Por: Tomer Urwicz.
Detrás de toda mujer hay un gran hombre. U otra gran mujer, es indiferente. Lo importante es que toda mujer -si es que quiere ser una científica destacada, si quiere redactar unos cuantos papers académicos y pasarse unas cuantas horas en el laboratorio, si quiere competirles de igual a igual a sus pares hombres y quiere ganar premios- necesita de alguien que la secunde. Mónica Marín, la primera mujer en convertirse en decana de Ciencias, también lo necesitó.
No es un tema de capacidad. Con seguridad nadie en Uruguay sepa más de proteínas recombinantes -esas que se obtienen al clonar el gen- que esta bioquímica, doctorada, profesora titular y ahora también decana. Es una cuestión de “machismo” en su versión académica.
La BBC lo había analizado con el siguiente acertijo: “Un padre y su hijo viajan en auto. Tienen un accidente grave, el padre muere y al hijo se lo llevan al hospital porque necesita una compleja operación de emergencia. Llaman a una eminencia médica pero cuando llega y ve al paciente dice: ‘No puedo operarlo, es mi hijo’. ¿Cómo es posible?”.
La mayoría duda la respuesta. Los más liberales responden que el cirujano es el otro padre, porque se trata de un matrimonio del mismo sexo. Pero muy pocos responden que esa “eminencia médica” es la madre. Esto -que los psicólogos llaman “parcialidad implícita”- sucede porque, desde chicos, se crean conexiones neuronales enlazadas a conceptos. Y la ecuación dice que una eminencia médica va asociada a la figura de un hombre.
Es que ellas visten de rosa, son sensibles y delicadas… son ideales para cuidar los hijos y hacerse cargo de las tareas del hogar. Ellos, en cambio, usan ropa celeste, son rudos y racionales… lo necesario para trabajar con máquinas, en la tecnología o en las ciencias.
Estos mandatos sociales se traducen en que solo uno de cada tres investigadores uruguayos en Ingeniería y Tecnología es mujer. Es una cifra muy similar a lo que, según Unesco, sucede con la brecha de género en la ciencia, de ahí que hoy (11 de febrero) se conmemore el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia.
En algunas disciplinas concretas la brecha es aún mayor. Entre los matemáticos uruguayos registrados en el Sistema Nacional de Investigadores, por ejemplo, solo hay una mujer cada cinco científicos. En Computación ellas son apenas el 15%, cifra que desciende todavía más a medida que se avanza en los grados académicos -el denominado “techo de cristal”.
Entre más de 30 profesores grado V que hay en la Facultad de Ciencias, solo hay dos mujeres. Y Marín es una de ellas.
Es una cifra que la sorprendió incluso a ella, siendo mujer, en una de sus primeras reuniones como decana. “Había citado a todos los profesores de mayor grado para que comencemos a trabajar en conjunto en repensar la Facultad y fue ahí, estando cara a cara frente al resto, cuando noté la notable diferencia de género”, cuenta.
En Bioquímica, la disciplina que abrazó Marín en la década de 1970 cuando vivía en Francia, la cantidad de mujeres es, al comienzo de la carrera y en los primero grados, mayor que la de hombres. Pero la relación se va invirtiendo a medida que se asciende en la academia.
-¿Por qué?
-La ciencia lleva mucho tiempo de dedicación. Implica irse al exterior a hacer pasantías, significa redactar documentos, discutir en grupo. Todo eso le será más fácil a un hombre que, por lo general, no está a cargo del cuidado de los hijos.
-¿Usted cómo hizo?
-Mi esposo me ha ayudado muchísimo. Nunca hago la cena, él decide qué comemos y eso hizo que pudiese quedarme hasta más tarde haciendo horas de laboratorio, por ejemplo.
-¿Hay una explicación científica a esta brecha de género?
-No hay nada genético, es un tema cultural que excede a la Facultad de Ciencias e incluso a Uruguay. Pero hoy, cuando en áreas como la Computación hay tanta demanda y se necesitan trabajadores calificados, salta a la vista la necesidad de revertir esa brecha.
El edificio de Ciencias, uno de los más nuevos de la UdelaR (abrió sus puertas en 1997), es uno de los puntos neurálgicos de Malvín Norte. Por eso a Marín, a sus compañeros y al Sistema de Cuidados se les ocurrió que era un buen predio para que se instalase una guardería.
El proyecto, que a priori busca atender a 100 niños menores de tres años y que al menos el 20% de las plazas estén destinadas a pequeños que no fueran de la Facultad, vio colapsada su capacidad de acogida.
Una encuesta interna realizada solo a los docentes de la Facultad e investigadores del Instituto Pasteur -sin siquiera considerar a los estudiantes- ya demostraba que la demanda superaba a la oferta.
Esta es la prueba, para Marín, de que hace falta invertir “más en las necesidades concretas de las mujeres”.
Ella no cree en la existencia de una “mirada femenina” de la ciencia. Dos más dos es cuatro y punto. Pero sí entiende que es necesario “desmitificar que los números y lo científico es algo de poca sensibilidad y difícil”.
Su esperanza es que, radica en que cada vez que visita un club de ciencias de los liceales, nota a más chicas interesadas en esas disciplinas que el mandato social reservó para los hombres. Pero, a pesar de su ilusión, cada año la matrícula en la Facultad que dirige vuelve a demostrar que “no se ha corrido la aguja”. De los 23 profesores que tiene el Centro de Matemáticas, solo hay dos mujeres. Y en lugar de tender a una paridad, viene pasando el efecto contrario.
La carencia de mujeres científicas, para el caso uruguayo, se ve agravado por la llamada “fuga de cerebros”. El antecesor de Marín, el biólogo molecular Juan Cristina, había dicho que cerca del “20% de los graduados en Ciencias” reside fuera del país. El resultado de este combo (falta de científicos y fuga del cerebros) hace que “Uruguay no pueda darse el lujo de excluir a la mujer de la ciencias”.
Fuente de la entrevista: https://www.elpais.com.uy/informacion/educacion/uruguay-necesita-revertir-brecha-genero-ciencias.html