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La escuela al entrar en la onda de la calidad y de las tics sumerge al maestro en la red de información y eficientismo desplazando el lugar del pedagogo que en esencia es reflexión, teorización, antitecnicismo y porque contrariamente la pedagogía valora la pluralidad de pensamientos, su no parametrización, no medición y control por el sistema. Sin pedagogía la escuela en su tradición es parte del sistema de registro, control y vigilancia.
Por ello, a la escuela le hace falta descotidianizarse, ser otra para escapar, porque aún sigue aferrada al gobernamiento como dispositivo de control/poder que vía saber tecnificado define el devenir de los sujetos de la escuela y la sociedad. Para transformar la escuela en su corporalidad es oportuno exhortarla a exteriorizarse e indagar lo cotidiano que le permita aprender, desdoblarse y avanzar en las comprensiones, deseos e intencionalidades de los estudiantes, las familias y la sociedad misma. Se requiere desescolarizar la escuela, sacarla de su laberinto de discursos, espacios, prácticas, imaginarios y/o paradigmas.
Vale, interrogarnos ¿Qué significa ser educado hoy, en una sociedad tan compleja y diversa? Educado se asocia a una posibilidad de escape, de conciencia de existir, de excluirse y resistir a la estructura que gobierna y encierra el sistema, en tanto éste limita e “incluye” a todos de forma sistémica, parametrizada, categórica, “genérica” y homogenizante. Así, pudiéramos pensar que llegar a ser educado contemporáneamente es pertenecer de forma eficaz al sistema neoliberal que controla y distribuye todas las competencias e instancias de constitución de sujeto.
En lo contemporáneo el planteamiento pasa no por enseñar en su forma lineal, sino por promover aprendizajes apropiados e interiorizados desde algunos espacios y relaciones como las asociadas a los tiempos de una clase, al diseño de situaciones, secuencias, acuerdos y ambientes para aprender, lo que pone de relevancia que en el lenguaje actual las prioridades están menos en los modelos pedagógicos y cada vez más en promover modelos didácticos que vinculen una visión estructural del cómo aprender para actuar y menos pedagógica del por qué pensar. La consigna es aprender a hacer sin pensar, en cuya labor el maestro juega un rol de activista de tareas, talleres y de interiorizar estándares, no de acompañante, facilitador que estimula nuevas preguntas, nuevos retos y ayuda a avanzar en la comprensión de los objetos de saber. “no le basta al maestro saber bien su disciplina que profesa si no puede explicarla con soltura y no la completa con arte y habilidad” (Vives, 1948b [1538], p.1208) citado por Noguera (2012, 140).
Estas precisiones son verdaderamente sustanciales en la medida que permiten establecer las singularidades del proceso de constitución del sujeto moderno como un homo educabilis libre, como un sujeto educable que se libera de su propia educación, éste último principio imperativo de las ciencias de la educación. Para cerrar, es claramente significativo reconocer la historia de las disciplinas, de los conceptos y los desarrollos didácticos que éstas determinan y así organizar las experiencias alternativas para resistir en tanto forma de narrativas de presentar algo novedoso y disruptivo. De lo contrario, se estará educando y enseñando desde la lógica de repetir métodos y agenciar el sistema de control educativo.