Asia/Afganistán/17 de noviembre de 2016/Fuente/el mundo
‘Todavía muchas chicas no pueden ir al colegio porque sus familias no se fían’
‘Ahora los estudiantes de mi país tienen más pensamiento crítico’
Hace 20 años, el régimen talibán prohibió que las mujeres estudiaran, pero Sakena Yacoobi desafió todas las normas y creó una red de 80 escuelas clandestinasescondidas en casas particulares de Afganistán que dio formación a más de 3.000 niñas.
Un día, un grupo de barbudos vestidos de negro de la cabeza a los pies irrumpió en su oficina. «El colegio está prohibido para las mujeres y sabemos que aquí estudian niñas», le dijeron con gesto amenazante. Ella reunió todas sus fuerzaspara responder: «¿De qué colegio me hablan? Ésta es una casa privada y tenemos a algunas estudiantes que vienen a aprender el Corán, que precisamente dice que, si las mujeres leen el Libro Sagrado, pueden ser buenas esposas y obedecer a sus maridos». El argumento convenció a los talibán, que se fueron y no volvieron a molestarla.
Yacoobi es una mujer de armas tomar. Tan amable como llena de coraje, lleva desde 1995 al frente del Instituto Afgano de Aprendizaje, la primera ONG en ofrecer derechos humanos y educación en liderazgo a a las mujeres de Afganistán y Pakistán. Galardonada con infinidad de reconocimientos -ha sido candidata al Nobel de la Paz-, recibió el martes de manos de la jequesa de Qatar Mozah bint Nasser el Premio 2015 de la Cumbre Mundial de Educación (WISE, en sus siglas en inglés) que se celebra hasta el jueves en Doha.
En conversación telefónica con EL MUNDO, días después de que un gran terremoto haya devastado su país -«Todos los míos está bien, gracias a Dios»-, se muestra convencida que «la educación tiene el poder de transformar a la gente, de darle dignidad». «Nos hace salir de la pobreza y ser mejores personas y mejores ciudadanos», sostiene. Defiende, orgullosa, que todo lo que es y todo lo que ha conseguido ha sido gracias a que pudo estudiar.
«Empecé con 20.000 dólares de mis ahorros y ahora manejamos un presupuesto de tres millones al año», explica. Tiene seis escuelas privadas, un orfanato, cuatro clínicas, un hospital, cerca de 40 centros de aprendizaje y una emisora de radio. A sus órdenes trabajan 500 empleados, la mayoría mujeres. Su organización ha formado a 24.000 profesores y ha educado y ayudado a más de 12 millones de personas.
Mejor estudiar que casarse
Su vida pudo ser muy distinta. Cuando Sakena Yacoobi cumplió 12 años, muchas personas de su entorno familiar en la ciudad de Herat se pusieron a presionar para que se casara. Pero su padre no le impuso el matrimonio. Al contrario, hizo todo lo posible para que su hija -que a los seis años ya se había leído todos los libros de la mezquita- siguiera estudiando.
«Fui una chica afortunada y tuve un buen padre, que le daba mucha importancia a la educación. Él no pudo estudiar porque trabajó muy duro durante toda su vida. Empezó como mecánico y terminó siendo un hombre de negocios. Quería que sus hijos estudiaran, sin importarle si éramos chicas o chicos. Me dijo: ‘Si quieres casarte, dímelo. Pero eres libre para concluir tu educación’. Y es lo que hice y es lo que ahora tengo».
Yacoobi se marchó con una beca a una universidad de EEUU. Mientras tanto, Rusia invadió Afganistán y se pasó muchos meses sin saber si su familia -que se refugió en Irán- estaba viva. En cuanto pudo se llevó a sus parientes a vivir a Michigan con ella, pero no se sentía del todo a gusto. Así que se fue a un campo de refugiados afganos desplegado en Pakistán y allí decidió fundar el Instituto Afgano de Aprendizaje para «atender las carencias educativas y sanitarias» que su pueblo sufría tras décadas de guerra y conflictos.
«Mi madre se quedó embarazada 16 veces y sólo sobrevivimos cinco de sus hijos. Eso me afectó mucho. Cuando era niña constantemente pensaba que las mujeres tenían muchas posibilidades de morir. Por eso quise ser médico. En el campo de refugiados vi que podía crear un programa educativo para las mujeres y los niños».
¿Cómo han cambiado las cosas desde entonces? «Antes los estudiantes de Afganistán aprendían de memoria, pero no entendían lo que estudiaban. Ahora tienen más pensamiento crítico. El Gobierno afgano está tratando de copiar nuestra metodología, en la que el estudiante participa muy activamente, pero las autoridades no disponen de muchos recursos. Los profesores de la escuela pública tienen que hacer otros trabajos para sobrevivir y no se concentran sólo en su profesión. Mis docentes están mejor pagados y reciben mejor formación».
Mucho por hacer
¿Y qué pasa con las mujeres? ¿Tienen las mismas oportunidades que los hombres? «Durante mucho tiempo no han podido trabajar ni estudiar, pero en los últimos años están yendo a la escuela, recibiendo educación superior, teniendo presencia en las instituciones, trabajando como profesoras, doctoras o abogadas, viajando fuera… La situación ha cambiado, pero queda mucho por hacer. Según la Constitución, niños y niñas tienen el mismo derecho a recibir educación, pero hay cinco millones de chicos y sólo 2,2 millones de chicas que van a la escuela. Todavía hay muchas chicas que no pueden ir al colegio porque las familias no se fían de la escuela. Y ésa es la razón por la que tengo centros de aprendizaje para mujeres».
Yacoobi reconoce que en Afganistán todavía «hay mujeres que llevan burka». «No me gusta. No soy partidaria de ir con la cara tapada, porque la cara muestra lo que eres y no debes avergonzarte de lo que eres».
¿Y el hiyab o velo islámico que ella lleva? «El hiyab es parte del islam. No hay que cubrirse la cara, pero sí el cuerpo. Soy musulmana y creo que es una religión absolutamente preciosa. Mi fe ha sido el pilar de mi trabajo y de mi vida. Sigo mi religión y, como consecuencia, empecé a llevar hiyab cuando estaba en EEUU». Defiende que el islam «es la religión de la paz» y, respecto a las escuelas religiosas de las mezquitas, cree que «todo depende de cómo las uses». «Si usas las madrasas para dar una buena enseñanza, perfecto. Si las utilizas para otras cosas, no creo que sea bueno».
Dice que «nunca» se ha sentido «discriminada» por ser mujer. Se lleva bien con las autoridades religiosas de su país -«No tengo ningún problema porque no enseño nada que no esté en contra de nuestra tradición ni del currículo afgano»- y con el Gobierno -«Ellos ven que el trabajo que estoy haciendo es bueno y no me causan ningún problema»-, pero todavía se encuentra con muchos obstáculos en el trabajo. «El principal problema es la seguridad. No eres libre de moverte por donde quieres. También nos faltan profesores, material, fondos… Mucha gente nos está pidiendo ayuda».
A sus 65 años, dice que empieza «a sentirse mayor». Se levanta a las 6.00 horas y se acuesta a la 1.00. No para de trabajar y apenas tiene tiempo para su mayor afición: leer al poeta afgano Rumi. Su proyecto futuro es «montar una universidad sólo para mujeres». «Quiero que tengan liderazgo y más cualificación y oportunidades de trabajo». Para eso necesita un millón de dólares. Con los 500.000 dólares del premio que recibió ayer, podrá cumplir la mitad de su sueño.
Fuente: http://www.elmundo.es/sociedad/2015/11/04/5638988646163f0c028b457d.html
Imagen: e03-elmundo.uecdn.es/assets/multimedia/imagenes/2015/11/03/14465491840099.jpg