La cultura actual -patriarcal blanda, sexista camuflada- acusa a niñas y jóvenes de comportarse de la forma en que aquella las ha educado.
Elena Simón
No está mal recordar, de vez en cuando, algunas sabias palabras de las sabias que en el mundo ha sido. Palabras escritas o pronunciadas en tiempos más difíciles, discriminatorios y crueles con las mujeres. A pesar de que estos tiempos no nos gustan tampoco, no es lo mismo que nosotras expresemos nuestros pensamientos u opiniones como ciudadanas con derechos que lo hicieran algunas de las feministas memorables, insignes e intrépidas que nos precedieron y actúan como faros en nuestra propia existencia.
El neoliberalismo salvaje y cruel se ceba con las mujeres: nos pone zancadillas, nos paga peor, nos tienta a pecar de cuidadoras por amor, nos exige más esfuerzo y perfección, nos casi obliga a ocuparnos continuamente de nuestra belleza, nos invita fuertemente a la dependencia de los hombres, nos sanciona si no lo hacemos, de forma simbólica o real, poco importa.
Cuando algunas mujeres jóvenes muestran un interés inusitado por la ropa, por una sexualidad complaciente y secundaria con los deseos masculinos, cuando practican el amor de forma ciega entregada e incondicional, cuando se lanzan a una maternidad intensiva y abusiva con sus personas, cuando abandonan sus prioridades profesionales, cuando se miden en excelencia con otras para destacar dando codazos, cuando renuncian a sus tiempos propios para cuidar y atender necesidades, gustos o caprichos ajenos, muy frecuentemente les llamamos “tontas”. Si son nuestras amigas, también y si somos nosotras mismas, mucho más. “Qué tonta soy”, “Hija, no seas tonta”… Nos suena, ¿verdad?
Y, entonces me vienen a la mente las palabras del lúcido poema de Juana de Asbaje y Ramírez, que vivió en el siglo XVII en Nueva España, en la Corte del Virrey y más tarde en un convento, como Sor Juana Inés de la Cruz.
De este poema al que me refiero, voy a proponer aquí algunos fragmentos, para que podamos realizar los paralelismos necesarios, salvando todas las distancias.
En este poema: “Arguye de inconsecuentes el gusto y la censura de los hombres que en las mujeres acusan lo que causan”, diciendo:
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis”…
Si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
[…] Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.
[…]
Salvando las distancias, como decía antes, podemos traducir en estas tres estrofas que he elegido del citado poema, algo parecido a lo que les ocurre a las niñas y a las jóvenes en la actualidad.
Están atiborradas de imágenes, juguetes y juegos rosas, de dependencia, de belleza, de cuidado y de amor. De palabras sobre “qué guapa estás”, “¿Tendrás muchos novios, verdad?” y, aunque tengan mentes y cuerpos potentes y saquen buenas notas, rebajan sus expectativas vitales con tal de agradar y ayudar, sobre todo a los chicos. Cuando crecen, crece también el deseo de seguir estos mandatos que van recibiendo gota a gota casi desde el momento de su nacimiento.
Juana de Asbaje tuvo que retirarse a un convento para ser libre. ¿Raro, verdad? Para desarrollar su inteligencia creativa y huir de tanto agasajo cortesano que era invalidante para su mente. A lo mejor hay que desarrollar una cultura y una educación alternativas para que nuestras niñas puedan optar a un pleno desarrollo de su personalidad independiente y arrinconar todas estas formas de socialización sexista que no hacen más que producir y reproducir falsas expectativas y una adscripción de género que tiene que ver con el “hacer de la necesidad virtud”, paralizando también acciones de desobediencia activa respecto a estos mandatos.
No son tontas, las hacemos.