Kreisel: El inmisericorde toma y dame del capitalismo con los niños

Por: Alberto Aranguibel B.

En la sociedad capitalista, desideologizada como es, existe la creencia de que el quehacer humano estaría determinado por el carácter o la vocación de quienes llevan adelante cualquier actividad.

Los curas, por ejemplo, suelen ser vistos como personas de carácter mesurado y habla amorosa, porque la religión es supuestamente el compendio de la pureza del Ser supremo que veneran.

De ahí la creencia en las sociedades contemporáneas de que un empresario cuya área de negocios sea la de juguetes, deba ser una persona movida indefectiblemente por los más nobles sentimientos de amor hacia los niños.

Walt Disney, cuya trascendental obra dirigida especialmente a los niños lo convirtió en el más emblemático ícono de la bondad sobre la tierra, se erigió a la larga en la referencia del mundo capitalista que mejor expresó la fórmula de hacer negocios milmillonarios explotando sin el más mínimo pudor la sensibilidad del ser humano hacia los más pequeños.

Disney logró ser la persona cuyo trabajo en el ámbito cinematográfico ha sido reconocido más que ningún otro hasta hoy con el prestigioso Premio Oscar. Sus películas forman parte del acervo cultural del mundo entero desde hace casi un siglo; con ellas se ha construido el ideario del cuento infantil animado en todos los rincones del planeta.

La noción de diversión y entretenimiento que hoy en día tiene la humanidad, pasa indefectiblemente por el modelo de parque temático concebido y llevado a cabo por Disney con Disneyland (California, Estados Unidos) y Disney World (Florida, EEUU), bases de la más poderosa corporación del mundo en la creación y mercadeo de productos de consumo masivo para niños.

Pero el famoso magnate del entretenimiento, fallecido a causa de un cáncer de pulmón en 1966, era en realidad uno de los seres más aborrecibles que pueda recordar la humanidad desde los tiempos de Atila.

Desde siempre Disney fue un miserable explotador que erigió su gran fortuna a costa de escamotear el trabajo de auténticos artistas del dibujo animado, entre ellos Ub Iwerks, creador del ratón Mickey que Disney se atribuyó como creación propia hasta su muerte.

El desprecio del tacaño empresario hacia los trabajadores llegaba a extremos de lo indecible, no solo impidiéndoles las posibilidades de agruparse en sindicato (lo cual hizo durante mucho tiempo hasta que las leyes y la presión social lo hicieron ceder) sino negándoles incluso la sola mención en los créditos de las películas que producía.

Para esconder ante los tribunales su vocación explotadora, Disney argumentaba que los sindicalistas eran “simples comunistas tratando de acabar con la democracia estadounidense”, razón que le granjeaba no solo una mayor simpatía entre la gente sino que le hacía ganar cada vez más dinero, porque esa posición procapitalista le aseguraba el financiamiento fácil de los grandes bancos de EEUU y le permitía obtener los jugosos contratos que obtuvo para la producción de la propaganda que el Ejército de Estados Unidos requería para avanzar con su empeño genocida por el mundo durante la II Guerra Mundial.

Contrario a lo que piensa la mayoría de la gente, Disney no le debió nunca su gigantesca fortuna al éxito de los personajes que sus dibujantes crearon y que él presentó al mundo como suyos, sino a los creados por Lewis Carroll y los hermanos Grimm, entre muchos otros grandes creadores de cuentos infantiles, a los que Disney no les pagó jamás ni un centavo por derechos de autor apoyándose en las superficiales modificaciones que hacía a las historias originales que plagiaba para así hacerlas aparecer como propias.

Todo, absolutamente todo lo que hizo Disney como empresario, estuvo cimentado en la más perfecta y salvaje lógica capitalista. Pero no es solo esa condición la que determina su carácter aborrecible.

Como hombre de derecha que era, apoyó el crecimiento de su empresa ya no solo en su condición de fervoroso militante del Partido Republicano, sino como funcionario encubierto de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), tal como lo han revelado diversos documentos que evidencian sus actividades desde 1940 como agente de contacto especial (Special Agente Contact) para ese organismo, por órdenes directas de John Edgar Hoover, brazo ejecutor de la razia fascista del macartismo anticomunista en Estados Unidos.

Aquel “noble buen hombre” que siempre aparentó ser, preocupado exclusivamente por la felicidad de los niños, no fue nunca sino un capitalista perverso y ruin, que llegaba a la peor vileza incluso contra sus propios colaboradores en la búsqueda de acumular cada vez más dinero.

La indecible inmoralidad de ofrecer felicidad a los niños a cambio de cualquier fortuna mal habida está reñida hasta con la palabra de Dios.

Eso es lo que no entienden (o no les da la gana de entender) quienes hoy elevan su más airada protesta en contra del procedimiento de incautación y decomiso por parte de los organismos del Gobierno Bolivariano que velan por los intereses del consumidor venezolano, de los más de 4 millones de juguetes que la empresa Kreisel mantenía ocultos desde el año 2009 en sus galpones de varias ciudades del país.

Los juguetes, adquiridos con divisas preferenciales por esos delincuentes, son presentados por los líderes de la oposición venezolana (y por cientos de seguidores de la MUD a través de las redes sociales) como objeto de “un robo al trabajo honesto de un noble y esforzado empresario venezolano”, como dicen ellos que son los empresarios que juegan con su empresa a la quiebra económica del país para asaltar el poder y reinstaurar el neoliberalismo en Venezuela.

El propósito de la empresa Kreisel no es otro que el de la especulación para obtener beneficios incalculables, en el marco de una acción contra los consumidores que busca hacerles estallar de ira contra el gobierno.

Nada puede ser más inhumano y cruel que provocar el sufrimiento intencional a los niños para obtener un beneficio económico y ejercer a la vez una acción política que acabe con el derecho de esos pequeños, y de la sociedad toda, a disfrutar de la vida en paz y en armonía, sin las presiones delirantes de quienes con su guerra económica contra el pueblo promueven la convulsión social como medio para hacerse del poder.

Esconder 4 millones de juguetes en temporada de Navidad es la contravención incluso de los mismos principios del capitalismo que dicen promover la Noche Buena como la fecha más hermosa y auspiciosa de la humanidad, y que el mercado neoliberal usa en realidad como hipócrita escenografía para tratar de ocultar la pobreza que el propio capital genera a lo largo del mundo.

Pero nada de extraño hay en todo este acontecimiento.

En los locales de esa empresa estafadora y criminal se está ejerciendo simplemente una filosofía que se opone a la concepción humanista que inspira a la mayoría de la población venezolana.

Se trata de la insalvable confrontación del capitalismo y su perversa forma de actuar en la sociedad, frente a un socialismo fundado en la más clara e inequívoca idea de justicia e igualdad social.

No es para nada la persecución del gobierno del presidente Nicolás Maduro contra el empresariado, ni la individual actuación canallesca del miserable dueño de la empresa Kreisel contra el pueblo venezolano.

En la Venezuela revolucionaria de hoy esa lógica de un capitalismo al mejor estilo de Walt Disney, que se presenta como bondadoso cuando en realidad su credo y su práctica es la del asaltante, ya no funciona.

No funciona porque el pueblo está consciente del carácter criminal de esos usureros que buscan quebrar al país para asaltarlo, y sabe que sus autoridades, en apego estricto a la ley y en defensa del pueblo, aplicarán siempre la justicia que corresponde para que tal miseria no prospere nunca jamás en nuestro suelo.

Fuente: http://www.correodelorinoco.gob.ve/nacionales/kreisel-inmisericorde-toma-y-dame-capitalismo-ninos-opinion/

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Alberto Aranguibel B.

Columnista en Correo del Orinoco. Venezuela