¿Qué es una ‘escuela abierta a la comunidad’?

Por: Rosa Maria Torres

Afirmo aquí que
una ‘escuela abierta a la comunidad’ no es solo una ‘comunidad que entra a la escuela’ sino también una ‘escuela que sale a la comunidad’.

Con ‘escuela abierta a la comunidad’ suele entenderse, literalmente, la escuela que abre sus puertas a la comunidad local. La escuela que retira o reduce muros, permitiendo que el barrio o la comunidad use sus instalaciones y equipamientos y, en versiones más avanzadas, adquiera voz y participe en decisiones y actividades de la escuela, incluyendo en algunos casos las actividades de enseñanza.

La escuela amurallada, con rejas y candados reales y mentales hacia el mundo exterior, va cediendo paso a una escuela más cercana y amistosa con el medio social y natural. ‘Abrir la escuela a la comunidad’ es hoy consigna en todo el mundo, no solo desde lo administrativo, lo curricular y lo pedagógico sino también desde lo arquitectónico. La moderna arquitectura escolar busca una relación más fluida – visual y física – entre el adentro y el afuera de la escuela, y asume el encuentro escuela-comunidad como un elemento central en el diseño de los espacios.

Ejemplos de esta apertura abundan hoy en día. Un ejemplo clásico es el de la Pedagogía Salesiana con su modelo educativo integrador en el que las familias y la comunidad local se apropian de patios y otras instalaciones para organizar competencias deportivas, fiestas, y todo tipo de celebraciones. Un ejemplo muy interesante e inspirador fue el del Community-School Programme que visité en los 1990s en la isla de Granada, en el Caribe: la comunidad local invitada a hacerse cargo de la escuela los días viernes, a fin de que los profesores pudieran asistir ese día al programa nacional de formación docente, el NISTEP. Una experiencia más reciente, y masiva, se dio en Venezuela durante el gobierno de Hugo Chávez, con la instauración de las Misiones Bolivarianas; los colegios se abrieron a la comunidad para acoger a miles de jóvenes y adultos interesados en aprender por las tardes y noches.

Pero hay otra comprensión de ‘escuela abierta a la comunidad’ que poco se menciona e incluso contempla: la escuela que sale a la comunidad, que amplía su mirada y su territorio para construir comunidad de aprendizaje más allá de las aulas. No hablamos de escolarizar el territorio sino, más bien, de asegurar contexto y sustento comunitario a la cultura y a la práctica escolares.

Históricamente, la cultura escolar ha desarrollado grandes barreras a la posibilidad y a la propia noción de ‘aprender fuera de la escuela’. Toda clase de argumentos y normas intervienen para bloquear el contacto con el mundo real dentro del calendaro y la jornada escolares. Directivos y profesores interesados en estas exploraciones enfrentan innumerables dificultades y trámites.

No obstante, los ejemplos son aquí también cada vez más numerosos. Escuelas que salen a la comunidad para recorrerla y conocerla mejor, para hacer investigación, para compartir aprendizajes, experiencias, celebraciones y actos culturales. Expediciones y recorridos, dibujos y mapeos, picnics de lectura, safaris fotográficos, narraciones y conciertos al aire libre, exposiciones y ferias, visitas a bibliotecas y a lugares históricos, grabaciones, entrevistas a personajes, trabajo en huertos, siembra de árboles, confección de afiches y pancartas, participación en campañas …

Un ejemplo muy interesante de este ‘salir de la escuela a la comunidad’ lo tenemos en la misma experiencia de Granada comentada arriba: los días viernes, los miembros de la comunidad a cargo de la escuela empezaron a desarrollar junto con los alumnos visitas organizadas a plazas, parques, fábricas, mercados, etc. Una experiencia galardonada es la de Sementinha, en Brasil: un jardín de infantes itinerante que funciona sin infraestructura de ninguna clase, convirtiendo al barrio en el espacio de aprendizaje. Está asimismo la Biblioteca de Bella Vista en Córdoba, Argentina, ofreciendo a las escuelas del barrio la oportunidad de un huerto comunitario en el que todas ellas pueden hacer sus aprendizajes y prácticas. Y, en el Ecuador, la escuela indígena Inka Samana que desarrolló su propio currículo y pedagogía interculturales, que incluían tanto salir al mundo exterior como incorporarlo a la vida de la escuela, invitando a las familias a ser parte integral de sus actividades.

Están, por supuesto, las universidades abiertas a la comunidad, comprometidas con la investigación de las problemáticas locales y con la formación de cuadros capaces de asumir el desarrollo y la transformación de sus propias comunidades; y están las que alimentan el contacto con el sistema educativo local y se ocupan de formar a docentes, de orientar a estudiantes, de investigar y dar seguimiento a las problemáticas educativas de la localidad.
La ‘escuela abierta a la comunidad’ – tanto si se trata de una escuela de educación primaria como si se trata de una institución de educación superior – se queda corta y cumple su papel a medias si el acercamiento se da en una sola vía, desde la comunidad hacia el sistema educativo. La verdadera apertura se juega en el movimiento de doble vía: la comunidad que entra a la escuela y la escuela que sale a la comunidad.
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Rosa Maria Torres

Pedagoga, lingüista, periodista educativa, activista social. Investigadora y asesora internacional en temas de educación, cultura escrita, innovación educativa, y aprendizaje a lo largo de la vida. Ex-Ministra de Educación y Culturas. Coordinadora del Pronunciamiento Latinoamericano por una Educación para Todos