Ilka Oliva Corado
Yo le sigo apostando a la identidad, al derecho a ser. Le sigo apostando a la diversidad, al derecho a la libre emisión del pensamiento. Sigo apostándole a la oportunidad; sin injerencias de contactos, codeos, lisonjas, ni etiquetas. A la oportunidad sin humillaciones y sin abusos. A la entereza de atrevernos a ver a los ojos de los otros sin la arrogancia de sentirnos superiores. De sentir el palpitar de un corazón enardecido, cansado, enfurecido, soñador; sin la intromisión de clasismos, de grados de escolaridad, de segregacionismos.
Le sigo apostando a la esencia del ser humano que es sublime. A la palabra franca sin que importe el tono. A la honestidad de atrevernos a decir lo que sentimos y pensamos sin temor a ser rechazados. A la libertad de amar.
Le sigo apostando a la autenticidad que se defiende con la vida. Al anhelo. Le sigo apostando a la hermosura de la locura y a la ternura de un alma herida.
Al tormento del caos existencial. Y a la sonrisa alegre de las crías de alcantarilla, cuando ninguna miseria puede con la fuerza del anhelo.
Le sigo apostando al albedrío del trastorno, a las caricias de las manos ajadas de los abuelos. Le sigo apostando a la inocencia, a la ternura, a la sencillez. A la humildad que no necesita de atavío alguno para ser excelsa.
Le sigo apostando al obrero, al recolector de basura, al cargador de bultos. A la vendedora de mercado, a la tortillera. A la empleada doméstica. Le sigo apostando al inmigrante indocumentado, al desplazado, al refugiado. Al huele pega, a la puta de arrabal.
Le sigo apostando la llaneza de la alcantarilla, aunque nos llamen apestados, aunque no nos quieran ver ni escuchar. Aunque nuestras palabras les ofendan. Aunque nuestra ilusión les escupa a la cara la hiel de la resistencia. Nuestra ilusión de campesinos, obreros y proletarios, nuestra ilusión de alfareros.
Le sigo apostando a la flor de asfalto, a belleza de la flor de campana, al amarillo vivo de la flor de chipilín y de chacté. A la polvareda de los caminos añejos. Al zacate y a la arada, y a la mirada honrada que florece en el arrabal. A los pies desnudos de los niños saltando charcos, al talento sin objeción. A la autenticidad de la alcantarilla, a la franqueza de los parias. A lo intrínseco del dolor.
Fuente del articulo: https://cronicasdeunainquilina.com/2016/08/18/de-alcantarilla-2/
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