17 Julio 2016/Fuente:Eltribuno /Autora:Milagro Plasencia
Roberto Rosler es médico neurocirujano y director del laboratorio de Neurociencias y Educación de la Asociación Educar. Visitó Salta para participar de la primera jornada de neurociencias aplicadas a la educación, que se realizó el 6 de julio. En un auditorio en el que había docentes de diversos niveles educativos, psicopedagogos y psicólogos, Rosler habló de cómo se puede ofrecer una enseñanza más adecuada a los alumnos de hoy, que son nativos digitales y tienen una manera de pensar diferente a la de los maestros.
«La neurociencias y la neurobiología pueden colaborar para tener una pedagogía más adecuada al tipo de alumnos que tenemos ahora, porque en este momento, por primera vez en la historia, tenemos alumnos cuya forma de pensar es radicalmente distinta a la de los docentes», le dijo Rosler a El Tribuno.
Lo primero de todo es que los docentes, que todavía somos inmigrantes digitales, tendríamos que dejar de oponernos a todos las interfaces digitales; llámense celulares, tablets o computadoras, e incluirlos dentro del aula.
Luego tenemos que abordar esta pedagogía, que proviene de la revolución industrial y que se podría resumir en 30 alumnos silenciosos con un docente que es la fuente de todo conocimiento; para pasar más a una docencia que no esté tan centrada en brindar contenido, sino en enseñar el pensamiento crítico, la solución de problemas y la selección de bibliografía… enseñar qué contenidos son válidos y cuales no lo son.
¿Eso implicaría una reforma en los diseños curriculares?
Claro. Ese cambio implicaría que esos enormes currículums, que son sábanas blancas con similitud a las boletas sábanas que tanto criticamos en la política, hacen que se fuerce al docente en ser un «cubridor» de contenidos en el programa.
Hoy todos los docentes sabemos que, por más que demos todos los contenidos, si el alumno los aprende amnésicamente y de memoria, los regurgita en el examen. Mañana no va a recordar.
Ese enfoque no tiene sentido. El contenido no puede ser el área medular de la actividad áulica, tiene que ser el aprendizaje contextual.
Nosotros aprendimos a nadar en la pileta y a manejar en el auto, pero el aprendizaje contextual implica salir del aula. Eso es algo que a los docentes les va a costar mucho. Es que todos estamos acostumbrados, por décadas, a enseñar en el aula.
Lo que digo es que, como está construida el aula, donde 30 alumnos están sentados mirándole la nuca al otro, no favorece el intercambio ni el desarrollo del pensamiento.
Yo hablo de la pedagogía del café. Eso significa que nosotros cuando queremos estar más cómodos en un grupo, algunos quieren estar sentados y otros sentados en el piso, y también, por qué no, hablar de la presencia de la comida y de la bebida.
Por qué no pensar un aula donde los alumnos puedan tener muebles que se puedan correr, y por qué no la presencia de la comida y de la bebida, que favorece ese intercambio. Yo tengo aulas en la que los pupitres están atornillados al piso. Y eso no favorece.
Sí, son perfectamente factibles, no implican costos. Solamente implican una mirada clara sobre el hecho de que no estamos haciendo bien las cosas porque los alumnos no nos dicen: «Qué ganas que tengo de ir a la clase ó cómo aprendo en clase o cómo me divierto».
Nosotros somos realistas, y si hay voluntad política, esto es perfectamente aplicable y está de acuerdo con el tipo de alumnos.
No estamos pidiendo ningún tipo de inversión multimillonaria ni ningún cambio tecnológico, sino que hablamos de que las aulas puedan parecerse más a los jardines de infantes. Por algún motivo que desconocemos, los únicos que están haciendo bien las cosas son los del nivel preescolar. Entonces ¿por qué no seguir con este tipo de enseñanza? Esto en el primer grado de la primaria se interrumpe abruptamente.
Nosotros tenemos una respuesta de estrés para cuando nuestro sistema nervioso escanea el medio ambiente y detecta una situación amenazante. Si nosotros como sociedad nos paramos frente a los niños, tanto en su vida familiar como en su vida escolar, y disminuimos al máximo toda situación amenazante es muy probable que esas sensaciones también disminuyan.
Lo que tenemos que hacer es una pedagogía en la familia y en la escuela que trabaje y permita mostrarle al niño que no hay ningún león que los persigue. Ningún padre debería hacer sentir así a sus hijos.
La educación inclusiva creo que es la única filosofía que nosotros podemos aceptar. ¿Por qué? Porque la escuela, antes de ser una máquina de enseñar, es una máquina de socializar.
Y la educación inclusiva acepta todas las diferencias que los niños traen al aula. No solamente hablamos de niños con autismo, con dislexia, sino las diferencias socioeconómicas; religiosas, culturales, de lenguaje, de peso y de talla.
Los docentes estamos acostumbrados a tener adelante nuestro a 30 alumnos «normales» y nadie es normal. Todos somos diferentes, por suerte.
Hay que hacer un gran cambio de mentalidad en nuestros docentes, porque la escuela debe ser inclusiva en todo estos aspectos.
Por ejemplo pensar inclusivamente implica que si voy a un museo, todos los alumnos deben poder recorrerlo. Si por alguna razón hay un niño con silla de ruedas y no puede hacer ese recorrido, hay que cambiar la actividad.