La Salida

Propongo hacer una jornada en la escuela, de la entrada a la salida, de la mano de las experiencias generosas de chicos y chicas que conocí en mi último viaje. Lo haré con cuatro paradas, que interrumpen el “lógico” orden de las cosas.
Primera escena

Me sabía perfectamente la pregunta, pero desconocía la respuesta:
–¿Qué es lo que más te gusta de tu escuela? –pregunté ingenuamente a un grupo de chicos y chicas.
–El recreo –dijo una niña.
Sonreí, antes de escuchar la sentencia que a continuación saldría de la boca inocente de otro niño.
–La salida.

Detuve, por dentro, la risa. Lo mejor de la escuela es que se acabe. Me lo dijo Max en México, pero igual me lo podría haber contado otro niño o niña en cualquier otra parte del mundo. Me pregunto qué sentido tiene una institución hecha para personas que la detestan.

Pero seguimos.
Hay que hacerlo.
Siempre se hizo así.
No hay tiempo para otra cosa.
Hay que terminar el tema esta semana como sea.
No hay tiempo.
No podemos pensar eso ahora.
No hay tiempo para eso.

Segunda escena

En Santiago de Chile, una joven representante estudiantil me regañó un par de veces cuando les daba algunas instrucciones para hacer el trabajo:
–¿Por qué nos interrumpes? –preguntó enfadada, mientras su pie no paraba de tomar notas con una habilidad pasmosa.
Poco a poco la tensión dejó lugar a las risas.
–Menos mal que has dejado de atizarme –le dije.
Ella respondió:
–Hay que ser rebelde. Para que las cosas cambien.
Tengo que tatuarme esta respuesta.

Mientras…
Imponemos,
silenciamos,
memorizamos,
obedecemos,
aburrimos,
claudicamos.

Tercera escena

En Ciudad de México conocí a María. Hablé muy poco con ella, pero ese rato resultó tan intenso e íntimo que me atrevo a decir que la conozco. María es una persona honda. Habla despacio, como saboreando cada sílaba que sale de su boca. Su tempo paraliza el tiempo. Me hace mirar hacia adentro. Adentro de ella, pero sobretodo adentro mío. Con ternura me contó, despacio y con cuidado, aquello que le dijo un profesor: “Yo no estoy preparado para enseñar a alguien como tú” –qué crueldad maldita. María se preguntaba: “¿Qué tan distinto es enseñarle a mí?” María decía que a ella no le gustaban los trabajos en grupo. Pero lo que no le gustaba era que no la eligieran en ninguno. Su hermana lloraba al escucharla. También a su hermana, en poco tiempo, la conocí. Ella insistió en que María contase a un nutrido grupo de docentes lo que pasó un día en la escuela, durante un simulacro de terremoto: la olvidaron en el aula. Ahí, María, lloró. Todos los que la escuchamos lo hicimos. Qué dolor indescriptible en una niña preciosa, maldita sea. Ahora no va a la escuela porque no son accesibles. No cabían más injusticias en un cuerpo tan pequeño, y sin embargo no había ira en un ser humano tan apaleado.

Pensé en sus detractores.
A muchos de ellos se les llama educadores.
Vi en ella, en poco tiempo, a una gran activista.
Yo me pondré a tu lado, María.

Cuarta escena

Una cosa más me llenó de emoción y me devolvió la esperanza: a pesar de todo esto, los chicos y chicas me dijeron, y no en secreto, que no quieren cambiarse de escuela. Lo que quieren es que sus escuelas cambien.

Y pensé que tenemos suerte…
De que no nos juzguen.
(Me pregunto cuál sería la condena y la sentencia).
Y de que nos inviten a transformar las escuelas.
(Y nuestro papel en ellas).
Y de que mientras nos decidimos esperen, pacientemente, a que llegue la hora de la salida.
Quiero agradecer a la Organización de Estados Americanos y a Oritel la oportunidad de seguir aprendiendo a través del diálogo en los Seminarios para la Promoción de la Educación Inclusiva en las Américas, en los que se desarrollaron estos encuentros con los jóvenes.

Fuente: http://www.ignaciocalderon.uma.es/index.php/la-salida/

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Ignacio Calderón Almendros

Profesor de Teoría de la Educación en la Universidad de Málaga (España). Investiga la diversidad y los procesos de exclusión e inclusión educativa para contribuir a que la escuela sirva a todas las personas.