Por: Macarena Gómez
Estoy entusiasmada y creo que hasta podría dar saltos como Grom el amigo de Vickie el vikingo. Es lo que tiene el regreso a las aulas, irse de curso de verano y volver con la energía que te da compartir tu “campamento” con gente entusiasta convencida de que remar en la misma dirección hace posible los cambios. Tres días hablando de educación y arquitectura y los espacios construidos como instrumento educativo, en un edificio emblemático como La Cristalera (de De la Sota, Corrales y Molezún) en plena sierra de Guadarrama, dan para el entusiasmo y mucho más. Y desde el entusiasmo sigo dándole vueltas a todo lo que allí hemos compartido y aprendido. Los pensamientos, reflexiones y lecturas varias de estos días me llevan al mismo sitio: el cambio en la escuela —en su sentido más amplio— está en marcha. Y aunque el entusiasmo a veces nos lo frenen desde el propio sistema y se necesite mucho tiempo y una paciencia infinita, estoy convencida de que esta revolución es ya imparable. Hasta donde llegará está por ver, pero se están tejiendo las redes para que el cambio sea posible.
Hace unas semanas escribía por aquí sobre la escuela “moderna” que revolucionó el panorama educativo español en el primer tercio del siglo XX, con experiencias pioneras que se convirtieron en referentes educativos a nivel internacional. Después de muchos años de desastre educativo y en pleno siglo XXI, el cambio en la escuela es necesario porque los resultados parecen confirmar que en los últimos años hemos estado transitando por caminos equivocados en materia de educación y porque además debe haber una evolución natural que lleve al sistema a adaptarse a las necesidades de los niños de hoy. Lo más extraordinario es que a pesar de que corren malos tiempos para casi todo, el cambio en algunos casos es ya una realidad.
¿Estaríamos a favor de que los niños llegaran a primaria sin saber leer? ¿Nos chocaría que las clases se impartieran en el patio y los niños estuvieran en tránsito convirtiendo el colegio en un gran espacio común? ¿De verdad se aprende sólo jugando? ¿Y si los mayores del colegio se implicaran en los procesos de aprendizaje de los pequeños? Hablar de colegios sin asignaturas, sin libros de textos, sin exámenes, que trabajan por proyectos incluso en Secundaria, con maestros que son acompañantes, con espacios muy alejados de la idea de aula tradicional, con patios reinventados…seguramente plantearía muchas dudas entre los padres e incluso entre los propios docentes. Sin embargo los resultados en otros países y en los colegios españoles en los que ya se trabaja de esta manera parecen avalar a estas metodologías “alternativas”. Los centros con metodologías innovadoras tienen menor tasa de absentismo escolar y menor fracaso.
El cambio está en marcha y hay cada vez más ejemplos de escuelas en toda España que apuestan por las pedagogías alternativas. Basta con buscar el listado de Ludus (proyecto pedagógico de Almudena García), un directorio de educación alternativa en España donde se incluyen escuelas libres, escuelas bosque, colegios Montessori, colegios Waldorf, comunidades de aprendizaje, escuelas Reggio Emilia, institutos que trabajan por proyectos y colegios públicos que en parte o totalmente están adoptando alguna de estás metodologías alternativas. Es alentador que también desde la escuela pública se trabaje en esta dirección. A veces no es sólo el factor económico el limitante, también lo son las propias trabas impuestas desde la administración central o desde las administraciones autonómicas las que no permiten trabajar de otra manera. El hecho de que existan colegios que funcionan de manera diferente evidencia que hay cierta flexibilidad aunque en muchos casos los docentes y otros profesionales implicados se quejan de que no les dejen hacer más. La realidad es que la lista de aquellas escuelas que se apartan de la llamada pedagogía tradicional ha crecido exponencialmente en los últimos años y en la actualidad se incluyen más de 800 —cuando en 2013 apenas se llegaba a las 40—.
Tienen que cambiar muchas cosas para que el sistema educativo español de ese giro definitivo que estamos esperando. Y en el cambio tienen que estar implicados profesionales de diversos ámbitos —docentes, arquitectos, geógrafos, pedagogos…— y la comunidad educativa al completo —papel relevante el de los padres—. Todos sumando. Hay que trabajar los contenidos, la metodología, los espacios, las competencias. Y debe ser un cambio a todos los niveles, no nos olvidemos de la educación secundaria. Parece aceptado que en educación infantil las metodologías alternativas dan resultados excelentes pero en primaria ese impulso renovador se va diluyendo para acabar por desaparecer en secundaria. Hay experiencias concretas que demuestran que es posible y deseable aplicarlas con alumnos más allá de los 12 años, como hacen en el centro de formación Padre Piquer en Madrid, donde han sustituido las asignaturas por ámbitos, o el instituto Creu de Saba en Barcelona, donde aprovechan las optativas de primero a cuarto de la ESO para desarrollar las ocho inteligencias múltiples de Gardner —espacial, musical, corporal, inter e intrapersonal, lingüística, naturalista y lógico-matemática—. Un reto con adolescentes que da buenos resultados.
Ya no hay que irse a Finlandia para encontrar esos colegios “diferentes”. Aquí se está obrando el milagro —porque milagroso sí que es— desde dentro del sistema y gracias a profesionales convencidos. El día en que, como en otros países, desde las administraciones también se empiece a apostar por el cambio, alcanzaremos la excelencia en nuestro sistema educativo. Ese día en que todos estemos convencidos por fin de que la educación es la base. La BUENA educación es el fin, ¿quién pone los medios?
Fuente: https://www.lavozdelsur.es/algo-pasa-en-la-escuela