Alejandro Tiana Ferrer
No solo le echaremos de menos como persona, también como analista y crítico de los fenómenos educativos. Pero mantendremos su memoria y aprovecharemos su inspiración.
Me permitirá el lector que adopte un tono personal para escribir estas páginas. No se trata de uno más de tantos textos que he escrito, sino que está cargado de emociones y sentimientos. Mis más sinceras disculpas por comenzar así, pero no puedo hacerlo de otro modo.
Hace días recibí el mensaje de que Juan Carlos afrontaba sus últimos días de vida. Aunque venía siguiendo su enfermedad desde hace tiempo y sabía de su lucha constante para seguir adelante, no dejó de impactarme. Suponía de hecho el final de una relación muy cercana mantenida durante veinticinco años. A riesgo de no conseguir hablar con él, le llamé por teléfono y mantuvimos una breve conversación, sabiendo que sería la última ¡de tantas! En ella me pidió que mantuviésemos la memoria común, algo que siempre le había preocupado. Así que estas líneas son un deber de justicia hacia él y su memoria. Y quiero escribirlas para este medio, en el que colaboró y al que ambos apoyamos decididamente.
Quizás el hecho de escribir mientras cruzo una vez más el Atlántico me ayuda a ver su figura en perspectiva. Y no cabe duda de que ha tenido grandes dimensiones. No me refiero solo a su talla humana, a su agudeza y brillantez, a su socarronería, a su pasión por el fútbol y el tango, a su profundo sentido de la amistad, rasgos que le adornaron y que bien conocen quienes tuvieron la fortuna de tratarle. Me refiero también a su talla académica, intelectual y política.
En mi opinión, no cabe duda de que Juan Carlos Tedesco ha sido un referente ineludible de la educación iberoamericana en las últimas décadas. Su tarea ha tenido varias vertientes que han estado estrechamente entrelazadas.
Desde que en 1986 se hizo cargo de la Oficina Regional de Educación para América Latina y el Caribe (OREALC) de UNESCO en Santiago de Chile, tras su paso por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), de la ONU, una buena parte de su vida profesional giró en torno a esa organización. En 1992 pasó a ocupar la dirección de la Oficina Internacional de Educación (BIE) en Ginebra y en 1998 la dirección regional del Instituto Internacional de Planeamiento de la Educación (IIPE) en Buenos Aires, cargo que dejó en 2005. Fueron en total casi veinte años en puestos de dirección, aunque siempre mantuvo su estrecha colaboración con la UNESCO. De hecho, puede decirse que fue una de las personas que más y mejor representó la visión de la educación de dicho organismo. Esa vinculación le puso en contacto con numerosos países de todos los continentes, amplió su visión, le hizo tomar conciencia de la diversidad de realidades educativas y le conectó con otras organizaciones educativas internacionales, como la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI), con la que mantuvo fuertes lazos. Y esa implicación le hizo un referente iberoamericano e internacional de primer orden.
La experiencia internacional adquirida, el estudio constante y el análisis riguroso de los fenómenos educativos le permitieron llevar a cabo una tarea intelectual y académica muy destacada. Fueron muchas sus publicaciones, a partir de la pionera Educación y sociedad en Argentina, 1880-1945 (1972) y siguiendo por otras muchas dedicadas al estudio de la educación en Argentina, en América Latina y en el mundo. Entre todas ellas quiero destacar tres que me parecen especialmente relevantes y que además ponen de relieve sus preocupaciones más permanentes. Se trata de El nuevo pacto educativo (1995), obra amplísimamente citada y utilizada, Educar en la sociedad del conocimiento (2000) y Educación y justicia social en América Latina (2012). Entre sus temas preferidos se situaron siempre la comprensión de la educación como un fenómeno enraizado en la dinámica social, la respuesta educativa a las nuevas necesidades sociales que se plantean y la necesidad de la equidad como elemento imprescindible de justicia social. En todos estos ámbitos, sus aportaciones fueron muy relevantes y han inspirado a muchos estudiosos e investigadores.
Su interés por las cuestiones de la política educativa, su contacto con autoridades educativas de muy diversos países y su reconocida sensibilidad hacia la función social que desempeña la educación, puestos de manifiesto en su trabajo y en sus obras, le sirvieron de acicate para no desdeñar las oportunidades que se le ofrecieron de trasladar sus ideas a la práctica e incluso de asumir algunos papeles políticos. Así, entre 2005 y 2007 fue viceministro de Educación con su gran amigo Daniel Filmus y entre 2007 y 2009 fue ministro de Educación de la República Argentina. Tuve ocasión de verle frecuentemente en esos años y supe de sus logros en la elaboración de una nueva ley educativa y, sobre todo, de la satisfacción que obtuvo al lograr un compromiso legal de crecimiento sustancial de la inversión en educación. Aunque tuvo algunos sinsabores, sé que lo dio por buenos a cambio de llevar a la práctica los planteamientos acerca de la educación que siempre venía sosteniendo.
La verdad es que le echaremos de menos. No solo a él como persona, aunque siempre ocupará un lugar destacado en nuestra memoria, sino como analista y crítico de los fenómenos educativos. Echaremos en falta sus textos y sus columnas, siempre inspiradoras, sus sugerentes intervenciones en coloquios y jornadas, sus análisis rigurosos de las tendencias educativas. Pero es justo que así sea.
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