Por: Pedro Feal Veira.
Es imprescindible que el sistema contribuya a la formación de un criterio propio, autónomo y crítico en las mentes de los más jóvenes
En una sociedad de la información como la nuestra, plenamente mediatizada por la tecnología digital y por la que circulan continuamente millones de datos sin contrastar, es imprescindible que el sistema educativo contribuya a la formación de un criterio propio, autónomo y crítico, en las mentes de los más jóvenes que les ayude a discernir entre lo verdadero y lo falso, lo valioso y lo desestimable, lo decente y lo indecente, lo justo y lo injusto, dentro del inmenso aluvión de mensajes que reciben a diario en sus móviles, ordenadores y demás aparatos electrónicos. Discernir, por ejemplo, entre bulos (fake news) y auténticas noticias, o entre romanticismo y pornografía, o entre una teoría política coherente y el fervor populista sustentado en un manejo interesado de las emociones por parte de líderes más o menos carismáticos.
Por este motivo, la enseñanza de la Filosofía, antigua pero —como el mar del poema de Valéry— siempre recomenzada y perenne disciplina del pensamiento, se vuelve más necesaria que nunca, siendo como es una reflexión racional en la que se analiza con rigor qué es real y qué no lo es (ontología), qué es la verdad y cómo conocerla (epistemología o teoría del conocimiento), cuáles son los valores y normas morales que debemos seguir (ética), qué son la belleza y el arte (estética) y en qué consiste lo justo en la sociedad y en el ejercicio del poder (filosofía política). Además, la lógica estudia las formas válidas de razonamiento en contraposición a las falacias, y la metodología, los procedimientos de investigación, descubrimiento y comprobación científica de las afirmaciones y hechos. El aprendizaje de estas disciplinas filosóficas entrena al intelecto a discernir lo legítimo de lo espurio, lo auténtico de lo simulado, lo cierto de lo manipulado. Y el resultado es el desarrollo de una capacidad de juzgar (krinein, en griego) o criterio, que hace posible aplicar, en un primer momento, la duda metódica como filtro de las múltiples informaciones que recibimos sin desbastar, y en una segunda fase, asumir como válidas aquellas que pasen la prueba de la veracidad, la fiabilidad y la transparencia, así como los controles intelectuales de la ética, la estética y la política racional.
Fuente del artículo: https://elpais.com/elpais/2019/02/06/opinion/1549445588_649435.html