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De la democracia al neoliberalismo de la mano del currículum

A lo largo de la historia, las diferentes ideologías políticas dominantes se han empleado a fondo para imprimir la huella de sus prioridades y urgencias en el sistema educativo del país. El autor del artículo revisa la trayectoria de las instituciones escolares, señala los déficits y sesgos de cada momento y subraya el importante papel que pueden tener los docentes para desactivar la agenda oculta neoliberal.

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Las instituciones escolares enseñan y trabajan conocimientos, procedimientos, destrezas y valores que sirven para comprender y vivir en un momento histórico, en una sociedad. Pero cuando revisamos las políticas curriculares y las dinámicas presentes en las aulas y en un país determinado, siempre podemos constatar críticas y denuncias sobre sus déficits y sesgos en los contenidos que seleccionan para enseñar, en los recursos y metodologías y en lo que se evalúa. Desde hace años, somos cada vez más conscientes del poder productor y reproductor de los sistemas educativos, pero también de que siempre generan resistencias. (J. TORRES, 1991).

En una rápida mirada a la historia de las instituciones escolares, vemos como en cada momento histórico -según los contextos políticos, económicos, sociales y culturales dominantes- en los énfasis sobre lo que se considera una persona educada podemos detectar una notable coherencia con las prioridades y urgencias de los grupos dominantes.

Así, en siglos anteriores, las primeras escuelas promovidas por instituciones religiosas tenían como finalidad encauzar y domesticar la indócil personalidad infantil, en especial de las clases populares. Había que domesticarla, convertirla en devota, sumisa y acrítica creyente de la ortodoxia impuesta por el Vaticano. La preocupación principal era enseñar a leer, pero para poder acceder a los textos sagrados por sí mismos y, además, para divulgar la doctrina cristiana en su círculo familiar. Por ello, Juan Bautista de la Salle (1720), recomienda que, por la noche, lean libros instructivos cristianos a su familia en el hogar.

Desde muy temprano en la historia, la religión se contempla como aliado muy pertinente para educar una ciudadanía políticamente dócil y conservadora. Cuando la Iglesia y la nobleza tenían mayor poder e imponían sus cosmovisiones, la escuela formaba creyentes y súbditos, sirviéndose de una pedagogía que subraya el carácter dogmático del conocimiento, mediante su memorización y con un profesorado también autoritario. Es el momento en el que las aulas copian la distribución del espacio de las iglesias: mesas en fila, ambiente de silencio y una tarima desde la que se dictan verdades indiscutibles, mediante un texto sagrado, un libro de texto. Se forma a seres obedientes, sumisos ante las jerarquías y los poderes; que aprenden a ser juzgados sin protestar, a obedecer y a acatar leyes no democráticas.

Icy and SotSeguidamente, la construcción del Estado-nación moderno necesitó conformar una ciudadanía chauvinista, que se sintiera miembro de una patria, presentada comonatural e inmodificable y, por tanto, si esta lo demandaba, por la que se debería dar la vida. El currículum impone un único idioma, norma y acento con el que hablar. La historia, geografía, literatura y artes se instrumentalizan para subrayar y convencer de que como lo propio, lo autóctono, no hay nada mejor. Se instruía a una ciudadanía autoritaria, chauvinista, pero también se generaba el autoodio, la inferioridad natural y la sumisión de aquellas personas ligadas a saberes, idiomas y producciones que no fueran las que la escuela ponía de ejemplo. Son políticas exclusivamente asimilacionistas. Este mismo modelo educativo se volvió a imponer una vez que la sublevación fascista del generalísimo Franco tiene éxito e instaura una férrea dictadura.

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La escuela se replantea sus objetivos

En el siglo XX, a medida que avanza la industrialización, los gobiernos instrumentalizan también las instituciones escolares para educar y disciplinar a los obreros; los capacitan para trabajar en fábricas autoritarias y jerárquicas, para seguir el ritmo de las cadenas de montaje; en el fondo, tratan de transformarlos en autómatas, de ahí que se primara más el buen comportamiento, la obediencia del alumnado. Un alumno obediente y sumiso podía aprobar no sabiendo los contenidos del libro de texto; por el contrario, suspendía por su mala conducta, aun sabiendo las lecciones.

Pero será, una vez muerto el dictador, en 1975, cuando la escuela se vuelva a replantear sus objetivos. Si se entraba en una nueva etapa de democracia, era lógico que el sistema educativo asumiera una tarea de ayuda en su consolidación. Había que enseñar al alumnado, al menos, los requisitos formales de una democracia. Aquí se aprovecha el marco de la LGE de 1970, que los sectores aperturistas y tecnócratas de la dictadura habían aprobado, con miras a su aceptación por la Europa democrática.

En el curso 1976-77 y 1977-78 el gobierno de UCD, de Adolfo Suárez, autoriza con carácter experimental, en el marco de la LGE, programas de educación cívico-social que recogieran las aspiraciones propias de una sociedad en proceso de democratización. En octubre de 1978, se establecen los nuevos contenidos de la asignatura Educación ética y cívica, en sexto, séptimo y octavo curso de la EGB (BOE nº. 245, de 13 de octubre de 1978) que se convierte en obligatoria con el fin de preparar para el ejercicio y respeto de los derechos y deberes de ciudadanía, las libertades democráticas y los derechos humanos fundamentales.

A partir de 1982, con el PSOE en el gobierno, esta tarea de educar una ciudadanía democrática se convierte en uno de los motores principales en la toma de decisiones de la politica educativa, al menos en sus primeras legislaturas. Por primera vez en la historia se garantiza, en la práctica, la educación obligatoria para toda la población. Más tarde, su reforma educativa, la LOGSE, además de ampliar hasta los 16 años la educación obligatoria y comprehensiva, tratará de reorientar el curriculum para educar personalidades democráticas, con contenidos y metodologías con los que promover dimensiones éticas, democráticas y críticas en el alumnado. Tanto con la educación transversal como, porsteriormente, con la LOE (2006) y la implantación de la asignatura Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos (BOE, nº 106, de 4 de mayo de 2006) esta preocuación se hace visible.

Asimismo, las filosofías educativas que promulgan la LOGSE y la LOE, aunque apoyadas principalmente con argumentaciones psicologicistas, contribuían a subrayar la interdependencia y necesidad de cooperación entre los seres humanos. El aprendizaje constructivista, en especial en su versión más vigotskyana, incide en la importancia de la colaboración. El propio discurso de la educación integradora de las personas con discapacidades en las aulas ordinarias traía a primer plano esta dimensión de una sociedad conformada por seres humanos interdependientes, por ciudadanía.

El trabajo en equipo, la metodología basada en proyectos, en unidades didácticas integradas, que se inició con gran fuerza e implicación por parte del profesorado desde los primeros años de la recuperación de la democracia, continúa durante las décadas siguientes, aunque con la LOE ya se produce un notable frenazo. Esta ley, aunque bajo gobierno socialista, al introducir las competencias, asume el nuevo énfasis de la ideología tecnocrática y neoliberal que avala la OCDE. Un concepto derivado de la Formación Profesional, que favorece iniciativas neoconductistas de regresar a objetivos educativos operativos, formulados con verbos de acción que se puedan cuantificar, medir de modo positivista y, por tanto, comparar.

.Jozef Israëls

Con la irrupción de PISA en el año 2000 se va a reforzar de una manera muy intensa esta tecnocracia, aunque en esos años con un disfraz de progresista. Los lenguajes oficiales y de tecnócratas oficialistas de la educación confunden al profesorado con una jerga muy ambigua, como son las competencias. Término para el que no dictan una definición oficial, sino que cada persona ofrece su propia definición. Estamos ante un término que, aparentemente, podría servir a todo el mundo, dado que cada cual lo define como mejor le parece. Pocas veces en la historia de nuestro sistema educativo nos encontramos con un término, vertebrador de una política educativa, tan ambiguo y, por consiguiente, tan ineficaz. Aunque algo parecido había acontecido con el constructivismo, que terminó reducido a un ineficaz mantra.

.Es fácimente comprobable esta borrosidad de ambos conceptos en la medida en que los libros de texto -con el visto bueno del Ministerio- sin haber introducido modificaciones en las tareas escolares que proponen, dicen en su publicidad que están diseñados y organizados para llevar a la práctica una educación constructivista y por competencias.

.La borrosidad y confusión dieron lugar, también, a un importante retroceso en el rico trabajo didáctico que venía implementado un buen número de docentes en las aulas. El trabajo por proyectos, las metodologías basadas en la investigación del alumnado y profesorado y el trabajo en equipo empiezan a retroceder, y a ello también contribuye una nueva ofensiva de las editoriales de libros de texto, con regalos -como por ejemplo, una pizarra digital- a aquellos centros que impongan como obligatorios sus libros de texto; algo que muchos centros aceptan como medida para subsanar los recortes económicos que el Ministerio les está aplicando.

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El nuevo currículum neoliberal

Desde el año 2000, la OCDE, con PISA, propina cada tres años un fuerte tirón de orejas a nuestro sistema educativo. Fenómeno que es visiblemente aprovechado por el Partido Popular en el gobierno, para tratar de llevar a cabo una de las mas fuertes reorientaciones en la historia de nuestro sistema educativo. El primer intento serio se hizo con el gobierno de José María Aznar, con la LOCE (2002), pero al perder las siguientes elecciones esta ley fue aplazada, en el 2004, y finalmente derogada en el 2006, con la aprobación de la LOE.

Sin embargo, el gobierno del PP de Mariano Rajoy, con su política de desmonte del Estado de Bienestar y su apuesta por consolidar un modelo de sociedad neoliberal, impone de nuevo su reforma educativa, pero más perfeccionada, la LOMCE. Una Ley que, cual caballo de Troya, pretende llevar a cabo una reeducación de la ciudadanía democrática para convertirla en un conjunto de seres fuertemente individualistas, empresarios de sí mismos, con valores, vínculos y un nuevo sentido común mercantilista, acorde con las necesidades de los modelos económicos, financieros y laborales de la sociedad neoliberal (J. TORRES, 2014). Se quiere imponer una nueva ética y moralidad individualista, opuesta a los ideales más colectivistas, comunales y comunitaristas de otras ideologías, a las que pretenden arrinconar y visibilizar como erróneas, desfasadas o imposibles."Embryo III"

Es preciso configurar nuevas formas de subjetividad, internalizarlas, reforzarlas y convertirlas en automatismos conductuales. Al mismo tiempo, desmantelar aquellos valores y modelos de comportamiento social que no sean compatibles con las personalidades individualistas y empresariales. Seres consumistas que pasan su vida haciendo elecciones, tomando decisiones, valorando, asumiendo e individualizando los riesgos y, lo que es más idiosincrásico, asumiendo todas las responsabilidades. Seres que ya no precisan al Estado, al que no le exigen nada y al que ven lógico que no se le pidan responsabilidades para con las personas y sus necesidades. La única célula social que aceptan es la familia (M. THATCHER, 1987). Personas asociales, guiadas por una racionalidad estadística, dado que los riesgos y problemas se visibilizan mediante el control de las variables que interesan a quienes controlan el Estado, obviando las desigualdades sociales y las injusticias existentes en la sociedad. Cada uno debe gestionar sus dilemas, opciones y riesgos, frente a los modelos más socialistas y de tipo Keynesiano, en que se contemplan los problemas individuales como problemas sociales, compartidos.

Entre otras medidas, el curriculum de la LOMCE incorpora tres para hacer realidad esta reeducación del sentido común:

  1. Una nueva jerarquía en la importancia de las asignaturas del currículum. En la medida en que las evaluaciones externas impuestas en Educación Primaria y en la ESO valoran solo Lectura, Matemáticas y Ciencias Experimentales, estas materias pasan a convertirse en la obsesión de las direcciones de los centros y, por tanto, del profesorado. Materias, por otra parte, que también van a ser visibilizadas por las pruebas PISA, PIRLS y TIMSS.
  2. Una fuerte reasignaturización del conocimiento, dificultando desarrollos curriculares interdisciplinares y transdisciplinares; desconectando artificialmente las relaciones del conocimiento y agrupándolo en disciplinas que no dialogan entre sí, que funcionan como conocimiento en paralelo, sin entrecruzarse (J. TORRES, 2014b). A modo de ejemplo, en Primaria, una materia más interdisciplinar como eraConocimiento del Medio se fragmenta en dos asignaturas diferentes: Ciencias Sociales y Ciencias de la Naturaleza. Modelo semejante al vigente en la LGE de 1970.

Esta reasignaturización propiciará metodologías y recursos didácticos, principalmente libros de texto, también disciplinares, pues se trata de entrenar al alumnado para que tenga éxito en los tests que se utilizan en las evaluaciones externas. De estar defendiendo un modelo de currículum abierto y flexible,hemos pasado a otro completamente opuesto, cerrado e inflexible, por más que en algunos momentos se recurra a cierta palabrería oficialista de despiste, con la que se pretende subrayar la autonomía del profesorado.

  1. Imposición sin debate previo de contenidos obligatorios y estándares de aprendizaje (Real Decreto 126/2014, de 28 de febrero, por el que se establece el currículo básico de la Educación Primaria). Algo coherente con un gobierno que no admite el debate, pues no está dispuesto a que se ponga en cuestión el modelo neoliberal que impone. Los contenidos culturales pasan a estar decididos por las necesidades del mercado, exclusivamente.

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Individuo versus comunidad

La cultura del emprendimiento es la nueva filosofía y objetivo de la educación, dada la cultura del riesgo que acompaña a la verborrea que subraya la libertad de elección en los modelos neoliberales. La resituación o devolución de la cultura del riesgo a nivel individual es lo lógico una vez que ya no tiene sentido la palabra comunidad o asunción de riesgos en común. La des-socialización explica la soledad del individuo y su autoempresarialización. Un ser individualista a la búsqueda de oportunidades para emprender proyectos que le aporten ganancias, beneficios; un ser con mirada tipo escáner, evaluando y tasando, buscando oportunidades y gangas.Oswaldo Guayasamín - Lágrimas

Dado que se desea favorecer un fuerte conservadurismo cultural y la negación de los intereses políticos en el conocimiento -algo que se ampara con la organización disciplinar-, las Ciencias Sociales, las Humanidades y las Artes pasan a convertirse en materias de segunda clase. La excepción es la Historia, cuyo control se recentraliza por completo, para afianzar un nacionalismo y chauvinismo españolista.

Ahora la historia tiene como finalidad convencer a la ciudadanía de que España siempre fue, es y deberá ser como la imagina el PP en la actualidad. Por tanto, las narrativas que se imponen como obligatorias, los fenómenos, datos, fechas y personajes históricos serán aquellos que conviertan en verosímil la nación española como ente natural e indivisible. Se contempla como instrumento para desmontar otras concepciones del pasado y del presente que puedan poner en peligro el actual modelo de nación española; para convertir en irracionales, interesados o politizados los argumentos más federalistas y nacionalistas.

La desvalorización de las Ciencias Sociales, Humanidades y Artes implica haber asumido el relato del fin de la historia; por tanto, no cabe la revisión del pasado ni la propuesta de otras alternativas sociales, políticas y culturales para el presente o el futuro. El fin de la historia convierte el presente en la realidad final e inamovible en la que hay que aprender a vivir, o sea, en un mundo neoliberal.

Por tanto, es preciso educar en el presentismo, estimulando una amnesia histórica; de este modo se facilita la pérdida de la memoria de las luchas y logros colectivos; de nuestros éxitos, cuando luchamos juntos En consecuencia, se favorece la entronización del tecnocratismo y la legitimación de la ideología del profesionalismo para decidir objetivos, definiciones y soluciones.

Esta obsesión por despolitizar la cultura, la economía, el mercado laboral y, por supuesto, la educación, es lo que explica la celeridad del PP y de la jerarquía eclesiástica en eliminar del sistema educativo la Educación para la ciudadanía y los Derechos Humanos.

Humanidades, Artes y Ciencias Sociales adquieren su carácter formativo, no adoctrinador, en la medida en que se dispone de recursos informativos relevantes y de metodologías didácticas pertinentes. Estamos ante la necesidad de tratar con un conocimiento y con unos saberes en constante revisión, que son objeto de cuestionamiento y debate, dada la imposibilidad de su tratamiento con miradas positivistas. Son las áreas con mayor potencialidad para educar una ciudadanía democrática, que piensa, conversa, debate, razona, planifica y decide con otros.

El pensamiento crítico, la justicia (social, económica, laboral, cultural y afectiva), la ética y la educación democrática son dimensiones que no casan nada bien con las filosofías y modelos neoliberales. Lo que se desea es un pensamiento dócil, personalidades sumisas, guiadas por la dictadura de auditorías en las que ni docentes ni alumnado tienen nada que decir, solo asumir. Se buscan personalidades con miedo a la transgresión, que es el motor de la creatividad, la innovación y la revolución. Con un telón formativo de fondo semejante es muy fácil mercantilizar, instrumentalizar y militarizar la producción del conocimiento. Asumir que las únicas certezas deben ser las validadas por las manos invisibles del mercado.

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Recuperar la pedagogía crítica

Precisamos no olvidar que la pedagogía, tan denostada en estos tiempos de despolitización y tecnocratismo, es una práctica política y ética, pues conlleva presentar y promover conocimientos, visiones de la realidad, de la vida comunitaria, ideales y aspiraciones en pro de un mundo más justo; obliga a implementar estrategias y recursos didácticos, destinados a imaginar y diseñar vías para mejores futuros posibles; nos hace conscientes de representaciones y valoraciones sobre nosotros, la comunidad, los otros y, asimismo, sobre el medio ambiente.

Docentes y trabajadores culturales tenemos una gran responsabilidad en la tarea de ayudar a ver la agenda oculta neoliberal, promover debates alternativos y manifestar el inconformismo ante las injusticias; en estimular la imaginación colectiva en la búsqueda de otras alternativas y posibilidades más justas.

Somos educadoras y educadores críticos, intelectuales, pero también ciudadanos comprometidos con lo que acontece en el mundo actual. Es imprescindible tener presente las conexiones entre el mundo y las aulas, las estructuras, fuerzas y dinámicas políticas que operan y tratan de redirigir de modo autoritario, no democrático, nuestro mundo.

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Bibliografía

DE LA SALLE, Juan Bautista (1720). Guía de las Escuelas Cristianas.http://www.es.catholic.net/catholic_db/archivosWord_db/09-guia_escuelas_lasalle.pdf

Real Decreto 126/2014, de 28 de febrero, por el que se establece el currículo básico de la Educación Primaria. (BOE, nº 52, del 1 de marzo de 2014).

THATCHER, Margaret (1987) Interview for Woman’s Own (“No such thing as society”). http://www.margaretthatcher.org/document/106689

TORRES SANTOMÉ, Jurjo (1991). El currículum oculto. Madrid. Morata (8ª edic. 2005)

TORRES SANTOMÉ, Jurjo (2014). Mercado y escuela. Cuadernos de Pedagogía, nº 445, mayo, págs. 58 – 61.

TORRES SANTOMÉ, Jurjo (2014,b). Organización de los contenidos y relevancia cultural. Cuadernos de Pedagogía, nº 447, julio  agosto, págs. 50 – 53.

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Rodney Matthews.

The eleven hour” –  Rodney Matthews

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CCOO España muestra su apoyo a las personas con Trastorno del Espectro Autista (TEA) en el Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo

 Cada año, el 2 de abril, el movimiento asociativo del autismo de todo el mundo celebra el Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo con el objeto de concienciar a la sociedad sobre este tipo de trastorno y promover la inclusión social de las personas con Trastorno del Espectro del Autismo (TEA). En el año 2007 la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU), muy preocupada por la prevalencia del autismo en todas las regiones del mundo, declaró por unanimidad el 2 de abril como Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo.

Toxo y Carlos Bravo

Bajo el eslogan “Inclusión, tolerancia y respeto”, la campaña de sensibilización de este año tiene por objetivo ayudar a la sociedad a entender mejor lo que significa vivir con autismo, proporcionando un contexto que cambie el enfoque de la mera “concienciación” a la “inclusión, tolerancia y respeto” de las personas con TEA. Un llamamiento extensible también a los responsables políticos para que impulsen políticas inclusivas y promocionen la tolerancia hacia las personas con TEA y el respeto de sus derechos.

Se calcula que más del 80% de los adultos con autismo están desempleados.

Las investigaciones indican que los empleadores están dejando escapar capacidades que se presentan de forma más habitual entre personas con trastornos del espectro autista que entre los demás trabajadores , como una mayor competencia en el patrón de reconocimiento y en el razonamiento lógico, así como una mayor atención al detalle.

Entre las trabas que se deben superar para desencadenar este potencial encontramos: una escasez de formación profesional, un apoyo insuficiente a la inserción laboral y una discriminación generalizada.

La celebración del Día Mundial del autismo quiere poner de relieve la necesidad de mejorar la calidad de vida de los niños y adultos autistas para que puedan tener una vida plena y digna.

Este jueves, 31 de marzo, Autismo España ha celebrado un acto en el teatro Alfil de Madrid y durante el evento, personas con TEA y sus familias han leído el manifiesto “Inclusión, tolerancia y respeto. También se ha presentado la campaña #pasaloporelautismo con la que Autismo España y sus 75 entidades asociadas invitan a mostrar el apoyo al colectivo y por eso piden que paséis el testigo por el autismo como gesto de que la inclusión, la tolerancia y el respeto es responsabilidad de TODOS.

Coge el testigo, hazte una foto y compártela en las redes sociales con el hashtag #pasaloporelautismo #DiaMundialAutismo #AutismDay2016.

Después, pasa el testigo para que también otras personas puedan mostrar su apoyo con el colectivo de personas con TEA y sus familias.

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UNESCO: Replantear la educación ¿Hacia un bien común mundial?

RED GLOBAL/GLOCAL POR LA CALIDAD EDUCATIVA

La UNESCO recientemente ha publicado un documento titulado Replantear la educación ¿Hacia un bien común mundial? que plantea una reorientación mundial de los sistemas educativos que merece un análisis detallado. Lo colocamos a disposición de nuestros lectores con la promesa que pronto el equipo de la RED GLOBAL/GLOCAL POR LA CALIDAD EDUCATIVA hará pública su posición al respecto
Pueden acceder al documento en el siguiente enlace:

Replantear la Educación ¿Hacia un bien común mundial?

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2016 Labor Notes Conference, April 1-3 in Chicago

Labor Notes Conferences are the biggest gatherings out there of grassroots union activists, worker center leaders, and all-around troublemakers. Don’t miss a weekend of inspiration, education, and agitation.

  • Join thousands of union members, officers, and labor activists who are on the front lines in our workplaces and our communities, organizing new workers and agitating together. Meet troublemakers from around the country and around the world.
  • More than 100 meetings and workshops include creative organizing tactics, beating apathy, running for local union office, winning contract campaigns, bargaining over technology, understanding the economy, life after “right to work,” and reviving the strike.
  • Organize with others in your union, industry, or campaign. Face-to-face meetings to share tactics and swap notes are the heart of the Labor Notes Conference. Join an existing industry, union, or caucus meeting—or contact us to set one up.

 

WE’LL BE THERE!

“The Labor Notes Conference is where union members come together to strategize. Last time we had really productive conversations on how labor and the community are tied together, how to fight privatization, and how unions can connect to wider issues affecting members, like Black Lives Matter. I’ll be there to talk about what’s next.”

Tammie Vinson, Chicago Teachers Union

“Everyone says the Labor Notes Conference is a can’t-miss event! I’m excited to meet brothers and sisters who are organizing and mobilizing to build power in their workplaces. We need a stronger network across the country to take on corporations like AT&T, and I hear Labor Notes is the place to share information on what everybody’s doing locally.”

Manny Hartman, Communications Workers Local 3122, Miami

“I went last year for the first time and learned so much. When I met workers who are organizing in my home country, Brazil, I realized we’re not an island—because of globalization, we’re all facing similar problems. The best part was seeing how motivated everyone was to fight for their rights. I’ll definitely be there.”

Jorge Lopez, Cincinnati Interfaith Workers Center

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Si hablamos de formación: a las cosas mismas se educa para la responsabilidad con la cultura

 

Profesor: Carlos Arturo Guevara A.

  1. Planteamiento central

Los resultados de los procesos de formación humana se consuman necesariamente como hechos históricos. La sociedad real, en un momento dado de su devenir histórico, es la revelación más clara del alma que se ha estado modelando y moldeando desde los principios y prácticas educativas o formativas que dicha sociedad haya asumido como horizonte orientador de su espiritualidad. En otras palabras, hay una relación directa entre las prácticas de formación humana y las realidades histórico-culturales y políticas en cualquier sociedad. No puede decirse en verdad que el carácter de una sociedad y las prácticas sociales que se escenifican en su cotidianidad van por un lado, mientras que los discursos y las prácticas educativas o formativas que se han  puesto en marcha, siguen un sendero en sentido contrario. Estos fenómenos son necesariamente interdependientes.

Al contrario de lo que pareciera, nada es tan humana y espiritualmente concreto como los frutos de la educación: sus “resultados” hacen visible todo un acumulado de orden subjetivo profundo, que se objetiva o se pone en escena en el comportamiento cotidiano de las personas, en sus hábitos, en las ideas y creencias que las orientan, en sus formas de tratamiento interpersonal, en las prácticas efectivas en que discurre la cotidianidad comunitaria –en síntesis, en su carácter. De hecho, eso de formar para la vida tiene una base de verdad más profunda de lo que se cree. En últimas siempre se forma para la vida.

Hay que aclarar primero que todo, que en los términos de este escrito, formarse o educarse para la vida, es una acción vital, de carácter ontológico, que supera el margen limitado de prepararse para el desempeño de unas tareas técnicas o profesionales, en últimas, de orden instrumental. Formarse para la vida, concretamente, es formarse para la cultura, para la convivencia gratificante; esto es verdaderamente constituirse como persona, como individuo. Y ésta es una tarea que se teje en el tranquilo transcurrir cotidiano: a través de las prácticas familiares y sociales, de las costumbres comunitarias, de las labores escolares, de las influencias religiosas, políticas, comunicativas, estéticas, en las que, como prácticas intersubjetivas, discurre la existencia cotidiana de los hombres en la actualidad; en fin, la formación se entiende como constante y cotidiana constitución de la subjetividad de cada uno, gracias a las interrelaciones muy complejas en las que el individuo es afectado por toda la fuerza del torrente cultural, pero en el que también tiene cierta posibilidad de reaccionar asumiendo o rechazando, al menos en parte, dicho capital cultural.

Como resultado de estas prácticas cotidianas e intersubjetivas, la formación imprime en el individuo una marca como ser humano, un tipo, decían los griegos, una especie de huella síquica o espiritual -aquí llamado carácter– que le da la cultura y que lo distingue en sus acciones y comportamientos concretos, en sus pensamientos, en sus sentimientos. El ser humano es, en últimas, -como dijo alguien- lo que la educación ha hecho de él, y esa educación es en sí, un acontecer en el mundo de la vida práctica; formase es, en síntesis, resultado del intercambio constante en que deviene la existencia humana en todos los horizontes del mundo compartido que habitamos.

Si, como se decía arriba, una persona se forma para la vida, ello equivale a formarse para actuar social, cultural e históricamente en el marco de unas creencias, de unas costumbres, de unos valores, de unas tradiciones, de unos oficios. Entonces, la formación, o la educación, términos correlativos en este texto, tiene como propósito último dotar al individuo de los elementos básicos para ejercer su responsabilidad social y e histórica. Educarse es hacerse cultural e históricamente responsable por las palabras, por las acciones, por toda la estela de actuaciones que se desplieguen por parte de cada uno en su mundo entorno. Formar (se) para la responsabilidad social e histórica equivale pues a preparar (se) esencialmente para convivir con otros, para respetar sus razones y sus creencias, para evitar cualquier forma de violencia, para respetar la vida, para aceptar las diferencias, para vincularse afectivamente con los demás, para ayudarse solidariamente; en fin, para contribuir al ennoblecimiento o engrandecimiento de la misma cultura en todos los órdenes que la dinamizan: el arte, al ciencia, la política, la construcción de la cotidianidad, etc. Si éste no es el propósito medular de la educación,  entonces se padece un desvarío histórico.

En síntesis de lo dicho hasta aquí, la formación forma sujetos. Entendemos por sujeto aquel que vive su vida en constante interdependencia con otros, el que comparte sus días, su historia, sus vivencias, sus prácticas, sus creencias y sus acciones con otras personas a lo largo de su existencia, recibiendo y entregando permanentemente afectaciones de diverso orden. Se es sujeto, siempre e inevitablemente, en relación con una cultura; esto quiere decir, que se tiene  o se adquiere la condición de sujeto en tanto el individuo se hace responsable frente a lo que recibe de la cultura; ser responsable como sujeto es reaccionar como tal frente a lo heredado de la comunidad: tomar una posición, decidir un destino, aceptar o rechazar unos modelos, unas formas, unas creencias y unas prácticas contenidas en el torrente de las vivencias culturales, que son asimiladas de una forma particular por cada individuo en su hacerse permanentemente sujeto. Formarse es entonces acción misma de y para la cultura, explicitada como torrente de vivencias cotidianas, en el transcurso permanente de las transacciones intersubjetivas.

Ahora bien, formarse para ejercer una responsabilidad social e histórica, exige, necesaria e inevitablemente, educar (se), en el sentido más legítimo y auténtico, para una actividad creadora y protectora de la cultura misma y de la vida. Cuando se afirma que se educa para una actividad creadora y protectora de la cultura, se está implicando que la educación es una fuerza transformadora pero a la vez protectora de las estructuras legítimas y originarias de la cultura; transformar no implica abolir  ni menos destruir lo esencial, lo propiamente profundo, heredado del alma colectiva, que está inscrito en los relatos, en los mitos, en las celebraciones, en los festivales, en los modales, en las formas de tratamiento interpersonal, en las aspiraciones latentes y no dichas, que invocan y evocan en forma inmanente y trascendente el espíritu de la cultura de una comunidad, de un pueblo o de una nación. Transformar exige, por esto mismo, una reflexión en tanto que, desde el capital propio, interiorizado de la herencia cultural, cada sociedad se expone a una relación dialéctica con otras culturas; en esta exposición intercultural se presentan afectaciones recíprocas que provocan transformaciones específicas. Así, transformarse no se entiende como desfiguramiento o dilución de lo propio, sino, al contrario, como fortalecimiento de lo propio en diálogo con lo diferente, conservando eso sí las estructuras esenciales sobre las que se tejen los sentidos que orientan la existencia individual y colectiva.

Con lo anterior, no se está afirmando que la formación o la educación cierren con cerrojos impenetrables la cultura a las influencias e intercambios con otros pueblos o comunidades. Lo que pertenece a otros pueblos o comunidades humanas como capital espiritual o cultural, puede tener una fuerza creadora tan importante que lleve a producir un impulso vital de lo propio. Esto no quiere decir que se olviden o abandonen, así no más, los sustratos orientadores de la cultura, pues estos son de orden espiritual y trascendental y no se puede, ingenuamente o por negligencia existencial, renunciar a ellos; de otro modo, se corre el riesgo trágico de desaparecer como forma de existencia en el ámbito de la humanidad. Son infinitas las culturas y los pueblos borrados de la memoria del mundo, como consecuencia de dicha negligencia existencial; es decir, del abandono de lo esencial de sí mismas, y de la imposición violenta o la adopción ingenua de elementos exógenos que, sin una adecuada articulación, han hecho desaparecer lo propio y han desfigurado a los sujetos y a las comunidades hasta el punto de no sentirse ligados a nada ni a nadie; hasta el punto de no sentirse responsables ante nada ni ante nadie.

Cuando no se tienen el sentimiento vivo de lo verdaderamente propio, el pathos y el ethos de responsabilidad cultural, no puede decirse que se esté formado para la cultura que es el télos último, como hemos dicho, de toda acción formativa. Cuando desaparece una cultura, absorbida o diluida por las prácticas, costumbres, lenguas, expresiones, creencias, gustos, ideas, modales, etc. impuestos o asumidos ingenuamente, puede decirse que la humanidad ha perdido parte de su fuerza espiritual; se ha empobrecido y se ha extenuado la condición misma de la vida. Es responsabilidad entonces, de cada uno de los sujetos de una comunidad o de un pueblo, y del conjunto de individuos, conservar las fuerzas originarias que alimentan la cultura aunque se esté en una especie de juego dialéctico permanente con otras culturas, sin que por ello se pierda el sentido de lo propio. En esto consiste, en últimas, que la formación o la educación hagan a los individuos sujetos responsables histórica y culturalmente. Leopoldo Zea escribía al respecto:

… no se trata de renunciar a lo que se es para poder ser otra cosa. Se puede acrecentar el propio ser, ser lo otro sin dejar de ser. Ser otra cosa sin sentir vergüenza de lo que se es o ha sido. Lo que se ha sido y se es, como posibilidad de lo que se puede llegar a ser. Esto es, asimilar, una y otra vez y no encubrir, yuxtaponer, ocultar algo que no puede ser encubierto, oculto: la propia y peculiar identidad, identidad que ninguna experiencia extraña puede borrar. (Zea, Leopoldo; 1986: p. 27)

Hay una subjetividad constituyente de mundo -escribe el profesor Germán Vargas-; diríamos una esencia cultural de orden espiritual, un alma que sin duda sostiene a los pueblos en esa lucha del mundo actual, frente al que cada uno debe asimilar parte de lo ajeno pero inevitablemente conservar aquello que la fortalece y le otorga un sentido de lo que es o puede ser.

  1. A las cosas mismas

Si volvemos al inicio de este texto, recordaremos la hipótesis allí propuesta: se decía que “hay una relación directa entre las prácticas de formación humana y las realidades histórico-culturales y políticas en cualquier sociedad. No puede decirse, en verdad, que el carácter de una sociedad y las prácticas sociales que se validan constantemente en su cotidianidad van por un lado, mientras que los discursos y las prácticas educativas que se han  puesto en marcha, siguen un sendero en sentido contrario. Estos fenómenos son necesariamente interdependientes.”

Si aceptamos como válida esta consideración, y nos remitimos a lo que ocurre en nuestro continente, pero especialmente en los contextos históricos y cotidianos de nuestro propio país, surgen  preocupantes preguntas que nos llevan necesariamente a presuponer básicamente dos cosas:

  • que la educación -en el caso de que ella haya sido una preocupación sustancial del Estado y la sociedad colombiana a través del tiempo- no sirve, en síntesis, para casi nada a no ser para impulsar hacia el desastre. Este hecho derrumbaría de plano la susodicha hipótesis del comienzo; es decir, tendría que aceptarse que entre la educación, de un lado, y las realidades y prácticas sociales y culturales, de otro, no existe ninguna interdependencia ni correlación.
  • La otra opción, menos extrema pero igualmente preocupante, permite afirmar que una educación de verdadera calidad y de alto valor ético que apunte a la construcción de una nación grande y justa, no ha sido nunca preocupación del establecimiento social ni político del país.

En el primer caso, si se acepta como válida la afirmación de que la educación no sirve de mucho para mejorar al ser humano en el ámbito espiritual, se está renunciando radicalmente al ideal fundamental de la formación en dirección humanística, claramente expuesto por filósofos y pensadores de todas las épocas y lugares (desde Platón, Aristóteles, Kant, hasta intelectuales latinoamericanos como Simón Rodríguez, Andrés Bello, José Enrique Rodó, Pedro Henríquez Ureña, Pablo Freire, entre otros); todos ellos han estado fundamentalmente de acuerdo con que es a través de la educación como se logra formar el alma humana en el horizonte de construir un mundo y una sociedad mejores. Asumir y avalar la consideración de que la educación, a la larga, de poco o de nada sirve, sería aceptar resignadamente la idea de la proclividad humana a la agresión, a la destrucción, a la mentira, a la mediocridad, al placer más pedestre como forma consagrada de vida, etc. Esta última posibilidad ha sido también objeto de reflexión por parte de filósofos y pensadores de primer orden como Nietzsche, Schopenhauer, Freud, entre otros, para quienes el proyecto humano o bien es un capricho cósmico, o bien, un hecho intrascendente y accidental, o bien, un conjunto misterioso de pulsiones instintivas que, de no ser dominadas por la razón -esfuerzo casi imposible-, llevarán fatalmente a la propia autodestrucción.

Ahora bien, en el segundo caso, según el cual una educación de alto compromiso ético y humanístico que aspirara a la construcción de una nación[1], no ha sido nunca preocupación del establecimiento social ni político del país, implicaría una culpa de responsabilidad histórica de quienes han tenido a su cargo la dirección política, económica, social y educativa del país; en últimas, responsabilidad de los dirigentes que durante siglos han estado al frente de un país al que hoy entregan en absoluta postración y descomposición ética, humanística, social, política y económica.

La languidez evidente en que ha caído la espiritualidad colectiva respecto de la responsabilidad de los individuos frente al destino común, permite incluso hablar de una crisis de humanidad, de una crisis espiritual en Colombia. Basta para ello repasar algunos datos sueltos sobre hechos cotidianos, que demuestran que el país ha devenido ya en un estado fallido, y que, por la magnitud de la crisis, las cosas parecieran no tener solución:

Uno se pregunta:

  • ¿Qué tipo de educación[2], como dice la gente, les dieron a Pijarvey y a Megateo, los delincuentes muertos en octubre pasado, para que tuviera las agallas que tuvieron: uno, descuartizar vivas a sus víctimas, cocinar sus partes y comerlas en un festín con sus compinches; el otro, construir hornos crematorios rurales en los que metía vivas a sus víctimas para cremarlas y borrar cualquier rastro que pudiera inculparlo?
  • ¿Qué tipo de educación, como dice la gente, se les ha dado a muchachos que en Buenaventura obedeciendo a jefes mafiosos, capturan a personas a las que pican por pedacitos, vivas, y las echan de alimento a los pescados de los ríos del Chocó? O a quienes en Medellín hacen lo mismo en las llamadas “casas de terror” que -de acuerdo con un informe de Medicina Legal, en octubre de este año- han desmembrado vivas a 25 personas?
  • ¿Y qué tipo de educación, como dice la gente, habían recibido los paramilitares que en la “masacre de El Aro” en 1997, y en la “masacre de Apartadó” en el 2005, jugaban fútbol con las cabezas de las personas, entre ellas niños, a las que habían acabado de degollar, según cuenta la exalcaldesa del municipio, Gloria Cuartas?
  • ¿Qué tipo de educación, como dice la gente, recibieron los que permitieron que -según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)- Colombia tenga la poco honrosa posición de ser el tercer país con mayor desigualdad del mundo, después de Haití y Angola?
  • ¿Qué tipo de educación han recibido miles de individuos pertenecientes a las mafias que dominan el espacio público en Bogotá, cuando un informe de agosto de 2015, de la policía de la ciudad, dice que son quince las mafias que se adueñaron del espacio público en la ciudad? Todo puesto callejero que se ubique frente a una universidad o a la salida de una estación de Transmilenio debe pagar una cuota mensual de dos millones de pesos. En el mes de diciembre, en el sector de San Victorino, un puesto de venta de comida, de medias, de ropa, de juguetes, etc. vale hasta cinco millones de pesos. Quienes piden limosna en el barrio Veinte de Julio los domingos tienen que pagar 50.000 pesos. Si van con un niño que les ayude a pedir deben pagar más y, si son discapacitados, la cuota les sube porque la gente les da más dinero. Todo vendedor ambulante, de tinto, de frutas, de cosas de cacharrería, debe pagarles a las mafias su cuota diaria. También, en las calles los mafiosos administran o cobran por el negocio de estupefacientes, servicios sexuales, hurto, reduccionismo de mercancías, etc. A los que se oponen al pago de la extorsión los expulsan y si insisten simplemente los eliminan.
  • ¿Qué tipo de educación, como dice la gente, recibieron los políticos del país y, en especial, los de la Guajira colombiana, donde al menos 5.000 niños wayúu han muerto de hambre y sed en los últimos cinco años, según el documental del periodista e investigador Gonzalo Guillén? De hambre porque no tienen realmente qué comer y el abandono estatal es absoluto; y de sed porque el río madre de la región fue represado y su agua privatizada para el servicio de la industria agrícola y la explotación de la mina de carbón a cielo abierto más grande del mundo. Según Armando Valbuena, jefe de dicha comunidad, el número de niños muertos por hambre y sed en esa comunidad alcanza los catorce mil, pues son cientos los casos de padres que no registran a sus hijos al nacer y que tampoco denuncian su muerte. Muchos mueren porque viven muy lejos de cualquier poblado y no existen vías de comunicación ni medios de transporte diferentes a los borricos. Carecen además de servicios como electricidad, acueducto, salud y educación. Todo lo anterior a pesar de que en los últimos veinte años ha recibido más de mil millones de dólares en regalías por la explotación del carbón y el gas de El Cerrejón.
  • ¿Qué tipo de educación se ha propuesto como camino histórico y espiritual de un país, a una sociedad como la colombiana, que presenta cifras como las siguientes?: Según el reciente documento titulado Una nación desplazada, de octubre de este año, del Centro Nacional de Memoria Histórica, Colombia cuenta con más de seis millones de desplazados internos, consecuencia de la violencia del Estado o de los diversos grupos armados que históricamente han delinquido en todo el territorio. Además, más de diez millones de colombianos han tenido que emigrar del país a otras naciones para huir del terror interno o para buscar condiciones mínimas de vida que aquí les han sido negadas. Según dicho documento, Colombia es el segundo país del mundo con mayor número de desplazados por la violencia, después de Siria.
  • Si, como lo hemos dicho ya, a manera de idea central de este texto, la educación debe inscribirse necesariamente en el propósito de hacer al individuo responsable frente a la sociedad de su tiempo, ¿cómo podemos excusar a toda la sociedad de siglos y décadas pasadas -incluidos nosotros, por supuesto- de haber sido inferiores al compromiso histórico esperado y haber dejado que el futuro mismo del país se consumiera en un abismo del que parece imposible salir? Qué se hizo o qué se dejó de hacer para que Colombia tenga uno de los peores sistemas de salud del mundo entero y que la mayoría de los recursos de este renglón se los roben grupos muy poderosos, ante la inoperancia o la indiferencia de las entidades de control? El mismo investigador Gonzalo Guillén afirmó que en Colombia las mafias son más poderosas que el Estado. ¿Qué se hizo o se dejó de hacer para que luego de 50 años de conflicto armado, nuestro país alcance, de acuerdo con el informe de la políticamente moderada revista Semana, la vergonzosa cifra de seis millones trescientas mil víctimas sólo entre los años 1985 y 2014, y casi el doble en los cincuenta años de guerra interna, resultado de prácticas delictivas como: desaparición forzada, secuestro, despojo de tierras, homicidios, violaciones y torturas?

En este mismo momento se están asaltando tiendas y personas en las calles o en las busetas; hay gente que ahora mismo, está trabajando febrilmente en la trata de blancas, en el contrabando, en el narcotráfico; hay cientos de personas y muchas empresas transnacionales o piratas que a esta hora están destruyendo bosques, páramos, ríos, lagunas como resultado de la explotación minera inmisericorde e irresponsable. Seguro que alguien está violando a una mujer o a un niño y otros intentando sobornar a jueces, magistrados, policías, etc. para lograr algún favor en sus causas. Para no alargar la serie, digamos que, es caso común en los paraderos de mayor congestión en Transmilenio, en las llamadas horas pico, ver atarvanes a quienes, sin importarles que haya señoras embarazadas, ancianos, niños, personas en sillas de ruedas, por tomar los puestos, se abalanzan, sin miramiento alguno, por encima de los demás; una vez acomodados, ríen y se jactan de su viveza.

¿Si, como afirmó el llamado maestro Echandía hace ya tantos años, desesperado al ver lo que ocurría en su época, que éste es un país de cafres, qué se ha hecho para que deje de serlo? Parece que absolutamente nada porque la educación en Colombia, ha sido entendida por los tecnócratas que la diseñan y por los polítiqueros que la manejan, meramente como instrucción instrumental; no se educa para la nación; se instruye para las multinacionales. Y así se sigue entendiendo hoy la educación: como mero proceso para “fabricar obreros y operarios”; no como proceso para que los individuos se piensen en el marco existencial de sus circunstancias históricas, culturales, individuales y contribuyan a la construcción de una sociedad mejor. Si se educara para asumir la responsabilidad de contribuir a la formación de una sociedad mejor, otro sería el país que se tendría. Como nota curiosa, a esos procesos meramente instructivos, que aquí lamentamos, es a lo que pomposamente las autoridades designan como Colombia el país más educado.

Después de esto uno se pregunta: ¿Qué es lo que llamamos educación? ¿Qué hemos entendido por ello? ¿Qué ha pasado con la educación en un país como éste en que ocurren cosas tan terribles y muchas, muchísimas más de las que se han citado? En fin, uno se pregunta ¿por qué la vida se ha vuelto tan dolorosa para la mayoría en este país? Por nuestra parte, para persistir, casi con terquedad, en la fe que profesamos, consideramos que es en la educación donde debe buscarse la respuesta. No podría haber otra explicación: el hombre y la sociedad son lo que la educación ha hecho de ellos.

Para tratar de responder a estos últimos interrogantes, otra de nuestras hipótesis es que el estado de postración histórico de nuestra sociedad, acrecentado en los últimos años en forma escandalosa, se debe básicamente a dos factores:

  1. a) Se carece hoy de una conciencia histórica

Ni la educación tradicional pública -y menos la privada- se han propuesto, en las últimas décadas, y como factor esencial de sus procesos formativos, familiarizar y sensibilizar a los jóvenes y niños con el devenir histórico de su país y sus culturas. El conocimiento del pasado, como fundamento obligatorio de cualquier construcción social, política, económica, estética, etc. de una sociedad que planifique y determine su propio destino, no es preocupación sino de unos pocos en este país. Es lamentable la ausencia de una memoria histórica que oriente, como camino, como método, la existencia de la comunidad colombiana y de los ciudadanos en general. Quien no lleva consigo la herencia espiritual de su pasado colectivo, carece de cualquier motivación para amar, para defender, para optar por ciertas prácticas vitales que llenen de sentido su existencia individual y la colectiva.

Lo más preocupante es constatar que, a pesar de las evidencias del desastre, no se hace ningún esfuerzo heroico que produzca en los jóvenes y en las personas en general, un impulso vital por comprender y sentir que la propia memoria  histórica es el fundamento regulador de toda acción presente y futura. Cuando se habla de la memoria histórica se está haciendo referencia a la espiritualidad de la cultura, una espiritualidad esencial que debe conservarse pues es herencia de un acumulado de siglos en que se han depurado los valores, las costumbres, las creencias, los vínculos de las comunidades. Debe entenderse que las culturas no pueden ser idénticas; que son fuerzas que se entrelazan, y chocan inclusive, en el escenario de unas relaciones dialécticas que acontecen en el devenir de la misma cotidianidad; así, debe entenderse también, que la imitación ingenua de lo ajeno, además de quedarse en una burda parodia que desfigura lo propio, no enriquece sino que entorpece dicha espiritualidad colectiva.

Comprender y sentir que la memoria histórica es el fundamento de todo existir auténtico, lleva necesariamente a un sentimiento especial de cuidado de la cultura que es, en últimas, cuidado de sí; un cuidado de lo propio, que se objetiviza en las prácticas colectivas, en las leyendas, en los mitos, en las tonadas, en los valores orientadores de la comunidad, en las creencias, en el registro de los acontecimientos primordiales y trascendentales, en la poesía y la literatura, en los oficios, etc. Este cuidado de sí, como cuidado de lo propio de la cultura, como lo devenido y constituido en siglos de intersubjetividades que han compartido el mundo de la vida, es, en efecto, el alma verdadera de una comunidad; es el lugar originario de sí, es lo que sostiene y puede sostener a un pueblo frente a las adversidades, a los retos y a los desafíos del destino. Es el capital espiritual que no puede feriarse alegremente en los estrados de la imitación servil de lo ajeno. Cada cultura, para serlo de verdad, debe llevar en sí esta memoria de su propia anterioridad, esta huella de sus propias praxis históricas, este carácter, que se expresa como un afecto respetuoso y noble hacia los más altos valores inspirados en el devenir cultural.

Ahora bien, hay que afirmar también que hacer trascendente la propia historia, que sentir lo propio como lo auténtico de sí, como la fuente originaria de la espiritualidad,  no garantiza necesariamente a los pueblos marchar por un camino seguro, hacia una supuesta perfección. La existencia siempre será una aventura incierta, pero el principio fundante determina que el desconocimiento, la indiferencia o el desprecio de este acumulado espiritual equivale a precipitarse en el abismo del no ser. En síntesis, tanto las personas como los pueblos que olvidan o dejan de lado el cuidado de sí, asumido o sentido como fundamento de su propio existir, están condenados a no ser nada ni representar nada en el concierto histórico de la humanidad.

Si bien el conocimiento mínimamente claro del pasado nos lleva a entender la relatividad de las cosas, la fragilidad misma de las creencias, la precariedad de las organizaciones, la provisionalidad de las ideas, lo mismo que las irregularidades e inesperados recovecos de los procesos sociales, también es cierto que la memoria del pasado por irregular o quebradiza que sea, lleva consigo una forma de espiritualidad en sus creaciones, realizaciones, creencias, costumbres y prácticas, y que son estos los elementos esenciales a la hora de definir el camino a seguir en las variantes circunstancias de la cotidianidad. En este sentido, es bueno atender el consejo de don Simón Rodríguez, de que “inventamos o erramos” para indicar que más vale mirar el propio pasado para desde su conocimiento determinar los pasos a dar en el presente y en el futuro, que copiar alegremente lo que en otras partes pudo dar resultado pero que proviniendo de una historia, de una cultura y de unas circunstancias diferentes no pueden  ser asumidos irreflexivamente por otra sociedad. Construir la historia del mundo entre todos los pueblos de la Tierra implicaría el resguardo de lo propio a la vez que una adecuada articulación y asimilación de lo otro, en la medida en que eso otro pudiera contribuir al logro menos complicado de metas necesarias o propuestas como vitales en la estela del camino histórico propio.

Pero: ¿qué se quiere indicar cuando se habla de resguardar y resguardarse en la memoria histórica como cuidado de sí? De hecho que no se está, en ningún momento, haciendo referencia a un saber mecánico, a una erudición sofisticada de los hechos que han sido más notorios en el transcurrir histórico de las comunidades. De poco o nada sirve saber la historia de las guerras de liberación, ni las leyendas o mitos que circundan con su aureola la cabeza de los héroes, ni los nombres de lugares, y fechas en que ocurrieron sucesos importantes, ni los millones de datos que componen el repertorio de hechos denotativa y detalladamente contados y descritos en los catálogos de los historiadores.

Para el profesor Germán Vargas Guillén, en el texto titulado Pensar sobre nosotros mismos, la realidad no son sólo hechos o sólo datos. Al contrario, son formas de significación complejas, y la memoria histórica, en lugar de reducirse al repertorio de hechos o de datos, se estructura más bien como sentido de tales datos o hechos; son sentidos dados a la conciencia de los sujetos en el marco de sus propias singularidades subjetivas: Escribe el profesor Vargas Guillén:

No solo atendemos a la realidad como algo que hay, sino como algo que significa. En este caso significa quiere decir: presuponer el efectivo darse del dato, pero un darse con sentido para quien lo experimenta, en relación con cualquiera de sus experiencias anteriores o futuras. Significa quiere decir experimentar los datos dentro de la temporalidad de la conciencia, de un antes y de un todavía no. Lo que nos significa no es el dato por ser un “darse objetivo” sino porque frente a ello podemos decir sobre el interés que puede tener para nosotros, por el placer o el disgusto que nos reporta… (pág. 166)

Quedarse pues en los hechos, es reducir la historia espiritual de los pueblos a un simple cascarón vacío. La historia se compone más de acontecimientos que de hechos, aunque, desde luego, el hecho, para dar su fruto esencial, se debe tornar acontecimiento. Cuando el profesor Germán Vargas escribe “darse con sentido” quiere expresar exactamente que el dato o el hecho dejan de ser meros tales y se constituyen en acontecimientos para la conciencia. Nosotros entendemos por acontecimiento la huella espiritual, la impronta síquica, si se quiere, que queda asentada, interiorizada como elemento esencial de la experiencia y que trasciende hacia el carácter y la conducta real de los sujetos; a esto equivale la temporalidad de la conciencia; y es en esta dimensión que se juega el sentido de la realidad.  Los acontecimientos, pues, constituyen la verdadera memoria del ser, en tanto sus efectos se aprecian en los individuos: en sus acciones, en sus ideas, en sus querencias, en sus juegos, en sus creaciones, en sus comportamientos, como formas visibles o expresiones objetivadas de una dimensión profunda y densa de ese orden o estructura inconsciente y subjetiva que constituye el ser. Este universo espiritual, esta alma, es la que de acuerdo con Heidegger, con Jung y otros más, se expresa, se desoculta y se pone en evidencia en el arte, en la poesía, en la cultura colectiva y en el discurrir cotidiano de los individuos.

Veamos un breve ejemplo que permite distinguir meros datos o hechos, de acontecimientos: Hablar de las guerras de nuestro pasado histórico y quedarse eruditamente en los sucesos -una historia como repertorio de datos o de hechos- equivale a adoptar una indiferencia cómplice con la violencia y con quienes la han ejercido a nombre de la objetividad de la historia. La historia nunca ha sido ni podrá ser objetiva.  La historia no puede reducirse grotescamente a los datos en su formalidad, pues ella debe trascender los hechos objetivos y contemplarlos en el marco de las circunstancias históricas, políticas, económicas, geopolíticas específicas del momento. La historia no hace referencia a los hechos para quedarse ahí; la historia trata con acontecimientos; es decir, hace trascendente el hecho. En nuestro ejemplo y caso, la historia debe preocuparse por resaltar la inhumanidad de las guerras; proyectar en la conciencia de las generaciones posteriores los sentimientos de dolor, de impotencia ante la injusticia, la indefensión y el abuso; tratar de que cada sujeto histórico tome  conciencia de la inconveniencia de la guerra para que no se repita; provocar en el otro la comprensión del sufrimiento ajeno para que se eviten repetir los hechos violentos y se construya una solidaridad efectiva hacia quienes han padecido los horrores, los desplazamientos, los despojos y las humillaciones que la violencia trae consigo. En esto consiste el sentido del acontecimiento: en transpolar el hecho a vivencia misma de los sujetos. Cuando en este ejercicio se hace referencia a una memoria histórica se está afirmando que ella está constituida por acontecimientos y no por hechos o datos al margen de la subjetividad de los individuos. Así, educar o formar para la memoria histórica, equivale a poner en operación los dispositivos sociales fundamentales: la familia, la escuela, las instituciones, los medios de comunicación, etc. en la constitución de una conciencia de vida más que en la atención meramente denotativa a los hechos.

Pues bien, dicha memoria histórica, dicho espíritu auténtico del pasado -que es el que posibilita el verdadero cuidado del alma de la cultura- es algo extraño para la mayoría de jóvenes de hoy, no por incapacidad propia sino por irresponsabilidad de una sociedad preocupada más bien en contagiar a los muchachos con las vertiginosas y cambiantes propuestas del consumismo enajenante y hedonista que suspende la conciencia de todos y congela cualquier noble reacción que pudiera ensayarse. Las formas análogas de reacción actual entre las distintas generaciones, enajenadas para el consumo desaforado y para la desmedida ambición del lujo, permiten conjeturar la dilución de las estructuras auténticas del alma histórica y su reemplazo por engañosas concepciones de mundo, resultado de actos reflejos bien calibrados a través de los diversos dispositivos con que cuenta el sistema dominante. Los muchachos, en general, no saben ni entienden lo que pasa ahora mismo en el país; son incapaces de articular los acontecimientos de orden político, económico, social, estético con lo que ha ocurrido en el pasado inmediato o distante, o con lo que ha ocurrido y ocurre en otras partes del mundo, para lograr entender las correlaciones y correferencialidades entre  ellos. El llamado proceso de paz, por ejemplo, no está conectado con su vida simplemente porque la mayoría no sabe nada de la violencia de doscientos años atrás: No les caben en la cabeza ni les preocupan asuntos como la Guerra de los Mil Días, la masacre de las bananeras, los crímenes de Sucre, de Jorge Eliécer Gaitán, de Pardo Leal, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro, entre otros. No les importa la miseria ajena y se centran en la búsqueda de su bienestar egoísta. Se jactan de trabajar para multinacionales  -y lo manifiestan orgullosamente- sin chistar nada por la destrucción que esas mismas empresas causan en los ríos, en los páramos y bosques del país; y mucho más callan cuando saben que esas mismas empresas (Drumond, Chiquita Brand, Colombian Gold Mines, y otras) pagan a grupos de asesinos para que maten campesinos renuentes a entregar sus tierras o a sindicalistas que intenten defender lo público.

Las llamadas telenovelas -eufemismo tramposo para disfrazar la apología de lo mafioso, en que se recrea, en los sórdidos laboratorios de los canales privados de la televisión, la vida de abyectos delincuentes, exaltándolos casi con delirio en ocasiones-, tienen una audiencia de proporciones jupiterinas frente a los cuatro desadaptados que siguen un programa de memoria histórica en alguno de los canales públicos.

Finalmente, la mayoría de personas no se siente identificada con nada de lo que artistas y creadores han hecho como obras importantes para tratar de recuperar esa alma nacional, ese espíritu refundido de lo que somos y que, paradójicamente, está en algún lugar y puede recuperarse si hay una voluntad política y una fuerza general que lo promueva. Nuestras músicas, nuestras tradiciones familiares o locales, nuestras danzas, nuestra poesía, nuestra literatura, nuestro folclor, nuestro arte, son totalmente desconocidos o son vistos como cosas anticuadas y sin valor. Hay teóricos que, desde sus elucubraciones retóricas, justifican este olvido de sí, esta pérdida de la memoria que es pérdida del ser, acudiendo a teorías que esconden el verdadero problema por la incapacidad misma de asumirlo con responsabilidad.

  1. b) Un deseo auténtico hacia la libertad.

No vamos a hacer una descripción exhaustiva del deseo. Ya sabemos, por tantos hombres de ciencia que han pensado tal asunto, que el deseo es una fuerza decisiva de la condición humana; una fuerza que, cuando es incontrolada, puede precipitar a los individuos en el desastre pero que, a la vez, si se regula a través de una conciencia clara de la realidad, puede constituirse en una fuerza descomunal y liberadora del hombre y de la cultura. Como el deseo es fuerza constituyente e inevitable del ser, los poderes en la sociedad actual, conscientes de ello, a través de sus dispositivos, ejercen una presión permanente, mediante estímulos bien calibrados, para inclinar esa fuerza hacia el logro de sus fines particulares. Las fuerzas políticas y económicas dominantes, por este medio de manipulación de la dimensión desiderativa, conducen necesaria e inevitablemente a la esclavitud, entendiendo por ésta el desvío histórico y la pérdida de la memoria como vocación espiritual, arraigada en lo profundo del pasado histórico colectivo. Se esclaviza al hombre haciéndole perder su memoria, sustrayéndolo a la conciencia de su devenir histórico existencial. Un esclavo es aquel que no se siente ligado a ningún referente vital inscrito en su conciencia; es un individuo sin memoria espiritual; no puede ni sabe defender nada; carece de fuerza vital para comprometerse y ser responsable socialmente..

Pues bien, pareciera que en nuestra sociedad colombiana, no hay un deseo, un impulso vital hacia la libertad. Pareciera que se ha perdido todo contacto con la Tierra como portadora del sentido orientador del hombre y de la sociedad en el mundo. Perder el contacto con la Tierra es caer en el olvido de sí, quedar sin memoria de ser: esto equivale a quedar preso de cualquier ilusionismo que se impulse sobre los escenarios sociales. No parece ser posible resistencia alguna, porque toda resistencia se ejerce sólo desde la posesión de una memoria histórica. Sin memoria no hay nada que defender. Los pueblos originarios al menos, a pesar de una inferioridad infinita ante la fuerza bruta, opusieron, no obstante, una resistencia heroica a las fuerzas que propendían por su destrucción: citemos unos pocos casos:

Anacaona, india de raza cautiva. Anacaona de la región primitiva, Anacaona oí tu voz. Cómo lloró y cuánto gimió. Anacaona, oí la voz de tu angustiado corazón. Letra y música de Cheo Feliciano, canto sentido a la india taína cuyo nombre significa Flor de Oro, que luchó hasta su muerte por impedir que los invasores hollaran el territorio de su patria, por impedir que se pisoteara la Tierra en la que su pueblo había construido su alma durante cientos de años en el territorio actual de República Dominicana.

Hatuey, cacique de la isla de Quisqueya, llamado el Primer rebelde de América; aquel que quiso que lo propio perdurara porque un pueblo sin alma no existe. Condenado a la hoguera por el conquistador Diego de Velásquez,  preguntó al cura que intentaba darle los consuelos que no estaba pidiendo, que si los españoles también iban al cielo. Cuando recibió la respuesta afirmativa, rechazó los rezos cristianos afirmando: No quiero yo ir allá, sino al infierno, por no estar donde estén y por no ver tan cruel gente.

Guaicaipuro, el  líder heroico de la resistencia indígena venezolana, quien luego de luchas desiguales, viéndose acorralado por la turba española que lo asediaba, para no entregarse, prendió fuego a la choza en que se encontraba porque prefería morir libre que preso de los invasores. Ahora, hace pocos días, acaba de ser rescatado como simiente de la nacionalidad; su estatua se erigió el 12 de octubre de este año en la principal avenida de Caracas, en reemplazo de la de Cristóbal Colón, que por siglos existió allí y que fue derrumbada y llevada a los sótanos fríos de la historia. Esto causó, por supuesto, el escándalo de la derecha, a la que ni un poquito le conviene que se respete la memoria histórica.

Guaitipán, o más conocida como la Gaitana, la cacica de Timaná, en lo que hoy es el Huila; luchó titánicamente contra los españoles, en venganza por el asesinato de su hijo por parte del español Pedro de Añazco. Los ecos heroicos de la resistencia de su pueblo, llegarían hasta hoy si la realidad no estuviera tan ensordecida por la propaganda.

En fin, sin extendernos tanto en estas singularidades históricas, lo que debe resaltarse es el contraste entre quienes descubrían el valor de su existencia en una conciencia afincada en las raíces del tiempo, en su ascender desde las oscuridades milenarias a las vivencias de su presente, y quienes hoy, avasallados por la demagogia de todos los tipos, se debaten en las inmediateces de un orden social vertiginoso en el que nada permanece o en el que nada deja espacios para ser pensado en una perspectiva existencial que pudiera confrontarse inteligiblemente. El mundo enajenado de hoy evita la confrontación de sus sentidos con los sentidos del pasado cultural porque simplemente no resiste el análisis; quien tenga la potencia para este tipo de confrontación existencial en la lucha por el sentido de sí y de su colectividad en el mundo, pronto descubrirá que este mundo inmediatista en que se debate la sociedad actual desfigura a los individuos, los distrae de su vocación y su responsabilidad históricas y de sus compromisos ontológicos; es un mundo sin ser, caído, en efecto, en el vacío de sí.

Paradójicamente a lo que puede pensarse siguiendo el sentido común, cuando el título de este apartado hace alusión a la libertad, está negando precisamente esa proclividad sin aliento de las sociedades decadentes a ir instintiva o ingenuamente por donde el simple impulso las arrebate. Proclamamos la libertad como el logro superior de un esfuerzo de la razón, una razón capaz de contrapesar la corriente que viene del lejano pasado espiritual de la comunidad, con el fluir del presente, en una síntesis enriquecedora  de la que resulten las articulaciones intersubjetivas e interculturales a través de las cuales cada cultura se fortalece con lo otro, evitando así su propio desaparecimiento. En esta medida, ser libre debe asumirse como la aceptación vital de un compromiso con las voces del pasado, con el presente y con el futuro del alma cultural; ser libre implica seguir el camino espiritual trazado desde siglos, como una estela arquetípica colectiva, por todas las generaciones anteriores que han sembrado en los campos de la cultura; es decir, que han hecho sus aportes a la constitución de un alma histórica que no puede desvanecerse ante los embates que encuentra en su camino.

Así pues, los dos apartados anteriores: el de la conciencia histórica como necesidad esencial de la cultura y el deseo auténtico de libertad, en lugar de contraponerse, se correlacionan y son inseparables e interdependientes. Podría decirse que sólo es libre el hombre para enriquecer la cultura y que ésta debe ser el telos de toda comunidad pues es en la cultura donde se encuentran tanto la fuente legítima de todo existir como las estructuras que orientan el camino histórico de una sociedad.

  1. Algunas posibilidades

Para enfrentar los problemas enunciados en el segundo apartado y propender a la vez por una educación que lleve y facilite el ejercicio de la responsabilidad,  una responsabilidad social e histórica, como enunciábamos en el primero de los apartados de este escrito, una responsabilidad ética en el sentido más legítimo y auténtico, orientada, como se decía, hacia una actividad creadora y protectora de la cultura misma y de la vida, no debemos, en concordancia con lo hasta ahora expuesto, aplicar o ensayar fórmulas “mágicas” por fuera de nuestra propia realidad y de nuestras propias expectativas históricas.

En primer lugar, no podemos trasladar ingenua o crédulamente a nuestra sociedad, estrategias o medidas, planes o diseños que supuestamente han dado resultado en Finlandia, en Estados Unidos, en Francia o, inclusive, en España. Paul Ricoeur, al analizar las relaciones entre discurso jurídico y acción social, considera que no se pueden aplicar leyes generales a casos particulares. Por el contrario, piensa Ricoeur, todo asunto jurídico como social debe elaborar cada vez decisiones con referencia única. (Ricoeur, P. 2010. Pág. 189) La única opción que tenemos es, en realidad, nuestra propia historia: sólo acudiendo a nuestra memoria histórica -como se decía arriba- podremos determinar el país que queremos o que necesitamos. Únicamente buscando en las profundidades de las estructuras espirituales que parecieran haberse extraviado, pero que residen en el fondo de la subjetividad de los individuos y que pueden rescatarse y aglutinarse en torno a un proyecto social, a un proyecto de nación, nuestra sociedad podrá avanzar en una dirección en la que se cumplan los sueños de una propuesta educativa humanística que lleve a la construcción de una nación grande y justa, en que sea real poder convivir con otros, respetando sus razones y sus creencias, evitando cualquier forma de violencia, honrando el valor más alto que es la vida, aceptando y defendiendo las diferencias y vinculándose afectivamente con los demás, para ayudarse solidariamente.

Buscar en lo propio, en nuestra esencia espiritual aquello que puede rescatarnos como nación, guarda, en efecto, una perfecta sintonía con las ideas de los padres fundadores, de los padres del pensamiento latinoamericano y de algunos autores contemporáneos; se justifica que, en tan importante cuestión, salgamos de nuestro propio nicho de reflexiones y tomemos algunas consideraciones generales de tales autores:

-Bolívar afirmaba que la misión de América Latina era de orden supranacional. La Carta de Jamaica, de la que el pasado septiembre se cumplieron 200 años de su escritura, es un llamado a una lucha heroica por la unidad no meramente formal sino esencial de todas las sociedades latinoamericanas. Para Bolívar, América Latina equivalía a una formación abstracta de orden histórico y espiritual. No era, según su pensar, una mera  determinación geográfica: era un alma construida desde los misteriosos y míticos orígenes perdidos en la noche de los tiempos; desde los pueblos precolombinos, sus infinitos mitos, sus lenguas, sus rituales, creencias y costumbres hasta los también infinitos componentes de tantos pueblos como han llegado a estas tierras (todo un acumulado infinito de la memoria). Así, América Latina es dueña de un alma que se ha venido constituyendo  en el marco de su propia cotidianidad histórica; es una especie de mundo extraño o encantado, henchido de leyendas, sentimientos, lenguajes, formas de significar y de asumir la vida, subjetividades que comparten la existencia, tiempos inconmensurablemente distantes  que se juntan y que confluyen en el milagro de su realidad y en las realidades milagrosas del arte y la cultura. Para Bolívar América Latina era una especie de totalidad espiritual -imposible como idea fáctica pero soñada como ideal- que incorporaba y articulaba en un solo haz todos los ángulos y horizontes infinitos con que se han tejido todos y cada uno de los pliegues de su existencia. En la Carta de Jamaica se ve una América Latina dueña de un sentido de sí misma y de unos anhelos teleológicos de unidad que subyacen a todo lo exterior que puede ser diferente, pero que no son más que variaciones de una misma melodía. La unidad bolivariana debe proyectarse desde lo auténticamente propio.

Esa especie de unidad espiritual sigue latente a pesar de las escisiones aparentes, a pesar de los conflictos, a pesar de las particularidades. Existe un sentir que aglutina, una hermandad de sangre en torno a unos valores y a unos ideales de orden histórico.  Para Bolívar, esta América Latina es dueña de una historia no escrita artificiosa o engañosamente con mera tinta en los manuales de enseñanza o en los periódicos. Es dueña de una historia escrita con la sangre de estos pueblos en sus luchas comunes, en sus sentimientos compartidos, en su historia, fundada en vivencias análogas; en fin, en una historia existencial que constituye, en sí, esa espiritualidad compartida.

En otro de los famosos textos de Bolívar, en su Discurso de Angostura, el libertador advierte:

Uncido el pueblo americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio, no hemos podido adquirir ni saber, ni poder, ni virtud. Discípulos de tan perniciosos maestros, las lecciones que hemos recibido y los ejemplos que hemos estudiado, son los más destructores. Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza; y por el vicio se nos ha degradado más bien que por la superstición. La esclavitud es la hija de las tinieblas; un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción; la ambición, la intriga, abusan de la credulidad y de la inexperiencia de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil; adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia… Un pueblo pervertido si alcanza su libertad, muy pronto vuelve a perderla; porque en vano se esforzarán en mostrarle que la felicidad consiste en la práctica de la virtud. (Bolívar. 2011. Pág. 4).

El engaño viene, de hecho, de haber sido ingenuos frente a lo externo; porque, en efecto, acatar, imitar, obedecer es caer en una forma de esclavitud, dado que los modelos impuestos o importados responden bien a los intereses de otros pero no a la verdadera vocación y necesidad históricas de estas sociedades; por ello, son perniciosos y destructores y hasta hoy prácticamente lo han sido.

Las sociedades latinoamericanas son como un haz de pliegues diversos que se juntan y conviven en sus diferencias, es a lo que se ha dado en llamar mestizaje. Para Bolívar, como para Martí, y para muchos más, la espiritualidad de América Latina se expresa exactísimamente como mestizaje, que equivale no a un concepto racial simplista, sino a una forma de ser que se fundamenta en unas matrices de orden subjetivo que surgen de las raíces mismas de la experiencia y la historia compartidas, del acontecer histórico común. Trayendo esa tesis a lo específico de nuestro país, debe afirmarse, sin duda, que Colombia es mestiza; es decir, dueña de un orden multicultural constituido en siglos de historias diversas que han compartido un territorio pero que, lamentablemente, no han podido urdir un tejido unitario en el que cada hilo, cada punto, siendo único, no obstante, sea parte vital para la existencia del conjunto. En otras palabras, la diversidad de ideas, de tradiciones, de costumbres, de intereses, etc. no han podido encontrarse en la esfera de un diálogo enriquecedor que permita superar la crisis histórica de la discriminación. En la realidad colombiana, la constante son las diversas formas de “existencialidad” que chocan y se tensionan hasta el punto de no conceder ningún reconocimiento a lo diferente. El centralismo oligárquico estatal, las aristocracias terratenientistas y las empresas nacionales o transnacionales con sus lógicas (sus cosmovisiones)  y sus intereses prácticos, de un lado; y de otro, los pueblos indígenas y los pueblos afrodescendientes con otras cosmovisiones mucho más complejas y hasta mágicas, las clases campesinas, obreras y el pueblo en general, nunca han podido construir una estructura social en que se haga factible el reconocimiento del otro como parte vital de la nacionalidad. Así, en esas tensiones, el destino legítimo del país se ha extraviado, se ha empobrecido humanamente la sociedad y se han desperdiciado los mejores talentos de hombres y mujeres que hubieran podido elevar el alma nacional a un alto grado civilizatorio.

Esta América Mestiza, entendida como forma de espiritualidad compartida, de Bolívar y Martí, se corresponde con el mismo sueño de José de San Martín y del Che Guevara; con la idea llevada a La expresión americana por Lezama Lima; con La Raza Cósmica, de José de Vasconcelos; con el Inventamos o erramos de Simón Rodríguez; con América como autodescubrimiento de Leopoldo Zea; con el Ariel de José Enrique Rodó; con la obra Latinoamérica: las ciudades y las ideas, de José Luis Romero, y un largo etcétera que lo sustenta.

Nuestros destinos están ligados ante los mismos enemigos internos y externos, ante iguales contingencias. Víctimas podemos ser de un mismo adversario. De ahí que la historia de nuestra América Latina haya de ser estudiada como una gran unidad, como la de un conjunto de células inseparables unas de otras, para acabar de entender realmente lo que somos, quiénes somos, y qué papel es el que habremos de desempeñar en la realidad que nos circunda y da sentido a nuestros destinos. (Carpentier, Alejo; 1981: p. 87).

-Horacio Cerutti, el filósofo argentino, en su obra De varia Utópica, hablando de la necesaria unidad de América Latina afirma:

La utopía bolivariana de la unidad continental sigue siendo una tarea y un sueño de vigilia vigilante para los latinoamericanos. Si “latinidad” algo significa para nosotros, es en este contexto muy especial de la lucha por nuestra propia afirmación política y cultural.(Cerutti. 1989. Pág.168).

Para Cerutti, lo utópico no es un equivalente a una quimera enfermiza o antojadiza que se instala en la cultura o en la conciencia de los individuos a manera de un embeleco insustancial; utopía es para este autor una fuerza imaginativa y creadora que permite visualizar un proyecto histórico deseable y posible frente a los problemas cruciales de un continente como son: la miseria, la opresión, el totalitarismo mesiánico, la injusticia, todo lo extraño que se ha impuesto en el continente para acallar esas fuerzas profundas e invencibles que claman por una idea de mundo  mejor para todos; eso es una utopía, un proyecto histórico que requerirá todo el supremo esfuerzo de hombres y mujeres por enfrentar su propio destino y cumplir sus ideales sin las tutelas externas; en fin, las luchas utópicas e incansables por una idea de la existencia mucho más elevada, en un continente que nació a la luz de infinitos procesos y que sigue surgiendo en sus sueños; un continente aun indefinible, aun incomprendido, aun por formar.

De otro lado, para José de Vasconcelos, por ejemplo, hay un destino trascendental para América Latina; así como los norteamericanos se inventaron aquello de que ellos son providenciales y que su destino manifiesto es guiar al mundo, América Latina, posee, ésta sí, la fuerza necesaria para mejorar el mundo; esta fuerza se hace manifiesta en sus recursos naturales, en su infinita diversidad cultural, en sus manifestaciones estéticas, en la belleza de sus territorios. Escribe Vasconcelos:

El camino que hemos iniciado nosotros casi no se explicaría si no se fundase en una suerte de clamor que llega de una lejanía remota, que no es la del pasado, sino la misteriosa lejanía de donde vienen los presagios del porvenir (pág. 22). Nosotros nos hemos educado -dice- bajo la influencia humillante de una filosofía ideada por nuestros enemigos, si se quiere, de una manera sincera; pero con el propósito de exaltar sus propios fines y anular los nuestros. De esta suerte, nosotros mismos hemos llegado a creer en la inferioridad del mestizo, en la irredención del indio, en la condenación del negro, en la decadencia irreparable del oriental. Comencemos entonces -continúa, y nos parece que Simón Rodríguez aplaude a través del tiempo- haciendo vida propia y ciencia propia. Si no se liberta primero el espíritu, jamás lograremos redimir la materia. (Vasconcelos. 1986. Pág. 33)

-Más cercano a nuestra época, Paulo Freire en Pedagogía de la Autonomía, considera que la educación implica el respeto a las diferencias y que cuando se habla de unidad no se está haciendo alusión a formas externas, a apariencias formales sino a estructuras profundas compartidas y constituidas históricamente; para Freire, son estas estructuras o principios, como él los llama, los que orientan la existencia de los pueblos. Educarse es reflexionar desde sí y desde los propios contextos: esto equivale a que el individuo se piense en las circunstancias históricas de su presente siendo dueño también del espíritu del pasado histórico; a esto es a lo que él llama curiosidad epistemológica; jóvenes y niños que piensan y crean posibilidades de conocimiento desde sus propias historias y circunstancias, en lugar de reducirse a ser repetidores de ciencia hecha o de datos elaborados desde perspectivas de otro orden o desde una racionalidad excluyente que él denomina educación bancaria.

Pensarse implica en Freire dialogar, más que polemizar por teorías que se excluyen; dialogar es ver puntos de encuentro o de afinidad. Y educar no es transferir, depositar información, sino generar espacios para la autorreflexión, para la creación de posibilidades de comprensión del papel de cada uno y de su sociedad en el mundo. La construcción del conocimiento, para el autor brasileño, marca la asunción del sujeto y no su adiestramiento pragmático o su concordancia con élites que se creen dueñas de la verdad y del saber articulado. Es el paso de la curiosidad natural a la reflexión, o sea a la curiosidad epistemológica como él la denomina (la curiosidad para Freire es ya una forma de conocimiento). La curiosidad epistemológica, o más sencillo, la reflexión, es la fuerza que facilita la construcción de formas adecuadas, contextualizadas, inscritas en las propias realidades para explicarse, para entenderse, para hacer verdadera sociedad.

-Otro de esos autores latinoamericanos, de esos que han entendido el espíritu sustancial que constituye el ser latinoamericano, el filósofo y profesor brasileño Darcy Ribeiro, fundador de la Universidad de Brasilia, fue un divulgador de la idea de la unidad latinoamericana entendida como una y a la vez diversa. Pensaba que eran más los puntos de convergencia los que unían, que los que separaban a las comunidades latinoamericanas; decía que América Latina, unida, lo sería todo, y que separada, no sería nunca nada. Las intrigas que los imperios han creado históricamente para mantener separados a estos pueblos, inventándose guerras, fingiendo amistades, instigando subrepticiamente las rivalidades, todo ello, según sus palabras, son estrategias utilizadas por quienes se han dado cuenta de que la unidad de estos países amenazaría su propia dominación imperial. Para Ribeiro, la unidad es el camino y encontrar dicho camino significa que América Latina debe comprender su historia desde una perspectiva común y propia para poder así construir, desde lo originario, su verdadero destino histórico.

En una de sus obras: La universidad nueva: un proyecto, escribe:

El atraso de América Latina no es natural ni necesario, sino que existe y persiste porque hemos sido conniventes con sus factores causales Nada quedó de las viejas explicaciones que atribuían nuestro atraso al clima tropical, a las “razas enfermas”, al origen ibérico o al carácter católico-salvacionista del conquistador. Tampoco se mantienen de pie las explicaciones causales que lo atribuían a la explotación colonial y clasista, porque en otras latitudes muchos pueblos enfrentaron esas mismas contingencias y, no obstante, lograron desempeños mejores. En consecuencia, no hay cómo descartar la conclusión de que las causas están en nosotros mismos, no en carencias naturales, innatas o históricas, de las que no seríamos responsables, sino en connivencias que son nuestras culpas. (Ribeiro. 2006. Pág. 7 – 8).

Nuestra culpa reside indudablemente en haber atendido por tanto tiempo y con tanta atención las recomendaciones, las opiniones, los análisis, las directrices y hasta las intrigas de sociedades externas, que buscan, por supuesto, que se satisfagan sus propios intereses, casi nunca confesados, pero que se revelan al analizarlos en la estela de la historia. Ribeiro invoca lo propio y la unidad como único camino de redención histórica; para ser, debemos buscarnos en lo propio.

Finalmente, creemos pertinente adjuntar algunas consideraciones del sociólogo Boaventura de Souza cuyas obras e ideas respecto de la historia y la realidad latinoamericanas, han ayudado a impulsar los esfuerzos por sumergirse en lo propio como instancia de resistencia a las políticas y las prácticas neocoloniales que están en boga en el continente.

Al referirse al pasado de luchas de América Latina, De Sousa encuentra dos perspectivas: las de quienes tradicionalmente han visto la lucha de clases, como un enfrentamiento constante entre poseedores y desposeídos, entre ricos y pobres, y la explican desde tesis marxistas o, actualmente, Habermasianas. En el otro lado, De Sousa considera la que para él es la lucha esencial: una lucha étnico-racial. Afirma que esta última expresión es dueña de un aparato crítico que no reduce el colonialismo aún existente a una mera política de Estado, reforzada constantemente por las clases dominantes a través de sus dispositivos mediáticos y sociales. Para De Sousa, el colonialismo es en realidad una “gramática social muy vasta que atraviesa la  sociabilidad, el espacio público y el espacio privado, la cultura, las mentalidades y las subjetividades. Es, en resumen, un modo de vivir y convivir muchas veces compartido por quienes se benefician de él y por quienes lo sufren. (pág. 17)

Desde esta consideración, la lucha necesaria se debe expresar esencialmente en la lucha por el reconocimiento de las diferentes maneras de ser y de vivir y no por la asimilación ingenua o mediante la fuerza o la manipulación de maneras de ser opuestas o diferentes totalmente de nuestras realidades culturales o históricas. Hay que tomar -según De Sousa- una distancia crítica frente a la tradición crítica europea para poder, desde nuestras raíces, tradiciones, creencias y formas de vida diferentes, pensarnos en el mundo de hoy. Hay que deconstruir los lenguajes hegemónicos y enfrentarlos desde nuestros propios lenguajes que, serán contrahegemónicos, en la medida en que nos separemos de las formas de significar la realidad y el pasado desde formatos ideados por otros y que funcionan posiblemente bien para ellos, pero que nunca sirven para explicar diferentes realidades como las múltiples realidades latinoamericanas. La opción para América Latina -piensa De Souza- está en reinventar conceptos totalmente nuevos o resemantizar los heredados de la tradición europea dado que las realidades políticas y sociales de este continente no están ni estaban previstas en las teorías de otras culturas

Ya para concluir; cuando hablamos de formación, o educación, que en este texto, por metodología expositiva, se han asimilado al mismo sustrato conceptual, para el caso de Colombia, damos por hecho que nuestro país comparte un sustrato histórico con los demás países latinoamericanos, desde México, el Caribe hasta Chile y Argentina. Un sustrato que, como un árbol inmenso, tiene unas raíces compartidas, un solo tronco y, no obstante, se despliega en infinitas ramas y tallos que serían equivalentes a la diversidad cultural que caracteriza este continente. Por tanto, las referencias a nuestro país, las crisis o problemas que hemos citado, siendo específicos nuestros, tienen sus expresiones en otras partes. Por esto mismo, buscar la superación de tales problemas es la razón de ser del destino histórico y cultural compartido por todas las sociedades y pueblos de esta parte del mundo.

Cuando se decía al comienzo que el propósito central, el telos de la educación, era la responsabilidad social, la responsabilidad ética e histórica y que se educaba para el reconocimiento del otro, para la superación de la violencia, del despojo, de la discriminación y de la injusticia; que se educaba para la hermandad espiritual como actividad creadora y protectora de la cultura misma y de la vida, se estaba afirmando también que asumimos la educación como una potencia transformadora irremplazable y única, porque a la vez que la educación busca proteger las estructuras espirituales legítimas y originarias de la cultura, busca a la vez transformar lo que haga falta para la constante superación de los problemas que históricamente aparezcan en el horizonte de cada pueblo o del continente entero.

Creemos que en efecto, el ser humano es perfectible; que su naturaleza, si bien puede tener un impulso instintivo proclive, en un primer momento, a la destrucción, a la mentira, a la violencia; solamente la educación -una educación que busque en las propias profundidades históricas y culturales su razón de ser y los elementos que provoquen un giro ontológico-, puede constituirse en el elemento salvador de la humanidad en general.; educar, en el sentido ontológico provoca una transformación de la conciencia de los sujetos a los que se educa para que dirijan sus energías hacia el bien común, al conocimiento, a la creación estética y a su propia felicidad.

 

BIBLIOGRAFÍA

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-Cerutti G. Horacio (1989) De varia utópica. Instituto Colombiano de Estudios

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-Carpentier, Alejo (1981) La novela latinoamericana en vísperas de un nuevo siglo. Siglo XXI Editores. México

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Vasconcelos, José ( ) La raza cósmica.

-Zea, Leopoldo (1986) América como autodescubrimiento. Instituto Colombiano de Estudios Latinoamericanos y del Caribe ICELAC. Bogotá.

-Zuleta, Estanislao (2005) Educación y democracia: un campo de combate. Fundación Estanislao Zuleta.

Notas

[1] Entendemos por nación un sentimiento compartido y profundo de unidad espiritual que se traduce en acción histórica concreta entre los seres que habitan un territorio. Conformar una nación es cristalizar en hechos y vivencias concretas -respeto-solidaridad, equidad, justicia social, amor- una unidad de afectos y sueños colectivamente idealizados por los que se lucha y se vive; y que, por encima de las diferencias propias y de la diversidad cultural de las comunidades, hermanan a los individuos y los impulsan a una acción trascendental que les da sentido de ser con otros y los anima a compartir y enfrentar un destino colectivamente.

[2] Ya afirmamos que la educación implica el proceso histórico, cultural y ético que una comunidad o una sociedad impulsan para que sus miembros sean capaces de ejercer una responsabilidad social e histórica, y que pasa por la construcción de unas reglas de convivencia soportadas en el respeto, la solidaridad, la amistad, la creatividad, etc. Se ha expresado también que la educación es cosa de toda la comunidad, desde la familia, los medios de comunicación,  las organizaciones estatales y religiosas, y no solo del aparato escolar como ente aislado de la sociedad. Educar exige, necesaria e inevitablemente, una actividad creadora y protectora de la cultura misma y de la vida y esto pone, en nuestra opinión, a la educación como la fuerza transformadora por excelencia de una sociedad.

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Construyendo una República de muchas voces ¿Cuál es mi lugar en el mundo?

C
Stokely Carmichael fue profesor en la Escuela por la Libertad de Missisipi a principios de los años 60, mucho antes de que se le conociera a nivel nacional como un aguerrido líder del Comité Coordinador Estudiantil
No Violento (SNCC, por sus siglas en inglés). Las Escuelas por la Libertad fueron creadas para ayudar a los jóvenes a desarrollar un sentido de acción y poder para tomar parte en el movimiento que estaba estremeciendo el sur de Estados Unidos y que estaba cambiando la vida de todos sus habitantes. Stokely comenzó una de sus clases escribiendo algunas oraciones en el pizarrón:

Me bebo unos vinos Disfruto bebiendo cócteles
Los pueblos quieren libertá La gente quiere libertad. Me quiero registrá pa votá  Me quiero inscribir en el registroelectoral
Stokely preguntó a sus estudiantes que opinaban de los dos conjuntos de oraciones. Uno de ellos dijo que “libertá” no le sonaba bien. Stokely preguntó si alguno de ellos sabía que significaba “libertá” o si al menos conocían a alguien que lo dijera. Los estudiantes respondieron que todos sabían lo que significaba y que conocían mucha gente que lo decía, incluidos ellos mismos, quienes algunas veces decían “libertá”. Sin embargo, dijo uno de ellos, no era la forma “correcta”. Así que Stokely preguntó quien decidía que era correcto o incorrecto y la conversación continuó como sigue:
Stokely: Ustedes dicen que algunas personas hablan de manera incorrecta ¿Podrían esas personas ir a donde ellos quisieran hablando de esa manera?, ¿Podrían ir a Harvard?
Salón de clase: Si… No
Stokely: ¿El Señor Turnbow habla de esa manera?
Salón: Si.
Stokely: ¿Podría Turnbow ir a Harvard hablando de esa manera?
“Me quiero registrá pa votá”
Salón: Si.
Stokely: ¿Se sentiría avergonzado?
Salón: Si… No.
Zelma: Él no, pero yo si. No suena bien.
Stokely: Supongamos que alguien de Harvard viene para acá y
dice “me quiero registrar para votar” ¿Se sentiría avergonzado?
Zelma: No.
Stokely: Entonces ¿la manera como hablas da vergüenza en
Harvard pero no aquí?
La manera en que Stokely daba clase siempre se basó en plantear problemas y hacer preguntas. El contenido era tomado de las experiencias de los estudiantes y, a través del dialogo, el conocimiento del estudiante era
consolidado, reconocido, expandido y conectado. Los puntos de vista de los estudiantes eran escuchados y respectados y sus vidas afirmadas como punto de partida hacia un camino de conocimientos más profundos y
amplios.
La clase se detuvo poco después porque era la hora del almuerzo, pero antes de salir Stokely pidió a sus estudiantes que pensaran en que consistía una sociedad y quien dictamina las reglas de ésta. Los estudiantes se dieron cuenta que aunque la mayoría no habla “correctamente”, la minoría que si lo hace tiene el monopolio del trabajo, dinero y prestigio. Ellos abandonaron el salón de clase con interrogantes importantes sobre el idioma, la cultura, el control, la política y el poder.
* * *
La educación es animada por las más profundas y difíciles preocupaciones humanas: ¿Qué significa ser un Ser Humano?, ¿Qué clase de mundo nos imaginamos y queremos construir? La enseñanza, como ya lo he dicho, está siempre a favor y en contra de algo, es decir, la enseñanza ocupa el espacio de lo debatible. La enseñanza opera al servicio del conocimiento y de la liberación, de la humanización, sin embargo, puede distorsionarse fácilmente y pasar al dominio de la deshumanización.
Las clases de ética, un asunto de desorden práctico, toman vida cuando los profesores luchan por abrir sus ojos para darse cuenta de lo complejo y dinámico que es el mundo que tienen al frente y plantean problemas complicados entre alternativas reales. Este trabajo frecuentemente doloroso, solitario y siempre difícil puede ser llevado a cabo por maestros que se vean a sí mismos como agentes morales, actores éticos, gente pensante con bases en el compromiso de que ellos pueden servir de guías en el impredecible y a veces engañoso terreno de las escuelas. El
compromiso moral opera en un nivel distinto e, irónicamente, en uno más firme que, por ejemplo, las habilidades o hasta de las actitudes mentales.
El primer compromiso al que se apega un maestro por la libertad es ponerse del lado de los estudiantes: reconocemos, apoyamos y apelamos a la completa humanidad de cada uno de ellos. Abogamos por el conocimiento
y la liberación. Nos convertimos en estudiantes de nuestros estudiantes. El segundo compromiso, muy relacionado con lo anterior, es crear un espacio donde una república de muchas voces pueda surgir en contra de la “uniculturalidad” y de la sofocante monotonía de la voz autoritaria. El profesor por la libertad promete crear un ambiente donde los seres humanos puedan enfrentarse de manera auténtica, sin máscaras, un lugar para la invitación, la fascinación, el interés y la promesa. El ambiente de aprendizaje de repente es esencial, el espacio físico, pero quizás aun más importante son los  espacios espirituales, éticos, intelectuales y sociales que solo los maestros
pueden iniciar. Con un ojo fijo en la naturaleza humana de nuestros estudiantes y con el otro observamos los círculos concéntricos del contexto en los cuales estudiantes y profesores se encuentran unos con otros. ¿Qué ideas
y valores son desarrollados en los ambientes que construimos?, ¿Cómo encarnamos, mostramos y creamos espacios para la promulgación de esas ideas y valores?, ¿Cuáles métodos y enfoques son consistentes para reafirmar
la naturaleza humana de nuestros estudiantes?
* * *
El ambiente es por sí mismo un profesor poderoso, es la variable crítica que los profesores de salones de clase pueden discernir, criticar, construir y reconstruir para bien de todos. El ambiente debe desafiar y nutrir la amplia gama de estudiantes que se presentan en nuestras aulas con múltiples puntos de vista hacia el aprendizaje y una variedad de caminos para alcanzar el sentido. El profesor construye el contexto; los valores del profesor, sus instintos y experiencias se desarrollan en el ambiente de aprendizaje. Es fundamental reflejar nuestros valores, nuestras expectativas y nuestros estándares tomando en cuenta que nuestro trabajo no se mide en centímetros sino en esperanzas y sueños alcanzados, en reflexiones morales y la implementación de opciones éticas. Piense en lo que siente uno al entrar por la puerta hacia el aula de clase: ¿Cómo es la atmósfera?, ¿Cuál es la técnica dominante?, ¿Cuál será la inclinación de la voz que se exprese?
Cuando yo comencé a dar clases, llevé a mis niños de cinco años al Aeropuerto Metropolitano de Detroit para ver despegar y aterrizar a los aviones. Yo no tenía en mente mucho más que un simple paseo de placer, sin embargo, pronto descubrí que la concurrencia en cualquier aeropuerto nos envía un poderoso mensaje: muévete para acá, sigue moviéndote, muévete rápido. Hoy en día, quizás, se le puede añadir algo más:
¡Compra! ¡Compra! ¡Compra!; pero sigue siendo más que todo: sigue moviéndote.
Para un niño de cinco años el mensaje de la concurrencia es más específico y simplemente dice “¡Corre!” Me tomó tres visitas al aeropuerto para darme cuenta que mis órdenes – permanezcan juntos, agárrense de las  manos, no corran – eran constantemente contradichas por la voz dominante del ambiente:

¡CORRAN!
¿Que dice el ambiente?, ¿Cómo puedo mejorarlo?
Un maestro de quinto grado que conozco comienza cada año sus clases explicándole a sus estudiantes que el solo tiene tres reglas que hay que cumplir en el aula: la primera, que pueden masticar chicle (los estudiantes se asombran); dos, que pueden usar gorras (los chicos en particular escuchan extasiados este aparente concepto al margen de la ley); tres, que “esta es una comunidad de aprendices, por lo que deben tratar a todos con
respecto y compasión, sobre todo cuando sea difícil”.
Lo que este profesor hace en su rincón de su escuela es crear un ambiente de reflexión moral y de acción ética. Se cometerán errores, habrá malos comportamientos y fuertes reprimendas, pero apoyar moralmente todo lo anterior es parte del marco para la enseñanza, para crear el momento para enseñar. El ambiente en el aula de clase es un lugar, según palabras del gran Joe Cocker, “para aprender a vivir juntos”. Un proceso que dura toda la vida, que comienza en la familia y continúa potencialmente en la escuela. Comparen el ejemplo anterior con un cartel que vi en el cafetín de un liceo en Chicago:
REGLAS:
• No correr.
• No gritar.
• No tirar comida.
• No pelear con tenedores.

¿No pelear con tenedores? Uno se aturde de solo imaginar el incidente que provocó la inclusión de la cuarta regla. ¡Niños! Más allá de eso, uno se pregunta ¿Por qué no se prohíbe pelear con los puños o con cuchillos? Y, ¿Podrá alguna vez existir una lista adecuada que incluya cada una de las posibles infracciones que acechan la mente de los estudiantes?

Por supuesto, el problema no son las reglas en sí, sino lo que apoyan y lo que no. Ellas sugieren obediencia sobre iniciativa, convención sobre pensamientos. Aquí encontramos los pequeños asuntos de moral enfatizados por encima de los grandes. Ninguno de ellos invita a la reflección, al dialogo o al juicio ¿En que parte de este ambiente hay espacio para la reflexión moral, el compromiso o la creación?, ¿Dónde hay espacio para la acción ética o la enseñanza hacia la libertad?
Imagínense un desafortunado guardia tratando de hacer cumplir las reglas sobre la vestimenta en otro liceo de Chicago:
− No se aceptan pantalones descocidos o muy anchos
− No se aceptan piercings visibles más allá de la cara
– No se aceptan chaquetas alusivas a ningún equipo deportivo
− No se aceptan boxers que sobresalgan por encima de la cintura
del pantalón
− No se aceptan camisas escotadas
− No se acepta joyería peligrosa
− No se acepta ropa explícita sexual
¿Piercings visibles más allá de la cara?, ¿Joyería peligrosa? ¡Dios mío!
* * *
A medida que los niños avanzan en su educación, no deberíamos enseñarles lo que la novelista italiana Natalia Ginzberg llama “las pequeñas virtudes”, más bien deberíamos enseñarles las grandes. Por ejemplo, no enseñar como ser ahorrativos sino como ser generosos, no la precaución sino la valentía, no el tacto sino el amor y no el ansia por el éxito sino el deseo de saber y de ser. Las grandes virtudes vienen de un lugar profundo y difícil de comprender, quizás sean instintos, pero lo que está claro es que con el desarrollo de éstas, las pequeñas terminarán apareciendo en el lugar apropiado.
Los maestros tienen que pensar acerca del ambiente que crean, deben examinarse, reflexionar, repensarse y reconstruirse ¿Cómo se vería un ambiente construido alrededor de grandes virtudes? ¿Cómo podría un profesor crear un espacio de grandes virtudes que sean visibles, estén disponibles, que sean modeladas y ensayadas, promulgadas y demostradas?
Tomen la última gran virtud en la lista de Ginzberg: el deseo de saber y de ser. Seguramente un profesor con esa virtud en mente reconocerá la importancia de nutrir el sentido de confianza y competencia, los sentimientos de
amor propio combinados con la compasión y empatía por los demás. El ser ético no significa ser perfecto sino luchar por tomar consciencia, por escoger, por intentar.
* * *
La escritora canadiense Margaret Atwood le da las siguientes instrucciones a un niño:
Así comienzas:
esta es tu mano,
este es tu ojo,
este es un pez, azul y liso
sobre el papel, casi
la forma de un ojo
Esta es tu boca, esta es una O
o la luna, como
gustes. Esto es amarillo.

Más allá de la ventana
está la lluvia, verde
porque es el verano, y más allá
los árboles y después el mundo,
que es redondo y sólo tiene
los colores de esos nueve creyones.

Este es el mundo, que es más completo
y más difícil de aprender de lo que te he dicho.

Haces bien al mancharlo de esa forma
con el rojo y luego
el naranja: el mundo se quema.

Una vez que hayas aprendido estas palabras

aprenderás que hay más
palabras que nunca llegarás a aprender.
La palabra mano flota sobre tu mano
como una nubecilla sobre el lago.

La palabra mano ancla
tu mano a la mesa
tu mano es una piedra cálida
que sostengo entre dos palabras.

Esta es tu mano, estas son mis manos, este es el mundo,
que es redondo pero no plano y tiene más colores
de los que podemos ver.

Comienza y tiene fin,
esto es
a lo que regresarás, esta es tu mano.

Cuando Margaret Atwood escribe “Comienza de esta manera: esta es tu mano…”, está evocando un principio profundo del aprendizaje: los seres humanos aprenden a través de la experiencia, entrándole al mundo a la
fuerza, actuando sobre uno mismo y los alrededores. Para aprender hay que participar.
Frank Wilson, neurólogo, dice que “para que el cerebro funcione necesita información que solo puede venir de la mano interactuando con objetos, bien sea de forma táctil o cenestésica”. Biológicamente hablando, la cabeza y las manos han evolucionado simultáneamente y en relación directa una con la otra. Wilson señala que la adquisición temprana del lenguaje, por ejemplo, siempre ocurre en compañía de algún desarrollo motor específico.
Él asegura que no puede existir “nada llamado inteligencia que sea independiente del comportamiento del resto del organismo”.
La teoría de Wilson se puede ver como una especie de crítica hacia las escuelas que hemos creado, una crítica a cualquier sistema que intente llenar de información cabezas inertes y aisladas, mientras las separa de la parte física y social del mundo que compartimos y que debemos enfrentar para poder crecer. En nuestra cultura tendemos a dibujar una línea brillante entre el cuerpo y la mente para fragmentar los seres humanos en muchas partes imaginarias, para así dar una jerarquía de valores en la cual la mente se encuentra en la cima de la pirámide y el cuerpo, usado para labores manuales y trabajos físicos, yace a pedazos cerca de la base de la pirámide. Este
conjunto de suposiciones, basadas en una ilusión de dominios discretos y estados separados, realmente violenta a los estudiantes y al aprendizaje.
El poema de Margaret Atwood, su metáfora, nos apunta hacia una mejor dirección: “Esta es tu mano…” Esta es tu experiencia y tu percepción, tus deseos y tus necesidades. Esta es tu realidad. Aquí es donde comienzas.
* * *
No existe otro lugar ni tiempo para comenzar un diálogo con los jóvenes, con estudiantes de cualquier edad, que no sea justo ahora, aquí y desde el comienzo. Comienza así. Una madre en período de lactancia puede contar historias impresionantes de diálogos serios y sostenidos con su bebé.
Entre otras cosas, ella reconocerá sin ninguna vergüenza o disculpa que ella es la estudiante y su bebé es el maestro. Un padre atento sabe que un llanto por hambre se oye distinto a un llanto por malestar o incomodidad. Cuando
los padres responden apropiadamente, cuando ellos aprenden y el bebé siente que el ha sido escuchado o visto, que ha sido comprendido, el diálogo refuerza su creciente sentido de que es el actor principal en su propia vida,
un floreciente sentido de poder, acción e integridad.
En el otro extremo del resorte humano está mi madre, por ejemplo, quien sufre de Alzheimer. Los últimos meses han sido difíciles para ella, así como para mi padre y el resto de nosotros quienes la amamos y la cuidamos.
Ella ha estado molesta e insultando, a veces sicótica y luce confundida, incoherente y en ocasiones es violenta. No es la mujer que nosotros creíamos conocer. Aún así, con mi experiencia de la niñez y con mi espíritu de profesor,
he intentado escucharla y responder. Después de todo, es ella la que está sufriendo la enfermedad. Lo mejor que puedo hacer es ser un testigo honesto y un estudiante de su encuentro con el Alzheimer. Así comienzas.
Hemos tenido nuestros momentos. Por ejemplo, ella ha menudo arremetía contra la gente que veía en nuestros paseos juntos llamándolos “vómitos” y “pendejillos”, palabras que se inventaba y se las decía a la mayoría de la gente
en una amplía variedad de situaciones. Aprendí que si yo le daba importancia a lo que ella decía, si yo respondía, por ejemplo, “tú piensas que él es un vómito” o “todos nos portamos como pendejillos en algún momento”, ella
se calmaba inmediatamente y decía “me alegro que alguien me comprenda”.
Imagínense enseñarle a leer a un niño, a un inmigrante que no hable inglés o a un analfabeta. Hay una manera de enseñar a leer que se repite constantemente: el profesor lo sabe todo y el estudiante nada, el profesor es activo y el estudiante pasivo, el profesor es benévolo y el estudiante se resiste, el profesor hace énfasis en lo difícil que es leer y el estudiante asiente.
El estudiante aprenderá a leer algún día, pero la enseñanza de fondo es poderosa, duradera, y de alguna manera humillante: el profesor tiene la razón, el aprendizaje es pasivo, leer es difícil y desagradable. Por supuesto, hay una alternativa, una manera de trabajar tal, que cuando el estudiante comience a leer por su cuenta, no va a ser un gran acontecimiento y casi pasará desapercibido. Esto sucede cuando los estudiantes son motivados ha escribir sus propios ensayos, construir sus propios conocimientos, nombrar sus propios mundos.
Mi hijo Malik da clases en un liceo de California para estudiantes de una segunda lengua. Cada uno de sus estudiantes aún tiene que escalar montañas en términos de vocabulario, gramática, sintaxis y uso. Esto describe el lugar donde él sabe que tiene que ir, pero no donde él escoge comenzar o donde se quiere quedar. Su clase comienza con una “redacción libre”, les da tiempo a los estudiantes para pensar, crear, reír, a veces llorar, pero siempre para redactar sus propios textos para trabajos posteriores y mejoramiento a futuro. “Hoy me gustaría que escribieran por diez minutos una reflexión sobre la frase: ‘la gente siempre me pregunta’”, dice Malik mientras escribe las instrucciones en el pizarrón. La respuesta es impresionante: historias cortas, ensayos personales, poemas, enumeraciones y caricaturas. Algunos son trabajos serios, algunos entusiastas, cómicos o llenos de fantasía. Luego, Malik les dedica tiempo a los estudiantes editando, corrigiendo y guiando.

Malik tiene en su clase estudiantes de más de veinte países distintos. “Tengo que ingeniarme como honrar sus culturas, sus idiomas natales”, dice, “sin aceptar un alejamiento”. Llevó una grabadora y puso a los hijos de los estudiantes a que le contaran la historia de su vida en el idioma que quisieran, pero solo en treinta segundos.
El los desafía, pero también intenta nutrirse de sus estudiantes. “Todos tenemos que encontrar nuestro propio camino hacia un texto”, asegura.
Malik incita a sus estudiantes a que le enseñen palabras, significados, costumbres e insiste en que lo corrijan si no pronuncia bien sus nombres. “Es algo bastante básico”, dice. Malik pregunta con frecuencia a sus estudiantes: “¿Hay algo que deba saber?, ¿Hay algo que no deba hacer?, ¿Hay algo en lo cual debo mejorar?
***
Fundi, un documental de Joanne Grant, toma su nombre de la palabra Swahili para denominar a una persona que llega a dominar cierta habilidad y la transmite a las siguientes generaciones. Un fundi es un profesor o un cuenta cuentos, alguien que almacena fuerzas, energía y sabiduría de una comunidad entera y luego transmite esas cualidades a otros para que sean usadas. Fundi fue el nombre que le dieron a Ella Baker los jóvenes militantes
del SNCC durante el Movimiento por los Derechos Civiles en los años 60 y el documental de Grant muestra porque esta olvidada heroína del Movimiento fue considerada una maestra por líderes como Stokely Carmichael, Martin Luther King, Eleanor Holmes Norton y Bernice Reagon.
En 1960, los estudiantes universitarios comenzaron una serie de protestas en la barra de un restaurante en Greensboro, Carolina del Norte. Día tras día, tranquilos y dignificados, entraban al local, se sentaban y
pedían ser atendidos. Día tras día se les negaba ser atendidos. Día tras día una ululante multitud racista los escupía, les tiraban comida, los amenazaban y frecuentemente los golpeaban. Y día tras día, los arrestaban y los llevaban a la cárcel.

“Estábamos realmente asustados”, dijo uno de los estudiantes. “Pero sabíamos que teníamos razón”. Las protestas dentro de locales segregacionistas se esparcieron rápidamente hacia el sur de Estados Unidos, y Ella Baker, quien era para ese entonces la Directora Ejecutiva de la Conferencia de la Dirección Cristiana del Sur (SCLC, por sus siglas en inglés), sugirió que aquellos que estuvieran involucrados en las protestas se reunieran para evaluar la situación y decidir los pasos a seguir en lo sucesivo. Baker era mucho mayor, y la persona más experimentada, que cualquiera de los presentes en la sala de reuniones, sin embrago, ella motivó a los demás para que hablaran y fueran los líderes. Baker habló una sola vez con tono fuerte y la razón fue porque diversos grupos del movimiento presionaban a los estudiantes para que se afiliaran con ellos en sus organizaciones juveniles, pero Baker instó a los estudiantes a que resistieran. “Mantengan lo especial separado”, recomendó. Ella vio la valentía y la creatividad de los jóvenes, y las
ganas de aceptar nuevos retos de manera entusiasta, como un antídoto para evitar quedarse estancados en el pasado y simplemente dejar que la historia pasara. Baker consideraba fundamental que el cambio era necesario para
crear una sociedad justa: “Vamos a tener que aprender a pensar en términos radicales, dijo. “Utilizo el término radical con su significado original: llegar hasta la raíz del problema para comprender la causa”.
En 1964 la SNCC intentó romper la segregación en Missisipi con la creación de las Escuelas por la Libertad y con un proyecto de registro electoral masivo que fue llamado Verano de Missisipi. Cuando James Chaney, Andrew Goodman y Micky Schwerner fueron a Filadelfia, Missisipi, para ver una iglesia que fue quemada porque era usada como instalación para una Escuela por la Libertad, fueron raptados y asesinados por organizaciones racistas como un mensaje para otros voluntarios: ¡Fuera de Missisipi!
La respuesta generada fue totalmente opuesta: los asesinatos galvanizaron la determinación, la valentía y la inmediatez de la lucha, así que Missisipi se llenó de voluntarios. Durante el velorio de los tres hombres asesinados, Ella Baker temblaba de rabia y gritó: “Nosotros, los que creemos en la libertad, no podemos descansar hasta que la muerte del hijo de una madre negra se considere tan importante como la muerte del hijo de una madre blanca”.

Los estudiantes del SNCC fueron más allá de lo que se esperaba de ellos, que era el éxito individual, en sus carreras y un ascenso social. Echaron a un lado su timidez y sus esfuerzos educativos para exiliarse en los campos de algodón y en las comunidades campesinas del sur de Estados Unidos. Se convirtieron en los estudiantes de los pobres, obreros y peones. De cierta forma se hicieron más humildes, pero a la vez, y en un sentido más veraz, ellos se agrandaron. Hay tanto que aprender, se dijeron a si mismos, tanto que ganar, y tanto más en lo que nos vamos a convertir.
Las Escuelas por la Libertad eran sitios de educación comunal basadas en un proceso de puertas, mentes y posibilidades abiertas, una educación que podría permitirle a la gente superar sus limitaciones. “Nuestro
objetivo es la justicia”, argumentaba Ella Baker. “Sus vidas, las de negros y blancos, han estado limitadas por el racismo”. La apertura de posibilidades y de transformación en la vida comienza por identificar las limitaciones
y el deseo de hacer algo contra ellas. “Ningún ser humano disfruta sin hacer nada”, insistió, y la resistencia a la opresión propia de los humanos debe encontrar una forma de organización: “Nadie hará por ti lo que puedes
hacer tú y no has hecho”. Tanto la educación como la libertad requieren de la actividad de cada individuo, cada una de ellas requieren la compleja interacción de la escogencia y aseveración individual combinadas con la acción
colectiva.
Este tipo de educación capacitadora se opone al miedo, la ignorancia y la indefensión reforzando el conocimiento y talento. Le da la oportunidad a la gente de cuestionar, preguntar y mirar críticamente. Puede convertirse tanto en el proceso por el cual la gente descubre y desarrolla varias capacidades a medida que se ubican ellos mismos dentro de la historia, como el vehículo para seguir avanzando y pasar por encima de las limitaciones. Su valor singular es que es una educación por la libertad.
Septima Clark, directora de una escuela de Tennessee, aplicó estas lecciones fundamentales de enseñanza para la inmensa tarea de educar a toda una comunidad, para ello creó Escuelas de Ciudadanos como parte del programa de inscripción de votantes del sur. Clark, quien era una joven profesora de Johns Island, Carolina del Sur, sabía que el idioma que se hablaba en aquella zona era una creación de los primeros esclavos. Aunque los nativos de la zona comprenden el inglés, el idioma de ellos es el gullah, el cual es una mezcla entre los idiomas de los africanos esclavizados con los diversos idiomas que hablaban los traficantes de esclavos e imperialistas.
Clark impartió clases de lectura con libros caseros basados en las experiencias de los habitantes de Johns Island:
Les escribía historias en sus bolsas para la lavandería, historias del sitio en que vivían, sobre el camino a la escuela, sobre las cosas que crecían alrededor de ellos, lo que ellos podían ver en el cielo. Ellos me las contaban y yo se las escribía en sus bolsas y se las pegaba a las paredes.
Luego, cuando los estudiantes eran capaces de leer las historias de su isla, ella llevó libros con historias que les presentarían historias más allá de sus vivencias. Estas “vivencias substitutas” trataban sobre “inmensos sembradíos de maíz en el medio-oeste, donde los granjeros ganaban miles de dólares”, sobre puertos, montañas y ciudades. Como maestra, Septima Clark lo que hizo fue consolidar las bases de los conocimientos de sus estudiantes
y desafiarlos a ir más allá hacia lo desconocido. Ella les otorgó poder a los estudiantes de dos maneras: reafirmando la experiencia adquirida en sus vidas al servir de espejo cultural y personal para ellos; y poniéndoles a su
disposición un mundo más amplio, presentándoles lo desconocido y lo no experimentado.
A medida que reclutaba gente para enseñarles en las Escuelas de Ciudadanos, Clark comenzó por comprender como sus estudiantes veían el mundo:
Teníamos un plan diario. La primera noche ellos hablaban sobre lo que les gustaría aprender. La mañana siguiente, comenzábamos preguntándoles lo siguiente: “¿Tienen una oficina de empleo en su pueblo? ¿Dónde se encuentra? ¿En que horario trabaja? ¿Han ido para buscar trabajo?”

Las respuestas a esas interrogantes se las escribíamos en las bolsas de lavandería para que ellos las pudieran leer…
Intentábamos que las personas que apenas sabían leer y escribir se convirtieran en profesores. Ellos podían enseñar. Si ellos no sabían leer, nosotros podíamos enseñarles que constitución se deletrea c-o-n-st-i-t-u-c-i-ó-n. Tuvimos una larga discusión, por toda una mañana, sobre que era la constitución…
El poder de esta clase estuvo en el contenido. La gente dejó a un lado la educación por sesiones con maestros para guiar sus propios proyectos sobre registro electoral y educación comunal, y repitieron las lecciones que habían aprendido: discutieron los problemas y las necesidades de la gente es sus propias comunidades; plantearon preguntas (“¿Por qué el pavimento acaba donde las comunidades de negros empiezan?”); y organizaron un proceso que permitió el descubrimiento y las conexiones. Los puntos por los cuales se podía comenzar a enseñar eran diversos y complejos (¿Cómo funciona el gobierno local? ¿En qué consiste el sistema de aparcería?
¿Cómo mantener una cuenta en el banco sin ser engañado?); no obstante, los objetivos eran los mismos: la afirmación el crecimiento y el poder.
El trabajo que realizaban Ella Baker y Septima Clark de enseñar a leer en el sur de Estados Unidos era considerado prácticamente una actividad subversiva, una actividad que muchos pensaban podría cambiar la estructura fundamental del sistema Jim Crow. Muchos en el sur imponían el analfabetismo negro como pilar fundamental de la supremacía blanca, como por ejemplo el dueño de un esclavo que le dijo a Frederick
El poder de esta clase estuvo en el contenido. La gente dejó a un lado la educación por sesiones con maestros para guiar sus propios proyectos sobre registro electoral y educación comunal, y repitieron las lecciones que habían aprendido: discutieron los problemas y las necesidades de la gente es sus propias comunidades; plantearon preguntas (“¿Por qué el pavimento acaba donde las comunidades de negros empiezan?”); y organizaron
un proceso que permitió el descubrimiento y las conexiones. Los puntos por los cuales se podía comenzar a enseñar eran diversos y complejos (¿Cómo funciona el gobierno local? ¿En qué consiste el sistema de aparcería? ¿Cómo mantener una cuenta en el banco sin ser engañado?); no obstante, los objetivos eran los mismos: la afirmación el crecimiento y el poder.
El trabajo que realizaban Ella Baker y Septima Clark de enseñar a leer en el sur de Estados Unidos era considerado prácticamente una actividad subversiva, una actividad que muchos pensaban podría cambiar la estructura fundamental del sistema Jim Crow. Muchos en el sur imponían el analfabetismo negro como pilar fundamental de la supremacía blanca, como por ejemplo el dueño de un esclavo que le dijo a Frederick Douglas que leer “no está acorde con ser esclavo”. Las Escuelas de Ciudadanos, que prácticamente igualaron los esfuerzos realizados para educar ex esclavos durante el período radical de la Reconstrucción Negra luego de la Guerra Civil, desafiaron la supremacía blanca con una alfabetización básica, motivando a la gente para que fuera a votar e inculcándoles un sentimiento alternativo de lo que podían lograr. La primera de estas escuelas que se organizó en Johns Island fue camuflada como un simple abasto “para engañar a los blancos”. Leer representa poder. Para los negros era el poder para controlar y cambiar su destino.
El enseñar por la libertad es siempre más una opción que un logro, es más un proyecto de acción de la gente que una condición final. Requiere que la persona se sienta identificada continuamente con lo que se
está haciendo, un proceso constante de evolución y de seguir adelante. El proceso de educación, de descubrimiento, de libertad, no es tan claro, llano y obvio desde el principio, más bien es desordenado, difícil, impredecible e
inconsistente. Puede parecer que se detiene y puede ser lento, pero también se puede convertir en un logro y sorprendernos con su repentino poder de cambio.
Las Escuelas por la Libertad fueron creadas como una alternativa a las opresivas escuelas a las cuales asistían los niños negros en Misisipi. Charlie Cobb, secretario de campo de la SNCC con solo veinte años de edad y estudiante de la universidad Howard, escribió un memo a finales de 1963 abogando por la creación de escuelas por la libertad de verano como una alternativa a un sistema caracterizado por “una completa ausencia de Educando libertad cadémica” y “un ambiente que está diseñado para aplastar la curiosidad intelectual y la libertad académica”. Cobb pensaba que si la meta era romper con el poderracista, entonces el movimiento tenía que construir “sus instituciones propias para reemplazar las viejas, injustas y decadentes instituciones responsables de la estructura existente”.
La gente negra de Misisipi siempre fue oficialmente definida por otros y nunca por ellos mismos. Aunque no fuera completamente exitosa, esa era la intención de la estructura racista del sur. Se hablaba de los negros, pero se les decía que no respondieran. Se decidía sobre ellos, pero no se les permitía decidir sobre sus propias vidas. Ellos eran castigados y dirigidos, se les decía que hacer y que no, eran tratados como caricaturas unidimensionales sin voz ni voto, justicia o libertad. Para que el movimiento y Charlie Cobb cambiasen todo esto, se tenía que crear un nuevo tipo de escuela que sirviera de vehículo para este fin.
Las Escuelas por la Libertad fueron diseñadas para permitir a sus estudiantes examinar sus vidas y experiencias, cuestionar y explorar todo lo que tenían ante ellos. Las escuelas proveían el espacio y los recursos para que los estudiantes encontraran el sentido de ellos mismos, el sentido de la escogencia, para convertirse en agentes sociales y morales llenos de sentido, participantes en sus comunidades y ciudadanos comprometidos, capaces de comprender y cambiar todo ante ellos. “El Pensum de las Escuelas por la Libertad de 1964”, escrito por activistas de los derechos civiles en 1963, consta de dos partes: el “Pensum Académico” y el “Pensum Ciudadano”.  Una tercera área, artística, recreacional y cultural, fue promovida porque “la camaradería que se crea en un terreno de juego o en un grupo de canto puede convertirse en la base de la relación con el estudiante”.
Los autores del pensum de las Escuelas por la Libertad estaban claros en que no había lugar para profesores autoritarios o enseñanza didáctica, y que el pensum “necesariamente tenía que ser flexible”: “Usted, sus colegas y sus estudiantes están llamados a moldear su propio pensum según las habilidades de los profesores, lo intereses de los estudiantes y los recursos de la comunidad en la cual está ubicada la escuela”. Todo era enlazado con las relaciones y el diálogo. (continúa en una próxima entrega)

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LA PEDAGOGÍA CONTAMINADA (1)

  1. Introducción: comienzo a escribir una serie de relatos en personal para hacerme una imagen lo más amplia, profunda, completa, diversa y espero que oscura para quienes nos puedan leer, con el único propósito, de que cada lector se anime afrontar su propia historia pedagógica formal, escolar, sistemática, oficial con sus modalidades pública o privada; laica o religiosa, de cualquier creencia o sincrética.
  2. Sin puentes se pasa el río en canoa o nadando o nunca lo pasas.Es casi universal y a través de todos los tiempos, la experiencia de shock que se experimenta en la transición de una educación natural, informal, del mundo familiar, social, cultural, político y religiosa,con referencia a la educación formal, cuando no se utiliza algún puente de conexión o proceso de inducción, para que los maestros, educadores, docentes o profesores tengan dominio sobre lo que podrían ser, saber, hacer y vivir en relación a un grupo de alumnos, estudiantes, discentes y con cada uno en particular; así como lo mismo para su contraparte, el estudiante. He manejado desde niño la superación de esta abismal realidad desde mi propia experiencia escolar.

El comienzo en la escuela, se presentó como una experiencia estúpida, tonta, ridícula y altamente tóxica. El primer día en la escuela disfruté de una especie de teatro mágico, de mundos paralelos y  se prolongó dentro de un espacio personal, familiar, social, cultural, político y religioso en muchas formas manejable positivamente. Quizás tuve  a mi favor la experiencia mágica del ser llanero en donde los espantos de las sabanas, las historias de aparecidos, el silbón, la llorona y el ánima sola, representaban lo que había sido la radio, la televisión, el cine, los videos y la Web en otros lugares y diferentes  tiempos. Motivo y tema de tertulias familiares diarias como lo ha sido el rezo del rosario para otros pueblos.

Era muy rica, diversa  y feliz la vida familiar, social, cultural, política, religiosa y hasta económica; ello impidió que lo vivido en la escuela no alcanzara el estímulo umbral para producir una herida psicopedagógica y con ella un trauma que me destruyera mi posterior vida escolar.

El ámbito de la escuela era un mundo de tinieblas, de oscuridad, de violencia, de temores, especialmente dentro del aula y frente a la maestra que casi nunca iba al baño o se ausentaba del salón. Si lo hacía dejaba a alguien encargado del orden y la disciplina con el mismo poder y autoridad que ella; el “sapeo” era más terrible que la Operación Cóndor o la Seguridad Nacional de Pérez Jiménez, según los mayores; lo afirmaban de manera especial los  adecos. La relación  impersonal se vivía de una forma distinta  ante los condiscípulos; a quienes podía diariamente casi “fotografiar” sus cabelleras, sus trenzas, colas de caballos o moños, si eran niñas y la variedad de cortes de pelo, muchos de tipo militar, de policías o guardias nacionales y algunos coco pelaos, a quienes seguro que le hizo ese corte la mamá, una hermana, un hermano o un vecino y muchas veces trasquilados. No habían llegado la moda de las largas cabelleras de los hippies y los afros de los líderes negros de los Estados Unidos.

Los podíamos ver por algunos momentos de frente cuando estaban respondiendo a la maestra alguna operación o lección de escritura o de matemáticas. Los infelices daban expresión de miedo, terror, vergüenza y muchas veces provocaban risas que no podía expresar con libertad ni siquiera suavecito, porque eso se consideraba provocar desórdenes, ruidos, movimientos, bochinche o simplemente falta de respeto a la maestra.

Aprendí a reír hacia adentro; con una especie de silenciador que creaba una respiración abdominal que se escondía detrás de la mesa del pupitre grande, ancho y pesado con una gaveta en la cual se podía guardar el libro y el cuaderno. Quizás ese modo de respirar me dilató desde temprano los músculos abdominales por cuanto me pusieron en la escuela el apodo de barriguita y hacían chiste durante el último año de interno, en donde en el internado tuvimos por primera vez hombres como maestros y nos aplicaban un régimen militar y  cuando me pedían que sacara pecho, sacaba la barriga. Un reflejo condicionado aprendido desde ese primer año para que no se escucharan la risa y menos los pensamientos de todo lo que vivía en la escuela.

La maestra no hacía la pregunta: ¿Quién quiere pasar a la pizarra? Ella, con una mirada penetrante que asustaba al más valiente, que  se anticipaba a su orden de mando, decía, con expresión de policía, enfermera, médico o cualquier jefe de gobierno o cura de pueblo a quien iba a fusilar, castigar y hacer sentir generalmente, de que era bruto, bobo, flojo, indisciplinado o simplemente indigno de  valoración con una nota muy cerca del 0 (cero).

Al más asustado, distraído o indisciplinado era el elegido que pasaba a la pizarra o desde el pupitre siempre parado, para someterse  a la prueba de la verdad: decir lo que la maestra había dicho sobre cualquier tema. El dictado nunca faltaba, la plana tampoco y escribir cien o más veces una palabra o una oración como corrección de una falta ortográfica o por castigo era el pan de la educación de casi todos los días para muchos y por supuesto yo no fui víctima de esas torturas por lo que expondremos a continuación.

Lo primero que nos colocó la maestra, en la pizarra de color negro, oscuro, tenebroso como las noches sin lunas, sin estrellas y sin la luz de las lámparas de kerosene que se encendía hasta temprano de la noche antes de ir a dormir con sueño o sin sueño, fue las siguientes letras:  a-e-i-o-u. Con unas letras gorditas y muy lindas; parecían como sacadas de Mi Libro Primero o Abajo Cadenas.

Comenzó por los y las primeras alumnas, según la letra de sus apellidos y darle nombre a cada letra que iba indicando con gran tino con una regla de madera larga y gruesa.

Algunas veces durante el año supimos muchas cosas para las cuales servía aquella regla: para medir, para hacer líneas rectas, cuadrados, triángulos y también para hacer alguna marca en nuestra piel,  como si fuéramos becerros,  en los brazos, piernas, espaldas  o a donde podía golpear,  cuando se ponía brava porque no se le hacía caso, se hacía algún ruido o se sentaba uno mal. A veces por un golpecito o pellizco a un compañero o también por jalarle una trenza o cola de caballo a una niña.

Esa primera lección y su correspondiente evaluación para mi es inolvidable. Todos los niños aprendieron al decir correctamente  a, e, i, o, u y por supuesto que fueron tenidos por inteligentes por la profesora. Ella tuvo que sentirse la maestra más competente de toda la escuela y feliz. Todos sus alumnos aprendieron la primera lección que llamó VOCALES; todos menos yo.

A cada letra que ella me decía que leyera, no se sí dejaba salir un ligero silbido, ronquido o soplido. La veía a sus ojos, a su cara, a todo su cuerpo y ante mi negativa a decir el nombre de cada una de las vocales, ella se ponía más brava y gritaba las letras y por supuesto mi respuesta fue siempre cerrar y apretar los labios. Por dentro me reía y quizás esa expresión ella la veía en mis ojos en mi rostro.

Cuando ella comenzó a decir a, e, i, o, u  yo en un monólogo llevado a lo profundo de mi mente, le decía: “EL BURRO SABE MÁS QUE TÚ”. Eso mismo le decía y lo gozaba con todos los compañeros y compañeras. Nadie supo de mi experiencia. Viví una especie de disociación, de desdoblamiento astral o como un sueño despierto. Se me venían a la memoria las experiencias, los juegos, las risas con quienes respondían a la pregunta ¿Si no eres bruto o burro dime cuales son las vocales? Respondían quienes no conocían que era una “pega” o broma: a, e, i, o, u y recibían con carcajada que parecía la explosión de un disparo de chopo o escopeta de fabricación artesanal: “EL BURRO SABE MÁS QUE TÚ.”.

Si esto se hubiera presentado en la primera clase y luego tenido un regular, bueno o excelente desempeño, con las posteriores lecciones y hubiera aprendido algo de la maestra, del aula, de las lecciones, de los libros o de la propia familia o un compañerito; podría ser recordada como una anécdota que algunos niños o niñas tuvieron el primer día de clase.

Resultó que todos los días del año escolar 1.958-59 en la Escuela “Diego Eugenio Chacón”, de El Amparo, Distrito Páez, Estado Apure, Venezuela; cuando  niño de seis años no respondí jamás una pregunta ni di una lección bajo la guía, dirección, exigencia o mando de la maestra.

Las notas se hicieron completamente predecibles: 01 desde el primer día hasta el examen final. Me gradué de bruto, de analfabeta, de sordo, mudo, tonto, burro y fui puesto en el selecto grupo que monopolizaba un niño grandote de cuerpo, quien se llamaba Basilio y lo llamaban en la escuela y el pueblo Torolilo, por cuanto tenía dificultad para hablar. Había repetido tres o más años el primer grado y durante un año fui llamado Torolilito; una especie de hermano menor de Torolilo.

En tres oportunidades pude dar la lección aplicando una ley matemática, aplicada a la suma o adición, la cual reza: «El orden de los factores no altera el producto». Pero que lo supe después no aplica cuando se aprende a leer o escribir desde las vocales, el alfabeto y luego por el método de sílabas. Yo he recreado esas dos lecciones muchas veces en mis momentos de ocios que ahora son las 24 horas del día que la maestra de mi primer grado por primera vez se dijo: “Mejor que este niño nunca hable; porque va a provocar muchos desórdenes y problemas durante toda su vida.”. Por no haber aprendido a leer, no leí el cuento de Pedro Emilio Coll (no Colt), El Diente Roto. Leerlo en:

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/coll/el_diente_roto.htm; estoy seguro que si lo hubiera hecho, me habrían elegido como Presidente en la IV República y habría permanecido en el poder durante todo el siglo xx y jamás habría dicho nada en la Asamblea General de la ONU sobre un Diablo Suelto ni que allí “huele a azufre”. Tendríamos Embajada Gringa con Embajador incluido y también Embajada Venezolana con Embajador que hablara y pensara en inglés para que nunca se presentara ningún desacuerdo con el país que ha producido su mayor sinsentido en Política Exterior en su Historia como Nación ( El decreto Obama con prórroga por un año más o por todo el Siglo XXI, hasta que llegue alguien como el personaje del Diente Roto y se dé cuenta que ha sido un gravísimo error y que no sirvió para tumbar al Presidente (Chófer de autobuses) Nicolás Maduro.

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