Por: Pedro Uruñuela
No se trata sólo de hablar sobre los valores, se trata, ante todo, de educar para y en estos valores, de manera que el alumnado pueda construir sus propios valores dentro de un marco de unos compartidos.
Recientemente tuve ocasión de participar en una jornada organizada por el Ayuntamiento de Pinto, en Madrid, dedicada a presentar buenas prácticas educativas llevadas a cabo por los centros de la localidad, relacionadas con la convivencia. Es importante el esfuerzo que hacen muchos ayuntamientos para ponerlas en valor, darlas difusión y contribuir a su extensión y generalización.
Tuve el honor de dar la ponencia marco que abrió esta jornada y en ella traté de reflexionar sobre la educación en valores que tiene lugar a partir del trabajo de la convivencia. A lo largo de la charla, partiendo de vieja ideas aprendidas de mi profesor y buen amigo Puig Rovira, reflexionamos sobre la educación en valores como el intento de ayudar a los jóvenes a decidir el modo en el que querían vivir, señalando, entre otros aspectos, la importancia de la interrelación para la educación en valores. Ser persona es relacionarse e interrelacionarse, no somos nada sin la relación y es necesario buscar los mecanismos que refuerzan y desarrollan estas relaciones: los basados en el afecto, el diálogo y la cooperación.
Hablar de convivencia implica, en primer lugar, plantearnos la finalidad última que buscamos con la educación. Si reflexionamos sobre ella, veremos que hay dos enfoques muy diferentes, que es preciso aclarar y profundizar. Para determinadas personas es necesario buscar una educación de calidad, centrada en la mejora del currículum personal y en la consecución de la excelencia académica, en el dominio de muchos conocimientos y saberes, especialmente los relacionados con los saberes básicos de la lengua, matemáticas e idiomas. El planteamiento de la LOMCE, como demuestra la lectura de su Preámbulo, concreta y explica esta interpretación de los fines básicos de la educación.
Otras personas, por el contrario, entendemos que no puede reducirse a este planteamiento la finalidad básica de la educación y que es necesario preguntarse cómo se pueden formar personas que, a la vez que son competentes académicamente, sean también solidarias, críticas, dialogantes y constructoras de paz. No se trata tanto de buscar o plantear la incompatibilidad entre ambas opciones, cuanto de abordar un enfoque integral de ambas. Por eso se considera que aprender a convivir es uno de los objetivos básicos e imprescindibles de la educación.
Nos recordaba Martin Luther King que “hemos aprendido a volar como los pájaros y a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”. La fraternidad sigue siendo la asignatura pendiente, la propuesta todavía no desarrollada a partir de los ideales ilustrados. Hemos trabajado y desarrollado, mejor o peor, la libertad y la igualdad, nos queda pendiente el trabajo y desarrollo de la fraternidad.
Nuestros alumnos y alumnas van a estar en los centros educativos entre trece y quince años. Gozamos en la escuela de un “privilegio” del que no goza ninguna otra institución social, que todos los niños y niñas pasen necesariamente por la escuela. No podemos desaprovechar este tiempo, quizás el más importante en el desarrollo humano; sería una grave irresponsabilidad por nuestra parte ya que, como señala Tedesco, aprender a vivir juntos es una de las funciones principales de la escuela del siglo XXI, porque se trata de una experiencia que no se da naturalmente en el espacio exterior a la escuela: la experiencia de contacto con el diferente, de respeto y responsabilidad hacia los otros.
Trabajar la convivencia supone enseñar a nuestro alumnado a establecer relaciones consigo mismo, con otras personas y con el entorno. Algo que se construye día a día, que hay que cuidar de manera continua, ya que, de no hacerlo así, se viene abajo y se destruye fácilmente. Pero quizá lo más importante son los valores desde los cuales se construye esta relación: la dignidad humana, la paz positiva y los derechos humanos.
La dignidad humana enseña que toda persona, con independencia de su origen y condición socioeconómica y cultural, tiene un valor que nadie le puede ni debe arrebatar. Toda persona, como nos decían los ilustrados, es un fin en sí misma y no puede reducirse a ser un medio al servicio de otras personas, de sus intereses u objetivos. De ahí el rechazo a toda forma de explotación, de utilización, de sometimiento a los fines particulares de otra persona. De la dignidad y valor personales se deriva el respeto que le debemos, la aceptación incondicional de dicha persona por ser persona. Nuestros alumnos y alumnas aprenderán para toda su vida esta enseñanza, de manera que el respeto a cualquiera será uno de sus valores básicos en su relación social. Nos irá mucho mejor en nuestra vida.
Como valor fundamental de la convivencia, el respeto a la dignidad se concreta también en el rechazo a cualquier forma de relación basada en el dominio-sumisión, es decir, en el predominio e imposición de determinadas personas que tienen más poder, más recursos y más fuerza y, por ello, imponen y dominan a otras que no disponen de los mismos medios para oponerse, que no saben cómo defenderse. Es necesario rechazar y condenar toda forma de violencia, desde la física, la más visible, a las violencias verbal, psicológica, social o de género, más difíciles de ver y detectar, pero de mayor incidencia en la vida diaria de las personas.
La paz positiva, segundo criterio y valor de la convivencia positiva, se basa en la construcción de relaciones basadas en la justicia y equidad, relaciones muy alejadas de las situaciones de discriminación y negación de los derechos, características de la violencia. No podemos conformarnos con la paz negativa, con la ausencia de guerras u otras formas de violencia. Es necesario construir en positivo, incidir en los factores estructurales y culturales que inciden en las relaciones humanas, para poder construir una relación basada en la justicia.
Los derechos humanos, a través de sus diversas formulaciones y concreciones, constituyen lo que podemos denominar la moral mínima que compartimos y que hace posible la convivencia. Puede criticarse su insuficiencia, su escasa capacidad para exigir su cumplimiento, sus sesgos occidentales, etc., pero, más allá de estas insuficiencias, siguen siendo una referencia importante para la construcción de la convivencia.
La relación interpersonal es el cimiento y la base de la convivencia y de toda la acción educativa. Trabajar la relación nos lleva también a la necesidad de trabajar el cuidado, ya que toda relación humana tiene su esencia en el cuidado, en el nosotras y nosotros. El cuidado tiene efectos muy positivos para la relación, influye en el desarrollo emocional e intelectual de la infancia, concreta y refuerza el respeto y atención a todas las personas y es un elemento fundamental de la acción educativa.
Trabajar el cuidado implica superar planteamientos muy arraigados en el profesorado, ir más allá de una visión puramente academicista de la educación y dejar de lado de manera definitiva el planteamiento que describíamos al inicio. La convivencia positiva y el cuidado mutuo son incompatibles con modelos de relación basados en la competitividad, en la lucha por ser el primero con olvido del resto de compañeros/as, en el individualismo, etc. Por el contrario, implica poner en el centro de nuestra atención a las personas, a sus necesidades y demandas, a sus expectativas. Y desarrollar una visión colectiva, basada en el nosotros/as, que busca la inclusión y la superación de la discriminación.
Este planteamiento global de la convivencia exige el trabajo de determinados valores, imprescindibles y necesarios para una buena relación. Sin ánimo de exhaustividad, pueden señalarse, además del respeto, otros igualmente importantes como la cooperación, la participación, la inclusión, la generosidad, la justicia, la confianza, el diálogo, la amistad, la paciencia, la creatividad, la responsabilidad, la constancia, la prudencia, la paz o la solidaridad.
No hay que olvidar que estos valores sólo pueden ser aprehendidos mediante su vivencia y experimentación o, lo que es lo mismo, gracias a la organización del centro educativo desde y en estos valores, de manera que se haga posible la vivencia directa de estos principios. No se trata sólo de hablar sobre los valores, se trata, ante todo, de educar para y en estos valores, de manera que el alumnado pueda construir sus propios valores dentro de un marco de unos compartidos. Todo ello sobre planteamientos basados en las tres C: Cariño (afecto), Comunicación (diálogo) y Cooperación.
Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/convivenciayeducacionenvalores/2019/04/09/trabajar-los-valores-de-la-convivencia/