Entrevista a Salvador López Arnal sobre Manuel Sacristán (1925-1985) (I) “Sacristán pensó y habló para la Academia (poco) y para la ciudadanía (más)”

Entrevista a Salvador López Arnal sobre Manuel Sacristán (1925-1985) (I)
“Sacristán pensó y habló para la Academia (poco) y para la ciudadanía (más)”
Ariel Petruccelli

Salvador López Arnal es profesor-tutor de Matemáticas en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y profesor de Economía e Informática de Ciclos Formativos en el Instituto de enseñanza media Puig Castellar de Santa Coloma de Gramenet. Colabora en las revistas El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, en el diario electrónico Rebelión y es autor de diversos ensayos sobre la obra de Manuel Sacristán, del que también ha sido editor: La destrucción de una esperanza (Akal, 2010); Entre clásicos (La Oveja Roja, 2012), La observación de Goethe (La Linterna Sorda, 2015) y Siete historias lógicas y un cuento breve (Ediciones Bellaterra, 2017).

AP: Pese a haber sido considerado (junto a Ortega) uno de los dos más grandes filósofos españoles del siglo XX, y a pesar de ser con toda probabilidad, el más eminente filósofo marxista que haya escrito en castellano, Manuel Sacristán es un autor muy poco conocido en Argentina y en América Latina, ¿qué nos podría decir sobre la naturaleza de su obra?

SLA. Poco conocido, ciertamente, pero en su momento, en los años setenta y ochenta del siglo pasado, la Antología de Antonio Gramsci que presentó, tradujo y anotó para Siglo XXI tuvo su influencia en círculos académicos y militantes si no estoy equivocado. No debe olvidarse tampoco su estancia en la UNAM, durante el curso 1982-1983. Allí impartió dos cursos de doctorado -”Karl Marx como sociólogo de la ciencia” e “Inducción y dialéctica”-, además de algunas conferencias, y concedió entrevistas que aún se recuerdan: la que se publicó en la revista Dialéctica, una de las más importantes. También dejó huella entre algunos intelectuales mexicanos. Pienso, por ejemplo, en Ignacio Perrotini, alumno suyo en aquellos cursos, o en la que sería su segunda esposa, la profesora María Ángeles Lizón.

Perdone por la digresión. Contesto ahora a su pregunta, aunque me temo que no voy a ser muy breve. Intento resumir. La naturaleza de la obra de Sacristán es, por un lado, muy poliédrica, por decirlo de algún modo, y por otro, está marcada por las difíciles circunstancias políticas en las que vivió y combatió. Sacristán no sólo fue un compañero de viaje. Fue un activo militante y durante cinco años miembro del comité ejecutivo de un partido clandestino duramente perseguido por el fascismo, el PSUC, el partido de los comunistas catalanes. Su noción de la filosofía y del filosofar es consistente con lo que acabo de señalar.

Licenciado en Derecho y Filosofía, doctor en esta última disciplina con una tesis sobre Las ideas gnoseológicas de Heidegger, el traductor de El Capital fue de joven un crítico literario, musical, teatral (autor también de una obra de teatro de un solo acto, publicada pero no representada: “El pasillo”), un comentarista político también, que publicó sus primeros trabajos filosóficos en una revista disidente barcelonesa llamada Laye. De estos últimos destaco dos: “Verdad: desvelación y ley”, sobre la noción de verdad en Ortega y Heidegger, y “Nota acerca de la constitución de una nueva filosofía”. Escribió muchos más y también reseñas (cinco sobre obras de Simone Weil, entonces una perfecta desconocida entre nosotros). Algunos de estos textos, no todos, están recogidos en los cuatro volúmenes que componen sus “Panfletos y Materiales”, editados a partir de 1983: Sobre Marx y marxismo, Papeles de filosofía, Intervenciones políticas y Lecturas, los dos últimos son póstumos.

En 1954, tenía entonces 29 años, consiguió una beca y fue a estudiar a Alemania, a la Universidad de Münster en Westfalia. Estudió en el Instituto de Lógica y Fundamentos de la Ciencia que entonces dirigía (aunque ya muy enfermo) el gran lógico-filósofo-teólogo Heinrich Scholz, uno de sus pocos maestros como él apuntó en una ocasión. Sus estudios de posgrado y las personas que conoció en el Instituto alemán fueron decisivos en su evolución filosófica y en su compromiso político. Destaco en este punto la influencia que tuvo sobre él Ettore Casari, un lógico y epistemólogo pisano entonces militante del Partido Comunista Italiano.

Tras su estancia en Alemania, donde renunció a una plaza de profesor en el Instituto para incorporarse a la lucha antifranquista, Sacristán pasó a militar, clandestinamente, antes he hablado de ello, en el Partit Socialista Unificat de Catalunya, el partido de los comunistas catalanes, estrechamente vinculado al PCE, al Partido Comunista de España, del que fue miembro del Comité Central.

Se convirtió entonces en una especialista en lógica formal -y en su filosofía- a la que no se pudo dedicar con toda la intensidad, tiempo y tranquilidad que él hubiera deseado en circunstancias más apacibles. Su fuerte compromiso político y, además, tenerse que ganar la vida son causa de ello. Su sueldo de profesor universitario, cuando pudo serlo que no fue siempre (fue trasladado de la Facultad de Filosofía a la de Económicas a finales de los cincuenta por presiones del nacional-católico arzobispado barcelonés, expulsado por el rector fascista y gran farmacólogo Francisco García-Valdecasas en 1965 hasta después de la muerte del dictador golpista Francisco Franco y antes, en 1962, no consiguió la cátedra de lógica de la Universidad de Valencia por razones políticas), su retribución, decía, siempre fue muy mermada. Por ello tuvo que convertirse en un traductor y colaborador de editoriales como Ariel, Grijalbo, Alianza, Revista de Occidente, Labor, etc. Aparte de informes, cartas e iniciativas editoriales en torno a la edición de la obra de Lukács, por ejemplo, o a las obras completas de Marx y Engels, las MEW, llegó a traducir más de 30.000 páginas del alemán, francés, italiano, inglés, griego clásico, latín y catalán, especialmente desde 1956 hasta 1977.

Como sé que me estoy alargando en demasía, resumo y finalizo. A partir de 1956, Sacristán publicó dos ensayos: su tesis doctoral, la he citado anteriormente, y, a medidos de los sesenta, una obra de lógica y epistemología que fue esencial en la consolidación de estos estudios en España: Introducción a la lógica y al análisis formal. Dejó también un libro inédito de lógica que su hija, Vera Sacristán, publicó años después de su fallecimiento, en 1996. Lógica elemental es su título; fue presentado por Jesús Mosterín. Cabe recordar igualmente un breve ensayo que recoge dos de sus incursiones en el ámbito de la crítica literaria, Lecturas, y un opúsculo Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores, muy polémico en su momento -abrió una discusión sobre la filosofía y el filosofar con un filósofo español recientemente fallecido, Gustavo Bueno- y también en años posteriores. Un joven filósofo español, José Luis Moreno Pestaña, ha escrito páginas de enorme interés sobre este trabajo.

Hay que sumar a lo anterior, su papel, esencial en mi opinión, de introductor de grandes autores de la tradición marxista. Empezando por Marx y Engels, siguiendo por Labriola, Gramsci, Korsch, Marcuse y Lukács, y finalizando en Zeleny y Harich por ejemplo. Quedan muchos más en el tintero.

Una gran parte de los trabajos que he ido citando se han recogido en los cuatro volúmenes de “Panfletos y materiales”, he hablado antes de ellos, y en Pacifismo, ecologismo y política alternativa, una obra editada por Juan-Ramón Capella, uno de sus discípulos y autor de una biografía política sobre él publicada por Trotta en 2005, que recoge sus últimos textos. Entre ellos, una sentida presentación al undécimo cuaderno de Gramsci, en traducción de Miguel Candel, otro de sus discípulos, y la entrevista, magnífica en mi opinión, con Dialéctica a la que he hecho antes referencia.

Hay también un nudo central que no debe olvidarse: la irrupción en su obra, a partir de principios de los setenta, del ecologismo, cuando nadie o casi nadie en España, y en muchos otros países, hablaba de estas temáticas y de los movimientos sociales anexos. Este giro político-filosófico es esencial para comprender sus últimas aportaciones y sus nuevos intereses y enfoques, siempre renovadores (recuerdo, cito de memoria, uno de sus aforismos preferidos: “Todo pensamiento decente debe estar en crisis permanente”). Entre estas novedades es necesario citar la revisión del ideario comunista (que no implicó nunca una renuncia a él ni su desnaturalización) y su interés creciente por temáticas de sociología y política de la ciencia, asunto no muy estudiado de su obra hasta fechas recientes (el profesor José Sarrión presentó en 2014 una tesis doctoral sobre estos asuntos).

Por mi parte, yo mismo estoy preparando actualmente un ensayo sobre la tecnociencia contemporánea y la reflexión poliética en su obra. Recuerdo otro de sus aforismos centrales: “lo malo de la ciencia actual (hablando poliéticamente) es que demasiado buena (desde un punto de vista epistemológico)”.

Pido disculpas por la extensión. No he cumplido uno de los lemas clásicos, muy del gusto de Sacristán: de nada en demasía.

AP: El filosofar de Sacristán ha estado estrechamente vinculado a su rol político militante: ¿cómo cree que sus convicciones filosóficas influyeron en su práctica política y, recíprocamente, en qué sentido cree usted que las coyunturas políticas influyeron en el filosofar de Sacristán?

SLA. No siempre en mi opinión, como ya he comentado, el filosofar de Sacristán ha estado estrechamente vinculado a su militancia política. Aún más: después de 1956 y hasta el final (prematuro) de su tiempo, y-a pesar de sus 23 o 24 años de militancia en el PSUC-PCE y en otros colectivos como el CANC, el comité antinuclear de Cataluña, interesado y concernido siempre por los asuntos públicos, hay muchas aristas de su obra que no están relacionadas con su práctica política. Pienso, por ejemplo, en su obra lógica y epistemológica. No olvidemos que, cuando le dejaron, el traductor de Gramsci, Marcuse y Adorno fue profesor de “Fundamentos de la Filosofía” y de “Metodología de las Ciencias sociales”, no de “Marxismo y política” por ejemplo. Otra cosa es que también en estos ámbitos teóricos su mirada político-filosófica fuera siempre penetrante y singular y no olvidara nunca las dimensiones sociales de esa cosa, en el decir de Alam Chalmers, llamada ciencia o tecnociencia contemporánea. He hablado antes de ello.

Más allá de lo que acabo de apuntar, tiene usted razón cuando señala esa doble influencia, esa doble implicación filosófico-política. Las convicciones filosóficas de Sacristán, siempre revisables por cierto y siempre enriquecidas, influyeron en su práctica política, en los fundamentos que, en general, intentó apuntar y mostrar en su práctica política y en la de su organización (cambiar el mundo, exige pensarlo y conocerlo y, por supuesto, tener voluntad de transformación socialista). También influyó en su búsqueda de temas y autores relevantes, evitando además errores de bulto en la tradición que en ocasiones, bastante frecuentes, se repetían (e incluso se repiten) como lemas litúrgicos indocumentados. Por ejemplo y destacadamente: considerar la dialéctica como una lógica proletaria, perfecta, alternativa y lista para un guisado y un descosido, frente a la burguesa, fijista, idiotizante y simplista lógica formal que no era capaz, ceguera burguesa se afirmaba, de captar la esencias y las contradicciones del mundo, de la historia y de la vida. Frente a la rica y contradictoria vida dialéctica, la lógica formal debía enmudecer. ¡Respetaba, absurdamente, el principio de contradicción!

El nudo didáctico, en el mejor de los sentidos del término, tuvo aquí un papel muy importante, destacado. Sacristán pensó y habló para la Academia (poco) y para la ciudadanía (más). Por ejemplo, tras su vuelta de Alemania, escribió, con la ayuda de su esposa-compañera Giulia Adinolfi, una gran hispanista italiana, y su discípula activista, Pilar Fibla, un papel netamente filosófico, un material diría él probablemente, con el título “Para leer el Manifiesto Comunista”. ¿Con qué objetivo? Con la finalidad de aproximar a los lectores a una lectura crítica, no servil ni repetitiva, con problemas y cuestiones abiertas, del clásico marx-engelsiano a los militantes y simpatizantes del PSUC-PCE. La tarea socrática de Sacristán, lo señaló hace muchos años con toda razón otro de sus grandes discípulos, Joaquim Sempere, es esencial para comprender muchas aristas de su obra y de su hacer.

Para decirlo rápido: su práctica política intentó tener siempre fundamentos filosóficos conscientes, sin olvidar lo básico: Sacristán fue un comunista democrático -que dictó una excelente y, en su momento, muy polémica conferencia sobre el estalinismo en 1978- hasta el final de sus días, y dijo, repitió y argumentó que el serlo no era asunto meramente intelectual, filosófico, teórico, sino tema de moral, de indignación, de rebeldía ante la injusticia y el dolor de este mundo grande y terrible, en el decir de Gramsci y en el de su discípulo y traductor.

La otra parte de la implicación es acaso más evidente. En dos sentidos: algunas de las temáticas filosóficas que analizó tenían motivaciones políticas en su base. Pienso, por ejemplo, en lo que se llamó eurocomunismo, una -lo digo generosamente- teoría política que entusiasmó a muchos partidos comunistas occidentales, el Partido Comunista italiano entre ellos, y a muchos de los dirigentes políticos e intelectuales marxistas aquellos años setenta. No a él, en absoluto (su texto más importante sobre el tema, “A propósito del ‘eurocomunismo” está recogido en Intervenciones políticas). Su giro ecocomunista, su interés científico-filosófico central en sus últimos años por estas temáticas, a veces en minoría de a uno (con el apoyo, entre otros, de su discípulo y amigo, Francisco Fernández Buey, probablemente una de las personas que más ha entendido su obra y su compromiso militante: recomiendo calurosamente su Sobre Manuel Sacristán, Barcelona, El Viejo Topo, 2005) y con notables silencios en su propia organización, es otro ejemplo destacado de cómo temáticas político-económicas influyeron en su reflexión filosófica, en sus “giros copernicanos”. Cuando se piensa desde abajo, cuando tu noción del filosofar y de la filosofía tiene una neta derivada político-social, en el sentido más noble del término, suelen pasar esas cosas.

En síntesis: sin olvidar desarrollos filosóficos no directamente relacionados, que abarcarían incluso temáticas estéticas (fue el traductor de la Estética lukácsiana y escribió sobre poética y estética), la doble implicación que usted ha señalado me parece más que pertinente. No hay duda, por otra parte, de que lo mismo puede decirse de otros muchos autores. Salvando todas las distancias y sin olvidar grandes diferencias entre ellos y respecto a Sacristán, bastaría pensar también en Althusser, Lukács o Harich por ejemplo. Y también en Platón o en Spinoza por citar dos grandes clásicos que también le interesaron. Tradujo, anotó y presentó de joven El Banquete, unas de sus traducciones más celebradas y reconocidas.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=225856&titular=%93sacrist%E1n-pens%F3-y-habl%F3-para-la-academia-(poco)-y-para-la-ciudadan%EDa-(m%E1s)%94-

Imagen: http://www.rebeldemule.org/foro/biblioteca/tema8223.html

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