A favor de la esperanza, contra la esperanza

Autor: Salvador López Arnal

Reseña de Filosofía y esperanza. Ernest Boch y Karl Löwith, intérpretes de Marx, de Diego Fusaro

Breve e interesante. Para aficionados al filosofar y a la filosofía especialmente. Marxistas o no marxistas.

Una breve noticia sobre el autor en la solapa interior. Un resumen: nacido en 1983, habitual colaborador de La Stampa Il Fatto quotidiano, Diego Fusaro [DF] enseña filosofía en un lugar más que singular, en el Instituto Alti Studi Strategici e Politici de Milán. Ignoro las características de ese “Instituto de altos estudios estratégicos y políticos”. El Viejo Topo publicó en 2017 su ensayo Todavía Marx: el espectro que retorna.

La estructura del libro: Introducción. 1. Karl Löwith; filosofía o esperanza. 2. Ernst Bloch: filosofía y esperanza. 3. Bloch y Löwith frente a Marx. 4. Conclusión. Ocaso del marxismo, ¿eclipse de la esperanza? Bibliografía.

El asunto discutido es este:

Junto a viejas cuestiones como las relaciones entre la infra y la supraestructura, el de la legitimidad de la esperanza es uno “de los principales problemas sin resolver que Marx ha dejado como legado a sus sucesores”. Surge el dilema cuando hace un diagnóstico, con rigor de científico, del inminente derrumbe del capitalismo a causa de sus propias contradicciones y, al mismo tiempo, incita a los trabajadores a movilizarse, a derrocarlo. Por tanto, desde el análisis del autor, hay en Marx una superposición problemática, no resuelta en su opinión, entre las dimensiones (no homogéneas) de la ciencia y la esperanza, del conocimiento y la utopía, de lo descriptivo y analizado y lo prescriptivo. La aporía señalada puede resumirse así: albergamos la esperanza de que algo ocurrirá necesariamente (la destrucción del capitalismo) o bien, por el contrario, le asignamos un valor científico a la esperanza. Esta tensión conceptual, sostiene DF, acompaña al pensamiento de Marx a lo largo de los años. ¿Cómo pueden combinarse los imperativos científicos con los morales?, se pregunta. Más aún: ¿qué sentido tiene esperar algo que ocurrirá inevitablemente? Esperanza, necesidad, ¿no es una clara contradicción?

Los autores comentados, Bloch y Löwith, leen a Marx a luz del paradigma interpretativo que se plantea como una auténtica hermenéutica de la esperanza. Pero sus soluciones, las conclusiones a las que llegan son radicalmente opuestas. “Para Bloch el marxismo es el heredero legítimo de las esperanzas que siempre han animado al hombre; por el contrario, para Löwith, no es más que una desviación indebida del camino de la filosofía, porque su núcleo más auténtico -la esperanza- se descarría de los senderos filosóficos” (p. 11). A favor de la esperanza, contra ella. Bloch interpreta la esperanza, la verdadera alma del marxismo, como su puente fuerte; Löwith, por el contrario, quien también coincide con esa interpretación sobre el marxismo y su alma esperanzada, sostiene que ese es precisamente su talón de Aquiles, su punto débil, su contradicción interna, su autodestrucción.

Si Bloch concibe el marxismo como la más alta filosofía por el decisivo papel de la esperanza en la teoría y en la praxis, Löwith liquida la esperanza porque su actitud es la menos filosófica de todas: “se relaciona más con la fe que con la razón” (p. 12). Nada menos. Fideísmo versus racionalismo. Para ambos, “Marx no solo es el filósofo con más esperanzas, sino también el que hizo soñar a todos aquellos que creyeron en el, ofreciendo un auténtico horizonte común a la esperanza de millones de personas que, hasta 1989 [hasta la caída del Muro de Berlín], albergaban un único sueño” (p. 13).

La actitud filosófica de Löwith la resume DF en al disyuntiva excluyente: filosofía o esperanza (y no ambas a la vez). La de Bloch la resume en una conjunción: “filosofía y esperanza”, solo cuando hay esperanza hay filosofía en su sentido más verdadero, más auténtico. El principio esencial, esperanza. DF desarrolla ambas aproximaciones en los siguientes capítulos del libro.

Algunas de las tesis finales del autor: 1. Interpretar el ocaso del marxismo como el fin de la esperanza es, tal vez, una ecuación demasiado fácil e inexacta. 2. También lo es la fórmula löwithiana según la cual el nacimiento de la esperanza debería relacionarse con el fin del mundo de los griegos. 3. En la estela de Bloch, podemos preguntarnos: el futuro puede albergar alguna esperanza que no sea la marxista. ¿Puede llegar a ser, si la respuesta es afirmativa, igual de fuerte que lo fue la esperanza marxista, compartida por millones y millones de seres humanos? 4. Si ya resulta imposible creer en Marx (enterrado en su sueño, según DF, bajo el muro de Berlín), que esta nueva esperanza, propone DF, tome en cuenta al menos lo que Derrida llamó los espectros de Marx. 5. La expresión derridiana pone en evidencia, de manera sobresaliente en el pensar de DF, cómo hoy Marx aunque a menudo olvidado y renegado, es, por así decirlo invisible pero igualmente presente en todas partes: “cada vez que nos negamos a aceptar las ideologías que nos proponen, cada vez que no aceptamos el estado actual de las cosas, antes bien lo criticamos y superamos en vista de lo que aún no ha sido, convencidos de que un mundo mejor aún es posible” (p. 93).

Una de las consideraciones de las conclusiones: “En este nuevo contexto, el capitalismo se vuelve como el aire que respiramos, algo a lo que estamos acostumbrados y del cual ya no podemos prescindir; puesto que se presenta como el único modelo a escala mundial, resulta imposible someterlo a crítica en nombre de algo que se ha fracasado, absorbido por su antiguo rival. Se pierde la esperanza en el otro, porque el otro ya no existe” (p. 90). Otra no menos importante desde la perspectiva e interpretación de DF: “… haciendo de nuestra época, “la época de las pasiones tristes”, del miedo y el terror, del aburrimiento y la indiferencia, del grado cero de esperanza; una época que, tal vez, careciendo de esperanzas, le hubiera agradado a Löwith, pero que, sin duda, dejaría a Bloch en un estado de afasia” (p. 92).

Conviene leer (y reflexionar) las conclusiones con la mayor calma y concentración posibles.

DF abre el libro con una cita de Lenin, del ¿Qué hacer? nada menos. Es la siguiente: “Pregunto, ¿tiene un marxista algún derecho a soñar, sabiendo que, según Marx, la humanidad siempre se plantea tareas realizables?”. Posible respuesta tras la lectura FyE: no sólo tiene algún derecho, sino que tiene todos los derechos precisamente por eso, porque la Humanidad socialmente activa se plantea, en la mayor parte de las ocasiones, tareas realizables. Para conseguir esas tareas realizables hay que soñar… y hay que tener una esperanza temperada, razonable, no alocada. Francisco Fernández Buey nos habló de todo ello en uno de sus libros imprescindibles, muy hermosamente editado, Utopías e ilusiones naturales.

De hecho, la segunda cita del libro, la que abre la introducción nos da la clave de muchos pasajes: “Se verá entonces que desde hace mucho tiempo, el mundo posee el sueño de una cosa de la que tan sólo le falta tener la conciencia para poseerla realmente.” Es de Marx, del joven Marx de 25 años, de una carta a Arnold Ruge que escribió en septiembre de 1843. Probablemente demasiado confiado, pero, en cualquier caso, esperanzado. Aunque, ciertamente, la esperanza, como el ser o mil términos afines, se declina o se puede decir de muchas maneras.

Asuntos menores: hubiera convenido un índice onomástico y conceptual, un breve glosario… e incluso ¡un índice!, el usual de todos los libros. Pecata minuta.

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=244356

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2016: el año en que intentaron matar la esperanza del pueblo brasilero

Por: Leonardo Boff
La situación social, política y económica de Brasil merecería una reflexión seria sobre el intento perverso de matar la esperanza del pueblo brasilero, promovido por una banda (ese es el nombre) de políticos, en su gran mayoría corruptos o acusados de tal, que de forma desvergonzada se pusieron al servicio de los verdaderos forjadores del golpe perpetrado contra la Presidenta Dilma Rousseff: la vieja oligarquía del dinero y del privilegio que jamás aceptó que alguien del piso de abajo llegase a ser Presidente de Brasil y que incluyese socialmente a millones de los hijos e hijas de la pobreza.

Obviamente hay políticos valerosos y éticos, así como empresarios de la nueva generación, progresistas, que piensan en Brasil y en su pueblo. Pero estos todavía no han conseguido acumular fuerza suficiente para dar otro rumbo a la política y un sentido social al Estado vigente, de cariz neoliberal y patrimonialista.

Al referirse a la corrupción todos piensan en Lava Jato y en Petrobrás. Pero olvidan o les es negada intencionalmente por los medios de comunicación conservadores y legitimadores del orden establecido, otra corrupción mucho peor, revelada exactamente el día de Navidad en el que junto con el nacimiento de Cristo se narra la matanza de niños inocentes por el rey Herodes, actualizada hoy por los corruptos que dilapidan el país.

Wagner Rosario, secretario del Ministerio de la Transparencia, nos revela que en los últimos trece años los esquemas de corrupción, fraudes y desvíos de recursos de la Unión, destinados a los Estados, municipios y ONGs y dirigidos a pequeños municipios con bajo Índice de Desarrollo Humano, pueden superar un millón de veces el robo en la Petrobrás descubierto en la operación Lava Jato. Son 4 mil millones camuflados que pueden transformarse, en un estudio econométrico, en un billón de reales. Las áreas más afectadas son la salud (merienda) y la educación (abandono de las escuelas).

Dice el Secretario: «yo llamo a eso asesinato de la esperanza. Cuando se retira la merienda a un niño, se quita la posibilidad de crecimiento de aquel municipio a mediano y largo plazo. Se está matando a toda una generación».

La nación precisa saber de esta matanza y no dejarse engañar por los que ocultan, controlan y deforman las informaciones porque son anti-sistémicas.

Pero no se puede vivir solo de las desgracias que mancharon gran parte del año 2016. Volvámonos hacia aquello que nos permite vivir y soñar: la esperanza.

Para entender la esperanza tenemos que superar el modo común de ver la realidad. Pensamos que la realidad es lo que está ahí, dado y hecho. Olvidamos que lo dado es siempre hecho y no es todo lo real. Lo real es mayor. Pertenece también a lo real lo potencial, lo que aún no es pero puede llegar a ser. Ese lado potencial se expresa mediante la utopía, los sueños, las proyecciones de un mundo mejor. Es el campo donde florece la esperanza. Tener esperanza es creer que ese potencial puede transformarse en real, no automáticamente, sino por la práctica humana. Por lo tanto, la utopía que alimenta la esperanza no se antagoniza con la realidad. Ella revela su lado potencial, lo abscóndito, que quiere salir afuera para hacer historia.

Hago mío el lema del gran científico y físico cuántico Carl Friedrich von Weizsäcker, cuya sociedad fundada por él me honró a finales de noviembre en Berlín con un premio por el intento de unir el grito de la Tierra con el grito del pobre: «no anuncio optimismo, sino esperanza».

La esperanza es un bien escaso hoy en todo el mundo y especialmente en Brasil. Los que cambiaron ilegítimamente los rumbos del país, imponiendo un ultraliberalismo, están asesinando la esperanza del pueblo brasilero. Las medidas tomadas castigan principalmente a las grandes mayorías que ven las conquistas sociales históricas literalmente desmontadas.

Aquí nos socorre el filósofo alemán Ernst Bloch que introdujo el “principio esperanza”. Esta, la esperanza, es más que una virtud entre otras. Es un motor que tenemos dentro de nosotros que alimenta todas las demás virtudes y nos lanza hacia delante, suscitando nuevos sueños de una sociedad mejor.

Esta esperanza va a proporcionar las energías para que la población afectada pueda resistir, salir a las calles, protestar y exigir cambios que hagan bien al país, comenzando por los que más necesitan.

Como la mayoría es cristiana son oportunas las palabras del sabio Riobaldo de Guimarães Rosa: «Con Dios existiendo, todo da esperanza, el mundo se soluciona… Teniendo a Dios es menos grave descuidarse un poquito, pues al final todo sale bien. Pero si no se tiene a Dios, entonces no hay licencia para cosa alguna».

Tener fe es tener saudades de Dios. Tener esperanza es saber que Él está a nuestro lado, aunque invisible, haciéndonos esperar contra toda esperanza.

Fuente: http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=810

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