Por Antonio Pérez Esclarin
Durante muchos años, se propició una educación orientada casi exclusivamente al cultivo de la razón, y descuidó por completo la educación del corazón, de los sentimientos, de los valores. Goleman puso en evidencia el error de esta concepción e insistió en la necesidad de desarrollar la Inteligencia Emocional, que describió como la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los ajenos, de motivarnos y manejar bien las emociones. De hecho, no hay nada más peligroso que una persona inteligente con un corazón pequeño. Ya esto lo había vislumbrado el Libertador cuando expresó agudamente que “el talento sin moralidad es un azote”, pues ciertamente, “ciencia sin conciencia es la ruina del alma”.
Pero creo que ha llegado la hora de ir más allá de Goleman y de incluir entre las Inteligencias Múltiples que propuso Howard Gardner, la Inteligencia Espiritual que nos es tan necesaria para vivir intensa y felizmente en estos días tan confusos, superficiales y violentos. La sociedad moderna ha apostado por “lo exterior”, y ha olvidado la interioridad. Todo nos invita a vivir desde fuera. Todo nos presiona para movernos con prisa y superficialmente. Vivimos en las orillas de la vida, sin valor para adentrarnos en lo profundo. Es necesario conocer el mundo, pero también dentro de cada uno hay un mundo interior que descubrir. Para ser humana, a nuestra vida le falta una dimensión esencial: la interioridad.
El enorme desarrollo tecnocientífico no se está traduciendo en desarrollo humano. Los seres humanos hemos sido capaces de explorar el espacio, descender a las profundidades de los océanos, escudriñar los rincones más inhóspitos de la tierra, pero somos cada vez más incapaces de entrar en nuestra propia interioridad. Llenos de ruidos y de prisas, nos resulta casi imposible estar a solas con nosotros mismos y escuchar las voces profundas de nuestro corazón.
La Inteligencia Espiritual, -que no necesariamente tiene que ver con la religión, pues hay personas muy religiosas con pobre inteligencia espiritual y personas agnósticas y ateas que gozan de una gran inteligencia espiritual-, nos impulsa a asumir el misterio y hacernos las preguntas esenciales que pueden darle un norte a la vida personal y, social : “¿quién soy?, ¿de dónde vengo y a dónde voy?, ¿cuál es mi misión en la vida?, ¿cómo me imagino una persona plena y feliz?, ¿cómo concibo la muerte, cómo me preparo para ella?”
El viaje a la interioridad no es para quedarse encerrado en una contemplación estéril y narcisista de sí mismo, ni evasión o huida de la realidad. Es todo lo contrario. Encontrarse para salir al encuentro fecundo con el otro y con los otros. Es un viaje a sí mismo para salir de sí mismo, viaje al interior para salir creativamente al exterior. La interioridad no induce a la soledad ni a la nada, sino al encuentro con Dios y desde Él al encuentro con los demás y con todos los seres y cosas, obra de su amor
La Inteligencia Espiritual conduce a la sabiduría, que no consiste en saber muchas cosas, sino en saber utilizar el saber para producir vida. El conocimiento nos informa, la sabiduría nos transforma, nos induce a vivir bien. El conocimiento se expresa en palabras, la sabiduría en la vida. La sabiduría tiene como fin la felicidad, la vida plena. Sabiduría tiene las mismas raíces que sabor. Sabio es el que sabe disfrutar la vida en lo profundo, el que es capaz de superar la superficialidad y la trivialidad. Un sabio infeliz es un contrasentido.
Fuente: https://antonioperezesclarin.com/2016/07/18/la-inteligencia-espiritual-2/
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