Entrevista/26 Septiembre 2019/Autora: Ana Torres Menárguez/Fuente: El país
La Fundación Santillana presentó ayer Ed21, un programa para proponer nuevos métodos de enseñanza de la mano de expertos
Siempre que acude a una conferencia educativa, Miguel Barrero (Madrid, 1960) lanza una pregunta a los asistentes: «¿Para qué sirve una raíz cuadrada?». En los más de 35 años que lleva dedicados al mundo educativo, todavía no ha conseguido una respuesta convincente. Para él, es una prueba irrefutable de que el modelo tradicional de escuela está en crisis. En abril de 2018, le nombraron nuevo director de Educación de la Fundación Santillana —ya dirigía el departamento de I+D dentro del grupo—, y desde entonces quiso crear un gran laboratorio de ideas para reinventarla, para reflexionar sobre lo que debe saber un ciudadano del siglo XXI.
Le procupaba que detrás de algunos proyectos de innovación pedagógica no hubiese una «base sólida». Tras un año y medio de trabajo, su fundación presentó ayer el proyecto Ed21, un programa que persigue proponer nuevos métodos de enseñanza de la mano de expertos de diferentes partes del planeta, especialmente de España y América Latina —donde la Fundación Santillana tiene seis sedes: Sao Paulo, Buenos Aires, Santiago, Lima, Bogotá y México DF—.
Pregunta. En España, muchas escuelas se han lanzado a la innovación con nuevas metodologías de enseñanza. ¿Qué está fallando?
Respuesta. En muchos centros, hay una idea errónea de lo que es innovar. No se trata de hacer cosas nuevas o de improvisar sin normas en el aula. Es más complejo. Detrás de toda innovación hay un método, hay que seguir una secuencia de trabajo. Innovar requiere planificación y evaluación, para tener una visión clara de en qué se ha mejorado. Uno de los peligros es que no haya ningún resultado visible; entonces el profesor tiene que preguntarse si es útil el cambio que está introduciendo. Es imprescindible tener una visión previa de dónde se quiere llegar y qué se quiere conseguir.
P. ¿Cuál es el síntoma más claro de que la escuela ha quedado obsoleta?
R. En este momento la escuela sufre una crisis profunda. Hasta ahora ha cumplido dos funciones fundamentales: transmitir un conocimiento estanco, ahora la realidad cambia todos los días, y socializar a los niños. No hay suficientes horas lectivas y, por eso, hay que hacer una selección de cuáles son las grandes ideas sobre las que se quiere trabajar y dejar más tiempo para practicar las habilidades competenciales. Transmitir la verdad ya no corresponde a la escuela. Nada es inmutable.
P. El programa Ed21, ¿busca encontrar nuevas metologías de aprendizaje sólidas?
R. Hace unos tres años, cuando se hablaba del nuevo paradigma de la educación, se colocaba en el centro del debate la tecnología y cómo los centros tenían que incoporarla a las aulas. Lo que nosotros hicimos fue ir más allá, ampliar la mirada para ver en qué situación estaba la educación, en su conjunto. Nos dimos cuenta de que dentro de los colegios, la inquietud no era tanto cómo encajar la tecnología, sino las nuevas formas de aprendizaje. La preocupación estaba más relacionada con la pedagogía. Por eso decidimos crear este laboratorio, para investigar qué necesita el ciudadano de la sociedad 4.0. El sentido de la fundación es provocar reflexión y debate para una mejora educativa.
P. ¿Pretenden definir la escuela del futuro?
R. No. Nuestro foco no está en el tipo de escuela, sino en qué contenidos y habilidades hay que enseñar. Este enfoque tiene truco. Si plasmas lo que debe aprender el alumno, provocas que todo el sistema educativo caiga detrás, es un efecto dominó.Pongo un ejemplo. Si quieres enseñar a programar, ya no te valdrá con un libro de texto, tendrás que usar otras herramientas. Tampoco podrás evaluar con un examen tipo de test. Igualmente, transformará la duración de las clases; 50 minutos no serán suficientes para programar un robot. En Finlandia, que es el gran icono de la educación, son muy habituales las sesiones de 120 minutos. Cada asignatura requerirá unos tiempos y dinámicas de trabajo. Ya no habrá un único modelo de enseñanza y evaluación, sino un mestizaje metodológico. Ese es el futuro.
P. ¿Quiénes están llamados a participar en esa reflexión?
R. La educación es un mundo muy endogámico, y esa es una de las razones por las que ha sido tan poco innovador. La dinámica del aula no deja tiempo para la autocrítica. No hay tiempo para la reflexión. Todos los días surge un problema nuevo: hoy los chavales han venido alterados, hay un profesor cuya plaza no se cubre… estás siempre condenado al día a día. En Ed21 queremos conseguir pausa y sosiego. Dedicarnos a pensar, a discutir. Es un proyecto colaborativo, en red, no queremos sentar cátedra sobre cómo tiene que ser la educación del siglo XXI, pero sí propiciar los espacios para el debate. No nos queremos centrar tanto en lo que piensan los directores de centro, profesores y políticos, sino escuchar más a las familias y su idea de centro y a los jóvenes que ya están fuera, que nos digan qué echaron en falta. Esperamos presentar un primer documento con propuestas a finales de 2021.
P. ¿Cree que hay una preocupación excesiva en trasladar a la escuela las habilidades que demanda el mercado laboral?
R. El primer sector que se ha encargado de definir qué habilidades se requieren en el siglo XXI ha sido el empresarial. El World Economic Forum trasladó el retrato robot del ciudadano al que quieren emplear. No hay que poner el foco de la reforma del sistema educativo en lo que piden las multinacionales, no pueden monopolizar el debate. Por eso, nosotros queremos definir otras dos patas que son igualmente importantes: la personal y la comunitaria. Tener las aptitudes y el conocimiento para seguir aprendiendo a lo largo de la vida es más importante que saber matemáticas.
P. ¿Qué papel debe jugar la neuroeducación en la redefinición del sistema educativo?
R. Los experimentos están mostrando que el cerebro necesita emocionarse para aprender. Uno de los grandes problemas es la falta de motivación. Habría que preguntarse qué porcentaje de los alumnos que abandonan la escuela —en España, la tasa de abandono escolar temprano es el 17,9% frente al 10% de media de la OCDE— se debe a que no encuentran ningún motivo para ir cada día a clase. Los profesores tienen que explicarles para qué sirven los estudios, a dónde pueden conducirles, qué pueden hacer. La neurociencia está sirviendo para acabar con la excusas y reaccionar.
Fuente e imagen: https://elpais.com/sociedad/2019/09/23/actualidad/1569255253_269950.html