La dulzura de Mónica Oltra

Por: Lidia Falcón

Dentro de la barriga de la mujer el feto piensa:

“A ver si lo pillo… ¿Estoy siendo gestado en depósito fruto de un contrato de la nueva economía de consumo colaborativo con carácter altruista a cambio de compensación resarcitoria? Pues no sé si quiero nacer en un sitio así”.

JR Mora  en CTXT de Público.

Toda gestación es altruista, menos las “altruistas” que serán de pago.

El Roto.

Mónica Oltra se ha pronunciado a favor de legalizar la que denomina  “maternidad de sustitución”. Un amable eufemismo al estilo del lenguaje actual, donde ya no existen términos definitorios y rotundos, ni por supuesto categorías marxistas, sino dulces palabras que encubran la gravedad de lo que se quiere  ocultar a los lectores. Como es habitual en ella, para argumentar su posición utiliza un párrafo poético sobre la vida, incluso afirma que la vida no se subroga,  y añade, si la vida se da, a mi juicio, es difícil hablar de gestación subrogada y mucho menos de maternidad subrogada. Ni lo uno ni lo otro está sujeto a subrogación, término empleado en Derecho para cuando alguien sucede a otra persona física o jurídica en una relación, o un derecho  relacionado con un negocio jurídico”.  

Ella es jurista, y no se entiende que pueda negar que es una subrogación de la categoría de madre cuando se pretende alquilar el útero de una desgraciada –y hay que serlo mucho para someterse a semejante tortura- a fin de, mediante un contrato, fabricar en su matriz un niño que deberá entregarlo a otra persona.

Claro que los ejemplos que puso son los mantras que repiten los partidarios de semejante explotación: la hermana que se sacrifica por su hermana, la amiga por la amiga. Y debe de haber muchas en semejante situación cuando, según ella, es necesario legislar expresamente estos casos.

Para redondear los argumentos que se han esgrimido por los defensores de semejante tráfico, Mónica compara la donación de un riñón con la fabricación de un niño por encargo en el vientre de otra mujer. Ya escribí hace pocos meses un artículo sobre semejante mistificación, defendida nada menos que por el director del Centro Nacional de Transplantes, y manifesté mi asombro de que ahora consideráramos a los niños como riñones.

Mónica tiene la desfachatez de afirmar que había “conocido mujeres que se sintieron tan bien durante el embarazo que dicen que les encantaría tener otro embarazo sino fuera porque no quieren tener más hijos”. Recuerdo aquellos sermones de las propagandistas del OPUS que medio siglo atrás hablaban de lo maravilloso que era gestar una criatura, “sentir dentro tu cuerpo como va formándose y creciendo una nueva vida”. Pero al menos lo defendían de la madre que iba a disfrutar de ese hijo. Mónica Oltra habla del embarazo como si  se tratara de una sesión de agradable spa.  Al final la protagonista se desembaraza y queda tan liberada tras nueve meses de felicidad.

No falta la apelación a la libertad, esa falacia que ahora sirve para defender las más inicuas explotaciones. Como dice Pilar Aguilar “nuestra libertad para disponer que otros dispongan de nuestro cuerpo”. Ahora la defensa de la libertad para las mujeres sirve para prostituirlas, alquilar sus úteros, exhibirlas y humillarlas en la publicidad y la pornografía. Nunca se dio un uso tan perverso al sublime término de libertad. Naturalmente de las pobres. Todavía hemos de ver a las ricas gestando para las pobres que no pueden tener hijos.

Desde el recuerdo del tiempo en que las mujeres políticas de izquierda mostraban su fuerza y determinación en la defensa de sus ideales con un lenguaje contundente y el ademán y el semblante  airado, como referentes Dolores Ibárruri y Federica Montseny,  observo desconcertada el estilo dulzón y amable, siempre sonriente, con que se expresan actualmente las jóvenes llegadas a la política, incluso cuando se dirigen a sus adversarios o responden las preguntas agresivas y capciosas de sus entrevistadores.

Entre unas cuantas otras, Mónica Oltra es realmente sobresaliente en modales exquisitos, sonrisas abiertas, ademanes elegantes y expresiones de comprensión del contrario, así cómo solicitud continua de disculpas por defender posiciones distintas. En el colmo del almíbar estuvo dándose besos con Pablo Iglesias en la campaña electoral y recitando los poemas de amor, no de guerra, de Miguel Hernández.

Mónica Oltra ha sido comunista, de EU, y de varias otras organizaciones que se reclaman muy de izquierdas. Ha protestado reiteradamente en las Cortes Valencianas, exhibiendo diferentes camisetas, contra la corrupción y el gobierno del PP. Ha defendido el ecologismo y la libertad del colectivo LGTB. No sé si en aquella etapa utilizaba los mismos modos monjiles que ahora marcan su estilo, pero diríase que para ella –en feliz frase del profesor José Manuel Lucas- el lema de su política no es “libertad, igualdad y fraternidad” sino “fe, esperanza y caridad”.

Ya sé que los tiempos de hoy no son los de los años 30. Ya sé que la guerra no se abate como una amenaza cierta sobre nosotros. Ya sé que las convulsiones que nos destrozaron hace 80 años, ni tampoco la represión de los 40 años franquistas, son una realidad ni aún un peligro cierto, pero muchos de los problemas que padecemos y que Oltra denuncia, son de extrema gravedad: pobreza, marginación, explotación de las clases trabajadoras, persecución de los homosexuales, depredación del medio ambiente. Y me resulta sorprendente que se puedan plantear con esa expresión de encanto en los términos más amables.

Porque esta Consejera  de Igualdad de la Comunidad Valenciana, amén de vicepresidenta del gobierno -que tiene tiempo y energías para ocuparse de todo- con ese rostro siempre sonriente, que mantiene la expresión abierta, la mirada ingenua y una dulcísima entonación, ha conseguido hacer desgraciadas a muchas mujeres y multitud de niños, logrando que se imponga en Valencia legalmente la custodia compartida, aún ante la oposición y el enfrentamiento entre los padres. Esa, que debe considerarse a sí misma benefactora de la humanidad, después de hundir la vida de madres y menores, se propone ahora considerar a las mujeres como probetas en donde se cuecen los niños, para satisfacción de homosexuales y parejas estériles. Bien ha defendido los derechos de los gays, entre los que ahora pretenden que se cuenten el de ser padres biológicos. Se trata de transmitir las herencias genéticas como se transmiten las herencias económicas.

Cómo informa Pilar Aguilar, todos los servicios sociales de la Generalitat Valenciana están privatizados. Las trabajadoras de estos servicios en precariedad (hasta el Defensor del Pueblo Valenciano en su último informe recomienda mejorar las condiciones del personal) y esta mística  e iluminada defensora a ultranza de los pobres y los oprimidos, de los LGTB, del medio ambiente, cuando se ocupa de las mujeres lo hace para oprimirlas y humillarlas.

¿Qué relación tiene ese estilo ñoño y almibarado con la crueldad con que dispone de la vida y la felicidad de mujeres y niños que dependen de su gobierno? ¿Cómo se entiende que una política bragada en la militancia comunista a los 15 años, persistente en su ideario a través de distintas afiliaciones, que pretende ser modelo de mujeres luchadoras, muestre siempre una faz angelical con un discurso expresado en términos amables y un lenguaje eufemístico, para imponer la última humillación que las mujeres podemos sufrir: las de considerarnos únicamente sujetos de reproducción?

¿La decepcionante respuesta no será que en el fondo es una misógina y en la forma una farsante?

Fuente: http://blogs.publico.es/lidia-falcon/2017/08/11/la-dulzura-de-monica-oltra/

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Lidia Falcon

Política y escritora española. Licenciada en Derecho, Arte Dramático y Periodismo y doctora en Filosofía, se ha destacado por su defensa del feminismo en España, especialmente durante la Transición