Reseñas/27 Febrero 2020/elpais.com
Fragmento del libro ‘La naturaleza del tiempo’, de Gustavo Romero, en el que realiza un crítica de la crisis que atraviesa parte de la física teórica
En diciembre de 2014, dos de los más importantes cosmólogos del mundo, George Ellis y Joe Silk, publicaron en la revista Nature un artículo titulado Defend the Integrity of Physics. Se trataba de un artículo valiente donde expresaban su preocupación porque muchos físicos que trabajan en el área de la teoría de cuerdas están abogando por un cambio en los criterios de evaluación de las teorías científicas. En particular, están sosteniendo que criterios como la capacidad de realizar predicciones sobre el mundo real, o que una teoría deba ser confrontada con experimentos, deben ser abandonados y reemplazados por otros más laxos, basados en consideraciones estéticas o de orden no empírico, como ser el consenso de cierta comunidad. En una época en que la cosmología, una disciplina usualmente considerada como especulativa, ha entrado en una etapa de enorme precisión debido a la existencia de datos de alta calidad obtenidos por satélites y telescopios, no sorprende que este clamor por la especulación sin control experimental sea visto como un retroceso y una amenaza. Más aún si consideramos que la ciencia, desde hace bastante tiempo, es objeto de permanentes ataques por parte de filósofos posmodernos, fundamentalistas religiosos y otros elementos fanatizados.
Los científicos que sostienen que sus trabajos no se deben evaluar por el hecho de que predigan o no cosas contrastables, sino por su belleza interna y por consenso dentro de la comunidad donde esos trabajos han sido realizados, han tomado lo que en filosofía se llama una posición posmoderna: la ciencia es un discurso entre otros muchos que forman el texto social. Para estos posmodernos, una teoría, considerada como discurso, es válida si es aceptada por la comunidad que genera ese discurso. La sensación que deja esta posición es que esa gente está cuidando su trabajo y no busca una representación lo más verdadera posible de la realidad. De hecho, han abandonado el ideal de buscar la verdad, expresarse claramente y entender la realidad, que ha caracterizado a la actitud científica desde los tiempos de los filósofos presocráticos y el nacimiento del pensamiento racional y crítico. Si lo que están produciendo no satisface los estándares de lo que hasta hace poco se llamaba ciencia, este grupo de personas hace una gran presión para que se cambien los estándares de evaluación, en lugar de cambiar ellos y dirigirse hacia otro tema de investigación que pueda permitir una salida al callejón en el que se encuentran. Es una situación muy grave porque, si esas tendencias llegan a predominar, pueden llevar al sistema científico a una enorme crisis, sobre todo en una época en la que otras áreas de la ciencia están creciendo mucho y con grandes aportaciones.
Los avances recientes en neurociencias, por ejemplo, son asombrosos. En los últimos 20 años, toda la experimentación sobre el cerebro ha revolucionado el conocimiento que tenemos acerca de cómo funcionan las capacidades cognitivas del ser humano. Propagar en esas disciplinas jóvenes los criterios antiempíricos y antiexperimentales que promueven algunos físicos de cuerdas puede generar una situación que detenga el crecimiento de esas disciplinas que se hallan en enérgico desarrollo. En cierta forma, algunos cuerdistas están tratando de exportar y universalizar su fracaso, en vez de admitirlo.
La situación de la física teórica es difícil por múltiples causas. La causa sociológica reside en la organización empresarial de estilo norteamericano del sistema científico. Esa organización funcionó para fabricar una bomba atómica, o para crear los aceleradores de partículas que llevaron a la gran explosión de la física de partículas a fines de la década de 1950, pero no sirvió para encontrar una nueva física. Desde que terminó la Segunda Guerra Mundial no se ha descubierto esencialmente una nueva física fundamental comparable a la hallada en la primera mitad del siglo XX. En el sistema científico norteamericano, al investigador no le queda tiempo para dedicarse a los fundamentos de sus teorías o a cuestiones de fondo: hay una enorme presión por publicar artículos que servirán para ganar subsidios o subvenciones, que es lo que, en el fondo, hace valioso al investigador. ¿Por qué? Porque la universidad norteamericana elige a los profesores que va a contratar de acuerdo con sus capacidades para conseguir subsidios, dado que a ella le quedan los diezmos u overheads de los mismos, lo que significa para ellos una importante fuente de ingresos. Así pues, la universidad prioriza a aquellos investigadores que publican mucho en áreas de moda y que pueden conseguir, por tanto, subsidios jugosos.
El mundo académico se ha monetarizado, se ha comercializado en detrimento de la búsqueda de la solución a los grandes problemas científicos. La gente ya no se plantea problemas fundamentales porque los grandes problemas requieren mucho tiempo y maduración y eso afecta a los altos ritmos de publicación. El publish or perish (“publica o perece”, en inglés) ha llegado a una reductio ad absurdum produciendo un flujo permanente de artículos superfluos que en su gran mayoría jamás serán leídos o comprendidos. Todo esto ha llevado a que la originalidad tienda a desaparecer, porque siempre es más fiable adoptar una técnica comprobada y volver a aplicarla que tratar de plantear desde cero un nuevo problema. El mercado académico presiona para que se asignen puestos estables a los científicos que tienen capacidad de obtener grandes subsidios y son reconocidos por sus pares. Estos científicos estarán luego en posición de elegir a las nuevas personas que se incorporan al sistema, personas cuyos trabajos estarán en general en la línea de quienes los seleccionan. Ocurre entonces una especie de reproducción de los temas: los discípulos se forman a imagen y semejanza de los maestros y, a continuación, los maestros deciden que ellos sean quienes los reemplacen en las cátedras. El sistema académico monotematiza la investigación por medio de un círculo vicioso cuyo resultado es un investigador hiperespecializado y de poca versatilidad y originalidad.
Esto pasó en buena medida con el boom de publicaciones en teoría de cuerdas a finales de la década de 1990 en EE UU. El resultado es que hoy hay un montón de físicos ocupando muchas cátedras muy importantes en las mejores universidades y cuya especialización es algo que no sirve básicamente para nada, ni hay esperanzas de que sirva en algún momento. Esto lleva a la crisis actual de la física: se trata de gente sin formación para dedicarse a otra cosa y, por tanto, presiona para que las condiciones externas se adapten a lo que pueden hacer. Ante una situación como la de la teoría de cuerdas, […], los nuevos paladines de la teoría, en vez de decir “esto es un callejón sin salida y nunca voy a poder predecir nada”, lo que dicen es: “Para cada una de estas representaciones topológicas de la teoría de cuerdas hay un universo donde la teoría es válida”. Esto los lleva a postular algo increíble: infinitos universos.
En lugar de tratar de estudiar el universo observable, lo que hacen, para solucionar el problema de la degeneración, es postular infinitos universos. Es el paroxismo de la inflación ontológica. Un camino metodológico opuesto a lo que, tradicionalmente, ha llevado a los grandes descubrimientos de la ciencia. Cuando una teoría no es compatible con la realidad, se cambia la teoría, no se cambia la realidad agregando infinitos universos. Algunos cosmólogos están aterrorizados de que, en breve, proliferen los trabajos sobre universos múltiples y su disciplina vuelva a la vieja especulación sin asideros. Por esta razón, Ellis y Silk publicaron ese artículo valiente para llamar la atención de la comunidad científica y proponer una reunión, en la cual también participen filósofos, con el fin de mostrar que hacen falta estándares estrictos a la hora de evaluar las teorías científicas. El problema de tratar estas cuestiones con filósofos es que muchos de ellos no están de acuerdo con usar criterios estrictos de evaluación de las teorías. La filosofía académica en el mundo anglosajón ha sufrido un proceso similar al de la física teórica después de los grandes desarrollos en lógica de la década de 1930 y 1940, cuando se estableció la semántica formal.
A partir de los años cincuenta, los lógicos de orientación filosófica se dedicaron, más que nada, a fabricar lógicas alternativas. La mayor parte de las aplicaciones de la lógica están en la lógica de primer orden, que es lo que se llama la lógica de predicados, y en algunos aspectos de la lógica de segundo orden. Hay muchas otras lógicas, infinitas lógicas posibles, pero en general no tienen aplicación a la realidad. Una de esas lógicas se llama lógica modal o lógica de la posibilidad, que siempre se ha considerado como un mero juego formal que no tiene aplicación en ciencia. El filósofo estadounidense Saul Kripke postuló que la lógica modal podía resolver su problema fundamental, que es cómo establecer el valor de verdad de sus enunciados, postulando infinitos mundos: un enunciado modal es verdadero si y sólo si hay un mundo en el cual ese enunciado es verdadero. Un montón de lógicos y filósofos analíticos se dedicaron a reformular la lógica modal en términos de la pluralidad de los mundos o de los infinitos universos. Esto concuerda con la postura de algunos físicos cuerdistas radicales y sus multiuniversos. Estos supuestos universos no interactúan entre sí y están totalmente desconectados unos de otros. Jamás se podrá, siquiera en principio, planear un experimento que permita establecer la realidad de esos otros universos.
Se presenta así una situación peculiar y potencialmente muy peligrosa: tanto lógicos y filósofos que están sin problemas serios de los que ocuparse, como físicos teóricos que se hallan atrapados en el callejón de la teoría de cuerdas, de repente se encuentran que tienen intereses comunes y comienzan a apoyarse mutuamente. Esto termina en científicos como Stephen Hawking, quien hablaba de la muerte de la filosofía refiriéndose a la filosofía tradicional, y filósofos que dicen que “hay que basar la filosofía en las modernas teorías de la física”, haciendo referencia a la teoría de supercuerdas y a la del multiuniverso o multiverso. Es un movimiento peligroso: los investigadores se apartan de la realidad y de los problemas reales y pasan a considerar como actividad científica legítima algo que sólo es un discurso o un monólogo posmoderno. Un relato. La realidad se genera en el despacho del físico.
Este movimiento ha tenido otra consecuencia perjudicial: la aparición de científicos mediáticos y gurús de la ciencia. Lo opuesto a la imagen tradicional del científico, que se cuida de hacer observaciones extravagantes y es un referente para detener la charlatanería. Muchos cuerdistas consideran a Ed Witten una especie de gurú. Su sola opinión expresada en una conferencia puede hacer que cientos de científicos jóvenes se pongan a trabajar en una dirección sin cuestionarse las razones. Otros científicos, más preocupados por su popularidad que por la ciencia, se pasan el tiempo haciendo profecías sobre toda clase de temas, desde el fin de la filosofía o la física hasta el fin del mundo. Es el triste caso de Hawking, que en los últimos años de su vida parecía dedicado solamente a cultivar su popularidad personal entre el gran público por medio de las más disparatadas afirmaciones. Todo esto crea una muy pobre imagen de la ciencia y su contribución a la cultura, en particular si comparamos la situación con la época en que las figuras de referencia eran Einstein, Max Planck, Niels Bohr y otros científicos de similar envergadura y conciencia cívica y social.
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