23 de diciembre de 2016 / Fuente: http://pcnpost.com/
Por: Rodrigo Arce Rojas
A despecho de lo que podríamos pensar en el mundo político, la mayor información que circula en los medios de comunicación no garantiza mejor conocimiento y menos la pureza de la verdad. ¿Pero qué es la verdad en medio de la vorágine de los dichos y contradichos? ¿Quién tiene la verdad? ¿Cómo es esa verdad?
La profusa información circulante en los medios crea la falsa ilusión que la verdad está conformada por aquello que se repite persistentemente (en prensa hablada y prensa escrita) sin necesariamente considerar la dosis de realismo y certidumbre. No importa, dicen los interesados en construir un sentido de la realidad, sentido además que se ajusta más a los intereses de los grupos de poder (de manera abierta o soterrada) que a los intereses legítimos de la sociedad como un todo solidario. Por ello el viejo adagio que dice: “miente, miente, algo queda” o la otra que dice “las mentiras repetidas terminan por convertirse en realidad”
El problema de fondo es que existe una guerra no declarada de comunicación en la que uno de los bandos (con propósitos políticos nefastos) diseña sesudas campañas comunicacionales para vender ideas disfrazadas de verdad y el otro bando (el democrático) ni siquiera se ha dado cuenta que está en guerra y es sujeto de un aluvión de mensajes distorsionados. Muchos terminan creyéndoselos, apropiándoselos, defendiéndolos y pregonándolos. Otros quedan presos de angustia o paralizados de impotencia pero sin atinar a respuestas certeras en tanto su reacción es más defensiva que propositiva y estratégica.
Esta guerra mediática no declarada se da en nombre de la libertad de expresión. El sujeto cree ser libre y autónomo pero no se ha dado cuenta que es una pieza más de un coro orquestado con director incluido pero no lo ve, no lo quiere ver y afirma orondo ser dueño de la verdad. Encima, descalifica ligeramente al otro, lo estigmatiza y lo hace aparecer como retrógrado, como desfasado de la realidad incuestionable de la teología del mercado.
¿Pero qué nos ha llevado a esta situación? Algunas explicaciones podrían ser: pensamiento reduccionista, acrítico, dicotómico, y simplificante. Preocupa la devaluación de la política, de la palabra. Se complementa con el espíritu egocéntrico, la cultura light de aprendizaje, la ley de máxima felicidad con el menor esfuerzo, el espíritu del sálvese quien pueda. Todo ello ha derivado en la cosificación, en la deshumanización, donde solo valen mis intereses, aquí y ahora. En ese marco prima la desconexión con el otro, con la naturaleza, con la democracia, con el valor de la palabra.
Agentes perversos por voluntad propia o de manera rentada empaquetan la realidad en memes y etiquetas para distorsionar la realidad. Otros usan los espacios formales y democráticos para manifestar sus despropósitos con aires de académicos, funcionarios o ciudadanos correctos. El hecho que la democracia te haya convertido en un representante no te vuelve necesariamente en una fuente digna de información y peor aun cuando solo estás pensando en términos de conveniencia política. El hecho que profeses la teología del mercado basado en el individualismo, el consumismo y el hedonismo no significa que todos vayan a comerse el mismo cuento. Un sector pensante de la sociedad y comprometido con los valores democráticos quiere creer que es posible la convivencia humana con base en el respeto, el diálogo y la solidaridad.
En este proceso de comunicación líquida como diría el filósofo y sociólogo Zygmunt Bauman, ya no interesan los argumentos, la consistencia, las evidencias como tampoco interesan los principios y valores, solo interesa la idea incisiva que daña al otro, lo aplasta, lo descalifica, lo denigra. El éxito comunicacional se mide por tanto no por lo que construyen sino por lo que destruyen. Lo peor es cuando te enorgulleces (y encima los felicitas) por los atropellos en nombre de los intereses políticos y defiendes lo indefendible maltratando la democracia, los principios, los valores, la equidad, la justicia y la sostenibilidad.
Por todo ello, se requiere que recuperemos el valor de la palabra, la deliberación, la investigación, el valor de las evidencias, el pensamiento crítico, la confianza en la sociedad empática con valores democráticos. Ser conscientes que existen poderosas fuerzas que tratan de moldear nuestro pensamiento y que tenemos capacidades para desarrollar pensamiento propio con apego a los principios por los que toda la humanidad ha luchado y seguirá luchando. Que las redes comunicacionales no sean para terminar enredados sino para construir verdaderas redes de sinergias, colaboración, construcción y sociedades sustentables.
Fuente artículo: http://pcnpost.com/rodrigo-arce-domesticar-la-comunicacion-a-favor-del-buen-conocimiento-y-la-gobernanza-democratica/