Nueva Zelanda/yorokobu.es/20 de Julio de 2016
Niki Boon está documentando la infancia anacrónica de sus hijos. Sus fotos en blanco y negro muestran el día a día de unos niños sin escuela, (casi) sin ropa, sin Internet y sin aparatos electrónicos en torno a una casa de madera
La mayor parte de los lujos, también llamados ‘comodidades de la vida’, no sólo es innecesaria, sino que se convierte en impedimento para la elevación de la humanidad
En 1907, cuando Rudolf Steiner publicó su ensayo La educación a la luz de la Ciencia Espiritual, este titular sólo habría podido ser la puerta a un mundo imaginario. El título de un cuento futurista o un absurdo. Aquella idea de alumbrar una nueva educación alternativa e independiente se convirtió en una realidad en 1919, cuando se creó la primera escuela Waldorf. Hoy, más de mil escuelas en unos sesenta países imparten ese tipo de educación. La cantidad de padres que optan por este sistema educativo ideado por Steiner, en cambio, es incontable.
Los pilares ideológicos de este tipo de enseñanza no han dejado de expandirse entre padres que no quieren imaginar a sus hijos pegados a una silla y un pupitre, memorizando información a menudo sesgada y poco necesaria para entrar en una carrera de fondo por ser el mejor de la clase. Son los padres que no creen que un número del 1 al 10 sirva para que sus hijos se hagan una idea de sí mismos; de su mayor o menor inteligencia y de su mayor o menor valía. La creatividad y el arte, mientras, castigados en un rincón.
El niño, entendido como una individualidad de alma y cuerpo en crecimiento atravesaría un proceso de madurez que, según Steiner, culminaría en la búsqueda de la verdad. Para ello, pasaba por una fase crucial en la que la imaginación y la creación artística conformaban las bases del auténtico aprendizaje.
Niki Boon acababa de dejar la fisioterapia para dedicarse plenamente a educar a sus hijos en Marlborough, al sur de Nueva Zelanda. Su marido aún se dedica a las finanzas. Junto con sus cuatro hijos, Kurt, Rebecca, Anton y Arwen, viven en una casa de madera dentro de una propiedad de diez acres. De ahí que las fotos de sus hijos evoquen una vida plenamente campestre, aunque no sea del todo así.
No sólo no escolarizaron a sus hijos, sino que alentados por las ideas de Steiner, decidieron alejarlos de la televisión, de internet, de móviles y ordenadores. «No les hemos prohibido estrictamente que usen los aparatos electrónicos y no nos parece mal si quieren jugar con los ordenadores de sus amigos, pero hablamos con ellos de los beneficios de limitar su uso y a menudo también hablamos sobre por qué no los tenemos en casa. Los disfrutan cuando tienen acceso a ellos en las casas de sus amigos, pero ellos nunca llegan a casa preguntando por nada de eso», explica Niki Boon a Yorokobu.
Boon no reniega absolutamente de la tecnología. Aunque no tienen televisión, disponen de una tableta y los niños a veces ven películas en un ordenador. Pero eso sólo ocurre en momentos especiales como sus cumpleaños. Puesto que no lo necesitan, tampoco lo piden. La fotógrafa es consciente de que en el futuro necesitarán un ordenador o internet, que algún día sus necesidades serán distintas, pero mientras sigan siendo pequeños, la búsqueda de información, salvo casos muy puntuales, la realizarán a través de los libros. El mundo que les rodea les llegará a través de sus cinco sentidos.
Esta fotógrafa autodidacta no cree que lo que está haciendo sea especial. Como cualquier madre entregada que quiere disponer siempre de imágenes de la infancia de sus hijos, empezó a documentar cómo vivían. «Me parece que fue después de decidir educarlos de una manera alternativa cuando el hecho de documentar su infancia tomó un nuevo significado para mí», recuerda.
A la fotógrafa poco le interesan los colores. Por eso ha elegido el blanco y negro para las fotos que protagonizan sus cuatro hijos. El blanco y negro le permite ver la luz de un modo diferente que le ayuda a centrarse más en la dirección y en la calidad de la luz que en los colores. «Encuentro la interacción entre la luz y la sombra más interesante que las relaciones entre los colores», aclara.
Ha aprendido a fotografiar a base de hacerlo, igual que aprenden sus hijos: con las manos y los pies sobre el terreno. «Para mí, el mayor aprendizaje viene de tomar muchísimas fotos. Así es como encontré mi estilo y como he practicado los aspectos técnicos con la cámara. También así es como he tanteado mis estrategias», relata.
Lo que Boon quería era explorar la infancia desde todas las perspectivas posibles y entender lo que era ser niño y crecer. «Por esta razón, decidí también enseñar las imágenes que mostrasen la soledad de la infancia, el dolor que también se experimenta. No quise evitar los aspectos menos felices de ese viaje».
Un viaje. Así es como Niki Boon ha llegado a entender el crecimiento. El inglés permite ciertos matices que se escapan a la traducción, porque lo que esta madre quería mostrar era toda la gama: «solitude» y «loneliness»; «pain» y «hurt». Hay grados de soledad como hay grados de dolor. No es lo mismo estar a solas que sentirse solo, como no es igual sentir dolor que sentirse herido. En ambos casos el matiz es idéntico y siempre tiene que ver con el entorno: lo que los diferencia es lo que la propia persona siente. Esas heridas y esas soledades, con sus distintos grados, es lo que Niki Boon plasma en sus fotografías: una idea de la infancia no tan idílica como se tiende a recordar o imaginar.
A menudo, Boon recibe críticas por la forma en la que está criando y exhibiendo a sus hijos, pero le afecta poco porque, según afirma, «cada uno tiene derecho a opinar lo que quiera». Si está tan tranquila es porque tiene la convicción de que la manera en la que está educando a sus hijos es una buena opción para ellos, pero reconoce «que cada uno es diferente y que tanto padres como profesores eligen qué es lo mejor para sus niños en función de las circunstancias. Puede que la forma en la que han elegido que crezcan sus niños influya en la nuestra también… pero ahora mismo son felices y están aprendiendo a vivir felizmente con lo que tienen».
Digan lo que digan los más críticos con ella y con otros padres que han optado por un tipo de enseñanza alternativa, varios estudios explican que la infancia anacrónica que están experimentando sus hijos no sólo es adecuada, sino que a menudo está un poco más cerca de la ideal. Por ejemplo, los niños que crecen al aire libre suelen desarrollar un sistema inmunológico más fuerte que les previene de enfermedades en mayor medida que al resto, según concluyeron investigadores suecos. Mientras, la OECD observó que el rendimiento académico apenas varía en los colegios equipados con ordenadores.
No en balde, los creadores de los aparatos electrónicos más utilizados envían a sus hijos a colegios sin tecnología. A la escuela Waldorf de Península (California) asisten los hijos de los nombres más conocidos de Sillicon Valley. Los padres de la mayoría de estos alumnos trabajan en Google, Apple, Ebbay y HP. Allí no hay ordenadores ni aparatos electrónicos porque sus propios creadores son conscientes de que entre las competencias que se exigen en el trabajo actual, la creatividad es fundamental. Y eso no es algo que se aprenda ante una pantalla, sino tocando y pisando el mundo real. A veces, incluso mojándose bajo la lluvia y volviendo a casa con manchas de barro.
Fuente:http://www.yorokobu.es/niki-boon/