Por: Silvina Heguy
Maja Nenadovic viene de un país que desapareció. Salió a los 10 años de su casa empujada por la guerra en los Balcanes y con sus raíces, que hasta hacía poco eran naturalmente diversas, en pugna. Madre croata, padre serbio, una familia yugoslava era imposible que sobreviviera entre los escombros. Fue, entonces, que entendió lo que era ser refugiada y también la guerra y la discriminación. Veinticinco años después recorre el mundo para dar entrenamiento a estudiantes y profesores. Busca hacer algo para evitar las distintas formas de violencia. Lo que ve le preocupa, asegura. En todas partes aparece el silencio, la falta de comunicación, ese no ruido le recuerda el que precede a las balas: la discriminación.
“Cuando a los estudiantes del programa educativo MICC, (Modelo Internacional de la Corte Criminal de Justicia) les cuento cómo empiezan las guerras les digo que no es con balas si no con palabras. Son aquellas que establecen divisiones entre nosotros, los buenos, y ellos, los malos. Lo que no olvido decirles es que entre las balas y las palabras hay un período de silencio en que entre los dos grupos ya no quieren hablar. Porque ya no se ve al otro como un ser humano. Ese silencio me preocupa porque lo encuentro en muchos lugares. Yo entiendo que es natural tener un “nosotros” y un “ellos”. Pero empezamos a hablar de la guerra y siempre terminamos hablando de los refugiados, de la discriminación, del maltrato a las minorías, sobre la homofobia y el bullying. No importa el lugar del mundo”, dice en una sala del Centro Ana Frank, en Saavedra.
En el patio hay un grupo de docentes recibiendo una capacitación para tratar en el aula temas relacionados con la violencia y las violaciones a los derechos humanos. En el piso de arriba, estudiantes secundarios se dividen los roles en una imitación del juicio de la Corte Internacional Penal, el programa que Maja lleva por diferentes países. Ahora como politóloga, a los 35 años, tiene un diagnóstico preciso mezcla de la academia holandesa donde estudio, su experiencia como refugiada y un trabajo personal que ella describe como haber invitado a tomar el té a sus demonios. “La polarización está en todas partes. Lo veo en Estados Unidos, en Bosnia, en Croacia, lo veo en Holanda, en Alemania, en la Argentina. En Austria, que me recibió como refugiada y ahora rechaza a los sirios que llegan en esa calidad”.
“La manera de comunicarse entre los individuos y la forma en que los partidos políticos lo hacen me da miedo. En Yugoslavia antes de la guerra, la gente solo hablaba entre quienes pensaban igual. El argumento era ‘vas a aceptar lo que estoy diciendo o sos malo’. Esa falsa antinomia es lo más peligroso”, dice. “El silencio es sólo un síntoma de una violencia que crece en el mundo”.
Ejemplos sobran. En EE.UU. , el 52% de la población identificada como “latina” aseguró que ha sufrido actos de discriminación, según una encuesta del Pew Research Center. La violencia policial contra la comunidad negra es denunciada a menudo. Sin mencionar las declaraciones del candidato republicano Donald Trump. En Europa, en un pico histórico de número de refugiados, la discriminación e incluso las medidas xenófobas se repiten en Alemania, Dinamarca, Grecia y países históricamente amigables con ellos. En Cardiff, Gales, por ejemplo, los obligan a llevar pulseras rojas.
El fenómeno de la discriminación creciente es un fenómeno también que se da en la Argentina. En lo que va de 2016, el Instituto Nacional contra la Discriminación –el INADI– recibió 1.720 denuncias. Un aumento del 50% en relación al mismo período del año pasado. El número es de quienes cumplieron los pasos administrativos. Si se toman solo las denuncias la cantidad se triplica. Salud, aspecto físico, cuestiones de género, discapacidad y migrantes. En ese orden son los temas más denunciados. Tanto Maja en su recorrido por el mundo como en el INADI ven en la escuela las manifestaciones de estas divisiones y también un espacio apropiado para poder revertirlas. “Es preocupante porque nos están llegando cada vez más pedidos de talleres de capacitación o sensibilización por parte de las escuelas públicas o privadas”, dice Gabriela Amenta, directora de Promoción y Desarrollo de Prácticas contra la Discriminación del INADI. Muchos son pedidos de los alumnos. Bulling, ciberbulling, acoso escolar se repiten.
“Le pego porque tiene cara de pobre”. “A vos te ven vestido así y te dicen: sos de la villa, sos un villero”. “A mí me cargan por ser petisa”. “Es negra y paraguaya”. “Me mira mal y eso termina a las piñas”. Las frases son reales y fueron recolectadas durante una investigación realizada en escuelas del Conurbano por Carina Kaplan, doctora en Educación, profesora de la UBA y de La Plata e investigadora del CONICET.
“Hemos identificado a través de los relatos de los estudiantes, prácticas de humillaciones en las cuales unos se sienten superiores, rebajando a los otros. Los motivos de burla son: la vestimenta (zapatillas, gorrita, ropa deportiva), la apariencia física (color de piel, corte de pelo, estatura, contextura), la nacionalidad”, enumera Kaplan.
En los resultados preliminares de su estudio aparece, además, que la violencia se vincula a los sentimientos de exclusión. “Los estudiantes manifiestan que recurren a formas de violencia (física o simbólica) cuando se sienten inferiorizados. La dinámica de estos conflictos puede devenir en violencia”. Kaplan explica que los prejuicios no los crea la escuela sino que son culturales. En el aula se suelen reproducir los estereotipos sociales que ven en el hogar o los medios. “Pero a su vez puede contrarrestarlos. Cuando lo hace, los estudiantes llevan a sus hogares valores como el respeto, la cooperación y la solidaridad”, explica. Para lograrlo dice que primero hay que identificar la conflictividad para intervenir antes, durante y después de un hecho de violencia. Se trata de anticipar y crear espacios de diálogo para que los chicos puedan expresar sus miedos. El docente debe poder trabajar sobre el sentido del cuidado de sí mismo y de los otros”.
Amenta coincide en que los niveles de violencia en el sistema educativo argentino la mayoría de las veces son producto de actos discriminatorios. Por eso desde el INADI trabajan con la escuela y su comunidad. “Los desafíos son grandes”, sostiene. Actualmente están fortaleciendo la web y planificando una campaña contra la islamofobia ante la posible llegada de refugiados sirios con esa fe.
Fuente: http://www.clarin.com/zona/silencio-agresion-discriminacion-crece_0_1664833633.html