Entrevista a Facundo Manes: “Necesitamos valorizar al docente, darle prestigio social”

14 Mayo 2017/Fuente: rionegro/Autor:Hugo Alonso

Facundo Manes estuvo en Roca y conversó con “Río Negro”. El neurocientífico insta a “cuidar el cerebro” y a reconocer la pobreza como el primer paso hacia el desarrollo. “Tenemos que unirnos y necesitamos un paradigma, que es el conocimiento”, plantea

Facundo Manes invita a protagonizar “la sociedad del conocimiento” y abre las puertas. No cree que está mal revisar el pasado, debatir el presente, pero está convencido de que no puede haber “grieta” sobre el futuro.

Su presentación formal dice que es neurólogo clínico y neurocientífico, creador del Instituto de Neurología Cognitiva, presidente de la Fundación Ineco y rector de la Universidad Favaloro.

Su presentación personal es una gran sonrisa, un buen apretón de manos y una predisposición permanente a explicar por qué los argentinos tenemos que cuidar más el cerebro.

Vivió y viaja en forma permanente al exterior, pero también sabe de la atracción que genera en el interior del país. Se siente del interior, por su infancia y adolescencia en Arroyo Dulce y Salto, en la provincia de Buenos Aires.

Por eso fue casi uno más en Roca, esta semana, después de la charla que brindó ante 300 personas en la Asociación Española, invitadas por Sancor Seguros, que celebró sus 60 años en la ciudad. Allí saludó uno por uno, se sacó decenas de selfies y se interesó por la actualidad económica y social de la región del Alto Valle.

En la previa de esa presentación, Manes habló con “Río Negro” y explicó la importancia de la neurociencia para la sociedad.

“Hoy por suerte hay muchos investigadores en el mundo, mucho presupuesto de distintos países, buscando entender el cerebro. Y el impacto es muchísimo, primero porque las enfermedades del cerebro son muy prevalentes y esto permite ayudar a las personas y a sus familias. Porque las enfermedades neurológicas impactan en el entorno familiar. Si alguien convive con alguien está enfermo tiene más ansiedad, toma más psicofármacos, falta más al trabajo”, explica.

“Además, todo lo que hacemos lo hacemos con el cerebro, entonces entenderlo puede ayudar hasta en el deporte. Hoy la diferencia entre el oro y el bronce en un juego olímpico está en la capacidad cognitiva, en la resiliencia, en la atención, no tanto con el entrenamiento físico. Va a impactar en la economía, porque decidimos con el cerebro; en la educación… ¿qué es la educación sino dos cerebros en contacto? Va a impactar en la ley. Los testigos recuerdan –no muy bien– con el cerebro; los jueces deciden -a veces no muy bien- con el cerebro, porque somos más automáticos de lo que pensamos. Así que la neurociencia va a impactar en todos los órdenes de la vida, porque todo lo hacemos con el cerebro”, agrega.

P- ¿Tenemos conciencia sobre las enfermedades del cerebro? Es la causa más importante de discapacidad en el mundo…

R- Exactamente. Hay mucho interés en el mundo sobre el estudio del cerebro. Una de las razones es porque son la principal causa de discapacidad, más que el cáncer, que la enfermedad coronaria. Y cuando uno habla de la enfermedad del cerebro piensa en traumatismo de cráneo, en ACV, esquizofrenia… pero hoy tememos que incluir a la adicción. La adicción secuestra el cerebro, no es una debilidad moral. A la gente le interesa conocer cómo funciona el cerebro, saber lo que sabe y lo que no sabe la ciencia… cómo tomamos decisiones, cómo surge la creatividad. Y también los avances en la ciencia del cerebro van a producir dilemas que la sociedad deberá resolver, así que es muy importante difundir estos hallazgos.

La pobreza

P- La malnutrición impacta en el desarrollo del cerebro. ¿Cuánto?

R- Hoy sabemos que la malnutrición tiene un impacto en el cerebro, inclusive anatómicamente. Y en la Argentina lamentablemente todavía tenemos malnutrición, que no sólo es desnutrición sino también obesidad y déficit vitamínico. Y también sabemos que la pobreza tiene un impacto negativo en las funciones cognitivas. El que vive en contexto de pobreza utiliza los recursos cognitivos en el día a día y no puede salir del contexto de pobreza.

P- ¿Qué factores son claves durante la infancia de un niño para un buen desarrollo cognitivo?

R- Primero reconocerlo. Saber que el futuro de un país es el cerebro de los ciudadanos. Si hay contexto de pobreza va a haber personas que no van a tener los recursos necesarios para decidir y proyectar un futuro, generar conocimiento. Cuando uno lo reconoce como sociedad, actúa. En Argentina todavía nos falta reconocerlo. La sociedad tiene otras prioridades y el cerebro debe cuidarse, no sólo con una nutrición adecuada sino también con estímulos cognitivos, emocionales y sociales. Hay que poner esto como política de Estado.

P- Además del desarrollo en educación, ciencia y tecnología que nos falta, usted habla de los peligros de los sesgos mentales. Sólo importa el presente, el resultado por encima de los procesos. ¿El argentino medio es autodestructivo? ¿Le falta autoestima?

R- En un libro anterior la tesis fue esa: el cerebro argentino. Porque hoy sabemos desde la ciencia que la gente que nos rodea, los diarios que leemos, los twitters que seguimos, la gente del país, la cultura… todos influyen en la manera que sentimos, pensamos y decidimos, creando sesgos. Y los argentinos tenemos sesgos. Creemos hay una conspiración internacional para que no nos desarrollemos, sin pensar que nosotros tenemos que ser responsables del desarrollo igualitario. Los argentinos vivimos el presente, toleramos la corrupción, tenemos ciertas conductas que son propias de la cultura, de nuestro entorno y de nuestra historia. También tenemos cosas maravillosas, somos solidarios, generosos, amigueros, pero los países que se desarrollaron han logrado hacia el futuro tener varias políticas de Estado, en la que la mayoría está de acuerdo. No logramos ponernos de acuerdo. Estamos permanentemente peleándonos acerca del pasado y del presente, que no está mal, pero además de eso tenemos que encontrar puntos de acuerdo, y nos cuesta.

P- ¿Es posible proyectar ese pacto social, proyectos de mediano y largo plazo, en una sociedad con altas dosis de lógica binaria?

R- Si no es posible tenemos un futuro negro. Yo aspiro a poner mi granito de arena. Recorro el país diciendo esto. Necesitamos políticas de Estado. Y es algo que ya hicimos. En 1869 en la Argentina había un 78% de analfabetos y hubo una generación que creó la escuela pública, que pensó en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones. Y en 1947 había menos analfabetos en Argentina que en España e Italia. También lo hicimos nuevamente con la democracia. Peronistas, radicales, socialistas y comunistas estábamos de acuerdo con la democracia en el 83. Hoy tenemos que unirnos y necesitamos un paradigma, que para mí es el conocimiento, que es mucho más amplio que la educación. Involucra cuidar el cerebro, educación de calidad, infraestructura y también instituciones fuertes, sólidas y transparentes.

P- Para eso es indispensable tener líderes. ¿Qué significa ser líder? Usted no habla de un líder, sino de varios líderes en cada organización. ¿Cuál es la ventaja de ese sistema?

R- El cerebro básicamente aprende cuando algo nos inspira, nos motiva y nos parece un ejemplo. Y necesitamos muchos ejemplos en Argentina, en muchas áreas. El liderazgo requiere imaginar el futuro, tomar riesgos, representar al grupo. No se puede construir un país con pocos líderes.

P- Esa Argentina del caudillismo, de liderazgos unipersonales…

R- Y así estamos, un país con un recurso humano extraordinario, recursos naturales. Necesitamos otra cosa. Necesitamos ejemplos, instituciones, infraestructura y educación de calidad.

P- Habla de educación de calidad y habitualmente dice que “los docentes son la base de todo”… ¿Quién debe tomar nota de ese mensaje? ¿El gobierno, los gremios, los mismos docentes?

R- Todos. Necesitamos volver a poner al docente como el trabajo más prestigiosa de la sociedad. En el mundo varias cosas impactaron en la educación de calidad. Primero invertir en la primera infancia. Valorizar el docente, no sólo con salarios dignos sino también con prestigio social. Evaluar a los docentes y a los alumnos, no para estigmatizarlos sino para ayudarlos. Además, manejar la diversidad cultural. Tener datos concretos. Nos hacen falta más datos, más transparencia. No hay que inventar la pólvora. Argentina era la meca de la educación en Latinoamérica y hoy estamos detrás de nuestros vecinos. A mí me duele, me da bronca y por eso no estoy muy a favor de abonar la grieta. Creo que tenemos desafíos que nos requieren la unión de todos. Y luego puede haber discusión ideológica.

¿Rumbo al Congreso?

Facundo Manes colabora ad honorem con el gobierno de María Eugenia Vidal, en el diseño de políticas públicas. No pocos lo ubican como candidato a diputado nacional para las próximas elecciones, pero sobre eso responde que todavía no hubo ofrecimientos concretos.

“Me honra que piensen en mí, pero nunca lo haría como una cuestión narcisista, sino como una construcción colectiva”, aclara.

P-¿Cree en los partidos políticos?

R-El mundo está viendo nacer a movimientos, muchas veces liderados por personas atractivas. Pero creo que los partidos tienen un rol. Tienen que renovarse. En la Argentina el peronismo y el radicalismo si no se renuevan van a explicar más el pasado que el futuro.

“Los argentinos tenemos sesgos. Creemos hay una conspiración internacional para que no nos desarrollemos”.

“Cuando uno habla de la enfermedad
del cerebro tenemos que incluir a la adicción. La adicción secuestra el cerebro”.

Un libro, un puente para padres e hijos

Antes de su visita a Roca, Facundo Manes presentó su último libro, “Descubriendo el cerebro” que fue escrito junto a María Roca y está orientado a los más chicos.

P- ¿Cuál es la importancia de sumar conocimientos de neurociencia desde la infancia?

R- Lo hicimos con varios objetivos. Uno es que los chicos pierdan el miedo a la ciencia, que se sientan atraídos. Y el cerebro es fascinante. Segundo, yo soy padre, le leo cosas a mis hijos y muchos veces me aburro, o ellos se aburren con las cosas que a mí me interesan. Este libro es un puente para el diálogo entre padres e hijos, una excusa para comunicarlos.

Fuente de la entrevista: http://www.rionegro.com.ar/sociedad/manes-necesitamos-valorizar-al-docente-darle-prestigio-social-XK2783563

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7. Reforzar y revalorizar la profesión

Por: Mariano Fernández Enguita

 Hace un siglo, la función educativa de un maestro era preparar al alumno para el entorno de la lectoescritura, fomentar su identidad nacional y disciplinarlo para un futuro de trabajo. Para lo primero estaba altamente cualificado, lo segundo era consustancial a la cultura de las escuelas normales y, en cuanto a lo tercero, él mismo era un perfecto producto de la conformidad escolar. Al profesor de secundaria le correspondía mantener y mejorar lo ya hecho, pero, sobre todo, iniciar a un puñado de alumnos escogidos en los que se consideraban, sin discusión, los saberes dignos de ser aprendidos, léase disciplinas o asignaturas, de la única manera en que se suponía que podían serlo. Hoy, el entorno comunicacional que espera al alumnado ya es otro, dominado por los recursos digitales, en los que los docentes tienen una formación nula o muy débil; los elegidos han ido aumentando, de grado o por fuerza, hasta ser la totalidad de los adolescentes, mientras los saberes y las maneras de aprender se multiplican y, por ello mismo, dejan de ser indiscutibles. El efecto de esto es tornar siempre insuficientes y a menudo inadecuados, al menos, las competencias comunicativas de todos los docentes, los conocimientos sustantivos del maestro y la capacidad pedagógica del profesor de secundaria, sobre todo tras una formación inicial que apenas ha evolucionado.

Por si fuera poco, también ha cambiado su posición relativa. En el inicio del proceso de modernización, la formación del docente lo situaba por delante de la inmensa mayoría de los progenitores de sus alumnos. Hace un siglo, según el anuario de 1915 y el censo de 1910, había 37.041 maestros en un país de veinte millones de habitantes. En el curso 1954-55 había 79.787 maestros ejerciendo en primaria (7.352 de ellos sin título); en 2014-15 eran ya 401.815, sin contar los de educación especial, para un país de 46 millones; o sea, once veces lo de hace un siglo y el quíntuplo que hace tres cuartos para una población algo más que el doble. No es posible ir tan atrás con el profesorado de secundaria, pero sí a 1940-41, con 2.862 docentes de secundaria; o, por alejarnos de la devastación post-bélica, a 1954-55, con 4.072 profesores de bachillerato; en 2014-15 había 262.292 profesores de ESO, bachillerato y FP, además de otros 66.588 con parte de su trabajo en primaria y contados ya en esta; o sea, de sesenta a ciento diez veces lo que hace tres cuartos de siglo. En 1950, de acuerdo con el INE, 33 de cada mil activos eran “profesionales, técnicos y similares” (categoría estadística en la que se incluye a maestros y profesores); en 2001 eran 230. Ya no es la escasez lo que puede dar valor a la profesión.

La actual formación inicial del docente de Primaria es el Grado de Magisterio (4 años), pero esto es relativamente reciente. La mayoría de los maestros en ejercicio estudiaron todavía una diplomatura (3 años), y hasta 1970 los estudios de Magisterio, salvo un breve periodo republicano, estuvieron alineados con el nivel de Secundaria, solo que especializados. Hoy, las notas de acceso y salida de la carrera indican sin equívoco que es muy fácil entrar y más aún aprobar, y los cuatro cursos se reducen a poco más de tres si se descuenta el prácticum. En cuanto a la del profesor de Secundaria, después de decenios con la inútil ficción del CAP hoy requiere, aparte del grado universitario -hasta hace poco licenciatura- previo, un máster específico de un año con un prácticum que supone el 30% de la carga en créditos pero se lleva el 50% del curso académico. El diagnóstico generalizado es que la formación del docente sigue siendo muy débil en general para Primaria y pedagógica o profesionalmente débil para Secundaria. A esto se añade, primero, que la universidad no es capaz de dirigir ni controlar el prácticum, mientras que los centros de Primaria y Secundaria, dado que solo son colaboradores, no se sienten obligados ni inclinados a hacerlo de forma efectiva, lo que lo convierte en un coladero ineficaz; segundo, que la llave de acceso a dos tercios del sistema, la enseñanza de titularidad pública, sigue estando en unas oposiciones librescas que de ninguna manera garantizan la competencia docente, si es que el educador ha de ser algo más que un transmisor de información mascada.

Una reforma a fondo de la formación inicial a la altura de los desafíos del nuevo entorno global, digital y transformacional y de la centralidad de la educación en el mismo debería, por un lado, reforzar la formación teórica y científica del profesorado (general para el de primaria y educacional para el de Secundaria), previendo que este tendrá, a lo largo de una vida profesional larga en un entorno complejo, cambiante e incierto, que estar en condiciones de analizar, diagnosticar, innovar y seguir aprendiendo; por otro, dar mayor peso a la formación y la selección en la práctica, ampliando el periodo de residencia en el centro y condicionando al desempeño en el mismo el acceso definitivo a la profesión. Este doble movimiento podría hacerse sacando definitivamente el prácticum de los estudios universitarios para dejar a la universidad hacer lo que mejor sabe y puede hacer, que es la formación teórica, y encomendándolo por completo a quienes están realmente en condiciones de organizarlo y dirigirlo, que son los empleadores (administraciones y patronales) y los profesionales en ejercicio, ya de forma más sistemática, remunerada y prolongada (llámese igual o, como ahora se propone, MIR docente).

En cuanto al acceso al empleo, bien podría dividirse en dos fases: una de acreditación, regulada por universidades y administraciones, y otra de contratación, por los centros. La acreditación podría ser el resultado del título universitario más la evaluación positiva del periodo de prácticas, y la contratación, establecidas unas normas generales, ser dejada a los centros y/o a las autoridades locales, que son los que pueden conocer las necesidades sobre el terreno. Huelga explicar que con tal modelo no harían falta oposiciones. Por último, la carrera docente debería situarse en algún lugar intermedio entre la inamovilidad y la precariedad. Más allá de la formación inicial, el aprendizaje del saber hacer docente es largo, descansa fuertemente en la experiencia y como mejor se transmite es a través de esta, en la colaboración, por lo que la estabilidad y un horizonte cierto en el empleo son elementos necesarios para el desarrollo en la profesión y activos muy relevantes para la institución; pero, en el extremo opuesto, la inamovilidad, inanidad e impunidad actuales del docente funcionario se han convertido en una rémora para ella, por lo que se precisa estudiar formas intermedias, que pueden ir de un contrato laboral protegido o reforzado a un estatuto funcionarial relativizado, no incondicional. Quizá no esté de más recordar que el contrato laboral, que ya rige en los centros privados y concertados, fue la reivindicación central del profesorado no funcionario de la escuela pública en los años de la transición política y primeros de la democracia, cuando se gestaba la figura actual de la profesión.

Por último, la mejora de la institución escolar requiere la recuperación de un tiempo de trabajo del docente que muchos mantienen e incluso estiran, pero en el caso de otros, no menos, se ha perdido: me refiero al horario y el calendario no presenciales. Sin cuestionar los derechos eventualmente adquiridos por los docentes ya en ejercicio (que podrían, no obstante, ser voluntariamente atraídos hacia unas nuevas condiciones de ejercicio profesional con incentivos varios), la contratación de nuevo profesorado debería devolverlo progresivamente a los centros, pues en esta profesión la proximidad física y el contacto informal son la columna de la tan necesaria colaboración, y la ausencia de los profesores del centro fuera de su horario lectivo o poco más provoca su infrautilización, favorece su burocratización y limita su capacidad de iniciativa, de adaptación al entorno y de resolución de problemas.

Aunque, para salir del terreno de las abstracciones, en este texto no se han ahorrado detalles de posibles cambios, todos son sin duda discutibles y deben distinguirse de lo esencial: reforzar la formación universitaria del profesorado, establecer una etapa sólida de formación práctica y evitar las disfunciones de la poltrona funcionarial. Esto entraña una carrera inicialmente más dura y más difícil, pero ese es uno de los dos pies del prestigio profesional tan añorado. El otro es un buen desempeño, comprometido, eficaz y eficiente, lo que quiere decir mejorar la vida de los centros y mejorar los resultados de los alumnos, en el sentido más amplio. Con eso, el prestigio volverá solo; sin eso, nunca, porque es cuestión de valor social real, no de marca.

Fuente: http://blog.enguita.info/

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