Por: Pablo Gutiérrez del Álamo
Hacenderas, obrerizas, sextaferias, andechas, auzolanes. Estos son algunos de los nombres que reciben los trabajos comunitarios que en muchas partes del país (Segogia, Soria, Asturias, Cantabria, Navarra, País Vasco) históricamente se han venido desarrollando por parte de vecinas y vecinos para el mejoramiento de las infraestructuras de las poblaciones, de los caminos de acceso, o también del cuidado de los cultivos. De hecho, la legislación permite que a base de estos trabajos se “paguen” impuestos municipales.
Segovia es una de las provincias en las que las hacenderas (u obrerizas, según la zona) se siguen manteniendo con bastante frecuencia. Aunque la despoblación o la llegada de nuevas y nuevos vecinos va diluyendo las antiguas costumbres. La fuerte mecanización del rural también ha hecho que lo que antes suponía reunir a todo el pueblo para pavimentar una calle, ahora lo puedan hacer entre dos o tres vecinos.
El caso es que desde hace algunos años, de la mano de la cooperativa enProceso algunos municipios están recuperando este tipo de trabajos. Pero con el matiz de que son los centros educativos el motor de la actividad. Preferentemente, a las escuelas unitarias en las que niños y niñas de diversas edades se encuentran en la misma aula.
El proyecto
El objetivo es que niñas y niños sean los artífices de un cambio en el entorno en el que habitan. El primer paso es traer a la escuela a personas mayores del pueblo para que les cuenten en qué consiste una hacendera, cómo se hacía en su tiempo y qué suponía.
“Cada pueblo tiene su tradición”, dice Sergio Arranz, uno de los miembros de enProceso. El proyecto lo han puesto en marcha en siete pueblos de Segovia. “Por ejemplo, en Carrancillo se hacía el martes de Carnaval, , que era cuando había poco trabajo en el campo, llovía poco en esa época, y ya tenías algunas horas más de luz. Muchos de los mayores lo recuerdan como una fiesta”, afirma.
Después, tras haber mapeado el pueblo para estudiar sus necesidades, en un primer momento, por separado pensarán qué les gustaría cambiar del pueblo para exponerlo ante sus compañeros. De la puesta en común surgirá el proyecto que, en principio, sumará las aportaciones de todo el grupo.
En esa reunión se afinará el proyecto con los comentarios del alcalde, sobre las posibilidades reales de todo aquellos que niñas y niños han planificado. Después, mediante un bando, se convocará a todas las vecinas y vecinos a la hacendera un día a una hora determinados.
Haciendo hacenderas tiene todo de acción-investigación participativa con los niños como grupo motor. Pero, además bebe de la tradición de trabajos comunitarios, al mismo tiempo que se acerca al aprendizaje servicio. Y, al mismo tiempo, bebe del concepto de inteligencia cultural trabajado en las comunidades de aprendizaje, al igual que del aprendizaje dialógico.
“Yo soy de pueblo y ser de pueblo mola”
“Lo interesante es que se articula la conexión”, dice Arranz. “Con algo muy pequeño se disparan muchas oportunidades”.
Porque el proyecto, claro, tiene un gran peso en lo educativo. Es un proceso en el que los niños son protagonistas de muchos aprendizajes (hablan en público, redactan sobre el proceso, han de construir una maqueta, han de escucharse, aprender de su pueblo, hablar con diferentes personas). Pero si tiene algo potente Haciendo hacenderas es la capacidad de atraer hacia sí a muchas personas.
Es posible imaginar lo que despierta no solo en la infancia de un pequeño pueblo de lo que algunos llaman “la España vacía”, sino en la administración local, en las familias, en las personas mayores.
“Los niños se movilizan y movilizan al AMPA que atrae a mucha gente. Las AMPA, asegura Sergio, son clave en el medio rural para el mantenimiento de la escuela y para la cohesión social”.
En la zona hay un cierto número de familias migrantes de Rumanía y Bulgaria. Muchas tienen, claro, vínculo con el AMPA. A lo que hay que sumar que a las hacenderas se han acabado acercando muchas, algo que Arranz lee como muy bueno para el pueblo.
La vinculación con el territorio es uno de los objetivos y de los fines más importantes de proyectos como este. Pensando, además, en la posibilidad de que niñas y niños no huyan de pueblos en los que ellos han construido algo. Para Arranz es interesante como “un granito de arena más” que pueda suponer la construcción de una identidad rural positiva: “Yo soy de pueblo y ser de pueblo mola” porque hacemos todas esatas cosas.
Otra de las ventajas de Haciendo hacenderas, desde el punto de vista docente, es que la metodología está más que fijada. Esto supone que los centros en los que tienen un enfoque más constructivista y se trabaja por proyectos, pueden hacer de este uno más de sus proyectos. Y por contra, al estar tan trabajado, en aquellos en donde el maestro o maestra no se ha atrevido a cambiar la metodología, se lo pone fácil para comprobar cómo funciona, qué implicaciones tiene y cuáles son algunos de los resultados.
Si las relaciones colegio-ayuntamiento en lugares como Pinarejos, Samboal, Carracillo, Narros, Chatún o Mudrián ya son estrechas, con un proyecto así se acercan todavía más. Sin olvidar la “oportunidad pedagógica” que supone que niñas y niños, junto a su docentes, visiten el ayuntamiento, conozcan parte de su funcionamiento y tengan que presentar el proyecto ante el alcalde.
“Por ejemplo, dice, en Mudrián, que es mi pueblo, hicimos el proceso de hacnderas y luego nos metimos en la metodología oasis, de participación comunitaria; montamos una obreriza a la que asistieron 70 personas de un pueblo de 200 habitantes”.
“En los pueblos hacemos ciudadanos, no clientes. Tienes mucha responsabilidad y un papel mucho más activo a la hora de que tu pueblo funcione bien”.
Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/11/15/la-capacidad-de-la-infancia-de-transformacion-del-entorno-haciendo-hacenderas/