Por: Flore Olive
Tienen edad de jugar a las muñecas, pero se encuentran prisioneras en un matrimonio que pisotea su infancia, su dignidad y su libertad. En el Día Internacional de la Niña no podemos dejar de recordar a las víctimas de este infierno cotidiano.
Tienen la mirada huidiza, triste, vacía o empañada de lágrimas… Cuando posan junto a esos esposos que no han elegido, nunca sonríen. Tehani, se escondía en cuanto Majed, su marido, se acercaba. No para jugar, sino para… escaparse de los ataques de ese hombre de 25 años, cuando ella solo tenía seis. «Mientras hacíamos el amor, yo lloraba y le suplicaba que parara, pero él no me escuchaba -contaba-. Me ponía las manos sobre la boca. Y yo no hacía más que llorar». Tehani es yemení, originaria de la región montañosa de Hajjah.
En su país, casi la mitad de las mujeres se han casado cuando apenas eran unas niñas. La fotógrafa norteamericana Stephanie Sinclair decidió dedicarse a defender su causa desde aquel día de 2003 en el que, en Afganistán, descubrió, en un servicio hospitalario dedicado a las quemaduras graves, los cuerpos destruidos de mujeres que se habían inmolado quemándose. Todas habían tratado de escapar a una unión forzada que había convertido su vida en un calvario. Entre ellas, había una niña.
Un infierno en vida
La palabra matrimonio, definida como la unión de dos adultos que consienten, no tiene sentido en los países en los que viven estas muchachas. Aunque Sinclair haya cubierto numerosos conflictos, la imagen de estas muertas en vida le vuelve a la cabeza como una obsesión. «Nunca me habría implicado tanto, si no me hubiera visto enfrentada de golpe a esta cuestión de una manera tan violenta». ¿Cómo tiene que ser la vida cotidiana de estas niñas para que algunas elijan terminar con su vida de la peor manera posible? Intentando dar respuesta a esta pregunta, la fotógrafa descubre ramificaciones personales, sociales, médicas y políticas de este problema.
Algunas menores son entregadas por sus padres para reparar una afrenta o cubrir una deuda, son vendidas, sacrificadas para asegurar la supervivencia del resto de la familia. La madre de Ghulam casó a su hija de 11 años con Faiz, de 40, para poder alimentar a sus otros hijos. Convertidas en moneda de cambio, condenadas a sufrir tanto en los campos como en la casa, convertidas en objetos sexuales, en estas sociedades rurales, conservadoras, pobres y religiosas, las niñas solo tienen valor patrimonial, comercial, laboral o reproductor.
Especialmente en Afganistán, donde las cuestiones importantes, pero también el placer, solo lo comparten los hombres. «Es allí donde vi los casos más dramáticos, niñas muy pequeñas casadas con hombres muy mayores, en un país donde la violencia contra las mujeres es extrema», explica Stephanie antes de citar la historia de esos tres hombres que, para impedir su huida, le cortaron la nariz y las orejas a su hermana. Todo por la vergüenza. Otra vez.
La fotógrafa no cree, sin embargo, que «los padres casen a sus hijas para hacerles daño». Ocurre, a veces, que las madres son especialmente duras con las niñas para hacerlas más fuertes. Saben lo que tendrán que soportar, pero son muy pocas las que se oponen o las que luchan para que sigan estudiando. Como muchas víctimas, estas mujeres reproducen lo que ellas mismas han vivido.Como esa madre india que sacó del colegio a su hija de siete años, recién casada pero todavía demasiado pequeña para vivir con su marido, apenas más mayor».
«Cuando los esposos son demasiado jóvenes para consumar el matrimonio, se celebran dos ceremonias con algunos años de diferencia: una para sellar la unión y la otra, para hacerla efectiva. La niña podría haber continuado yendo a clase, pero su madre decidió que no. «¿Para qué alimentar a la vaca de otra persona?», me dijo. Solo veía a su hija como un animal -explica Stephanie- y de sí misma pensaba de la misma forma. No tenía ninguna conciencia de su valor y, sin educación, eso no puede cambiar».
Tratadas como cosas, las niñas crecen convencidas de que han nacido para sufrir. A veces se las casa por una «causa», como a las desgraciadas de Chibok o de otros pueblos y ciudades de Nigeria devastadas por la secta yihadista de Boko Haram. Tras ser raptadas, son casadas con los combatientes con el único cometido de dar a luz a los futuros soldados de la yihad.
«En tu país, a los 12 años, comienza la vida física. En el nuestro, acaba». Stephanie no ha olvidado las palabras de una niña yemení. En muchos países de África, de Asia y de la península arábiga, la ablación es todavía una condición muy frecuente para el matrimonio. Cada año, según Unicef, tres millones de niñas, la mayoría menores de 15 años, padecen una ablación parcial o total de sus genitales y del clítoris. Una práctica que, se cree, reduce la líbido y garantiza la virginidad prenupcial. En más de 30 países, al menos 200 millones de niñas y de mujeres han sido ya víctimas de estas mutilaciones, practicadas sin anestesia ni ninguna precaución higiénica. En Indonesia, por ejemplo, afecta a la mitad de las niñas de 12 años. Y son heridas físicas y mentales que no cicatrizan jamás.
Una vez casadas, sus cuerpos dejan de pertenecerles. Stephanie recuerda a ese policía de Sierra Leona y a su esposa a punto de dar a luz, fotografiados hace un año. Cuando la mujer estaba sola, hablaba abiertamente, pero delante de su marido se callaba. Cuando la fotógrafa le preguntó cuantos niños le gustaría tener, el hombre dijo tajante: «No es ella la que tiene que decidirlo, no tiene por qué opinar sobre eso«.
A menudo, estas chicas son demasiado jóvenes para llevar a adelante un embarazo, apenas púberes, más vulnerables a las infecciones de transmisión sexual. Muchas no se recuperan de las secuelas del embarazo o del parto, que puede provocarles fístulas, que ocasionan una grave forma de incontinencia. «Una vez que padecen este tipo de daños físicos, su vida está acabada», explica Stephanie.
Tradición frente a la prohibición
Países como la India, Nepal o Bangladesh -donde el 29% de las niñas están casadas antes de cumplir los cinco años- han tomado medidas legales para prohibir estos matrimonios precoces. Pero la pobreza, la tradición, la presión social y la corrupción son más grandes que el temor a las autoridades. «Estas cosas ocurren incluso en el seno de las fuerzas de policía -cuenta la fotógrafa y activista-. He podido constatarlo en muchos sitios». En detrimento de la legalidad, la costumbre sigue aplicándose. Y las niñas son a menudo arrancadas de sus familias en mitad del sueño para casarlas en plena noche, en ceremonias celebradas a escondidas.
¿Y en Occidente?
Los países occidentales tampoco son ajenos a esta situación. En Europa del este, el 11% de las chicas están casadas antes de los 18 años. Según el Pew Research Center, en los Estados Unidos, 57.800 jóvenes de entre 15 a 17 años se casaron en 2014. Estos matrimonios se benefician de un vacío legal que muchos estados se han comprometido a llenar: ninguna ley fija la edad legal del matrimonio a nivel federal y, en más de 30 estados de Estados Unidos, las adolescentes pueden casarse si tienen la autorización de sus padres o el consentimiento de un juez.
Stephanie Sinclair decidió investigar el caso de los mormones, «una comunidad típicamente americana, polígama, en la que los abusos y el matrimonio de niñas están justificados por razones puramente religiosas y donde ellas se quedan embarazadas muy jóvenes«. El 3 de abril de 2008, las autoridades americanas llevaron a cabo un asalto en un rancho de la secta de Jesucristo de los Santos de Los Últimos Días, una iglesia fundamentalista mormona de Texas. Más de 400 niñas y jóvenes casadas, destinadas a los dignatarios polígamos del grupo, fueron liberadas. Es uno de los casos más graves de maltrato de la historia norteamericana. «Pero la diferencia con otros países es que allí se aplican las leyes y todas esas personas fueron a la cárcel». La educación de las niñas, pero también la de los niños, es el único remedio para acabar con esta situación, insiste la fotógrafa tras haber conocido de primera mano tantos casos.
Niruta fue obligada a casarse en Nepal con 12 años. Su esposo, de 16, y sus hermanos necesitaban a una mujer en la casa. Tras la muerte del padre, el marido de Niruta, que no fue nunca al colegio, no pudo defender su herencia, frente a un hermano con más educación. ¿El resultado? «Ellos también tendrán que casar a su hija para salir adelante«, dice Sinclair.
Tan rara como preciosa, una especie de ternura acaba naciendo a veces entre los esposos. Algunas mujeres se enamoran de un hombre que las respeta y las considera. «Es cuestión de suerte», dice Stéphanie, que cita el ejemplo de Destaye, casada a los 11 años con el joven sacerdote Addisu. A pesar de las burlas de la gente de su pueblo, él aceptó que continuara estudiando. Lamentablemente, la presión social acabó siendo más fuerte: Destaye terminó abandonando el colegio y ha sido madre a los 13 años.
Fuente: http://www.mujerhoy.com/vivir/protagonistas/201710/08/casadas-fuerza-20171006091753.html