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La guerra contra el terror: una farsa de miles de millones de dólares para crear monstruos, sembrar odio y cosechar muerte

Por: Alberto Rodríguez García

Más de 40 millones de desplazados y una crisis humanitaria mayor que todas las del siglo XX exceptuando la Segunda Guerra Mundial. Cientos de miles de millones invertidos en empezar guerras que parecen no terminar jamás. Libia, Somalia, Yemen, Siria, Irak, Afganistán y Filipinas son el decrépito retrato de la Guerra contra el Terror iniciada por George W. Bush tras los infames atentados del 11 de septiembre de 2001.

La guerra contra el terror más allá de la retórica petulante, de los discursos pomposos de quienes se creen con la autoridad para exportar su modo de vida a todo el mundo, nunca trató de hacer justicia o terminar con el terrorismo. Siempre fue una sucia guerra de venganza. Siempre fue la guerra de un sistema perverso contra el mundo.

19 años después, millones de personas han dejado de existir, fulminadas por las balas y explosiones de guerras estúpidas que jamás tuvieron el más mínimo ápice de rectitud ni moral. Y 19 años después, los Talibán siguen controlando la mayoría de Afganistán, preparando el terreno para su reconocimiento en el plano internacional como actores legítimos en las negociaciones de Doha celebradas estos días. Y 19 años después, el Frente Moro mantiene la violencia en Filipinas; debilitado únicamente por la educación como arma. Y 19 años después, el Estado Islámico ha arrasado Siria e Irak; un Estado Islámico germinado durante la ocupación estadounidense de Irak tras el derrocamiento de Saddam Hussein, hecho fuerte con el apoyo europeo y norteamericano a los rebeldes que intentaron acabar con el estado sirio de Bashar al-Assad. Y 19 años después, al-Qaeda, Estado Islámico y escisiones son cada día más fuertes en el Sahel. Y 19 años después, Ansar al-Sunna en Mozambique se ha propuesto conquistar Cabo Delgado; una de las regiones más ricas en recursos del país y con la mayor reserva de rubíes del mundo. Y 19 años después, al-Shabaab sigue poniendo en jaque el estado somalí. Y 19 años después…

La guerra contra el terror no consiste en erradicar ni la radicalización ni las causas de la misma, ni en estabilizar países y hacer que las sociedades avancen hacia mejores condiciones de vida. La guerra contra el terror consiste en matar, a menudo expoliando los recursos del país que toque destruir.

Miles de soldados norteamericanos están repartidos por Oriente Próximo, aunque cada vez son menos, a medida que perfeccionan matar a distancia, frente a una pantalla y con un dron. Pero a pesar de la proliferación de los ataques con drones, el hediondo rastro de muerte que deja consigo el terrorismo no deja de propagarse. Porque la guerra contra el terror no consiste en erradicar ni la radicalización ni las causas de la misma. Porque la guerra contra el terror para sus arquitectos desde Washington y Langley, no consiste en estabilizar países y hacer que las sociedades avancen hacia mejores condiciones de vida. La guerra contra el terror consiste en matar, a menudo expoliando los recursos del país que toque destruir.

Cuando declaró la guerra contra el terror, George W. Bush afirmó que desde entonces se estaría con o contra los EE.UU.; sin espacio para grises. Y en base a esa dicotomía de buenos y malos –justificada con mentiras como las armas de destrucción masiva de Irak– se destruyeron los regímenes que, independientemente de las opiniones que pueda suscitar cada uno en el lector, contenían la amenaza terrorista en el plano tanto local como regional como internacional.

Pero cuando los estados se debilitan, las organizaciones terroristas logran cubrir los vacíos y ganar fuerza. Los Hermanos Musulmanes, tras su aventura en Hama para instaurar un emirato islámico en 1982, quedaron casi completamente suprimidos en Siria. Una ‘guerra contra el terror’, muchas sanciones y millones de dólares y euros después, Idlib se convirtió en el mayor espacio seguro para al-Qaeda desde Afganistán. Saddam Hussein, a pesar de pasar más de una década en guerra –primero la guerra con Irán y después la primera guerra del Golfo– supo mantener la estabilidad en Irak. Una ‘guerra contra el terror’ después se creó el caldo de cultivo perfecto para el auge del Estado Islámico que llegó a tomar Mosul y convirtió Bagdad en objetivo de constantes ataques terroristas. El mismo Estado Islámico que el mismo año en el que Saddam Hussein fue derrocado, lejos de estos ser erradicados –recordemos, en el contexto de una supuesta guerra contra el terrorismo– empezaba el tercer y mayor genocidio del siglo XXI.

La guerra contra el terror es una farsa de cientos de miles de millones de dólares diseñada para mantener la industria bélica atiborrándose con dinero del contribuyente de norteamericano. Una farsa para destruir países y controlar gobiernos.

Pero siendo honestos, ¿quién puede esperar un ápice de moral y el más mínimo interés por la justicia y el fin del terror… por parte de los mismos que propugnan el terror? Ejercer el terrorismo no solo es poner bombas en nombre de un Dios o una ideología. Ejercer el terrorismo también son las detenciones aleatorias, las torturas en centros clandestinos, los crímenes de lesa humanidad contra población civil en ocasiones por puro entretenimiento… Y en este caso, EE.UU. es el principal protector de los terroristas, a quienes ampara sancionando –también amenazando– a quienquiera de la Corte Penal Internacional de la Haya que investigue los crímenes de guerra de oficiales norteamericanos en Afganistán. La única diferencia respecto a algunos grupos terroristas que maquillan sus métodos de barbarie con ideales rimbombantes, es que el estadounidense cuenta con un presupuesto billonario y a estas alturas ni siquiera necesita maquillarse.

La guerra contra el terror no es más que una farsa. Tal vez la mayor farsa que ha conocido nuestra generación. Es una farsa de cientos de miles de millones de dólares diseñada para mantener la industria bélica atiborrándose con dinero del contribuyente de norteamericano. Una farsa para destruir países y controlar gobiernos. Una farsa para en nombre de la paz, la seguridad y la vida, crear monstruos, sembrar odio y cosechar muerte.

Fuente: https://actualidad.rt.com/opinion/alberto-rodriguez-garcia/366879-guerra-terror-farsa-millones-dolares-eeuu

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El racismo, colonialismo e imperialismo presentes que a nadie parecen importar

Por:  Alberto Rodríguez García

La posmodernidad nos está llevando a unos tiempos en los que todo se relativiza, todo carece de sentido y todo está vacío de contenido. Una época de pobreza intelectual en la que solo importan los símbolos y donde ni siquiera los símbolos significan nada.

Así pues, mientras en nombre de la ilustración se vandaliza la figura de Mustafá Kemal Ataturk, el padre de la Turquía moderna y secular, se evita señalar a regímenes sectarios que condenan a su población al yugo de una fe impuesta. Así pues, mientras en nombre de la vida se vandaliza un memorial a los veteranos de la Segunda Guerra Mundial, se evita hablar de la mayor crisis humanitaria de nuestros tiempos, provocada por la intervención de Arabia Saudí en Yemen. Así pues, en nombre del anticolonialismo, se evita cuestionar la financiación mil millonaria por parte de EE.UU. de un etno-Estado creado a partir de la colonización y la expulsión de población nativa en la otra punta del mundo: Israel. Así pues, en nombre del anti-esclavismo, se vandaliza la figura de Miguel de Cervantes, autor de una de las mejores obras que jamás ha conocido la literatura universal, y esclavo en Argel. Porque mientras se vandaliza la figura de Cervantes, se ignora el esclavismo institucionalizado que existe a través de un sutil vacío legal, el sistema Kafala, en Líbano, Jordania y el Golfo, a saber: Arabia Saudí, Oman, Qatar, Kuwait y Emiratos Árabes Unidos. Porque basando ‘la lucha política’ en cuestiones de siglos atrás –cuando no peleando contra piedras–, la vida sigue sin que nada sustancioso cambie.

La posmodernidad nos ha llevado a una era en la que el supremacismo aflora desde los complejos y, aunque parezca contradictorio, el odio a uno mismo. Con su máximo exponente en el mundo anglosajón, existe una especie de paternalismo rancio que hace a los sujetos (pseudo)revolucionarios odiarse por el colonialismo, el esclavismo, las guerras religiosas y el imperialismo de siglos atrás… mientras ignoran que hoy todavía hay esclavismo, expansionismo y sectarismo fuera de Europa que, dicho sea de paso, no es el centro del mundo.

«Esta especie de memoria histórica –aunque más bien es memoria selectiva– demuestra que los objetivos no son ni la reparación ni aprender de los errores del pasado, sino perder el tiempo en un club de amigos políticos»

Sin minimizar la colonización de Norteamérica sobre el exterminio de su población nativa, o el genocidio congoleño por parte de los belgas, tendemos a olvidar que la Dinastía Omeya logró establecer el Imperio Islámico mediante el filo de sus cimitarras. Que durante los siglos XVI y XIX, cristianos de Italia, España, Francia y Portugal fueron capturados y esclavizados por corsarios otomanos. Del mismo modo que los europeos no fueron los únicos que compraron y utilizaron a esclavos negros. No tan conocido es que Tanzania fue durante años un importante mercado que conectaba África Oriental con los Árabes. Y en ese mercado, también se vendían esclavos. Esta especie de memoria histórica –aunque más bien es memoria selectiva– demuestra que los objetivos no son ni la reparación ni aprender de los errores del pasado, sino perder el tiempo en un club de amigos políticos.

Es absurdo flagelarnos –como si tuviese algún tipo de utilidad– por problemas del pasado a los que todavía hoy, en el siglo XXI, en 2020, ni siquiera se les ha puesto solución. Sin olvidar jamás el papel de las potencias coloniales en el desarrollo del esclavismo, hoy en Mauritania dos de cada 100 personas están esclavizadas; estamos hablando de por lo menos 90.000 esclavos en el país. Hoy muchos países de la ONU brindan su apoyo al Gobierno del Acuerdo Nacional libio, aunque dentro de su territorio todavía haya mercados de esclavos subsaharianos tan brutales como los del pasado.

Locales ayudan a refugiados rohinyás a su llegada a la costa de Indonesia, 25 de junio de 2020.Antara Foto/Rahmad / Reuters

Es indignante ver británicos atacar desbocadamente figuras del pasado colonial o cultural mientras no se cuestionan las bases de su sistema; mientras ni siquiera se plantean, hoy, descolonizar Gibraltar o las Islas Malvinas. Resulta indignante la hipocresía de los mandatarios de la Unión Europea solidarizándose con un movimiento a miles de kilómetros, en EE.UU., mientras –violando resoluciones del TJUE, es decir, el propio sistema de la UE– firman acuerdos de pesca con Marruecos en el Sahara Occidental; un territorio todavía pendiente de descolonización. Mientras no se cuestiona seguir apoyando al Estado de Israel que a julio de 2020 amenaza con anexionarse territorios ya ocupados, y como sus maestros anglos hicieron, intentando acabar con la población nativa que ni siquiera obtendría la nacionalidad tras la anexión. Porque a quienes les asusta la colonización vista a través de los libros de historia, parece no importarles tanto cuando sucede frente a sus ojos en directo.

Hablar de apropiación cultural significa entre poco o nada cuando esos mismos activistas de moral pura ignoran que ahora mismo está habiendo genocidios culturales. En 2019, la UNESCO alertó de que en Turquía hay 15 idiomas amenazados, de los cuales el Gagavuz, el Asirio y el Ladino prácticamente están extintos. El Abaza, el Homshetsma, el Griego Póntico, el Romani, el Suret y el Armenio occidental también están camino a su desaparición en un país en el que el AKP, a la turquificación forzosa, le ha añadido la islamización de la sociedad. Como lamentaba el entonces director de la UNESCO Koichiro Matsuura, «la muerte de un idioma lleva a la desaparición de muchas formas de herencia cultural intangible».

«Está muy bien reivindicar el antiracismo, el anticolonialismo y el antiimperialismo, pero mientras estas consignas se sostengan en sucesos de hace siglos, tengan una forma abstracta e ignoren los problemas contemporáneos, quedarán en simple palabrería, en simple «postureo» estético para Redes Sociales y, con suerte, para la campaña electoral de algún demagogo».

Y en este contexto de exterminio cultural que a nadie parece importarle, el Gobierno turco sigue avanzando contra las minorías autóctonas como una horda que arrasa con todo. Recep Tayyip Erdogan ya ha anunciado que quiere reconvertir Santa Sofía, una de las basílicas más importantes para la iglesia ortodoxa de oriente, en una mezquita; en una especie de referencia neoimperialista y sectaria a la conquista otomana de Constantinopla. Porque la dominación imperial no es algo de hace siglos, y es que hoy la Turquía de Erdogan aspira al establecimiento de un neo-Imperio Otomano; haciendo del GNA libio su protectorado, estableciendo la lira turca en el norte de Siria o lanzando operaciones militares en el norte de Irak como si ese territorio les perteneciese.

De nada sirve culpar ‘al malvado hombre blanco’ de todos los males, forzando un risible ‘white shaming’ (autoavergonzamiento blanco), mientras se cierran los ojos ante la violencia hindutva (supremacistas hindúes) en la India contra los civiles de Cachemira, mientras se cierran los ojos ante los abusos de los árabes del Golfo contra los trabajadores extranjeros que carecen de los derechos más básicos, mientras se cierran los ojos ante las prácticas genocidas de Birmania contra los rohinyás o mientras se cierran los ojos ante el odio xenófobo en Sudáfrica de los zulúes hacia otros grupos negros o los bosquímanos joisán; la única población que puede considerarse autóctona y que hoy viven marginados sin su derecho aborigen a la tierra.

Está muy bien reivindicar el antiracismo, el anticolonialismo y el antiimperialismo, pero mientras estas consignas se sostengan en sucesos de hace siglos, tengan una forma abstracta e ignoren los problemas contemporáneos, quedarán en simple palabrería, en simple «postureo» estético para Redes Sociales y, con suerte, para la campaña electoral de algún demagogo. Contra el racismo, sí. Contra el colonialismo, sí. Contra el imperialismo, sí. Pero los del siglo XXI, los de 2020.

Fuente e imagen: https://actualidad.rt.com/opinion/alberto-rodriguez-garcia/358345-hipocresia-activismo-posmoderno-racismo-colonialismo-imperialismo

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La ‘Ley César’ o cómo las sanciones de EE.UU. son un castigo colectivo en Siria

Por: Alberto Rodríguez García

 

Con el país destruido, millones de desplazados, gran parte del tejido industrial desmantelado por los rebeldes y enviado a Turquía, con el territorio fragmentado, los recursos saqueados por fuerzas invasoras e inseguridad alimentaria, sanciones asfixiantes y la economía libanesa en la ruina, el futuro de Siria es complicado para los civiles.

Para hacernos una idea de lo dañada que está la economía siria, su PIB pasó de 61.000 millones de dólares antes de la guerra a 10.000 millones en 2019, según la Oficina Central de Estadísticas de Siria. Este año el paro y la pobreza se han disparado hasta superar el 80%. En este escenario, la apuesta de EE.UU. y la Unión Europea pasa por más sanciones contra la república árabe.

Líbano ha sido durante años el patio trasero de Siria para poder seguir saliendo hacia adelante a pesar de las sanciones. Se estima que en 2019 había más de un centenar de rutas de contrabando entre ambos países y unos 50.000 millones de dólares de sirios en bancos libaneses, según el Observatorio Laboral de Estudios e Investigación de Siria (LORS), lo que supone el 28% de todos los depósitos de la banca libanesa. Sin embargo, esta relación de dependencia mutua está arrastrando a Siria a un desastre mayor que el que ya atraviesa. Las sanciones y la corrupción, pero sobre todo la crisis de Líbano, han forzado un colapso económico en Siria que no se dio ni en los peores años de guerra, provocando una hiperinflación y devaluación de la moneda récord en el país. En Siria, otrora uno de los países con futuro más prometedor de la región, los trabajadores cobran de media poco más de 20 dólares al mes.

El paso fronterizo del sur con Jordania es prácticamente la única válvula de escape que le queda a Siria. Y es una vía en peligro de desaparecer porque este 17 de junio EE.UU. empezó aplicar la ‘Ley César’, que representa la más salvaje de las guerras económicas, pudiendo el Departamento del Tesoro de EE.UU. sancionar a cualquier empresa o institución que comercie con el Estado sirio… sin la necesidad de que sean estadounidenses. Se trata de unas sanciones que innegablemente van a impedir la reconstrucción de Siria y el desarrollo de su sector energético, muy dañado por el conflicto. En la práctica, con la Ley César, las empresas y organizaciones de ayuda humanitaria no podrán seguir rehabilitando los edificios residenciales destruidos, ni podrán ayudar a reconstruir las redes de agua potable, ni podrán participar en la reactivación de la red eléctrica, porque todas son obras públicas o semi-públicas en las que participa el Estado sirio. Y eso, si bien en la teoría solo afecta al Estado sirio, en la práctica lo sufren los ciudadanos.

Estas sanciones ponen en una situación muy complicada a la cámara de comercio jordana que, con la amenaza de Israel expandiéndose por el Valle del Jordán, podría entrar «en la lista negra» si permite las relaciones comerciales con Damasco. Que las empresas y las instituciones puedan seguir realizando transacciones con la economía privada siria demuestra que las sanciones no buscan derrocar al gobierno sirio, sino castigar colectivamente a la población por negarse a aceptar una «revolución» importada. Debilitar al Estado y fortalecer las fortunas privadas no acaba con el gobierno sirio, sino que mata de hambre a los ciudadanos de un país en el que la clase media prácticamente ha desaparecido en 9 años de guerra. Si el Estado se debilita, lo que se pierden son los subsidios, las obras públicas de reconstrucción, la estabilidad… pero la élite vive igual o incluso mejor que antes monopolizando la economía.

Aunque las sanciones contra Siria se dirijan al Estado y empresarios ligados al Estado, en la realidad suponen que el país pierda divisas, que los inversores ni se planteen hacer negocios en territorio sirio y que las empresas no quieran abrir sus comercios en el país. Sin divisas, el Estado tiene problemas para entregar subsidios a las farmacias con los que poder importar medicamentos, lo que ahora mismo vemos, hace que las medicinas empiecen a escasear y la gente tenga que organizarse en internet, por ejemplo, para ayudarse con los fármacos que le sobran a cada uno. Y esto sucede en un país que antes de la guerra era autosuficiente y producía más del 90% de sus medicinas.

En estos momentos 9,3 millones de sirios padecen de inseguridad alimentaria. La crisis humanitaria es una realidad, y aunque la FAO, con ayuda de la Embajada Rusa, ha brindado apoyo a 200 agricultores en Alepo, en un momento en el que cientos de hectáreas de cultivo están ardiendo y en el que la Administración Autónoma del Norte de Siria limita el comercio de grano con la parte gubernamental –llevando a cabo una guerra económica, especulando con el precio, mientras acumulan toneladas de trigo–, esta ayuda es insuficiente y mínima frente a lo que le espera a los sirios.

Y es que la Ley César no busca justicia, sino castigo. Las condiciones que pone Washington para levantar estas sanciones antes de 2025 (por lo menos) son, sencillamente, incumplibles. Exige la liberación de todos los prisioneros políticos, aunque a lo largo de la guerra hayamos visto que EE.UU. considera preso político o disidente hasta a miembros de al-Qaeda en Siria, los Hermanos Musulmanes o milicias extremistas como Ahrar al-Sham, ahora integrados en los rebeldes proturcos (en esencia, el FSA original). Hemos visto cómo se ha considerado disidente a Bilal Abdul Kareem; el monigote de al-Qaeda en Siria que se dedica a blanquear a la organización antes en la CNN y ahora en Youtube. O dicho de otro modo, piden lo imposible porque Siria, que está volviendo al legado de Hafez al-Assad, antepondrá la seguridad y el control a la economía.

La guerra económica se torna además especialmente ridícula viendo que ni sus propulsores cumplen con lo que exigen. Donald Trump ha reconocido más de una vez orgulloso que ha hecho suyo el petróleo sirio. No oculta que tanto los EE.UU. como sus títeres, las YPG, comercian con el petróleo sirio. Lo que tiende a omitir es que el petróleo sirio está sancionado por la Unión Europea desde 2012. No sobra tampoco recordar que Francia mantiene relaciones con el brazo político de las YPG, el PYD, a pesar de que recientemente la Unión Europea haya renovado las sanciones contra Siria. A esta poca vergüenza hay que sumarle que mientras el gobierno estadounidense pide más democracia para Siria, no duda en desplegar a la Guardia Nacional contra sus ciudadanos. Sin valorar positiva o negativamente esto, hay que reconocer que es de una hipocresía tremenda.

Y mientras EE.UU. y la UE apuestan por el terrorismo económico en nombre de la libertad, son los rusos los únicos que brindan una ayuda real a los sirios –no libre de intereses, por supuesto, seamos realistas–. El enviado especial de Moscú en Damasco, Alexander Yevimov, ha declarado que «no abandonarán a Siria». Y de hecho estos días ante la debacle de la moneda siria, Rusia ha inyectado divisas a la República Árabe para revalorizar un 20% aunque sea momentáneamente la libra siria. Cómo reaccione Rusia ante este reto determinará en gran medida el futuro de Siria y sus políticas.

El gobierno sirio no está exento de responsabilidad en la situación actual, aunque gran parte de los problemas se deben a factores en los que no pueden mediar: la crisis en Líbano y las sanciones. Ello no impide que en el Consejo Popular varios diputados criticasen la incapacidad de reaccionar rápido. La prohibición de comerciar con dólares dentro de Siria, si bien se hizo con el objetivo de evitar la acumulación de divisas por parte de especuladores, ha sido una torpeza que ha provocado el cierre de pequeños negocios locales frente a la incertidumbre de qué pasará el próximo mes, ya con las sanciones más duras hasta la fecha en vigor.

La guerra económica no derrocó a Saddam Hussein que solo fue depuesto por una invasión militar. Ello no libró a los iraquíes de padecer malnutrición, enfermedades y mortalidad infantil. La guerra económica no ha funcionado contra Cuba. No ha funcionado contra Rusia. No ha funcionado contra China. No ha funcionado contra Irán. No ha funcionado contra Venezuela. No ha funcionado en ningún lado. Y en Siria no funcionará. La guerra económica solo provocará malnutrición, enfermedades, mortalidad infantil y el sufrimiento innecesario en los civiles. Porque la guerra económica es el más inhumano de los castigos colectivos.

Fuente e imagen: https://actualidad.rt.com/opinion/alberto-rodriguez-garcia/356638-ley-cesar-sanciones-eeuu-poblacion-siria

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Arabia Saudí, ¿en busca de la ‘normalización’ de sus relaciones con Irán?

Por: Alberto Rodríguez García

El nuevo gobierno iraquí formado por el primer ministro Mustafa al-Khadimi parece que va a tener mucha más relevancia regional de la que cabría esperar, y es que al parecer el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, le habría pedido mediar entre Riad y Teherán para acercar posturas y reducir la tensión de los últimos años.

Que los saudíes y los iraníes vean en Irak un escenario de mediación no es algo nuevo que debería sorprendernos. Cuando a principios de este año 2020 un dron estadounidense asesinó a Qassem Soleimani, el comandante y ahora mártir de la República Islámica terminaba de aterrizar en Bagdad para negociar con el entonces primer ministro, Adil Abdul-Mahdi, algo que pudiese facilitar la desescalada del conflicto entre tiranos wahabitas y ayatolás; entre chiíes y suníes. Mahdi reconoció que estaba haciendo de mediador entre ambos estados. No es de extrañar, teniendo en cuenta que en septiembre de 2019 Mohammed bin Salman afirmó en el programa ’60 Minutes’, de la CBS, que era preferible una solución diplomática con Irán a una militar.

Y Khadimi parece que ahora debe retomar el cometido de su antecesor, aunque ahora Arabia Saudí esté en una posición menos favorable que a principios de año. Con la crisis del coronavirus, los iraníes han dejado de ser ‘los malos’ para EE.UU., y es que su economía tremendamente dañada y la crisis sanitaria han forzado a la República Islámica a retroceder y ‘cerrar filas’ en el escenario regional, por lo menos hasta recuperarse. Eso hace que Donald Trump no necesite destinar tantos recursos al Golfo Pérsico para poder así centrarse más en su nuevo ‘boogeyman’, los chinos.

Arabia Saudí tampoco ha resultado útil para defender los intereses norteamericanos, participando en una guerra por la producción petrolera con Rusia que ha reventado el precio del crudo WTI y hecho mucho daño a la industria del fracking en EE.UU. Todo ello ha llevado al gobierno estadounidense a tomar la decisión de retirar cuatro baterías de defensa Patriot desplegadas en Arabia Saudí; dejando las instalaciones de Aramco –si no a merced de– más vulnerables a los ataques houtíes. Junto a los Patriot, dos escuadrones de aviones de combate de EE.UU. ya han abandonado la península arábiga. Un movimiento que era de esperar si ‘tirando de memoria’ recordamos que, en abril de este 2020, Trump amenazó a Mohamed bin Salman con retirar sus tropas del reino si no ponía fin de manera efectiva a la disputa de la OPEP con Rusia. Y es que si algo hemos visto en esta legislatura es que Trump puede parecer un charlatán, pero cuando amenaza cumple; sin importarle el torbellino de acontecimientos que pueda provocar, a veces dañinos incluso hasta para él.

El enfrentamiento entre Arabia Saudí e Irán, esta guerra de desgaste, no está beneficiando a nadie y demuestra que la mejor vía para el desarrollo de ambos países está en la normalización de las relaciones. Una normalización que no tiene por qué traducirse en una alianza.

Y además de los problemas estratégicos, a la monarquía saudí se le acumulan los económicos. El ministro de Economía, Jabel Mohammed al-Jadaan, alertaba a principios de mayo que se enfrentaban a la mayor crisis en décadas, algo que les iba a forzar a tomar medidas «dolorosas». Y es que Arabia Saudí se está quedando sin dinero demasiado rápido –con la amenaza de una crisis fiscal muy real–, lo que le ha llevado a adoptar medidas de austeridad por unos 26.600 millones de dólares, además de una subida de impuestos del 5% al 15%.

La crisis económica que enfrenta Arabia Saudí va a forzar al país también a paralizar proyectos como Visión 2030, con el que Mohamed bin Salman pretendía modernizar la economía para ser menos dependiente del petróleo; entrando ahora en un circulo vicioso de dependencia del crudo. Otra alternativa al petróleo, la peregrinación de millones de musulmanes a Medina y la Meca, que aporta 12.000 millones de dólares anuales al reino (7% de su PIB), se ha reducido al mínimo fruto del coronavirus y el confinamiento global.

El cambio como única esperanza

Pero no todo es malo, y cómo los líderes saudíes gestionen la crisis determinará si el país puede recuperarse. Goldman Sachs ve poco probable que vuelva a haber un desplome en el precio del petróleo como el de marzo y abril, gracias a los recortes en la producción a tiempo y la recuperación de la demanda que habrá tras el des-confinamiento por el covid-19.

La retirada de los Patriot norteamericanos puede ser una oportunidad para Arabia Saudí –ahora que tiene problemas para diversificar la economía– de diversificar su defensa (como planteaba MbS en su Vision 2030), siendo menos dependientes de los aliados. Del mismo modo que la vulnerabilidad frente a los ataques iraníes mediante sus aliados hutíes en Yemen, que llevan años de guerra defensiva contra Arabia Saudí y sus títeres, puede llevar a sus autoridades a re-plantearse la política exterior que llevan años ejerciendo.

En este momento y más allá de intenciones, saudíes e iraníes son irreconciliables. Los primeros buscan acercarse a Israel mientras los segundos mantienen su objetivo de ‘recuperar Jerusalén’ y destruir Israel. Los saudíes tratan a su población chií como ciudadanos de segunda y hasta tercera sin respetar sus derechos más básicos, mientras que los persas se han convertido en el referente del chiísmo y el Wilayat Faqih. Pero aun y con todo, este enfrentamiento, esta guerra de desgaste, no está beneficiando a nadie y demuestra que la mejor vía para el desarrollo de ambos países está en la normalización de las relaciones. Una normalización que no tiene por qué traducirse en una alianza. Un entendimiento que puede darse desde la discordia; como Irán y EE.UU., ‘el gran Satán’ para los persas, acordando la reducción de la tensión en Irak nominando a Mustafa al-Khadimi como primer ministro. Porque a veces toca dejar de lado la ideología para adoptar el pragmatismo de la realpolítica. Mohamed bin Salman lo sabe, y es que sin cambios, Arabia Saudí no puede sobrevivir.

Fuente: https://actualidad.rt.com/opinion/alberto-rodriguez-garcia/353629-arabia-saudi-iran-normalizacion-relaciones

Imagen:  https://pixabay.com/

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Aunque el Califato ya no existe, el Estado Islámico sigue asesinando: ¿por qué no se habla de ello?

Por: Alberto Rodríguez García

Combatir el terrorismo del Estado Islámico y las causas que lo hacen fuerte ha dejado de ser prioritario. Estados Unidos se enfoca en el quebradero de cabeza que se le ha convertido Irak. Siria concentra la mayor parte de su Ejército en Idlib. Yemen suficiente tiene con sobrevivir a la mayor crisis humanitaria de nuestra época mientras La Coalición (Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y sus respectivos aliados yemeníes) se desmorona en el sur. Camerún, Chad y Nigeria pueden permitirse cierto grado de insurgencia mientras solucionan problemas internos mucho más acuciantes. Pero el terrorismo no ha cesado, y aunque el Califato ya no existe, sus fanáticos siguen asesinando. ¿Por qué no se habla de ello? En parte porque su violencia es a mucha menor escala que en el pasado, pero también porque han decidido no atacar ‘Occidente’ hasta que vuelvan a controlar territorio estable.

En apenas una semana, terroristas del Estado Islámico han tiroteado a un miliciano de las YGP en Manbij (Siria), asesinado a dos efectivos de las Unidades de Movilización Popular y herido a otros tres en al-Qaim (Irak), asesinado a dos policías en Kirkuk (Irak), ejecutado a un militar iraquí y atacado un convoy en Ramadi, emboscando a dos soldados iraquíes en Makhmour, ejecutado a un soldado en Chad, herido a varios soldados egipcios con un explosivo improvisado en el Sinaí, asesinado a tiros a un miembro de las fuerzas de seguridad afganas en Nangarhar, atacado a varios soldados en Ngala (Nigeria) y destruido un vehículo militar nigeriano en Buni Yadi con una bomba.

Además de los ataques exitosos que reivindican, las escaramuzas son constantes y, por ejemplo, el pasado 28 de abril, las autoridades iraquíes en Kirkuk abatieron a 3 terroristas suicidas que tenían pensado inmolarse en un edificio de la Inteligencia. A pesar de ser operaciones que podrían considerarse pequeñas, es un desgaste continuo que a veces se ve agravado por matanzas como la del 23 de marzo de 2020, cuando Boko Haram (no confundir con el actual Estado Islámico de África Occidental/ISWAP) asaltó una posición militar en el Lago Chad matando a 92 soldados.

El Estado Islámico ha sabido adaptarse al nuevo contexto como lo hizo al-Qaeda; aprendiendo que si quieren sobrevivir, deben evitar atacar a las potencias que realmente pueden hacerles frente

La situación ha llevado al Gobierno de Siria a reanudar algunas operaciones en el desierto de Homs contra los terroristas, a las fuerzas de seguridad iraquíes a mantenerse alerta en las zonas de mayor actividad terrorista y, sobre todo, a Chad a lanzar la Operación Ira de Bomo; una operación a gran escala junto a otros países del Sahel contra Boko Haram. La operación anunciada por el presidente chadiano Idris Deby ya ha eliminado a un millar de militantes de Boko Haram, conocidos por ser la facción más extrema de todos los grupos que juraran lealtad al Estado Islámico.

Pero esta campaña en Lago Chad no es más que una acción concreta, en un momento concreto, y aunque ha sido una gran muestra de fuerza, no podrá mantenerse mucho más en el tiempo. Es una victoria temporal, porque no se atacan las raíces del problema sino los síntomas. Otros países vecinos como Nigeria, incluso, han decidido adoptar la pasividad como estrategia.

A las operaciones militares no le siguen programas de educación, ni de desarrollo económico, ni de justicia… No se detiene la rueda en ningún momento porque los grupos terroristas no amenazan en ningún momento la posición de las élites. El Estado Islámico ha sabido adaptarse al nuevo contexto como lo hizo al-Qaeda; aprendiendo que si quieren sobrevivir, deben evitar atacar a las potencias que realmente pueden hacerles frente. El nuevo ‘perfil bajo’ que ha adoptado el Estado Islámico hace que, por ejemplo, pasen desapercibidas noticias como la detención en España de uno de sus excombatientes en Siria, hijo a su vez de un terrorista de al-Qaeda responsable del asesinato de 224 personas.

Solo durante el mes de marzo en el Sahel, la zona más afectada ahora mismo por el terrorismo islamista junto a Afganistán, hubo 58 atentados que se cobraron 522 vidas de civiles y militares. Esto convierte marzo en uno de los meses del año con más civiles muertos por ataques terroristas en Mali, Nigeria, Chad y Burkina Faso.

Los efectos globales del COVID-19, la degradación de la economía, el potencial descontento que provocará en la población y la incapacidad de reacción de los gobiernos –carentes de recursos– presentan un 2020 especialmente duro para la población del Sahel. ACNUR alerta de que el hambre acecha la región, amenazando con una crisis catastrófica para un territorio con 3 millones de desplazados por la guerra contra el terrorismo, donde las cosechas se están acabando y dejarán a 19 millones de personas en riesgo de inseguridad alimentaria. Son las condiciones perfectas para una catástrofe humanitaria que grupos como Boko Haram e ISWAP saben explotar a su favor. Burkina Faso, por ejemplo, se encuentra en una situación en la que el coronavirus y sus consecuencias atacan las ciudades mientras el Estado Islámico en África Occidental ataca continuamente en las zonas rurales; sin solución ni vía de escape para la población frente a ambas amenazas.

Los terroristas ya no amenazan ni a los poderosos ni a las potencias, así que han dejado de ser la prioridad. Pero siguen existiendo, siguen matando, y aunque ahora no son una amenaza, se mantienen al acecho

En el corto y medio plazo, el Estado Islámico no va a pasar de una insurgencia. Es muy improbable que logren la instauración de un nuevo califato. Sin embargo, ello no implica su derrota, y es que en las zonas donde los estados no llegan, donde la población se siente abandonada, ya se han infiltrado sus ideas extremistas. Allá donde hay un vacío de poder, seguirán calando las ideas más brutales del grupo terrorista, y aunque no controlen un territorio estable, seguirán teniendo el caldo de cultivo para fanáticos deseosos de matar por unas ideas infames pero que han interiorizado.

Sin califato, el Estado Islámico se ha atomizado, minimizando la amenaza pero aumentando exponencialmente el frente. La batalla no ha terminado, y no lo hará definitivamente hasta que se los combata no solo con las armas, sino también combatiendo el hambre, el tribalismo y construyendo una identidad colectiva entorno al estado y no la fe.

Los terroristas ya no amenazan ni a los poderosos ni a las potencias, así que han dejado de ser la prioridad. Pero siguen existiendo, siguen matando, y aunque ahora no son una amenaza, se mantienen al acecho, esperando el momento en el que ganar adeptos y volver a hacer daño.

Fuente: https://actualidad.rt.com/opinion/alberto-rodriguez-garcia/351762-califato-estado-islamico-asesinatos-recientes

Imagen: https://pixabay.com/photos/war-desert-guns-gunshow-soldier-1447021/

 

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El fracaso de los reformistas iraníes y el giro conservador

Por: Alberto Rodríguez García

El fracaso del Plan de Acción Integral Conjunto (conocido también como el acuerdo nuclear), la inflación, la crisis económica, las sanciones unilaterales de Donald Trump, la incapacidad de aplicar junto a la Unión Europea (UE) el plan de comercio alternativo INTEX y un principio de 2020 en el que EE.UU. asesinó a Qassem Soleimani y la respuesta iraní terminó derribando un avión civil en Teherán, han marcado el final de los reformistas iraníes en beneficio de los principalistas; los conservadores de línea más dura (la extrema derecha, para que nos entendamos).

Las elecciones al Parlamento iraní (Majles), celebradas el pasado 21 de febrero, se desarrollaron en un contexto nacional e internacional muy complicado para Irán. La suma de múltiples factores como el coronavirus —que ha llegado muy fuerte a Irán, infectando e incluso matando a personalidades importantes del gobierno, como el asesor del Líder Supremo Mohammad Mirmohammadi—, el boicot al voto por parte de algunos sectores y que el Consejo de Guardianes hubiese impedido presentarse a un enorme número de candidatos reformistas (aunque se presentaron 16.000 candidatos para las elecciones parlamentarias, terminaron participando algo más de 7.000), han hecho que estas elecciones al poder legislativo sean las menos concurridas de la historia de la República Islámica, con tan solo un 42 % de participación.

«La política exterior iraní será aún más dura, más intransigente y más agresiva, en un momento en el que el gobierno sufre un asedio por parte del gabinete Trump y sus aliados más fieles».

Si los reformistas del presidente Hassan Rohaní se habían impuesto en las anteriores elecciones parlamentarias y presidenciales, en esta ocasión se han hundido completamente con solo un 10 % de los votos. 220 de los 290 asientos del Parlamento los han ganado los conservadores liderados por el exalcalde de Teherán y tres veces candidato a la Presidencia, Mohammad Bagher Ghalibaf. Con este resultado, la mayoría del poder en Irán vuelve a estar en manos de la línea más dura de la revolución islámica, que se ve con cada vez más posibilidades de recuperar una Presidencia que ha estado en manos de los reformistas desde la derrota de Ahmadineyad, en 2013. Esto se traduce en que la política exterior iraní será aún más dura, más intransigente y más agresiva, en un momento en el que el gobierno sufre un asedio por parte del gabinete Trump y sus aliados más fieles. Los aliados en el exterior de Irán también están preparados para un aumento de las hostilidades; véanse los hutíes en Yemen o Kataeb Hezbollah en Irak, que ha dado un ultimátum a EEUU.

Reformistas contra conservadores

El Gobierno iraní enfrenta principalmente a los reformistas y los conservadores, entre los que destacan los principalistas, conocidos también como ‘los fundamentalistas’. Mientras que los principalistas son los más leales al Líder Supremo, los más religiosos y los que buscan mantener los principios originarios de la Revolución Islámica, siendo devotos al gobierno islámico del Wilayat -e- Faqih, los reformistas están dispuestos a modernizar Irán, no siendo tan recelosos a las democracias liberales y estando dispuestos a aceptar las ‘normas del juego occidental’; algo que se vio en el intento de implementar el Plan de Acción Integral Conjunto o en que el gobierno de Rohaní intentase contentar al Grupo de Acción Financiera Internacional (organismo asentado en París creado con el objetivo de combatir el blanqueo de capitales y la financiación del terrorismo), aunque inútilmente, tras el veto de los conservadores.

Con los principalistas en el poder judicial y en el poder legislativo, solo les queda esperar a 2021 para intentar hacerse con la Presidencia y hacerse con todo Irán. Este giro reaccionario, sin embargo, puede ser una oportunidad para los reformistas, que hasta ahora se han visto maniatados cada vez que intentaban implementar cambios importantes por una extrema-derecha que los culpa de todo sin aportar una sola solución más allá de discursos populistas y teológicos. El cómo gestionen los principalistas a partir de ahora la crisis económica, la inestabilidad interna y el asedio internacional determinará en gran medida la legitimidad del gobierno y de los reformistas, que han sido incapaces de introducir cambios reales en el sistema.

Los conservadores radicales se han visto reforzados —irónicamente— por la política antiiraní de Donald Trump, que reafirmó su discurso de que no se puede negociar con EE.UU. y con la nueva ola de sanciones que ha sumido al país en una dura crisis económica que amenaza con hundir el país como lo hizo la guerra con Irak. En diciembre 2019, el gabinete de Hassan Rohaní esperaba sacar 62.140 millones de dólares del petróleo, mientras que el Parlamento estima que apenas lograrán 10.830 millones. Con el racionamiento de la gasolina para la población, el consumo diario del combustible ha caído de 80 a 70 millones de litros.

Además de la crisis provocada por las sanciones, la economía iraní ya está sufriendo las consecuencias del coronavirus. La República Islámica se ha visto obligada a cancelar vuelos, reducir el número de visas y cerrar las fronteras con sus vecinos. El impacto económico también amenaza con consecuencias políticas para un sistema que ha vivido protestas recientemente por el empeoramiento de las condiciones de vida y en el que parte de su gobierno está infectado estando en edad de riesgo. Es importante destacar que Irán es el país con más mortalidad por el coronavirus fuera de China; algo que agravan las sanciones norteamericanas, que dificultan conseguir antivirales y equipamiento sanitario básico, que no se han ‘suavizado’ hasta finales de febrero cuando el coronavirus ya era un problema para la república. Ante la amenaza de un agravamiento de la situación, la Cámara de Comercio Industria y Minería y la Cámara de Cooperativas de Irán ya ha pedido al gobierno medidas excepcionales y reducción de impuestos para evitar una catástrofe financiera.

«Es innegable que Irán debe deshacerse de la élite teocrática y reforzar la posición de los reformistas si quiere que el país avance. Pero es innegable que para deshacerse de los enemigos internos, los iraníes primero deben librarse de los enemigos del exterior que amenazan su sistema»

Es innegable que en los últimos 40 años Irán ha establecido una élite teocrática, apuntalada por el reciente giro reaccionario provocado en gran medida por los ataques que ha sufrido el país desde el exterior. Es innegable que Irán debe deshacerse de esa élite teocrática y reforzar la posición de los reformistas si quiere que el país avance. Pero es innegable que para deshacerse de los enemigos internos, los iraníes primero deben librarse de los enemigos del exterior que amenazan su sistema.

Y en otro contexto internacional, el progreso en Irán sería algo posible. Objetivamente hablando, Irán es un país mucho menos autoritario que Egipto o Turquía. Del mismo modo que, objetivamente hablando, sin sanciones la economía del país iría mucho mejor sin necesidad de recurrir a mano de obra esclava, como sí lo hacen Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí. Pero, sin embargo, sufre una campaña de asedio y sanciones tal que el régimen de los mullah solo puede sobrevivir cerrando filas. El enemigo del progreso en Irán está dentro, pero gana fuerza desde fuera.

Fuente: https://actualidad.rt.com/opinion/alberto-rodriguez-garcia/345173-fracaso-reformistas-iranies-giro-conservador

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