Por: Maria Victoria Peralta
En esta grave crisis de valores que como país estamos viviendo con cuestionamientos a personas e instituciones, han aparecido múltiples llamados a “reponer la educación cívica” y a preocuparse de la formación ética y valórica de los chilenos. Avanzar a mejores formas de vida democrática donde el respeto a las personas y sus diversidades en sana convivencia en la búsqueda del bien común, centrándose en el “ser” más que el tener, son temas que se discuten y añoran en diversos foros y círculos familiares.
En este contexto, las miradas de quienes deben abocarse a ello, una vez más se vuelcan a la educación. Aseguran que son el colegio y la universidad los que fallan, ya que las familias parecen estar muy “ocupadas” en proveer recursos o en realizar otras actividades al parecer más importantes.
Demás está decir que la formación valórica es una de las grandes labores que la familia debe hacer y que se realiza en el diario vivir, mediante los modelos de vida que se asumen al compartir experiencias y al tratar temas surgidos de la cotidianeidad y de los ámbitos de relaciones, donde se presentan problemas éticos y sociales a resolver.
La familia debe ser la primera y permanente formadora de valores, por lo que cabe preguntarnos si damos los tiempos necesarios y si generamos las instancias para ello. Es válido que las instituciones educativas deban colaborar, pero no pueden “reemplazar”esta función.
Señalamos esto último, porque es habitual escuchar a los profesores que reclaman que muchas familias les dicen directamente: “hágase ud. cargo de este niño o joven, yo no puedo”. Después de eso casi no se les ve más en la institución escolar donde los “dejan” cual guardería infantil o juvenil.
En toda esta difícil situación que como país enfrentamos, hay un nivel educativo donde la formación valórica y de la personalidad de los niños, en una línea de colaboración a la familia, debe volver a ser el eje de su actuar: el de educación parvularia.
El buen jardín infantil, como la buena escuela primaria, recibía niños de diversos sectores sociales en una etapa donde empezaba la socialización extra-familiar. Esos niños en ambientes acogedores y amables, traían su sana colación: fruta, pan con algo, galletas, etc, la cual se ponía en una bandeja común para compartir. Esos y otros momentos eran las instancias de encuentro donde se conversaba lo que le pasaba a cada uno y se terminaba apoyándolos, si fuese necesario, con un abrazo, un beso, una conversación.
Las situaciones de aprendizaje vinculadas a la convivencia, al “hacer juntos”, al “saber del otro”, a gozar la presencia de “iguales”, al jugar colectivamente, eran el centro de las actividades, junto con las referidas al movimiento, la expresión, la creatividad, el descubrimiento y la transformación. Todo esto y mucho más, son parte de las orientaciones que entregan las Bases Curriculares de la Educación Parvularia, currículo nacional oficial, con que cuenta aún este nivel.
No obstante, cada día llega más información de las lamentables prácticas que se están haciendo en establecimientos del nivel, en especial, en escuelas y colegios donde se aplican “proyectos” que no podemos llamar educativos. Ello porque los párvulos son sometidos a exigencias de “sobreescolarización” que entre otros, los alejan de este foco de formación social y valórica que ha sido el eje tradicional del trabajo en esta etapa.
Los niños de hoy trabajan en ambientes rígidos, con escritorios individuales de los cuales no pueden moverse, donde hacen interminables actividades de “lápiz y papel” supuestamente preparatorias para la educación básica.
Memorizan sin entender, se les aplican pruebas y se les ponen notas, prácticas que no se corresponden con las metodologías del juego, del descubrimiento, del asombro y del encuentro con los demás, que son las estrategias básicas de trabajo en esta etapa. Lo peor de todo es que, estas actividades tremendamente individualistas, competitivas, aisladoras, enajenantes, muchas veces no sólo son aprobadas, sino solicitadas por las familias. Cabe preguntarse, ¿sabrán además que los niños y niñas lo pasan muy mal haciéndolas?
Por ello, no nos asombremos del resultado de estas prácticas educativas, tanto en el hogar como de ciertas instituciones educativas, ya que lamentablemente cuando una sociedad no tiene tiempo para ocuparse de estos temas llegamos a lo que estamos viviendo hoy: jóvenes y adultos egocéntricos, que no les interesan los demás y el medio en que viven tanto local como global.
De esta manera el desarrollo de todos está ausente de sus preocupaciones, ya que sólo se satisfacen los interminables egoísmos personales, el aparentar y el “tener y tener.”
Con motivo de la Reforma Educacional el ministerio de Educación ha vuelto a reinstalar la importancia del juego y del descubrimiento en educación parvularia. ¿Se podrá revertir el daño que por años se ha hecho a los párvulos en una etapa tan sensible y formadora?, ¿cómo seguirá la formación integral y valórica en el hogar y la escuela? En nosotros y en nuestro actuar está la respuesta.
Fuente: http://blogs.cooperativa.cl/opinion/educacion/20150510071610/crisis-de-valores-dejen-que-la-educacion-parvularia-haga-lo-suyo/