Por Rosario Herrera Guido
“[…] en la psique
no hay nada que pueda
situar al sujeto como hombre o mujer.
Jacques Lacan
I
Desde los antiguos filósofos y médicos griegos hasta el siglo XVII, la histeria fue una enfermedad del útero (ta hysterika pathé), que al moverse por su cuenta producía sofocación, afonía, epilepsia y males sin fin. Esta es la posición de Hipócrates, el padre de la medicina. Un pensamiento que no es médico, sino político, pues parte de que una mujer debe estar sometida a un hombre, como el cuerpo al alma. Como dice Aristóteles, “el alma (psiké) gobierna al cuerpo con la autoridad de un amo, y el intelecto al deseo (orexis) con la autoridad de un hombre de Estado o un rey “[…] La relación del varón con la mujer es por naturaleza (fysis) la del superior con el inferior, del gobernante con el gobernado”. (Aristóteles, Aguilar, “Política”, Obras Completas, 1974).
A partir de san Agustín, el origen de la histeria ya no está en la matriz, sino en la fuerza revolucionaria de la mujer: una posesión divina o demoníaca. Éxtasis, trances, convulsiones, ataques de llanto, parálisis, migrañas, estigmas en el cuerpo y visiones, son calificados por los teólogos. La histeria es un hechizo, según el manual Malleus maleficarum (el código del “Martillo de las brujas”). Porque se pasa del saber al poder, del médico al exorcista, de la medicina al poder político de la Iglesia Católica y Romana, que manda a la hoguera a las brujas. Pero la histeria, hasta nuestros días, es un rechazo al poder político y religioso, a la dominación del poder arbitrario masculino, un rechazo al patriarcado.
Para la psiquiatría, la histeria es una neurosis. Cullen (1769), acuña la palabra neurosis para designar una falla orgánica, una lesión cerebral. Con la psiquiatría dinámica, la histeria es un trastorno funcional y la convierte en una psiconeurosis: la fuerza subversiva como síntoma esencial, manifiesta en la falta de unidad y de fijeza en la identidad: personalidades múltiples, teatralidad, fabulación, mitomanía, doble conciencia y el último grito de la moda norteamericana: “bipolaridad”. Y la American Psychiatric Association eliminó el diagnóstico de la histeria y la sustituyó en 1980 por multiple personality disorder (desorden de personalidad múltiple), que cambia en 1994 por “trastornos disociativos de la identidad”. La psiquiatría conserva las preguntas de los teólogos: ¿poseída o santa? ¿enferma o manipuladora?
Freud va más allá de la psiquiatría y reconoce que la histeria es “todas las enfermedades y ninguna”, pues es un problema ético y político, pero no médico: es la expresión de la dificultad de reconocer el propio deseo, por someterse al deseo del amo (padre o madre-patriarcal, hermano, marido, maestro, jefe, policía, soldado, moral social, opinión pública, Estado y hasta Dios).
Lacan enseña que la histeria es un discurso que pueden articular mujeres y hombres para impugnar el poder arbitrario de cualquier amo, para inventar otro saber que denuncia la dominación arbitraria del amo, donde quiera que se encuentre o se invente.
II
Toda esta compleja concepción de lo femenino proviene de la enigmática diferencia de los sexos, que conduce a la lucha política entre los sexos, que se encuentra en el corazón de todas las organizaciones sociales, por elementales que sean. Pero de aquí no se desprende ninguna razón que respalde, bajo ningún pretexto, la dominación y opresión ni de las mujeres ni de los hombres.
Para el movimiento freudomarxista, entendido como el encuentro entre el marxismo y el psicoanálisis: 1) la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases y 2) la historia de la humanidad es la historia de la represión sexual. El freudomarxismo, aunque juzgado apagado, está vivo en las Constituciones Europeas, Reformas y Convenios Mundiales, porque la diferencia sexual y sus consecuencias políticas y económicas es uno de los principales malestares en la cultura.
Un poder de sometimiento de las mujeres, apoyado por el orden jurídico, que preserva de hecho, pero no de derecho, las desigualdades sexuales. Porque la contradicción y la lucha entre los sexos es más antigua que la lucha de clases. No existe esencia femenina o masculina, pues lo que funda la existencia es la diferencia, que depende de condiciones históricas, psíquicas, políticas, económicas y culturales.
La opresión de las mujeres es universal, hasta mítica. Porque en las sociedades organizadas por el parentesco matrilineal, la mujer y su descendencia, sin estar sometidas al poder del marido, dependen de otro hombre: el hermano de la madre.
La circulación de las mujeres —según Claude Lévi-Strauss—, regidas por las reglas del parentesco, son signo de la “primera apropiación de las mujeres”, pues apropiarse de las mujeres es apropiarse de la productora de los productores, de su fuerza de trabajo que produce satisfactores.
Siempre han existido mujeres que rechazan la dominación sexual. Pero las organizaciones feministas son tardías. Porque han dependido de las condiciones de producción y el consecuente sometimiento de su vida psíquica e histórica. Al superar la economía de subsistencia, rechazan la reproducción sexual forzosa, actúan en la economía y renuncian a su exclusiva función reproductora.
Más que feminismo debe hablarse de feminismos. Como el que produjo el movimiento antipsiquiátrico de los años 70s, que denunció el orden mundial establecido, que sigue tachando a las mujeres de “locas”. En este tema, el feminismo, como filosofía y movimiento político también ha sido seducido y asimilado por el “poder”. Como en Morelia, donde la Comunidad Terapéutica, inspirada en la Antipsiquiatría italiana de Franco y Franca Basaglia, volvió a dominar la psiquiatría, como resultado de la profunda crisis de las izquierdas en México y Michoacán.
Por ello, los encuentros feministas en México, dese el Encuentro Feminista 2010 de Zacatecas, no sólo denunció los negativos resultados de institucionalizar el movimiento feminista, a través de los institutos y secretarías, sino que se ha pronunciado por la subversión política de los marcos vigentes.
Ante lo cabe leer bien a la filósofa francesa Luce Irigaray, que propone “hablar mujer” (parler femme), para liberar la palabra, pues nada debe reemplazar la palabra de las mujeres que tiene que ser dicha, para dejar de victimizarlas. Porque la administración de la violencia de género, se ha convertido en capital político y económico, tanto para algunas instituciones como para organizaciones que lucran con el sometimiento y el sufrimiento de las mujeres.
III
Las consecuencias políticas de la diferencia de los sexos, condujeron, como dice Georg Hegel en su Fenomenología del Espíritu, a tener que pensar desde la filosofía cómo lograr que el hombre y la mujer ya no se deban nada. En un momento de su obra cumbre, en el que trata el conflicto en la tragedia de Antígona de Sófocles, entre la ley masculina y la ley femenina, la ley de la ciudad y el tirano y la ley de la tierra, que ordena sepultar a los muertos.
Las consecuencias políticas de la diferencia de los sexos, también condujo contemporáneamente a la perspectiva de género, que interpreta la compleja problemática de la diferencia, para promover una pacífica relación con la existencia del Otro, el diferente, la mujer, y por extensión la diferente ideología religiosa o política, diferente status económico o cultural, que reconozca la calidad humana de los indígenas, los homosexuales, los extranjeros, los migrantes, conforme a los derechos universales del hombre y la mujer.
Una perspectiva de género que contempla un conjunto de representaciones imaginarias, simbólicas y reales de las prácticas y prescripciones culturales, mundiales, nacionales y regionales, desde la diferencia anatómica de los sexos, que impone consecuencias culturales, económicas, políticas, éticas y estéticas.
Una comprensión del género como una construcción cultural y social, que sólo existe a partir de la ley de la cultura, la prohibición del incesto, que introduce el lenguaje, lo propiamente humano, que nos diferencia de todos los seres de la naturaleza, de los mamíferos superiores, y cuya raíz inglesa es gender (género), que designa la diferencia entre los sexos y la exigencia ética de reprobar la discriminación, que provoca la violencia entre los géneros, la familia, la escuela, el trabajo, los espacios privados y públicos del cuerpo social.
Para lo cual siempre se espera de todo gobierno y pueblo que surja un programa cultural, educativo, económico, político y estético, que supere y erradique la violencia de género, la violencia feminicida, la desaparición forzada, la trata de niñas y jovencitas, la violencia del crimen organizado y la migración por violencia, desempleo, la viudez y la orfandad.
Una diferencia que históricamente produce desigualdad e injusticia y que sólo una filosofía feminista, en el cruce del feminismo de la igualdad y la diferencia, puede abrir la dimensión ética de la igualdad sustantiva de género, como ética de la hospitalidad del Otro, el radicalmente diferente, para introducir como imperativo cultural y político actitudes y acciones racionales y responsables a la altura de las circunstancias, que permitan no sólo superar sino erradicar la inequidad de género.
Articulo tomado de: http://michoacantrespuntocero.com/consecuencias-politicas-de-la-diferencia-de-sexos/