópico»/4 «elevando el nivel general de inteligencia colectiva por el contenido fundamentalmente cualitativo de las capacidades que cultivan». Todos no serán elegidos y las «personalidades frágiles» deberán conformarse con una «supervivencia elemental».

Es necesaria toda la fascinación ejercida por el discurso del gurú para que no llegar a ver lo que este proyecto tiene de discriminatorio. A menos que se considere una sociedad idílica compuesta por individuos cuyas potencialidades se hubieran desarrollado íntegras, el modelo de Stiegler conduce a una sociedad de dos velocidades: de una parte, los artistas creativos en sentido amplio y de otra, esas «personalidades frágiles» cuya contribución «cualitativa» es nula. Esto no es un proyecto progresista.

Lo que hay que descifrar es el adjetivo «contributivo». Un sistema de seguridad social se llama contributivo cuando existe un vínculo más o menos estrecho entre las contribuciones realizadas por el individuo y la prestación obtenida en contrapartida, por ejemplo, entre cotizaciones y pensión. Así que un salario contributivo no es, por definición, incondicional: es «un derecho recargable» en función de la actividad de socialización de capacidades desarrolladas por el individuo destinadas a los grupos.»

Stiegler no dice quién decidiría los criterios para recibir ese salario y nunca se precisa su montante; probablemente sería una prueba de vulgaridad. Se limita a anunciar que es necesario «reemplazar el poder adquisitivo por el saber adquisitivo». Por supuesto, la gente continuaría, no obstante, comprando «billetes de tren, ordenadores, latas de guisantes», pero esta compra no estaría organizada por un «poder adquisitivo». Que lo entienda quien pueda: la economía mercantil debe convertirse en «inteligente» y «sostenible» dice Stiegler, que amplia la perspectiva con uno de eses desarrollos oscuros a los que acostumbra.

A modo de ejemplo: «Todo esto debe ser situado en una perspectiva más amplia que es la que de aquí en adelante, llamamos Negantropoceno, es decir, el estadio que debería seguir al Antropoceno del cual se trata de salir lo más rápido posible. Este será el tema de La Sociedad automática 2. El futuro del saber. El saber es lo que produce la negantropía y creo que la época de los estudios digitales, de las especulaciones «post-humanistas» y de la storytelling (narración) transhumanista (ultraliberales estadounidenses de derecha y muy peligrosos), hay que repensar de parte a parte las condiciones de posibilidad en la perspectiva que aprehendemos, en pharmakon.fr y con el grupo Noötechnics como una negantropología.»

Zonas de excepción

Todo esto necesita, dice Stiegler, «repensar el derecho al trabajo, la fiscalidad, la formación y la educación, todo (…). Es necesario repensar completamente todo». ¿No es extraordinariamente interesante? Este impulso pretende eliminar todas las objeciones; sin embargo, a pesar de todo, Stiegler admite que «no tiene el derecho de salir del derecho al trabajo y esto felizmente es normal». Sin embargo, es una pena y hay que experimentar. «Debemos crear zonas de excepción bajo control para experimentar otros modelos de sociedad. E inventar un nuevo estado de derecho ante la automatización. Es necesario que algunos territorios puedan ser candidatos y que les sean asignados medios excepcionales, no solo en financiación sino en acompañamiento de investigadores, en dispositivos de investigación contributiva e innovación social y tecnológica apropiadas asociando los componentes sociales y el mundo económico, etc -un verdadero «pacto de responsabilidad» ante el futuro y por la juventud».

La experimentación local

Bajo los auspicios de Stiegler, Ars Industrialis lleva un experimento en Seine-Saint-Denis con la Comunidad Urbana Paine Commune/5. El objetivo de este proyecto es «implicar el territorio en lo digital» y hacer que «los habitantes ya no sean consumidores sino ordenantes de servicios digitales». Para ello, será necesario «concebir una nueva arquitectura de red» bajo la forma de «plataformas web que permitan la formación de comunidades aprendices y contribuidoras sobre la base de una web negantrópica (sic). Se crearán tres cátedras que tendrá por función «desarrollar sistemáticamente recursos de capacitación para los beneficiarios del salario contributivo».»

Antes que nada, hay que confrontar los puntos de vista y Stiegler cita una larga lista heteróclita de potenciales contribuidores: Marc Giget, Michel Volle, Paul Jorion, Roland Berger, Oxford, l’Institut Bruegel, le MIT, Jean Pisani-Ferry y… Bernard Stiegler. Las malas lenguas dirían que el primer objetivo es garantizar el flujo de subvenciones que van a Ars Industrialis.

¿Cuál es el quid del famoso salario contributivo? Es el último objetivo del proyecto: «desarrollar un nuevo proyecto de redistribución» Gracias a una ley de 2003 que autoriza a las colectividades a experimentar, sería posible «derogar la legislación en vigor» para testar un «nuevo modelo de redistribución de las ganancias de la productividad». Sin embargo, «las modalidades exactas del dispositivo no están definidas al día de hoy»: ese será «el objeto de las tesis de investigación contributiva por uno o varios doctorandos» que, sin duda, deberán previamente definir que es una «tesis contributiva» y apresurarse a terminarla en un tiempo récord pues la experimentación debería comenzar desde 2017.

Stiegler más allá de Marx

Stiegler no teme elevarse por encima de la discusión. Sus referencias son bastante eclécticas pero cada vez se esfuerza en marcar sus diferencias y en destacar los límites de pensadores en quienes, por otra parte, se inspira. Una prueba de ello es, por ejemplo, la fuerte crítica al Marx de los Grundrisse: «Porque no comprendió bien su propia teoría de la exteriorización como conductora a la proletarización, Marx, él mismo, finalmente fue incapaz de pensar esta materialidad hiper-material , la del saber como capital fijo, y no logró pensar y criticar la tecnicidad del capitalismo como revolución tanto farmacológica como terapéutica: no logró teorizar el impacto tecnológico y su transformación por la individuación psicosocial y por un impacto filosófico»/6.

Sin duda, este galimatías no quiere decir gran cosa y, en cualquier caso, es una despropósito. Los Grundrisse, ofrecen una anticipación sorprendente de los efectos de la automatización. «Ya no es el trabajo el que aparece incluido en el proceso de producción sino más bien el hombre que se comporta como vigilante y regulador del mismo proceso de producción»/7. En estas condiciones, «no es ni el trabajo inmediatamente realizado por el hombre ni su tiempo de trabajo (…) el que aparece como el gran pilar fundamental de la producción y de la riqueza» sino «el desarrollo del individuo social».

Su crítica definitiva de Marx no impide a Siegler valerse del Marx de las Grundrisse/8. Pero no retiene más que una idea de gama baja: «con la automatización, no habrá necesidad de personas empleadas». Según Stiegler, Marx plantearía la cuestión de qué sería un trabajo «libre o liberado» que quedaría fuera «del valor de cambio/valor de uso». Lo que ocurre es que Marx extrae una conclusión mucho más precisa de su análisis: «Esto significa que el hundimiento de la producción basada en el valor de cambio y el proceso de producción material inmediato pierde él mismo la forma de escasez y de contradicción. Es el libre desarrollo de las individualidades (…) donde el trabajo necesario de la sociedad se reduce justo hasta el mínimo.»

También en este pasaje de los Grundrisse, Marx cita elogiosamente el bello aforismo extraído de un panfleto anónimo de 1821: «Una nación es verdaderamente rica si en lugar de 12 horas, se trabaja 6″/9. Tampoco es inútil recordar este pasaje del final de El Capital, en el que Marx introduce una diferencia famosa entre libertad y necesidad que concluye con esta afirmación: «La condición esencial de esta realización es la reducción de la jornada de trabajo»/10.

Stiegler, al contrario, da la espalda a la perspectiva de la reducción generalizada de la jornada laboral, en provecho de un proyecto de salario contributivo cuyas condiciones de asignación quedan oscuras. Se sitúa, con la especificidad que él defiende celosamente, en una lógica que considera logrado el fin del empleo e imagina una forma de redistribución de la riqueza compatible con el capitalismo en lugar de considerar las implicaciones anticapitalistas del «hundimiento de la producción basada en el valor de cambio».

El arte y la industria del gurú

Stiegler, una vez más, solo es un candidato-gurú entre otros (sobre los que habrá que volver) pero es una especie de tipo ideal puesto que despliega todos los procedimientos. La postura esencial es la de un profeta visionario capaz de discernir lo que el resto de los mortales no ve. Su retórica es del tipo de una revelación: «La urgencia de la misión reformadora del pensamiento, de la acción, de la economía y de la cultura que Stiegler se atribuye, a menudo, roza el tono profético»/11, señala una crítica. Sin duda, esta empresa no tiene más que un alcance relativamente limitado (pero no nulo), pero suscita discípulos fascinados por esta misión.

Las demostraciones de Stiegler intentan fascinar y subyugar a sus potenciales adeptos mediante el uso de un vocabulario hermético y la multiplicación de citas sabias. Como testimonio, su propensión al name dropping (soltar nombres) que consiste, en sus escritos y conferencias, en multiplicar las referencias que mezclan hábilmente grandes nombres y autores mal conocidos u oscuros como una forma de presentar su propio discurso como una síntesis sobresaliente. Esta acumulación tiene también como función utilizar el argumento de autoridad. Por ejemplo, Stiegler se reclama a menudo de «Oxford» como si pudiera convocar la prestigiosa universidad como tal. En realidad, solo se puede referir a un documento de trabajo de los dos publicados/14. Stiegler practica también el «soltar nombres» en la desviación de las nociones filosóficas, como, por ejemplo, la invención de neologismos elevados al estatus de conceptos hasta tal punto que Ars Industrialis tuvo que incluir un glosario de términos a disposición de su público/15.

El estilo, la mayoría de las veces hermético, del que hemos dado algunos ejemplos, contribuye a la fascinación de su público. Por otra parte, es chocante que solo existen unas pocas recensiones que describan el salario contributivo, en principio, más concreto.

En cuanto a la inserción de sus ideas en la realidad social, la actividad de Stiegler se despliega en dos frentes. En el plano institucional, solo se puede admirar su talento para ocupar puestos prestigiosos, por ejemplo en el INA (Instituto Nacional Audiovisual) o el Ircam (Instituto de Investigación y Coordinación Acústico/Música).

Stiegler se construye también una base social haciendo del régimen de discontinuos el modelo de sociedad futura. Y gracias a Patrick Braouezec/16, ha encontrado un campo de experimentación en Seine-Saint-Denis.

Esta crítica puede parecer inútil, injustamente acerba. Hay dos razones para explicar el tono adoptado. La primera es que el discurso sobre el fin del empleo no es nuevo ya que repite las mismas viejas temáticas/17 desmentidas por los hechos. La segunda es que esta postura conduce a desviar la reflexión hacia caminos tangenciales, dicho de otra forma, alternativas que no ponen en cuestión la lógica capitalista aunque es ella quien transforma los cambios tecnológicos en desastre social: «el capital emplea la máquina como fuerza enemiga del obrero como y lo proclama en voz alta» decía Marx.

 Notas 

1/ Bernard Stiegler, Wikipedia.

2/ Bernard Stiegler, L’emploi est mort, vive le travail !, 2015.

3/ Michel Husson, «Le bluff de la robotisation», A l’encontre, 10/06/2016.

4/ Si el concepto de negantropía es de una claridad desorientadora, su ortografía es más dudosa. Es lo contraria a la entropía que designa el grado de desorganización o de falta de información de un sistema (Wikipedia) Entonces, ¿por qué negan y por qué tropía?

5/ Ver el «Projet d’expérimentation territoriale, Plaine commune, territoire apprenant contributif» o este vídeo de presentación.

6/ Bernard Stiegler, «Re-Reading the Grundrisse: Beyond Two Marxist and Poststructuralist Misunderstandings», en States of Shock. Stupidity and Knowledge in the 21st Century, 2012.

7/ Esta cita de los Grundrisse y las siguientes están sacadas de este extracto de los Manuscrit de 1857-1858 (Grundrisse), Editions sociales, tome 2, 1980, p. 192-196: «Le vol du temps d’autrui, une base miserable».

8/ Por ejemplo durante un debate organizado por Politis: «Travail et temps libre: tous intermittents ?», 25 novembre 2014 (ver el minuto 35)

9/ The Source and Remedy of the National Difficulties. La identidad del autor, Charles Wentworth Dilke, fue revelada por su nieto, después del descubrimiento de un manuscrito.

10/ Karl Marx, Le Capital, Livre III, chap. 48, Editions sociales, 1960.

11/ Manola Antonioli, «Deux choses à la fois», nonfiction.fr, 7/02/ 2011.

12/ Carl B. Frey, Michael A. Osborne, «The future of employment: how susceptible are jobs to computerisation?», Septiembre de 2013.

13/ Sobre esta discusión ver de nuevo «Le grand bluff de la robotisation», ya citado.

14/ Manola Antonioli, ya citada.

15/ Ver, por ejemplo, la definición de Pharmakon/pharmacologie en la página de Ars industrialis.

16/ Ver el video de la presentación del presidente de Plaine Commune en el primer seminario con Ars-Industrialis, el 4 de noviembre de 2015.

17/ Nos hemos permitido remitir a dos contribuciones críticas pero que giraban ya sobre los mismos argumentarios: Michel Husson, «Fin du travail ou abolition du salariat ?», Critique communiste n° 144, invierno de1995-1996 ; «Sommes-nous entrés dans le « capitalisme cognitif?», Critique communiste n° 169-170, verano-otoño de 2003.

Traducción de Viento Sur: http://www.vientosur.info/

Fuente: http://www.vientosur.info/spip.php?article11428

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El trabajo capitalista: ese Alien alojado muy adentro

Representación del St. Monday inglés

NODO50. Fuente: Madrid me mata/28 de marzo de 2016/Por Luis de la Cruz

PASEAR MADRID PARA RECORDAR DE DÓNDE VENIMOS

El trabajo capitalista ¿existe otro acaso? En algún momento llegó a nosotros y ocupó todo, expandiéndose como un algodón al empaparse en sangre. Ocupó nuestros cuerpos y creció en nuestros vientres como un Alien. Como un tumor. Nos violó aupándose en formas anteriores de explotación del hombre por el hombre. Venció, y su triunfo consistió en que hoy pensemos que no hay otras maneras de desarrollar la vida. Para ello tuvimos que olvidar que fue una violación, que no llegó como una nube de gas que lo cubrió todo amablemente, que fueron las clases dominantes -con su policía, sus cárceles, sus leyes, sus colegios y sus jueces-, quienes abrieron la puerta para que entrara en tromba.

Por poner un ejemplo significativo, en el colegio o en el instituto hemos estudiado una y otra vez el Taylorismo. La ideología dominante traslada la idea de la llegada del cientificismo al mundo del trabajo y la producción y, en todo caso, de una etapa necesaria y hoy superada de alienación de los trabajadores fabriles. Pero ¿y las resistencias? ¿Nos hablaron en alguna clase de la oposición de los trabajadores –que las hubo- a las metodologías de Taylor?

Las huellas del proceso coercitivo por el que se nos obligó a trabajar en una fábrica antes, y en un call center o en una oficina hoy, aparecen ya borradas o, acaso, diluidas en la violencia sistémica, que sigue operando sobre nosotros de manera menos evidente para empujarnos a seguir girando en la rueda del capitalismo cual hámsteres estresados. Vamos a tratar de recordar algunas de las formas que se usaron a tal efecto, y para ello daremos un paseo por unos cuantos lugares de mi ciudad (Madrid) que trasladan ocultas las voces de aquellos antepasados cercanos a los que se hurtó su tiempo, se secuestró o se esclavizó para poner en pie el edificio social que hoy ya no conocemos como capitalismo sino como la vida.

DE CÓMO EL CAPITALISMO CONQUISTÓ EL TIEMPO

Algo que sólo he podido aprender después de ser padre, es la complejidad de algunos conceptos formalizados por el ser humano que, una vez interiorizados, nos parecen de lo más intuitivos y naturales. Uno es el dinero como valor de cambio y recompensa por el trabajo ¿Han intentado explicárselo a una niña de menos de cuatro años en alguna ocasión? Otro es, sin duda, el del tiempo.

A mi hija le ha sido francamente sencillo entender los cambios estacionales (cuando se caen las hojas, cuando hace calor, cuando salen las flores, y así). También tiene muy claro cuando es de noche, y que es el momento del día en el que los niños suelen irse a dormir. Sin embargo, más allá de estos grandes pasos naturales, le es muy difícil -aún con cuatro años- entender lo que suponen los minutos, las horas…los años. Poco a poco, por los rigores de la escolarización, va atisbando, aún de lejos, las divisiones horarias establecidas para las diferentes tareas. Incluso comer puede esperar si en ese momento está construyendo una casita con materiales de desecho, como tanto le gusta hacer.

Tal y como le pasa a mi hija, en las sociedades anteriores a la progresiva interiorización del capitalismo, la percepción del tiempo estaba muy ligada a los ciclos de trabajo agrícolas, las tareas domésticas o los momentos del día. En la medida en la que el trabajo es contratado y tiene una mayor vigilancia, el tiempo deja de pasar a costar. El invento y la extensión del reloj personal nos hablan de la difícil relación de la gente con el tiempo y el trabajo. A partir del siglo XVI existen relojes en iglesias y lugares públicos, pero hasta el siglo XIX los relojes eran objetos suntuarios, joyas de estatus utilizadas por las gentes de clase alta. Sin embargo, a medida que el trabajo entra masivamente en la fábrica y los tiempos de trabajo se hacen más precisos y sincronizados, el reloj de bolsillo se va extendiendo entre la clase trabajadora.

La expropiación del tiempo de los trabajadores se llevó a cabo a través de medidas coercitivas, que fueron desde adelantar el reloj de entrada a la fábrica a leyes o el uso de cuerpos policiales, como veremos más adelante. Además, se desarrolló todo un artefacto conceptual para legitimar el cambio, una nueva ética burguesa en la que la pereza era a la vez pecado e infracción perseguible. El pobre indolente se va convirtiendo a la vez en enemigo y sujeto susceptible de convertirse en mano de obra.

Tradicionalmente se nos ha explicado la industrialización como un proceso neutro orientado por los cambios en la tecnología. Las resistencias al cambio han merecido poca atención y, en todo caso, se han retratado como residuos conservadores. La resistencia más conocida, el ludismo, ha calado en el imaginario popular como una acción bárbara de freno del progreso.

Huelga de cigarreras en los años XX

Habitualmente paso por La Tabacalera, el centro social gestionado por vecinos y movimientos sociales de la glorieta de Embajadores, en Madrid, y pienso en mujeres luditas, muy en la vanguardia de su tiempo. La Fábrica de Tabacos fue uno de los grandes centros de trabajo del Madrid del XIX. Ocupaba entre 3000 y 6000 mujeres, dependiendo de los años, la mayoría de los Barrios Bajos (la zona que hoy identificamos con Lavapiés y Embajadores). Las cigarreras madrileñas fueron uno de los colectivos sociales más combativos del siglo XIX, protagonizando multitud de conflictos laborales a lo largo del siglo (en alguno de ellos tuvo que intervenir el ejército), y con reclamaciones tan avanzadas como guardería en el centro de trabajo o una biblioteca. Son también un ejemplo temprano de asociacionismo obrero y habría mucho que estudiar sobre la relación con el tiempo de unas trabajadoras que, además, eran amas de su hogar en las casas de vecindad (corralas) de Lavapiés. Una imagen muy alejada pues del sujeto conservador y retrógrado que nos vende la imagen del ludita. Sin embargo, ante los retrocesos en derechos adquiridos y ante la variación de sus ritmos de trabajo (su entrega a destajo y el carácter manufacturero del tabaco permitían adecuar los ritmos a las necesidades de su trabajo no remunerado en el hogar) protagonizaron destrozos de maquinaria que fueron reflejados en prensa como propios de mujeres irracionales y bárbaras.

Como ejemplo de las resistencias que los trabajadores plantearon a la interiorización de los nuevos tiempos de trabajo nos encontramos con la costumbre del San Lunes, un día festivo ficticio del calendario gregoriano que consagraba la costumbre popular de no acudir ese día al trabajo. “El lunes, ni las gallinas ponen”, reza un dicho popular mexicano que aludía a la versión lugareña del San Lunes.

Los historiadores han constatado que los empleadores tuvieron auténticos problemas en el siglo XVIII para contratar a gente una vez se había superado el umbral de la supervivencia. Se ha escrito de ello, sobre todo, para ciudades de temprana industrialización, como Birmingham, aunque debió ser un hecho en buena parte extrapolable a otros lugares. En trabajos a destajo, a medida que iba avanzando la semana y el dinero cobrado al final de la anterior iba desapareciendo, la taberna se iba vaciando y el tajo se llenaba de nuevo de trabajadores. La embriaguez y la costumbre informal de tomarse el lunes como un festivo fue un quebradero de cabeza para los capitalistas durante el XVIII y parte del XIX.

El lunes también se utilizó como día de reunión política. En Inglaterra los grandes mítines cartistas (un importante movimiento popular de la primera mitad del XIX) se llevaron a cabo en lunes. A medida que el vapor y la mecanización se van haciendo más presentes los tiempos se convierten en más invariables y el conflicto planteado informalmente por los trabajadores (a través de la entrada tarde a la fábrica o el absentismo de los lunes) se convierte en inasumible por los patronos. A partir de este momento se pone toda la carne en el asador para erradicar el San Lunes, con campañas en prensa, en la parroquia o con el chantaje del desempleo. En algunos sitios, como la ya mencionada ciudad de Birmingham, a cambio se obtuvieron concesiones, como la consideración de la tarde del sábado como festivo. Con todo, el San Lunes es rastreable en el ovillo de la historia, por ejemplo, en la costumbre, hasta bien entrado el siglo XX, de programar las huelgas el primer día de la semana.

DE CÓMO SE PRIVATIZÓ TIEMPO LIBRE EN LA SOCIEDAD DE MASAS

Plaza de toros de Tetuán de las Victorias

Una vez que el tiempo de los trabajadores se hizo dúctil y se retorció hasta poder ser encajado en los estrictos ritmos de la fábrica, le llegó el turno al tiempo de ocio que, ya en el siglo XX, se convertiría en una mercancía más. Vuelvo a pasear por el colegio en el que cursé bachillerato. Siempre nos recordaban que está a orillas de lo que fue el Metropolitano, el célebre estadio de fútbol del Atlético de Madrid entre los años 20 y 60. También por la calle Bravo Murillo, en cuyo número 297 lucía hace tiempo una placa que indicaba que allí estuvo la plaza de toros de Tetuán de las Victorias. Quizá los toros no tuvieron el halo de modernidad del fútbol, pero fue la versión cañí de los espectáculos de masas. En aquella plaza, además, se celebraban con frecuencia combates de boxeo, bailes y toda suerte de espectáculos de pago para las clases populares.

Durante las tres primeras décadas del siglo XX asistimos en Europa y gran parte de América al nacimiento de la sociedad de masas. La incipiente producción masiva requerirá de un ensanchamiento de los mercados. Un fenómeno cuyo referente más claro encarnará Henry Ford, con su idea de producir Ford T para vendérselos a los mismos hombres que los ensamblaban. Aparecen los grandes almacenes, se generaliza el crédito al consumo…La sociedad consumista había llegado para quedarse.

En política emergen los grandes partidos de masas -particularmente los obreros- y los grandes sindicatos, que también jugarán un papel importante en la proliferación del ocio de masas.

El contrapoder obrero consigue institucionalizar la jornada laboral de ocho horas y la subida de los salarios. Estas conquistas, temidas en un principio por los capitalistas, se revelan para su asombro en una nueva vía comercial. Las sociedades urbanas emergen por encima de los umbrales de subsistencia, y las limitaciones horarias abren la espita a la comercialización del tiempo libre.

Desde los albores del siglo XIX empiezan a aparecer los jardines de recreo, espacios para pasear en los que solía haber espectáculos, y cuya entrada costaba dinero. Se trata de una diversión burguesa que poco a poco -como ocurrirá con el deporte- se irá trasladando a las clases populares en versiones más accesibles. Nunca antes la gente había tenido que pagar por pasear a la sombra de las arboledas.

A la tradicional verbena le nacen las ferias, en las que a los juegos y bailes tradicionales aparecen adosadas atracciones que trasladan al pueblo los ecos de la modernidad naciente. Junto al exotismo pretendidamente cosmopolita de mujeres barbudas, forzudos o echadoras de cartas, se hacen demostraciones de los artilugios que habrán de dominar el siglo XX: cinematógrafos, teléfonos, la electricidad…

La sociedad de masas trae consigo también el deporte entendido como espectáculo, profesional y de pago. Durante el siglo XIX el deporte empieza a generalizarse entre las élites. Es el momento, por ejemplo, en que nace la competitividad entre colleges ingleses, basada en competiciones deportivas. Así mismo, algunas corrientes educativas del momento, como la Institución libre de Enseñanza en España, pondrán en valor el contacto con la naturaleza y la práctica deportiva.

Durante los primeros años del siglo XX, las pocas publicaciones deportivas que existen dedican sus páginas a deportes aristocráticos como la esgrima, la hípica, el excursionismo o las carreras de automóviles. Poco a poco, va introduciéndose el fútbol, todavía como un deporte elitista para jóvenes universitarios. A medida que los obreros ganan en poder adquisitivo y tiempo libre, las mismas revistas van dedicando sus páginas al ciclismo, el frontón, las carreras de galgos -remedo popular de la hípica-, el boxeo o el cross, mucho más adecuadas a la forma de vida obrera.

Los años veinte son los años de la eclosión del deporte en España, y el momento en el que el fútbol se hace popular. Se construyen nuevos estadios, más grandes y cercados – el Metropolitano donde está mi antiguo colegio hoy, por ejemplo-. En un principio los aficionados más antiguos y adinerados imponen una distinción por clases basada en el precio de la entrada (es el momento de las fotos de chavales encaramados a las tapias), pero la lógica de abaratamiento de Henry Ford aplicada al fútbol y la llegada de la II República terminaron por convertir el fútbol en el deporte rey y en el gran acontecimiento de los hombres obreros en su jornada de descanso dominical.

El debate entre el profesionalismo y el amateurismo estuvo muy presente durante estos años, aunque a estas alturas está muy claro qué postura prevaleció. La imagen del futbolista como estrella, del brazo de una cupletista, ganó, poco a poco, la partida al sentido colectivo de los equipos.

Nacían equipos de barrio por doquier, también de empresa (el de la Ferroviaria de Madrid, muy arraigado entre la clase obrera del sur industrial, alcanzó gran predicamento). Abundaron las sociedades excursionistas populares, con viajes a la sierra madrileña, muy alejados del individualismo excursionista y aristocrático del XIX. Socialistas y comunistas vieron en el deporte una magnífica ocasión de encuadramiento obrero y de mejora de su hombre nuevo, y patrocinaron un sinfín de asociaciones deportivas.

Los festivales deportivos obreros se convirtieron en una tradición que debía haber culminado con la madre de todos ellos: las Olimpiadas Obreras de 1936, pensadas en el marco de la III Internacional como respuesta a la olimpiadas que transcurrirían en Berlín, bajo la atenta mirada de Adolf Hitler, y que registrará para la posteridad el objetivo de Leni Riefenstahl. Dichas olimpiadas no se llegaron a celebrar: debían haber comenzado el día siguiente al golpe de estado franquista.

Si la posición del comunismo fue más cercana al amateurismo que la del socialismo, la más crítica fue la de los anarquistas, que veían en el nuevo deporte, de origen burgués, la encarnación de los valores de la competitividad capitalista. Muy conocida fue su crítica al boxeo como práctica degradante, por ejemplo, y también sus preferencias por el contacto con la naturaleza ajeno a cualquier tipo de enfrentamiento, que fácilmente se puede rastrear en corrientes pedagógicas como las de la Escuela Moderna de Ferrer i Guardia, u otras.

DE CÓMO LA POLICÍA METIÓ EN VEREDA A LAS CLASES OCIOSAS

Quienes vivan en Madrid, probablemente, habrán quedado muchas veces en Tribunal, a las puertas del Antiguo Hospicio de San Fernando. Hoy, en el edificio, está el Museo de Historia de Madrid, donde se podrá encontrar, sobre todo, mucho de la historia de la monarquía y de las clases dominantes de la ciudad. Curiosamente, poco podrá conocer el visitante de unas clases populares que ocuparon el edificio durante largo tiempo, cuando éste sirvió a sus propósitos originales.

El hecho de que dos de los distritos madrileños llevaran, siglos atrás, por nombre La Inclusa (entre Embajadores y Lavapiés) y Hospicio (el entorno de Fuencarral), da idea del peso social que las clases más desfavorecidas tenían en la época. Lo que, además, es poco conocido hoy, es el carácter represivo y de encuadramiento social que tuvieron estas instituciones benefactoras.

El hospicio de la calle de Fuencarral

En Madrid, después del motín contra Esquilache (1766), el hospicio se convierte en paso obligado para los pobres de Madrid, a quienes se obliga a presentarse allí para expulsarlos de la ciudad o recluirlos. A partir de ese momento se incrementan las rondas y recogidas de pobres, que vienen a trasladar a la política policial y a la reclusión la condena moral de la pobreza y la ociosidad. No es otra cosa, en el fondo, que una forma de inserción en el mercado de trabajo. De hecho, en el propio hospicio hubo varias fábricas (de paños, alfileres, una imprenta…), y las mujeres encerradas –muchas por vagabundear, lo que era lo mismo que estar en la calle- hubieron de coser atrapadas por cepo en las cárceles femeninas.

Este tipo de rondas fueron comunes en toda Europa y vienen a reforzar la idea que queremos trasladar aquí: el capitalismo no polinizó a las clases populares convirtiéndolas en clase obrera, fue la policía la que lo hizo valiéndose de grilletes.

DE CÓMO EL CAPITALISMO SE SIRVIÓ DE LOS ESCLAVOS…HASTA QUE LE FUERON ÚTILES

En no pocas ocasiones se ha puesto de manifiesto la importancia de la mano de obra esclava en la fase que se ha descrito como de acumulación originaria del capitalismo. Los esclavos pusieron su fuerza de trabajo sí, pero además fueron capital, puesto que se convirtieron en mercancía. De la importancia del Asiento de Negros para la historia de España en tiempos del nacimiento del capitalismo mercantil sabemos mucho (contratos de privilegio entre la corona española y particulares en los siglos XVI y XVII para el tráfico negrero). Un negro no era una persona, era un objeto medido en la unidad pieza de india, que era un hombre adulto sano.

Sólo en 1860 se vendieron en Estados Unidos cuatro millones de personas por valor de unos 3.000 millones de dólares, lo que era más que la suma de todo el capital invertido en ferrocarriles y fábricas en el país durante el siglo XIX.

Esclavos cubanos

Como ejemplo de cómo la esclavitud entró en declive cuando las relaciones asalariadas fueron más rentables que el mantenimiento de los esclavos, y de cómo se utilizó la ley y la fuerza para empujar a los viejos esclavos hacia el trabajo asalariado, podemos poner la vista sobre nuestras últimas colonias.

En Cuba el decreto que sustituyó la esclavitud, en 1880, la cambió por la institución del Patronato, teniendo en realidad, la misma relación patronos y patrocinados que antes habían tenido amos y esclavos. La medida era transitoria y proporcionó a los esclavistas el tiempo necesario para crear la transición al mercado de trabajo libre. En realidad, los hacendados azucareros aceptaron el cambio de sistema y hasta lo adelantaron en dos años al plazo fijado –en 1886- sencillamente porque consideraron más satisfactoria la relación de salarios que la esclavitud.

Entre las contraprestaciones que obtuvieron los dueños de los ingenios cubanos estuvieron el favorecimiento de la inmigración blanca trabajadora (que, dentro de sus parámetros racistas, serían mejores trabajadores), la supresión de aranceles comerciales y el establecimiento de medidas coercitivas, similares a las que hemos visto sirvieron para obligar a la gente a ingresar en el trabajo capitalista en Europa. La obligación de trabajar por ley.

Los esclavos, según la Ley de Patronato para los antiguos esclavos, tenían la obligación de presentarse cada tres meses ante las autoridades locales y demostrar que estaban trabajando. Se crearon cuerpos de funcionarios y policías para velar por el cumplimiento de la ley. Estas medidas se mantuvieron después del periodo de transición bajo la excusa de la salubridad, los buenos hábitos sociales y en contra de la vagancia. Como vemos, los mismos aspectos morales que hemos visto funcionar antes como respaldo ideológico de la fijación al trabajo.

La abundancia forzada de mano de obra posibilitó una gran bajada de los jornales, que ocasionó que los trabajadores no llegaran a niveles de subsistencia, ocasionándose un aumento del bandolerismo.

Hoy abrir el grifo de casa podría hacernos recordar, si el hecho fuera más conocido, que la faraónica obra del Canal de Isabel II, que se hizo a mediados del XIX para traer el agua corriente a Madrid, fue en parte posible por el trabajo esclavo de quienes cumplían pena de prisión, y bajo la vigilancia armada del ejército. O podría hacérsenos presente simplemente pasando delante de un cartel de Dragados o cualquiera de las otras empresas constructoras que se beneficiaron del trabajo forzado de los presos, en muchas ocasiones políticos, durante el Franquismo.

A día de hoy la ONU calcula que existen unos 27 millones de esclavos en el mundo. Muchas de las personas que viven en situación de servidumbre lo hacen en el llamado Primer Mundo y dentro de prácticas de comercio capitalista. Clandestino pero capitalista.

Podríamos abundar en muchos más ejemplos sobre cómo se nos empujó a entrar en la rueda del trabajo capitalista, caminar por muchos más lugares, en Madrid o en cualquier ciudad del mundo, que ocultan su vinculación con el disciplinamiento que se llevó a cabo entre los siglos XVIII y XX. O podríamos pararnos a escuchar nuestras tripas y reparar en que el Alien sigue ahí, disimulando, más consciente de que podemos extirparlo de lo que nosotros mismos somos.

Fuente: http://info.nodo50.org/El-trabajo-capitalista-ese-Alien.html

 

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«Ser colaborador» del Movimiento social de niños, niñas y adolescentes trabajadores

“Ser Colaborador”

“Ser Colaborador”, concerniente al mundo real de la niñez trabajadora, es el título del estudio patrocinado por «Save the children» y escrito de la mano de dos importantes referentes cuando se habla de quienes han asumido como tarea militante acompañar las luchas de quienes reivindican el derecho  al trabajo digno y emancipador.En estos procesos, Colaboradores adultos los acompañan

En palabras de sus autores, la concepción de que se entiende con la figura del Colaborador que plantea el estudio, viene develada desde las voces vertidas por la misma niñez trabajadora, las expresadas por los Colaboradores que acompañan su quehacer cotidiano, y por la opinión de los Colaboradores referentes por su trayectoria, aportes y tiempos en el Movimiento social de niños, niñas y adolescentes trabajadores de América Latina y el Caribe (MOLACNATs). cuya data aproximada  es de cuatro décadas a escala nacional y de casi tres décadas a nivel regional en América Latina como MOLACNATs.

Este abordaje no podía ser de otra forma cuando el movimiento en si, ha sido colmado deliberadamente, y con especial cuido, por la conciencia crítica, la formación, la dinámica social, en síntesis, por el protagonismo, de los niños, niñas y adolescentes trabajadores (NATs), quienes en su quehacer social han reivindicado sus necesidades fundamentales, acompañados(as) por adultos(as) que ejerciendo una múltiple y permanente labor social colaborativa, han asumido roles como problematizadores problematizados, educadores, defensores de los derechos humanos de la niñez trabajadora y sistematizadores, entre muchas funciones.

Pensar al Colaborador, “con un polo a tierra” conectado con el sujeto de la realidad social, mediado por la amorosidad, es quizás el resultado de preguntarse: ¿Qué es ser Colaborador? desde un profundo, leal y militante respeto por las distintas voces consultadas, toda vez que cualquier traducción podría cercenar la riqueza de sentidos que tienen los NATs, su movimiento social y, en él, el significado de la presencia del Colaborador.

Para acceder a este interesante investigación militante, hacer clic aquí

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