19 de julio de 2017 / Fuente: http://www.excelsior.com.mx
Por: Carlos Ornelas
El secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, despliega una actividad inusitada. Cada lunes visita una escuela, presenta estrategias para poner en marcha los programas que se derivan del Modelo Educativo para la Educación Obligatoria —ayer la de inglés, mañana la de las escuelas normales—, presume que más de 11 mil maestros de Oaxaca, Chiapas y Michoacán participaron en la evaluación del desempeño docente entre 2015 y 2017; además, se reúne con organizaciones de la sociedad civil y realiza giras internacionales.
Más allá de las razones obvias de tener presencia en los medios —no descarto que quiera ser candidato a la Presidencia— y seguir pujando por la reforma, me pregunto qué más puede haber en la acción política de Aurelio Nuño. No tengo respuestas seguras, al contrario, estoy colmado de dudas. Pero planteo dos conjeturas.
La reforma —que al final de cuentas sí es educativa y no nada más laboral y administrativa— nació con el derrotero que le marcaron los signatarios del Pacto por México. El primer propósito era retomar la rectoría de la educación, poner orden en un sistema de plazas caótico y debilitar —no eliminar— las tradiciones asentadas en el corporativismo reinante en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Al comienzo del sexenio, el contexto político, en parte creado por el mismo pacto, le resultó favorable al gobierno.
Sin embargo, como lo analizó Giovanni Sartori, en su Teoría de la democracia, la “regla de la unanimidad no puede funcionar en el seno de los grandes grupos”. Los partidos de oposición se separaron del pacto, ya por convenir a sus intereses, ya por errores del gobierno que no pudo mantener la alianza, ya por el desgaste temprano del presidente Peña Nieto.
Del 1 de diciembre de 2012 hasta, digamos, marzo de este año, cuando el gobierno presentó el modelo, regía “la política —educativa— como guerra”. Las relaciones entre el gobierno y las facciones del SNTE eran como un juego de suma cero, lo que uno ganaba lo perdía el otro y viceversa. Hoy, parece que nos acercamos a un juego de suma positiva.
En la teoría de juegos, la suma positiva se entiende como un proceso político donde todos ganan, debido a la cooperación entre los protagonistas. Por supuesto, hay actores políticos al margen, otros se separan solos, pero entre los que participan hay algo de ganancia, incluso para la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación y las organizaciones de la sociedad civil, antes marginadas por completo. De nuevo, Sartori me proporciona bases para un argumento: “…a medida que nos desplazamos de construcciones analíticas hacia la política —entendida como un juego—, se hace necesario comprender que la política de suma positiva no tiene por qué ser de cooperación y bien puede ser un resultado de una combinación de cooperación y conflicto”.
Con esa construcción en mente, trazo mi primera conjetura. Nuño actúa como una locomotora en movimiento —y con bastante combustible— con el propósito de atraer actores a su causa, no adeptos al 100%, pero sí convencidos de que la reforma es necesaria y que hay que poner en práctica los postulados programáticos, no dejarlos plasmados en un documento. Allí la invitación a los actores antes excluidos, aunque tal vez perciba que su cooperación no será complaciente sino crítica. Pienso en organizaciones como Mexicanos Primero, Transparencia Mexicana, México Evalúa y el Instituto Mexicano para la Competitividad.
En las relaciones usuales con los representantes de los docentes, las reglas cambiaron; ya no son entre pares, como cuando Elba Esther Gordillo capitaneaba al grupo dirigente del sindicato. Aunque la SEP convenza a maestros disidentes de que se evalúen, el conflicto con la CNTE no se elimina; tampoco consigue la cooperación dócil del SNTE, pero lo mantiene a raya.
La segunda presunción sobre la acción trepidante de Aurelio Nuño tiene que ver con la idea de que la acción política de los gobernantes se manifiesta en resultados y se justiprecia con base en ellos. Él quiere entregar obra concreta, dejar nuevas instituciones funcionando y, así, blindar a la reforma o, al menos, asegurar que su faena no se venga abajo con el cambio de gobierno.
No obstante, por más acción que desarrolle el secretario Nuño, subsisten barreras que impiden avances y hay actores políticos que apuestan más por el conflicto que por la cooperación. La Reforma Educativa no está escrita en piedra ni su rumbo está determinado.
Fuente artículo: http://www.excelsior.com.mx/opinion/carlos-ornelas/2017/07/12/1175099