Por: El Siglo de Torreón
La historia nos cuenta que, entre más alto es el nivel de escolaridad de una nación, mejores son sus condiciones de vida; pero en México ocurre algo distinto. En las últimas décadas, el promedio de educación escolar de los mexicanos subió de 3.5 años en 1970 a 9.3 años el 2016. No obstante, no se han experimentado aún mejoras sustanciales en la calidad de vida, de hecho, en muchos sentidos pareciera haber un retroceso. Hoy, los habitantes de este país nos sentimos más vulnerables, más inseguros, no confiamos en nuestras instituciones ni creemos en el estado de derecho.
El problema es la educación. Pero no en los términos en los que cotidianamente se habla sobre el asunto. Es verdad que veníamos de hábitos educativos rígidos, incluso violentos, pero la satanización de esas formas, como suele ocurrir, ha nublado nuestra capacidad de pensar en las muchas cosas buenas que también había en la educación de antaño. Sin embargo, insisto, no es allí en donde radica el problema profundo de nuestra educación.
Nuestra concepción de enseñanza escolar es el resultado de un trasplante de una idea educativa europea misma que tardó por lo menos 300 años en gestarse y consolidarse hacia la segunda mitad del siglo XVIII. Esa noción gira en torno a la construcción de grandes abstracciones que representen al mundo y que posibiliten su transformación. Lo más importante aquí, es entender que las abstracciones no surgen de la nada sino que parten de la realidad concreta y cotidiana.
Quienes importaron esa concepción de la enseñanza escolar a México, y quienes continúan aferrados a ella, de alguna manera consideraron que el camino se podía seguir exactamente en el sentido contrario, es decir, aprender la abstracción para luego ir hacia la realidad concreta. Para decirlo de manera coloquial, ir de la teoría a la práctica. Craso error.
¿Cuántos, por ejemplo, conducen sus automóviles violentando todas las reglas de tránsito porque están seguros de que «nada les puede pasar»? ¿Cuántos mexicanos no se lavan las manos antes y después de ir al baño? ¿Cuántos más se meten en grandes líos financieros porque suponen que «sí lo podré pagar»? ¿Cuántos realizan sus labores de manera descuidada porque al cabo que «no pasa nada»? ¿Cuántas obras públicas terminan colapsadas porque «nadie se va a dar cuenta»?
La probabilidad de que algo malo ocurra es una abstracción. Todos conocemos las consecuencias negativas de actuar mal, pero las sabemos de manera teórica: no nos pasan hasta que nos pasan. Mi hipótesis es que nunca hemos sido educados a comprender cómo se llegó a una abstracción. No sabemos, por ejemplo, cómo se determinó que la fórmula química del agua era H2O y casi nadie comprende que, en su estado natural, el agua jamás está en ese nivel de pureza.
De manera similar desconocemos las razones para no ir a más de 60 kilómetros por hora en las calles; para no tirar basura fuera de su sitio; para no vender o comprar el voto; para no desviar recursos públicos a fines para los que no fueron presupuestados; para no pedir diezmos, mordida o moches; para no torturar; etc. Todo lo que logramos apreciar es lo concreto del beneficio personal inmediato que estamos experimentado; al tiempo que desdeñamos las abstracciones que nos hablan de los males y peligros que pudieran presentarse. Cuando nos toca, entonces lloramos.
La educación en México es un problema porque no nos enseña a teorizar con rigor nuestra experiencia cotidiana. ¿Les parece una expresión muy abstracta y «filosófica»? Los invito a ver lo concreto de los índices de suicidio adolescente, embarazo precoz, homicidios dolosos y culposos, niveles de contaminación ambiental; percepción de la corrupción; confianza institucional, etc., etc., etc.,
Fuente: https://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/1362764.el-problema-concreto-de-la-educacion-abstracta.html