Por: Jaume Carbonell
La precariedad laboral dificulta la adquisición de experiencia. ¿Cómo se logra esta en el transcurso de la trayectoria docente?.
“Somos ‘trabajadores volátiles’ inmersos en formas de trabajo temporales con multitud de proyectos a la vez, externalizaciones y competitividad extrema, ya saben. El resultado es una alienación que provoca la pérdida de sentido de pertenencia a una empresa o lugar; en ese contexto, que no espere nadie que la gente coopere unos con otros, impera el sálvense quien pueda”. (Richard Sennnett, Juntos, Anagrama). La precariedad laboral, amén de los recortes salariales y del empeoramiento de las condiciones de trabajo, supone la inestabilidad y la reducción del empleo temporal, parcial y segmentado hasta la mínima expresión. En España menos de uno de cada 10 empleados temporales pasaron a tener un contrato indefinido en 2016. Ello es particularmente grave en la juventud –en la llamada generación de los millennials nacidos a partir de los años ochenta–, donde el desempleo alcanza el 44,5%.
Hay personas incluso que no alcanzan a saber en qué y para qué trabajan. Las consecuencias son la fragilidad y superficialidad de las relaciones humanas, el cortoplacismo, la falta de proyectos duraderos, los vínculos débiles con el trabajo, la pérdida de sentido de pertenencia a una empresa. El precariado, la nueva clase social en ascenso, está huérfana, por tanto, de nexos de cooperación y solidaridad: de un relato propio. Y por supuesto, de la necesaria formación continua –un derecho de los trabajadores– y de la sólida adquisición de experiencia. ¿Quién está dispuesto a formas a unas personas que hoy empiezan a trabajar en un sector y mañana serán desplazados a otro totalmente diferente, cuando no directamente al paro? ¿Qué experiencia profesional adquirirán cuando apenas dispondrán de tiempo para familiarizarse con las tareas que requiere cualquier puesto de trabajo? ¡Qué lejos quedan aquellos tiempos en que el aprendiz aprendía pacientemente junto al maestro artesano!
Así ocurre en el mercado libre, al que es abocado –cada día más personal laboral o funcionario– de la sanidad, la educación u otras profesiones relacionadas con la atención a las personas, por aquello de la subcontratación y la externalización de servicios, debido a la “insuficiencia” del presupuesto –una opción política que deja de optar por lo prioritario– o al falso mito de la mayor flexibilidad y eficiencia de la empresa. Una de las vías, sin duda, por las que el neoliberalismo extiende el proceso de privatización. Aquí todo discurre según las pautas antes expuestas.
¿Qué sucede, sin embargo, en relación a la adquisición de experiencia, en los distintos tramos de la escuela pública? Las rémoras y debilidades se sitúan en tres momentos de la trayectoria docente:
- En la formación inicial. Existe un problema previo: ¿Cuántos de los actuales formadores han pisado un aula en los últimos años? ¿Cuántos están al día de lo que se cuece cotidianamente en los centros y de sus innovaciones más recientes? Lamentablemente, el currículum formativo, en la mayoría de los planes de estudio, sigue impregnado de un fuerte componente academicista. Por otro lado, el período de prácticas, insuficiente y con una tutorización bastante epidérmica, no se articula con las clases teóricas impartidas en la universidad. Se trata de dos mundos desconectados, sin vínculos de colaboración.
- El acceso a la docencia. El estreno en el aula se produce desde una gran indefensión. ¿Cuántas preguntas se hace el profesorado novel acerca del qué hacer ante numerosas situaciones relacionadas con la gestión del aula, el necesario trabajo colaborativo o la relación con las familias? Un sinfín de dudas que no tuvieron su espacio para plantearlas durante sus estudios de Magisterio. Hay casos en que los docentes, en su primer día de clase, tienen que enfrentarse a un grupo sin el más mínimo conocimiento previo y sin pauta alguna y, además, no es raro que le asignen el más conflictivo. En otros casos, donde existe un proyecto y un cierto criterio pedagógico, a cada maestro novel se le asigna un tutor del centro que lo orienta durante todo el curso, dedicándole un tiempo semanal. Una manera de que el aprendiz aprenda junto al maestro artesano. Aunque también es deseable que, en los primeros compases de la carrera profesional –o quizás nunca– no se pierda el contacto con la universidad. Este es el reto: lograr un doble acompañamiento teórico-práctico, por parte de ambas instituciones.
- En la formación permanente. La educación de la futura ciudadanía es demasiado importante para fiarla únicamente a la formación inicial: más aún en una época de cambios tan veloces en la producción del conocimiento, en la oferta de nuevas formas de enseñar y aprender, en la proliferación de recursos tecnológicos y de otro tipo y en los variados y complejos de socialización infantil y juvenil. Las modalidades formativas son diversas y tanto sirve la formación en el propio centro como el trabajo en red entre el profesorado de diversos centros. La clave es adivinar cuál es la más adecuada en cada momento para generar la necesaria reflexión sobre la práctica, siempre con el propósito de generar un sólido conocimiento sobre la práctica experiencia que permita el crecimiento docente y la mejora del aprendizaje del alumno. La experiencia no se mide por su cantidad –¡cómo han llegado a malgastar algunos docentes sus muchos años de docencia!– sino por su calidad, por la manera en que se vive, se enriquece y se empodera. En cómo la experiencia se reorganiza y se reconstruye continuamente.
Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/pedagogiasxxi/2017/11/01/como-se-adquiere-la-experiencia/