07 de octubre de 2017 / Fuente: http://blog.tiching.com
Jordi Ibáñez
¿Cómo es el Instituto Eduard Fontseré?
Estamos en un barrio de Hospitalet de Llobregat, al lado de Barcelona, con un estatus socioeconómico bajo. Esto implica que tenemos familias con pocos recursos, a las que la crisis ha afectado mucho, y con padres y madres que si no dedican más horas a los hijos es porque trabajan mucho por sueldos muy bajos. La principal consecuencia de esto es que los niños están más dispersos: están más horas solos o en la calle.
Esta realidad, ¿cómo se traduce dentro del centro?
Se crean vínculos muy fuertes entre compañeros. Los chicos y las chicas tienen una relación muy estrecha, indistintamente de su origen, religión, cultura, etc. La convivencia y la cohesión es una de las cosas que más trabajamos: ahora hay unas 23 nacionalidades en el centro. Esto implica una enorme disparidad de formas de entender la educación, del planteamiento de la vida, de objetivos, etc. Pero a su vez puede resultar muy enriquecedor porque nuestros alumnos conocen puntos de vista distintos, formas de pensar diferentes, realidades culturales lejanas, etc. Es una realidad difícil pero, a la vez, agradable y satisfactoria de trabajar.
Se trata de un “centro acogedor”. ¿Qué significa esto?
Para nosotros lo principal es que el alumno se sienta partícipe del centro, tenemos que conseguir que lo vivan como algo personal. También intentamos que las familias cuando vienen al centro se sientan bien y para ello hay una serie de pequeños detalles que son importantes.
¿Cómo cuáles?
Por ejemplo, recibirlos en la puerta o irlos a despedir a pie de calle. Cuando un alumno llega por primera vez al centro nos parece muy importante que se sienta acogido y respetado. Tenemos un programa que se llama Cicerone que ayuda a los recién llegados a integrarse de la mano de otro compañero que ya ha vivido su misma experiencia. También hacemos un seguimiento de lo que sucede en sus casas, nos interesamos por la llegada de otros familiares, por su integración en la vecindad, etc. Todo esto forma parte de un plan estratégico que elaboramos una vez analizada profundamente nuestra situación como centro.
¿Qué objetivos se marcaron dentro de este plan estratégico?
Fueron cuatro objetivos básicos. En primer lugar mejorar el rendimiento escolar, que indudablemente en nuestro caso pasaba por reducir el fracaso escolar. El segundo era mejorar la cohesión social, porque en aquel momento, en 2004, cuando pusimos en marcha este plan, éramos un centro con importantes problemas de matrícula de alumnos. Un tercero, y ligado al tema de las matrículas, era mejorar nuestra imagen, tanto a nivel físico como a nivel de reputación. Por último también nos propusimos reducir el abandono precoz de los estudios, es decir, intentar que los alumnos continúen estudiando más allá de las fronteras de nuestro centro.
¿Qué implica este último objetivo?
Que si un alumno fracasa en la ESO, le buscamos algo que pueda continuar estudiando. Si se gradúan, intentamos que continúen estudiando; y si se sacan un ciclo medio, que se saquen el superior. Hacemos un seguimiento, de forma conjunta con el ayuntamiento, y conseguimos que una vez superada la etapa de escolarización en nuestro centro, los alumnos continúen viniendo y nos expliquen cómo van, así les podemos orientar y ayudarles a encontrar opciones. Esto ha sido uno de los éxitos que nos ha dado más reputación de cara al barrio y a la ciudad. Los alumnos empezaron a hablar bien del centro, incluso algunos conseguían que amigos suyos matriculados en otros centros vinieran al nuestro.
Las entidades y las asociaciones del barrio, ¿se implican de alguna forma en el proyecto?
No ha sido fácil que participen, aunque en nuestro entorno encontramos un par de “socios”. Por ejemplo, el Esplai La Florida, que es una entidad muy integradora e inclusiva. A los pocos meses de nuestra presentación a todas las asociaciones del barrio, el Esplai se encontró con el problema de no tener espacio para sus actividades y nos pidieron las instalaciones de nuestro centro. Por supuesto, se las cedimos y ahí empezó una relación muy positiva. Desde entonces nuestra filosofía ante las peticiones de las asociaciones es ir con una respuesta positiva por delante y matizar después lo que haya que matizar, pero ser proactivos y positivos en principio.
¿Qué retorno se ha obtenido de esta práctica?
Por ejemplo, con el Esplai compartimos información sobre los alumnos que participan en sus actividades y los integramos en algunos proyectos como los APS. Fue la primera experiencia que nos permitió demostrar que nuestro instituto quería y podía trabajar con el barrio. Empezamos también a trabajar con la vocalía de mujeres de las asociación de vecinos. El hecho de abrir el centro a las actividades que las entidades necesitaban nos permitió crear esta red tan necesaria, tanto para el barrio como para nuestros alumnos.
Las familias también participan mucho más ahora que el centro está más integrado en el barrio.
¿Se utiliza entonces el aprendizaje-servicio con la comunidad?
Sí, por supuesto. Todos los cursos hacen un aprendizaje-servicio porque permite trabajar con los jóvenes de una forma diferente y a nivel operativo colaborativo. También es muy enriquecedor porque se dan cuenta que cuando dan, reciben, y cuando reciben, dan. La satisfacción de esta retroalimentación es muy positiva. La clave para que esto funcione es que el joven tenga muy claro lo que va a hacer y lo que se espera de él. El nivel de implicación es muy grande.
¿En la actualidad los alumnos de su centro se sienten orgullosos de formar parte de él?
Muchísimo, están orgullosos de ser Fontseré y lo dicen constantemente. Nos hace muy felices que los estudiantes tengan presente de forma tan positiva de dónde vienen. Están orgullosos de ellos, del centro y de sus compañeros.
Seguro que son muchas las anécdotas que nacen de una realidad así.
En la fiesta de graduación de los alumnos de bachillerato el alumno que se llevó la ovación más grande no fue ni el más brillante ni el más simpático. Fue un compañero que tenía muchas dificultades y que siempre quería tirar la toalla, pero todos sus compañeros lo mantuvieron a flote. Aquel día todos le aplaudían porque sabían que había hecho un esfuerzo muy grande y porque en el fondo sabían también que esa victoria era un poco méritos de todos ellos. Hay una relación de convivencia muy positiva.
Pero, como en todos los centros, también habrá conflictos… ¿cómo se solucionan?
¡Claro que tenemos conflictos! Como todos los centros trabajamos en torno al diálogo para solucionarlos, pero también tenemos un programa de mediación en el que participa un integrador social. Esto permite que no solo hablemos y choquemos las manos, sino que podamos hacer un seguimiento del conflicto, de los compromisos que se han hecho el uno al otro. A veces incluso también intervienen otros alumnos que se han formado como mediadores.
¿Y en la relación con los docentes?
Las tutorías también son importantes, porque puedes trabajar indirectamente los conflictos que surgen. El respeto para nosotros es muy importante: el respeto entre nosotros, el respeto hacia los alumnos, el respeto de ellos hacia nosotros y el respeto entre ellos. Lo trabajamos en todas direcciones.
El año 2004 el centro presentaba un absentismo escolar del 17% y actualmente esta cifra ronda el 1’5% ¿Cómo se ha logrado esta mejora?
¡Hemos hecho mucha calle! Como casi todos los centros, pasamos lista cada hora. Si fallan a la primera hora se llama a la familia. Pero además entre clase y clase hay un miembro del equipo directivo en la calle controlando si alguien que no ha venido ha quedado luego con los amigos, o si alguien llega tarde, o se va antes, etc. Hemos sido muy pesados, pero esto nos ha permitido eliminar el absentismo de aquellos que lo hacían por imitación. Control implica presencia.
¿Es una tarea en la que os acompañan otros organismos?
Sí, el ayuntamiento también se implica cuando el absentismo es reiterado. Los integradores también salen a la calle, a las plazas, etc. También nos hemos encontrado con absentismos forzados: teníamos un alumno que no venía las primeras horas porque tenía que llevar al hermano pequeño al colegio. En este caso intervino el ayuntamiento y se dió una beca a la familia para que, precisamente un responsable del Esplai, pasara a recoger al menor y se ocupara de llevarlo a su centro.
Fuente entrevista: http://blog.tiching.com/jordi-ibanez-los-estudiantes-deben-sentirse-acogidos-y-respetados/