Por Marcela Isaias
Evaluación educativa. Los resultados del Operativo Aprender le urgen al gobierno de Cambiemos para mostrar más «dolores de la pesada herencia» y aplicar la política de ajuste para la educación que siempre tuvo en sus planes.
Las evaluaciones al sistema educativo no son novedad: están contempladas en la ley de educación nacional y de hecho, con más o menos críticas, se aplicaron en forma regular años anteriores. Por qué entonces «tanto escándalo» ahora con el Operativo Aprender, con el que el nuevo gobierno se propone conocer cuánto saben los estudiantes en lengua y matemática.
Desde que se conoció el nuevo operativo, investigadores, profesores, gremios y estudiantes alertaron de la gravedad de aplicar una prueba estandarizada y más cuando quienes tienen injerencia diaria en la enseñanza no han sido ni siquiera convidados a opinar. ¿Puede reconocer una pregunta múltiple choice el esfuerzo de una adolescente que cuida a sus hermanos más pequeños, atiende lo urgente del hogar y corre luego a la escuela para no abandonar la secundaria? ¿Cómo contempla esa prueba a los pequeños que viven entre balas, apenas duermen por la noche y al otro día están de pie entrando al aula?
Con estrategias innovadoras o perimidas, la docencia evalúa permanentemente a sus alumnos y alumnas, sabe por qué debe esperarlos, cuánto exigirles o cómo buscarle la vuelta para que lo difícil se vuelva cercano. También goza de buena conciencia sobre lo mucho que falta por hacer por la calidad de los aprendizajes. Lo expresa cuando reclama más tecnologías en las aulas, que no se cierren los planes de lectura y que se sigan entregando libros, que no se desprecien los programas inclusivos como los de coros y orquestas, que quienes se forman como docentes no lo hagan en lugares de paso, que la capacitación gratuita siga siendo una política de Estado y que tanto discurso oficial que declama amor por la educación se vea reflejado con los mejores salarios.
El pedagogo Pablo Gentili lo explicaba muy bien en el congreso «Más y mejor educación», realizado en Buenos Aires hace dos años, al referirse a la Prueba Pisa cuando recomendaba que la Argentina se retire de ese examen mundial que no valora la diversidad y pluralidad de personas que conviven en las aulas, los esfuerzos de inclusión, y que por el contrario pone el acento en la obsesión por medir desplazando el derecho a la educación.
También señalaba cómo detrás de estos resultados que recoge la Organización de Cooperación de Desarrollo Económico (Ocde) hacen cola los organismos financieros, con el Banco Mundial a la cabeza, para ofrecer los programas-recetas adecuados que sanan esos males educativos.
No caben dudas que el gobierno de Cambiemos está ansioso por contar con los resultados de Aprender para seguir adelante con su plan de ajuste en el ámbito educativo. Todos los días el ministro del área de la Nación, Esteban Bullrich, da pistas sobre cómo piensa a la educación.
«Hay que educar para la incertidumbre» propuso el ministro en un panel del Mini Davos realizado en Buenos Aires en septiembre pasado. Desde el público le reclamaban emular a Sarmiento y traer maestras de otros países para capacitar a las propias. Bullrich les replicaba que estaban haciendo «algo mejor»: mandar las de aquí a países como EEUU o Suecia a formarse. Casi en paralelo y con estrecha fineza pedagógica auguró una renovación de «la Campaña del Desierto, desde la educación».
En el reciente Coloquio de Idea no le fue muy bien con el uso de la metáfora al comparar al sistema educativo con «una fábrica de chorizos» y al trabajo docente «con poner huevos y la carne de cerdo».
Por un día se tomó vacaciones del discurso que repite hasta el hartazgo de «que más allá de donde nazca un argentino, tiene que tener la misma oportunidad de acceder a una educación de calidad» cuando el pasado 1° de octubre cerró Tecnópolis al público y la abrió sólo para que asistan los hijos de los funcionarios. No sea cosa que se junten con la negrada.
La memoria colectiva y los derechos humanos no entran en el imaginario de Cambiemos. El viernes último, sin mediar el acto administrativo requerido para estos casos bajaron del Palacio Pizzurno los cuadros de las docentes víctimas de la dictadura Marina Vilte, Isauro Arancibia y Graciela Lotufo. Las razones que esgrimieron eran de «refacciones» en el salón. A pedido de la Ctera quedó un acta de que serán restituidos.
Y para dejar en claro cómo Esteban Bullrich piensa a las y los jóvenes más vulnerables, los asoció a la delincuencia: la pobreza «no se va a cambiar con planes sociales, a ese pibe le podés dar un plan social pero esa plata la va a usar para comprar balas». Las declaraciones las hizo en una entrevista exclusiva que le realizó la agencia oficial Télam el 9 de octubre pasado, donde el tema central eran las evaluaciones en marcha.
Los resultados del Operativo Aprender les urgen al gobierno de Cambiemos para mostrar más «dolores de la pesada herencia» y aplicar la política de ajuste para la educación que siempre tuvo en sus planes: salarios por mérito a los docentes y programas enlatados para las escuelas. Igual que la Cajita Feliz de McDonald’s: la hamburguesa básica para todos y el muñequito de moda que responde al mercado. Y bien cara.